ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

 

                                               

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca      

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 2 , año XI

                                                                                   Bunyola, 1º de Febrero de 2.005.

          VIDA DE SAN PABLO.-

          Una vez supieron los judíos la llegada de Gallio a Corinto, intentaron aprovecharse de su bondad para ejecutar sus planes de venganza contra Pablo. Bien sabían ellos que, si las cosas continuaban de aquella manera, serían cada vez más pequeño el prestigio de la sinagoga, mientras que la doctrina del Nazareno iba ganando terreno día a día.

          Fallaron en sus cálculos. Ignoraban que el antisemitismo era tradicional en la familia de Séneca y Gallio. Del resto, era de prever que en el carácter de un hombre tan sereno y equilibrado como el del nuevo procónsul de Acaya no encontraría eco el apasionado fanatismo de los acusadores del apóstol.

          Cierto día pagaron los judíos a los peores elementos de la plebe e invadieron el modesto local del pobre tejedor y apóstol, y lo arrastraron en tumulto hasta el fórum a los pies del tribuno. Antes de que Gallio pudiese pronunciar palabra, vociferaron los judíos: “Este hombre persuade a la gente para que preste culto a Dios de un modo contrario a la ley.”

          Pasaron así una cuestión religiosa al terreno de la política y orden público; de lo contrario no harían mella en el espíritu del romano.

          El filósofo, calmo como siempre, dirigió una mirada tranquila a la multitud inquieta, escuchó en silencio el torrente de acusaciones, vio ante sí el rostro inmutable de Pablo, y comprendió la situación. “¡Oh, judíos! Si hubiese agravio o crimen, bien os escucharía conforme a derecho; pero como se trata sólo de cuestiones de doctrina, de nombre y de vuestra ley, no tengo voluntad de ser juez de cosas de esas.”

          Y los despidió del tribunal.

          Pablo, según parece, no consiguió cambiar una sola palabra con aquel magnífico hombre, cuyo espíritu recto parecía proclamar la plenitud de la verdad. Amaba a ese hombre y también Jesús lo habría amado, como amó al joven rico.

          Con un gesto enérgico, dio Gallio orden a los lictores para evacuar el fórum.

          Los judíos, en desbandada, marcharon atropelladamente. Es que los lictores, no siempre priman por su delicadeza y suavidad.

          La confusión degeneró en peleas y golpes. Los griegos, enemigos comerciales y religiosos de los judíos, aprovecharon el momento para caer sobre los hebreos, arrancándoles de las manos las varas y látigos, con los que habían maltratado a Pablo y los golpearon de forma bárbara. Quien peor salió de todos fue el jefe de la sinagoga, el cual al descender por la escalera del fórum, arrastrando el amplio manto de rabí y fue el blanco de una formidable cantidad de golpes por parte de los helenos, auxiliares improvisados de la policía de Corinto.

          Gallio lo presenció todo, dice Lucas con cierto humorismo, y no hizo caso.

          Parece que Pablo quedó todavía por unos momentos en el fórum, solo con el procónsul. Cristo y Cesar en sus mejores representantes.

          Gallio murió más tarde, así como su hermano Séneca, que se suicidó por orden de Nerón.

          Séneca, en su famosa carta a Lucilio dijo: “Nada hay tan sabiamente organizado por la ley eterna como el hecho de haber sólo una entrada en la vida, pero sí muchas salidas. ¿Debería yo, acaso, esperar por una molestia o un hombre desalmado, cuando tengo la posibilidad de beber un veneno mortífero? Este es el único punto por el que no nos podemos quejar en la vida: ella no detiene a nadie. Bien acertada es esta institución en la vida. Nadie está obligado a ser infeliz, sino por culpa propia. ¿Estás contento? Vive. ¿Estás descontentos? ¡Vuelve por donde viniste!”

