ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 7, año XI

                                                                                   Bunyola, 1º de Julio de 2.005.

        

 

 

    VIDA DE SAN PABLO.-  

 

 

Se sabe que Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, es plenamente equiparado a los doce apóstoles.

Seguidamente, narra la historia de su conversión, su primera presentación en Damasco, su larga estancia en soledad en Arabia, la visita a Jerusalén y su actitud frente a la circuncisión, el caso de Tito, la espontánea aprobación de su Evangelio por los primitivos apóstoles, la amistosa distribución de las regiones misioneras, etc.

Todo esto, concluye él, es prueba suficiente de que su vocación y doctrina equivalían a la de los otros apóstoles.

Todavía, invoca como prueba de autonomía de su mentalidad apostólica en materia de salvación, el conflicto que tuvo con Pedro en Antioquía. Su hermenéutica culmina en este argumento: si el hombre, por la observación de ciertas praxis religiosas, por la ley ritual, pudiese alcanzar la justicia de Dios, sería supérflua la muerte de Jesús.

Con esto, pasa Pablo a la segunda parte de su carta, que forma también el tema central de la Epístola a los Romanos: la reconciliación por la fe.

Para no incidir en el equívoco conviene que veamos desde ahora que Pablo no establece paralelo entre las buenas obras de los hombres después de la justificación y la fe en Cristo; sino tan solamente entre la fe y las obras rituales y humanas anteriores a la salvación. El carácter necesario de las buenas obras practicadas en estado de gracia, resalta en todos los escritos de Pablo. En parte alguna aboga el apóstol una actitud quieta y pasiva y mucho menos declara inútil la práctica de las virtudes cristianas. En la polémica contra los favorables a las costumbres judías trata primero de la salvación, de la justicia, de la transición del estado de pecado por el de la gracia. Afirma Pablo que esta transición o antes transferencia, es obra de Dios, en atención a la muerte expiatoria del Cristo. El hombre puede apenas preparar el terreno para este ajustamiento.

De dos maneras, desarrolla el autor su demostración sobre la gratuitidad de la salvación. Primero apela a la experiencia personal de los gálatas, cristianizados sin conocer la ley mosaica. Seguidamente demuestra que Abraham alcanzo la salvación, no por las obras de la fe, sino por la fe en el Mesías que había de venir.

En medio de esta argumentación bíblica, entre la derrocada de las defensas enemigas, de súbito estremecen los sentimientos más suaves de que es capaz el alma humana, llora la ausencia de un amigo, gime el amor incomprendido de un alma de madre . . .

“Hermanos, en nada fui ofendido. Bien sabéis como por primera vez pregoné el Evangelio, en enfermedad física y la gran prueba que os exigió mi estado corporal y ni por eso me despreciasteis ni me repudiasteis, antes me escogisteis como mensajero de Dios, como al propio Cristo. Garantizo que os hubierais arrancado los ojos para dármelos, si posible fuera . . . .

¿Qué se ha hecho ahora de vuestro entusiasmo? ¿Acaso me hice vuestro enemigo por el hecho de tener que decir la verdad entre vosotros?”

Y recordando los dolores que sufrió para dar a los gálatas la vida sobrenatural en el Cristo, vida que estaba ahora prestos a perder, escribe con extremos de ternura maternal:

“Hijitos míos, por quién de nuevo sufro dolores de parto hasta que el Cristo se forme en vosotros. Quisiera ahora estar con vosotros y cambiar mi lenguaje, porque estoy en gran desasosiego por causa vuestra”.

Después de esta espontánea efusión de puros sentimientos para con los hijos en Cristo, retoma su actitud firme y viril, entonando el himno de la libertad cristiana y cantando la apoteosis de la cruz redentora.

Previene contra dos especies de esclavitud: la tiranía del fetichismo ritual y la prepotencia de la sensualidad carnal.

Libre no es aquél que sujeta el alma espiritual del Evangelio al alma material de las fórmulas externas.

Libre no es aquél que somete la soberanía del espíritu al despotismo brutal de los instintos.

Libre, verdaderamente libre, es sólo el hombre que libre de los grilletes de los formalismos sofocantes y señor de la tiranía de los sentidos, ondea en las serenas alturas donde se adora a Dios en espíritu y en verdad. Es lo que Pablo nombra como “gloriosa libertad de los hijos de Dios”. “Donde reina la libertad, allí reina el espíritu de Dios”, exclama el Platón de la nueva alianza.

Tan bellas y profundas son las palabras del apóstol que no puedo dejar de transcribirlas, a menos en parte:

“El Cristo nos conquistó la libertad. Quedad, pues, firmes y no os dobléis nuevamente al yugo de la esclavitud. Es que yo, Pablo, os digo: Si os hiciérais circuncidar de nada os servirá el Cristo. Una vez más declaro que todo hombre que se hiciere circuncidar está obligado a cumplir con la ley. Si procuráis la salvación por la ley, estáis separados del Cristo y perderéis la gracia; pues es por el espíritu y en virtud de la fe que aguardamos la deseada salvación. El Cristo Jesús nada vale estar circuncidado o incircunciso; pero sí la fe que opera por el amor”.

Apolo acababa de regresar de Corinto y había puesto en aviso al apóstol del inminente peligro de escisión que corría por aquella cristiandad.

Noticias y más noticias llegaban. Los desórdenes morales se multiplicaban entre los neófitos, que no siempre conseguían resistir la sugestión del ambiente y la fuerza de los viciosos y antiguos hábitos.

Pablo les escribió una carta. Pero ese documento no ha llegado hasta nosotros. Ignoramos que destino llegó a alcanzar.

Timoteo había sido enviado a Corinto en compañía de Erasto, antiguo tesorero de la Prefectura de la ciudad, y algunos hermanos más. Parece que ese mensajero llevaba también instrucciones en el sentido de iniciar una gran colecta en beneficio de los cristianos pobres de Jerusalén. Así, venía muy a propósito la presencia de un “financiero” como Erasto.

No mucho después de la partida de ese emisario, una distinguida señora corintia, de nombre Cloe, informó a Pablo sobre el estado de la iglesia en la capital.

En Corinto, se debatían cuatro partidos, cada uno bajo la invocación del nombre de un pretendido jefe: Apolo, Pedro, Pablo y Cristo.

Estas disenciones, nacían en parte del culto exagerado a la personalidad, tan del espíritu griego. Aumentaba, en este caso, la idea de entrar la persona bautizada en una relación de afinidad o dependencia espiritual con el bautista.

El grupo reclutado bajo la bandera de Apolo (ausente) se denominaba adversario de Pablo. Apolo y Pablo, como sabemos, eran amigos, unidos por el mismo ideal apostólico. Pero de genio diferente. Si uno era de índole más especulativa y teórica, el otro se distinguía por un realismo práctico: primaba el filósofo alejandrino por sus ideas platónicas y clásica dicción, mientras que el convertido de Damasco ponía en cada una de sus palabras todo el peso de su experiencia, toda seriedad de una vida saturada de trabajos y sufrimientos. De los discursos de Apolo los oyentes salían satisfechos con el orador y con la inteligencia iluminada por las bellezas del cristianismo; de los sermones de Pablo se retiraban silenciosos, insatisfechos consigo mismo y preparados para tomar serias resoluciones.