          Después de este incidente, un tanto cómico, parece que la iglesia de Corinto gozó de paz y sosiego. Pablo podía haber fijado aquí su “cuartel general.” El lugar era magnífico: una ciudad cosmopolita con medio millón de habitantes y 21 kilómetros de circunferencia; con 23 templos, 5 soberbias galerías salpicadas de tiendas de artículos de lujo, 5 grandes mercados, 5 famosas termas, dos fórums, numerosos teatros y anfiteatros, uno de ellos con 22.000 asientos; 2 puertos, uno al norte y otro al sur. ¡Qué tentación para el espíritu emprendedor de Pablo!

          Pero no fijó su residencia en Corinto. Su misión era la del infatigable abanderado del Evangelio, para llevar el nombre de Cristo a todas las latitudes y longitudes del globo terráqueo.

          Durante 18 meses, entre el año 51 y 52, que pasó en Corinto, Pablo supo comprender el ámbito de su actividad, sea personalmente o por sus auxiliares, casi toda la vastedad de la península; y es con verdadero cariño que él se refiere a los cristianos de Acaya. En el puerto de Cencreia tenía el apóstol un excelente catequista en la persona de Febe que, bajo la orientación del maestro, ejercía una intensa actividad en el almacén de los marineros y pescadores de aquél importante centro.

          Salvo el incidente con Gallio, hacía año y medio que Pablo se encontraba en Corinto. Después de esto, algunas semanas más tarde decidió marchar, deseando a la nueva cristiandad se entregara a la solicitud pastoral de algún colaborador de confianza.

          Con sentimientos de íntima gratitud para con Dios, dejó el escenario de tan fatigosas labores y tan agradables esperanzas y, acompañado de gran número de amigos, se dirigió al puerto de Cencreia. Ahí pidió le cortaran el cabello o rasparlo a navaja, porque había hecho voto y esto lo obligaba su ofrecimiento, los sacrificios prescritos a los nazarenos. El “nazareno” era una práxis ascética, específicamente judía, y Pablo, no obstante la amplitud de sus horizontes espirituales, practicaba ese piadoso ejercicio de sus mayores. La liberalidad de su espíritu no rechazaba ningún elemento espiritualizador, siempre que no colisionara con el Evangelio o, como acostumbraba decir, no “desvirtuar la cruz de Cristo.”

          Tal vez ese “voto” le facilitase la despedida de Corinto, pues debió haber encontrado una viva oposición de parte de los neófitos, que lo veneraban como maestro, padre y amigo.

          En el puerto de Cencreia tomó un barco que navegaba a Éfeso en el Asia Menor. Con él embarcaron sus fieles colaboradores Silas y Timoteo, así como la pareja amiga Aquila y Priscila, que transfirieron a esa ciudad su pequeña industria textil.

          Si el lector ha atravesado alguna vez el mar Egeo y navegó por entre las 200 islas e islotes del archipiélago de las Cícladas que circundan la isla de Delos, legendaria torre natal del “divino Apolo”, se formará una idea de los encantos y belleza de ese grandioso panorama. La travesía marítima les debió de haber llevado unos 10 días, porque los veleros en ese tiempo sólo viajaban de día y dependían del favor de los vientos. Probablemente fue en un día de verano del año 52, que el incansable aventurero del Cristo, vio surgir detrás de la gran isla de Samos, las montañas de la Jonia, adornadas por el pico azul de Tmolos.

          Eran los jonios una de las primitivas tribus de Grecia, los cuales expulsados por los dorios, se establecieron en esa parte de Asia y no tardaron en revelarse como las más privilegiadas inteligencias de la raza griega.

          ¡Jonia! ¡Qué mundo de sentimientos no evoca este nombre en el alma de todo hombre culto y amigo de las bellezas espirituales!