Para cúmulo de confusión, nace una tercera facción, bajo la sombra de la bandera de Cefas (Simón Pedro). Se componía de judíos cristianizados, llegados en parte de Jerusalén y en parte de otros ya residentes en Corinto. Venían provistos de una carta de recomendación de uno de los primitivos apóstoles. Algunos de ellos, parecen habían sido bautizados por la mano de Pedro, de cuya amistad personal se gloriaban ostensiblemente. Pablo ¿quién era Pablo? Un advenedizo, un apóstol de segunda categoría que nunca había conocido a Jesús. La vida errante que llevaba le quitaba toda la grandeza y autoridad apostólica. No llegaba ni a los pies de Moisés y se arrogaba el derecho de abolir lo que éste había instituido por orden de Dios. ¿Quién vería jamás, a ese tal Pablo, la cara aureolada como la de Moisés? Del resto – decían algunos intrigantes – el propio Pablo reconocía su inferioridad, señal de que no osaba aceptar de su rebaño el sustento material que, según la ley de Moisés y las palabras del propio Jesús, competía al apóstol. En cuanto a Apolo, ni convenía mencionar el nombre de ese filósofo pagano, que era un verdadero peligro para el cristianismo.

Más o menos, así hablaban los cristianos palestinos y proclamaban en alto y buen sonido: “Yo soy de Cefas ¡viva el jefe de los apóstoles!”

Apelar a las pasiones humanas es siempre una victoria segura y esos judíos cristianizados eran maestros consumados en esa arte . . .

Simón Pedro no sabía nada de esto. Ni siquiera sospechaba de la explotación de hacían de su nombre y autoridad. Aunque no siempre estuviese de acuerdo con todos los puntos de vista del inteligente compañero, se refiere con amor y respeto a los trabajos del “carísimo hermano Pablo” y de buena voluntad reconoce que Dios le concediera una gran sabiduría (2ª Pedro, 3-15).

En cuanto se combatían estos tres partidos, apareció, finalmente, un cuarto partido, un grupo de “cristianos superiores”, que rechazaban todo y cualquier intermediario humano. Lanzaban en medio de la confusión el mensaje: “Nosotros somos del Cristo ¡viva el único jefe Jesús el Cristo!”  Y demostraban que el verdadero cristianismo sólo conocían un mediador entre Dios y el hombre, el sumo sacerdote de la nueva alianza, Jesús el Cristo. ¡Fuera con todo mediador humano! ¡Fuera con los apóstoles, representantes y vicarios del Cristo! ¡Dios es el Cristo y nadie más!”

Al dogma de estos cristófilos correspondía su moral: no admitían leyes ni prescripciones humanas en materia de religión; cada uno debía seguir su propia inspiración; Cristo, por medio de su santo espíritu, en la consciencia de cada uno mantenía en secreto lo que era verdad o falso, lícito o ilícito.

Pablo comprendió que urgía una medida inmediata y enérgica; cualquier demora agravaría la situación.

Sóstenes, antiguo jefe de la sinagoga de Corinto, convertido por Apolo y auxiliar de Pablo en Éfeso, es invitado a firmar, juntamente con el apóstol una carta a los cristianos separados. Pablo pensó hasta en mandar a Apolo a Corinto como enviado especial y conciliador de las facciones; sin embargo, fue disuadido del intento, una vez que su nombre era invocado como bandera de uno de los partidos en lucha.

Pablo pasó la noche en claro, entre lágrimas y oraciones, implorando a Dios la armonía y concordia para sus queridos corintios.

Al día siguiente, la modesta oficina de Aquila fue una vez más el escenario de la inspiración divina y se transformó en la cuna de uno de los más bellos documentos apostólicos que posee la cristiandad.

Sigue en la Circular de Agosto.

 

 

 

 

 

 

VOSOTROS SOIS DIOSES.-

 

Todo cambia cuando vencemos la ilusión de que somos un cuerpo físico y comenzamos a verlo como lo que es: como nuestro siervo o instrumento en el mundo físico. Debemos invertir, por así decirlo, la polaridad de relación y en vez de creer en el mundo físico con el cual nos identificamos, hemos de dominarlo por medio de la obediencia del cuerpo material. El centro de gravedad debe trasladarse desde el cuerpo a nuestra consciencia y experimentar que retraemos el centro de nuestra consciencia y nos colocamos tras de ella para actuar por medio del cuerpo, pero sin ninguna identificación con él.

Para el cuerpo es muy profundo este cambio de actividad. Como las limaduras de hierro se agrupan alrededor de un centro común bajo la acción del imán y se distribuyen por las líneas de fuerza del campo magnético, de análoga manera las partículas de los cuerpos denso y etérico, en vez de estar de manera caótica e indefinidamente sujetas a toda eventual influencia del exterior, tienen que estar sometidas a una única influencia dominante de la voluntad. Debemos experimentar que así sucede, notar el cambio suscitado por nuestra afirmación de que no somos un cuerpo, sino que él es nuestro servidor. Debemos experimentar que, desde entonces en adelante, los cuerpos denso y etérico tienen que estar nutridos y dinamizados por la energía que dimana del interior, mucho más importante que la vitalidad externa.

Es necesario experimentar y sentir prácticamente este cambio de preferencia a pensar y discutir sobre él. Experimentar que nuestro cuerpo físico responde vibrando a las excitaciones de la consciencia interior y que se sujeta a sus leyes y condiciones y no a las del mundo físico circundante.

Tenemos que mantener esta actitud en todo lo que hagamos en la vida diaria. Hemos de continuar experimentando una actuación consciente por medio del cuerpo y que éste no actúa a su placer. Por tanto, debemos someterlo a hábitos regulares en el alimento, sueño y ejercicio, de suerte que sea un perfecto instrumento. Si no disciplinamos los músculos del cuerpo por medio de ejercicios diarios, no esperemos que sea elástico y responsable, pues la salud física depende mucho más de eso de lo que reconoce la práctica.

También hemos de regular la alimentación, a fin de que el cuerpo físico  pueda estar siempre alerta y responder oportunamente. En vez de comer cualquier cosa y de cualquier manera, debemos ingerir alimentos que hagan un cuerpo más limpio, vigoroso y delicado para nuestro uso. Y durante la comida tenemos que reconocer que estamos reparando y reconstruyendo desde el interior el cuerpo material. También tenemos que experimentarlo prácticamente, en lugar de satisfacernos sabiéndolo teóricamente.

Debemos tener la convicción de que comemos conscientemente y en cuanto tomamos un bocado, lo asimilamos espiritualmente a la textura del cuerpo. Los cristianos que reconocen el valor de los sacramentos instituidos por la Iglesia comprenden el significado de la Eucaristía o Comunión, y también saben de qué modo se consumen los alimentos consagrados. De la misma manera debemos tomar toda especie de alimentos, porque toda materia está consagrada por la presencia del Cristo, cuya vida está en todas las cosas, aunque en la hostia consagrada y en el vino se manifiesta plenamente su Presencia.

Del mismo y de otro muchos modos, podemos contribuir al cambio de los cuerpos denso y etérico, tal como los filósofos herméticos los conocían, para regenerar el cuerpo y hacerlo un instrumento perfecto del Yo Superior. Es una verdadera transmutación, y una vez cumplida, rota queda para siempre el dominio del cuerpo físico sobre nuestra consciencia y lo convierte en instrumento bien preparado para nuestro uso.

Cuando cambiamos nuestra actitud con respecto al cuerpo, le retiramos el centro de consciencia, aunque no enteramente, porque si no quedaríamos adormecidos y estáticos; pero ya no mantenemos nuestra consciencia en el cuerpo, sino en un nivel superior y actuamos por medio del cuerpo lo que es muy distinto.

Después tenemos que actuar con respecto al cuerpo astral o emocional, vehículo de nuestros buenos o malos sentimientos como el cuerpo físico lo es de nuestras buenas o malas acciones y el mental de nuestros buenos o malos sentimientos, del mismo modo que actuamos con respecto al cuerpo, con el fin de llevar a cabo análogo cambio,

De nuevo topamos con la misma dificultad. Generalmente, consentimos que nuestro cuerpo emocional pertenezca al mundo de la emoción y que éste lo influya y le determine deseos y emociones dimanantes de causas externas. Por cierto, no siempre somos conscientes de eso, pues todavía no distinguimos entre el Yo y el No-Yo, con referencia a lo que llamamos los mundos “internos”, o sea, los de las emociones y los pensamientos y, en consecuencia, nos parece que las emociones y pensamientos “salen de nuestro interior” cuando en realidad provienen de fuera, o por lo menos los excita el mundo exterior.