          En las verdes campiñas de esa tierra feliz vibran todavía las últimas notas del arpa de Homero . . . Gime la lira con los amores trágicos de la desdichada Safo  . . . Musitan las palmeras las tristes melodías de Anacreonte . . . Aquí se esparció intensamente la filosofía de Atenas y cual Narciso enamorado de su propio Yo, adoró Grecia su semblante en el vigoroso pensamiento de los sabios. Millares de graciosas columnas jónicas, cuentas hasta hoy al mundo entero el gusto clásico de sus escultores.

          En las calles de Éfeso, una de las más bellas ciudades de Jonia, filosofaba medio milenio antes de Cristo, Heráclito el “oscuro”, sobre los principios de todo el ser sobre el eterno “Logos”, sobre el fuego como elemento básico del universo.

          Aquí lanzó Heredoto los cimientos de la ciencia de la historia . . .

          Aquí proclamó Tales de Mileto al agua como último constituyente de todas las cosas.

          Si en Jonia está la cuna del pensamiento heleno, que marcó la ruta de todos los pensadores del futuro, fue también aquí, en Éfeso, que sonó por primera vez de labios cristianos el nombre del “Logos” del “Verbo”, la “razón cósmica” de los filósofos gentiles, convertidos por el gran vidente de Patmos:

                              “En el principio era el Verbo.

                              Y el Verbo estaba con Dios.

                              Y el Verbo era Dios . . .

                              Todo fue hecho por el Verbo.

                              y sin el Verbo nada podía hacerse.

                              Y el Verbo se hizo carne

                              y habitó entre nosotros . . .

                              Y todos vimos su gloria

                              llena de gracia y verdad . . . “

Continuará en la Circular de Marzo de 2.005.

 

 

 

 

 

FRANCISCO DE ASIS.-

          La arrogancia y altivez imperan el mundo exterior, incluso en los recintos clericales, donde males jamás deberían haberse instalados. Hoy con esta “Torre de Babel” en plena ebullición, vociferando hasta en los satélites de comunicaciones y la humildad postergada a las chabolas, vamos a recordar un poco a Francisco de Asís, “Trovador de Dios”, como ejemplo para los días actuales.

          Primavera del año 1.206.

          Francisco de Asís es un joven que busca su vocación. Al regresar de un viaje a Roma su drama interno se agravaría debido a la relaciones cada vez más tensas con su progenitor. El padre, hasta entonces, no le había regateado el dinero solicitado para las locuras que permitían al hijo tomar aires de hombre mundano con sus amigos de la nobleza local; pero no podía resignarse ver al muchacho desperdiciarlo a manos llenas entre los mendigos que pedían por los caminos. Además, Francisco, perdido en sus divagaciones y en retiros solitarios, pasando los días paseando por los campos, no le ofrecía ayuda alguna en los negocios. La distancia entre los dos hombres era cada vez mayor, sin que la señora Pica, dulce y modesta madre del joven, pudiese hacer gran cosa para evitar el inminente rompimiento. En cuanto a Francisco, este no tenía otro deseo sino el de huir de su casa, donde en vez de amor sólo encontraba acusaciones y tormentosas discusiones.

          En el afectuoso corazón del joven, la soledad era un peso muy hondo. Con la marcha de su confidente de las primeras luchas íntimas, la soledad fue completa. Hizo todo lo posible por desprenderse de ella, pero nadie lo comprendía. Las ideas que, tímidamente comenzaba a expresar, sólo le traían desmoralizaciones; era una forma de demencia. Fue entonces a “abrirse” con el obispo de Asís; pero éste no comprendió los proyectos del muchacho, repletos de ideas irrealizables y, tal vez, subversivas. Francisco fue así llevado a no esperar nada de los hombres, sino a elevar por la oración, la intuición de la voluntad divina.

          Una rústica ermita situada a unos minutos de la ciudad, la capilla San Damián, era uno de sus lugares preferidos para su recogimiento. Allí tuvo la famosa visión que iría a determinar el rumbo decisivo de su vida. Durante una de sus largas oraciones, vio de repente la imagen del Cristo meciéndose ante él y, en el silencio circundante, escuchó la voz del Crucificado que decía aceptar su ofrenda, que Jesús quería que le fuese consagrada la vida entera a su servicio. En aquél momento, Francisco pasó de la creencia a la fe; la fe apasionada que, de ahí en adelante, dirigió todos sus actos.