Visto por la clarividencia, el resultado es que el cuerpo emocional ofrece diversas manchas de color, irregularmente distribuidas, que se alteran fácilmente por acción de influencias externas. Debemos considerar el cuerpo emocional como nuestro vehículo en el mundo astral. Someterlo firmemente al dominio del Yo y efectuar en él igual cambio que llevamos a nuestro cuerpo. Hemos de vitalizar el cuerpo emocional desde el interior y manifestar por su medio las emociones que determinamos.

Se ha de procurar experimentar este cambio en nosotros mismos. Ser consciente de que nuestro cuerpo astral está libre de todos aquellos deseos mezquinos y emociones que tan conturbadoras son y determinar cuáles son las emociones que el ego ha de consentir en ese cuerpo. Sentir esas emociones e irradiarlas conscientemente. Ante todo, sentir amor, no el amor que desea poseer, sino el amor que se da generosamente a todos los seres y cosas. Después, sentir devoción por el Maestro, por su magna obra, por todo lo mejor que conozcamos de él, y llenar el cuerpo de tal devoción. Además, compadecernos de los que sufren, sentir el corazón rebosando piedad por cuantos padecen en el mundo. Finalmente, sentir aspiración espiritual, sentirse anhelante de cosas superiores e imaginar que la verdadera espiritualidad irradia de nuestro cuerpo emocional, el cual será en verdad, muy diverso cuando manifieste los sentimientos y emociones que el Yo determine conscientemente que han de manifestarse. En vez de nebulosas emociones y agitaciones que emite las emociones que cambian a cada momento, será un radiante cuerpo que firmemente emite emociones determinadas por el Yo y que palpita rítmicamente bajo impulsos internos.

Visto con clarividencia, es muy distinto el cuerpo emocional, pues en vez de sucias manchas de colores, nuestras emociones se muestran claramente definidas y concéntricamente ordenadas irradiando sin cesar del centro del cuerpo emocional. Así, en este cuerpo se operan cambios de manera análoga a los efectuados en el físico. En este caso cabe comparar los cambios operados a los que se observa en una masa de limadura de hierro, cuando están sometidas a las influencias de un campo magnético. En el modificado cuerpo emocional hay un centro dominante y director de la voluntad que lo vitaliza. Ya es nuestro siervo y ninguna influencia excitante ni tentadora venida de fuera, podrá despertar las emociones o deseos que no consintamos. Ya no es entonces nuestro cuerpo emocional parte ni parcela del mundo emocional o astral circundante, sino que está separado para armonizarse con el Yo. Cambió la polaridad. Está ahora vitalizado desde el interior e irradia constantemente emociones superiores en auxilio del mundo.

Al efectuar este cambio en el cuerpo emocional hemos dado otro paso adelante en el vencimiento de aquella dualidad del Yo Superior con el ego que tanto nos atribuló en el pasado y que provenía de nuestra ignorancia en consentir que parte de nuestra consciencia estuviese dominada por los cuerpos internos y externo. Al someter el cuerpo emocional a la voluntad del Yo, le retiramos el centro de consciencia; desenredamos la consciencia del cuerpo en que estaba enredada y damos un paso más cerca del mundo al que pertenece y hacemos del cuerpo emocional, vitalizado desde el interior, un nuevo servidor.

Consideremos ahora el cuerpo mental y su complejo cambio.

En ciertos aspectos, la mudanza del cuerpo mental es la que más importa, porque en él está el peligro, aunque nos sea desconocido.

Nunca actuamos ni hablamos sin antes pensar, sin haber formado una imagen, esto es, sin haber “imaginado” lo que vamos a hacer. Con todo, son tan rápidas las operaciones de la mente, y nuestra consciencia es para nosotros un terreno tan desconocido, que ignoramos lo que allí sucede. Pero, antes de levantar la mano, pensamos en ese movimiento, hacemos una imagen de él y como la imagen es creadora, se concretiza en acción.

Sigue en la Circular de Agosto.

 

 

 

 

 

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

 

 

Todo lo que siempre entró en la formación de nuestra tierra está enterrado en alguna parte de nuestro presente. El tiempo avanza llevando consigo todo lo que antes existió. Como el hombre viejo carga su pasado dentro de sí y es el testigo actual y el resultado de todo lo que él siempre fue, así el mundo con sus innumerables formas, pueblos y culturas, surgió como el ave fénix, de las cenizas del pasado. El mundo de hoy y cada uno de nosotros que lo compartimos somos, en cierto sentido, la historia viva.

Hay una afirmación sorprendente de que “todo en la Naturaleza tiende a transformarse en hombre”; que todo en la Naturaleza tiende a desarrollar el potencial humano. Ella también sustenta que el hombre es “la obra prima de la evolución”. Ve a los seres humanos como el contenido y continente de la divinidad, la integración del espíritu y materia a la cual es atraída la evolución. Toda forma en la tierra, toda partícula y átomo en el espacio, lucha en sus esfuerzos en dirección a la autoformación, para seguir el modelo que fue colocado en el “Hombre celestial”. El Hombre es la más elevada forma física y última en esta Tierra, la culminación de las encarnaciones divinas en la Tierra. Aunque aún no esté finalizado, el hombre claramente indica la dirección de la evolución rumbo a la apertura de extensiones progresivamente superiores de consciencia y mente.

En medio de todo el esquema, un equilibrio de consciencia y materia es alcanzado en el hombre. De ahí en adelante, el énfasis ya no reside en la evolución física sino en el florecimiento de la consciencia. El cambio para una vida consciente más intensa ya ha sido alcanzado y ahora iniciamos el impulso ascendente. Pasamos por la fase más separada y diferenciada de nuestro largo ciclo y comenzamos a retornar en dirección a la unidad consciente. Este punto fundamental en la evolución está ocurriendo profundamente en la consciencia de cada uno de nosotros.

Desde que el hombro dominó el escenario terrestre, la evolución física casi ha llegado a un estancamiento, excepto por pequeñas variaciones. No se conoce ninguna nueva especie principal que esté emergiendo durante los últimos millones de años. Muchos pensadores eminentes concuerdan que la evolución se revistió de un carácter totalmente diferente y es ahora psicológica y cultural en vez de biológica. El hombre tiene un modo único de evolución. Él es un “encadenador del tiempo”, esto es, transfiere sus realizaciones de una generación para la próxima a través del lenguaje. La evolución humana se basa en la cultura en vez de la genética. Esto permitió que el hombre se desarrollara a una tasa fenomenal, mucho más rápidamente que los lentos cambios genéticos que gobernaron la evolución pre-humana.

Una característica exclusivamente humana es nuestra habilidad para observarnos a nosotros mismos, nuestros pensamientos y sentimientos y la de apartarnos mentalmente de la situación inmediata y evaluarla. En otras palabras, somos auto-conscientes. Esta capacidad nos lleva a otras habilidades singularmente humanas. Aumentó nuestro poder de elección, basado en el planeamiento y la previsión del futuro. La elección nos lleva a un grado de responsabilidad totalmente nuevo para con nuestras acciones. La autoconsciencia también está subyacente en el lenguaje y uso de símbolos, en la matemática, música y pensamiento abstracto.

De acuerdo con el espiritualismo, este salto dramático todavía no plenamente efectivo, no fue heredado de nuestros ancestros, del hombre en la evolución. Al contrario, introdujo una nueva dimensión de la evolución implantada en el organismo humano a partir de una fuente espiritual.

Parece existir una laguna intelectualmente intraspasable entre la evolución de la vida y del hombre como tal. El hombre es aún un animal por su propia estructura y no obstante, también ha traído al mundo, de una fuente desconocida otros instintos e ideas específicamente humanos que ahora son extremadamente importantes.

El despertar de la mente en el hombre resultó de una fusión de la Mente Divina en la Naturaleza. Aunque la Inteligencia divina está difundida en toda la Naturaleza, en la mente del hombre existe un foco más directo, una conexión nueva, más íntima, con el mundo físico. El hombre es el portador de la Mente Divina de una manera no encontrada en otros reinos. Ella funciona plenamente dentro de su consciencia y ser interior.

El impacto pleno de esta nueva dimensión reside muy distante en el futuro; el potencial interior de nuestras mentes está todavía apenas parcialmente desarrollado. Creo que la evolución de nuestras potencialidades está lejos de estar agotadas; el hombre tendrá que desarrollarse como portador del espíritu y de preocupaciones sin límites.

Hoy, los psicólogos están de acuerdo que el ser normal continúa creciendo y desarrollándose en la edad adulta. El psicólogo y humanista Maslow estudió este proceso y Jung percibió la individualidad como la dirección principal para el crecimiento humano. Teilhard de Chardin vio la humanidad como todo un movimiento en dirección de una mayor “hominización”, tornándose más humana. Estas son versiones menores de la doctrina espiritualista de la realización y expresión de los poderes innatos del hombre. Vislumbramos la dirección del crecimiento humano en tales predecesores de la corriente más avanzada de la humanidad como Platón, Einstein, Leonardo, Jesús, Buda . . . Genios en todos los campos a través de la historia, que no sólo nos dejan la herencia de sus visiones creativas. También revelan las posibilidades de la mente humana, que todos desarrollaremos un día. En tiempos futuros, de aquí a millares de años, hasta posiblemente millones de años, desarrollaremos poderes mentales, intuiciones y voluntades no soñados en nuestro estado actual.

Estamos ahora en un punto crucial en la evolución. Hasta la aparición del hombre, la evolución fue inconsciente y automática, impelida por el ímpetu de la Mente Divina sobre la Naturaleza pasiva y receptiva. Con el nacimiento de la auto-consciencia, ganamos el poder de volvernos agente de la evolución. Porque podemos escoger nuestros sentimientos y pensamientos internos, tenemos la posibilidad de autocontrol y autodirección. Esto nos da algún grado de control sobre nuestro ambiente y nuestro mundo. Nuestra evolución es ahora autoinducida a través de decisiones propias y esfuerzos. Quizá el pleno desarrollo de la autoconsciencia y elecciones todavía no sean todo lo perfecta que debería ser, ni en alguna medida ser capaces de escoger aquello que deseamos ser ni aquello que nuestro mundo será. Pero podemos comenzar a dirigir conscientemente nuestra propia evolución, tanto como especie como individualmente.

 

Sigue en la Circular de Agosto.

 

 

 

ERASMO DE ROTTERDAM.-

 

 

Erasmo  - Desiderius Erasmus Roterodamus, como se llamó en sus escritos, al uso renacentista  -  nació en la ciudad holandesa de Rotterdam el año 1469 y murió en 1536. Es el más importante e influyente de los humanistas, y determinó una corriente espiritual de gran volumen y alcance, que excede con mucho de su significación estrictamente filosófica. Erasmo representa, ante todo, una actitud ante la vida y ante la “cultura”, palabra que hoy suena un tanto tópica y vana, pero que era una formidable realidad a comienzos del siglo XVI.

Erasmo es un hombre que posee ejemplarmente el saber antiguo y siente de un modo auténtico y profundo el amor a las letras, al bien decir, a la tersa prosa latina, al pensamiento claro y armonioso. Al mismo tiempo, Erasmo, canónigo y en potencia próxima de alcanzar el capelo cardenalicio, es un cristiano; tal vez un cristiano de fe menos hondamente arraigada que el hombre de la Edad Media; nace y vive en una época en que la religión entra en profunda crisis; pero se mantiene anclado con firmeza en su creencia, al menos en sus líneas generales, y se resiste a entrar por la vía tentadora y peligrosa que le mostraba Lutero. Hay una cierta frialdad innegable en sus escritos; pero no se puede menos de reconocer en ellos, por otra parte, una nota de equilibrio, de espíritu abierto y comprensivo, que suena gratamente en el tempestuoso fragor del tiempo. Con todas sus limitaciones, con su refinamiento, con todas sus promesas, sólo en parte realizadas, Erasmo representa el tipo más acabado del hombre del Renacimiento europeo.

Esos rasgos de su figura aparecen en su meditación acerca del ser del hombre. Hay una constante apelación a los supuestos cristianos, en los cuales vive, a la vez que una inmediata consideración de la realidad humana, tal como se la encuentra. Mientras recoge las mismas palabras de la Escritura para fundar su antropología y recurre expresamente a los escritos de los Padres de la Iglesia, no pierde de vista la realidad integral del hombre, y en lugar de hacer una teoría acerca del alma, determinada por intereses teológicos, considera la totalidad del ente humano, tenso entre la carne y el espíritu, con posibilidad de optar entre dos mundos o quedar en una peculiar posición intermedia. Resulta reveladora la comprensión erasmiana del hombre, si se la entiende como germen múltiple de distintas concepciones ulteriores del ente humano.

“Podemos decir que el hombre es un animal monstruoso, por ser, como lo es, compuesto de dos o tres partes que entre sí son muy diferentes. Conviene a saber: del ánima, que es casi divina, y del cuerpo, que es como una bestia muda. Porque en la verdad, cuanto al cuerpo, no solamente no hacemos ventaja a los brutos, pero aún en muchos dotes del cuerpo nos la hacen ellos a nosotros. Empero, según el ánima somos en tan alta manera capaces de la divinidad, siendo criados para gozar de ella, que podemos pasar de vuelo sobre los espíritus angélicos y hacernos muy semejante a Dios. De manera que si tú no tuvieras cuerpo, fueras una cosa divina. Y si a este cuerpo no se le hubiera injerto esta alma, fueras como una bestia.

Estas dos naturalezas, tan discordes entre sí, había muy bien concordado y atado aquel soberano maestro con una armonía y concordia maravillosa; pero la serpiente enemiga de la paz, con tan miserable discordia las dejó entre sí asidas, que ya ni pueden partirse la una de la otra sin muy gran pena, ni vivir juntas sin continua pelea. Y acaece a cada una de estas naturalezas con la otra lo que se suele decir del que tiene el lobo por las orejas: Que ni le están bien tenérsele así asido ni le es seguro soltarle. Y cada una de ellas podía muy bien decir a la otra aquel gracioso verso del poeta: “Ni puedo vivir contigo, ni menos pasar sin ti”. Tan trabada guerra tienen consigo entrambas, que siempre andan a las puñadas, siendo una misma cosa como si fuesen diversas. Porque el cuerpo, como él es visible, así su deleite es con cosas visibles; como es mortal, siguen también las cosas que son temporales; como es pesado y carga para abajo, siempre tiene ojo abajo. Por el contrario, el alma, acordándose que le viene de linaje ser celestial, siempre tira como puede hacia arriba, contradiciendo en esto al cuerpo y luchando con esta carga de tierra. Desprecia cuantas cosas se ven de los ojos, porque sabe que son perecederas; busca las que siempre han de durar, que son las verdaderas. Como es inmortal, ama las cosas inmortales. Es celestial, y así desea las cosas celestiales. Siempre se deleita con su semejante, si no es ya cuando del todo está tan emboscada y sumida en las suciedades del cuerpo, que sin ningún empacho bastardea y tuerce de su generosa naturaleza, por haberse querido inficionar con la mala voluntad del cuerpo.

                                                                     (Enchiridion, capítulo IV.)

                                 

 

 

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La Cueva de los Cuentos