          Su primer pensamiento fue restaurar la capilla donde tuviera la maravillosa revelación, pues el local se caía a pedazos. Con tal finalidad, vendió todo lo que le pertenecía y comenzó su obra. Pero el padre, furioso por el dinero empleado, así como por la prolongada ausencia de su hijo, tomó a Francisco y lo encerró en un cuarto oscuro de la casa, después de aplicarle una buena paliza. Lo amarró y lo dejó preso. Con todo, durante una rápida ausencia de un padre tan poco comprensivo, la madre del muchacho lo liberó. Él entonces aprovechó su liberación para volver a San Damián. Más furioso que nunca, su padre Pedro Bernardone, se dirigió a los magistrados de la ciudad, para obtener el destierro perpetuo del hijo y la pérdida de todos sus derechos de sucesión. Pero, durante la intimidación judicial, Francisco simplemente declaró que, como servidor de la Iglesia, no estaba subordinado a ninguna jurisdicción civil. Entonces fue conducido al Tribunal Eclesiástico, esto es, al obispo de Asís.

          Entonces se dio la célebre escena, reproducida diversas veces por algunos de los grandes maestros de la pintura italiana y, especialmente, por Giotto. Llamado al mismo tiempo que su padre a comparecer ante el Tribunal Episcopal, Francisco encontró una multitud numerosa alrededor del obispo. Éste expuso la cuestión y luego aconsejó al joven a la renuncia de sus bienes. Pero, para sorpresa de la multitud, el muchacho se retiró al interior del palacio episcopal, de donde salió completamente desnudo. Traía en las manos sus ropas que depositó ante el obispo, junto con el poco dinero que le restaba; seguidamente, se dirigió a sus vecinos y les dijo:

          “Escuchen todos, y grábenlo bien. Hasta hoy he llamado a Pedro Bernardone mi padre; pero ahora, le devuelvo todo lo que poseía de él, pues desde este momento y para siempre voy a servir únicamente a Dios. Por tanto, no diré más: Pedro Bernardone, mi padre, sino solamente Nuestro Padre que está en los Cielos.”

          Intensamente conmovido, el obispo cubrió a Francisco con su manto y lo apretó con sus brazos contra su pecho. Este episodio fue una especie de consagración para el joven. Vestido con las ropas viejas de un criado, porque no quería vestir otras, con el corazón inundado de alegría, salió de la ciudad por la puerta más próxima y se internó en los bosques, entonando a pleno pulmón canciones al Señor. Desde ese momento, habiendo celebrado sus bodas espirituales con Doña Pobreza, Francisco Bernardone dejó de existir; comenzaba la vida de San Francisco. Una vida ruda y llena de dificultades, de la cual voy a describir los incidentes más notables.

          Francisco quiso hacer inmediatamente la restauración de la capilla de San Damián. Para ello, tuvo que mendigar cada piedra. Cada porción del material necesario. Esta obra de construcción de iglesias, que constituyó la primera época de su vida religiosa, es algo extraordinario, si pensamos que fue enteramente realizada por un muchacho débil, solo, mal vestido, mal alimentado, sin apoyos, sin instrumentos ni experiencia; sobre todo sin medios. A despecho de todo, Francisco reconstruyó el solo los tres santuarios en peor estado de los alrededores de Asís: San Damián, San Pedro y Santa María de Porciúncula, también llamada Nuestra Señora de los Ángeles. Esta última capilla iba a ser la cuna del movimiento franciscano. Fue allí, uno de los raros lugares del mundo en que se apoyó la escalera mística que une el cielo con la tierra; fue allí donde se procesaron algunos de los más bellos sueños que calmaron los dolores de la humanidad.

          Un día de Febrero de 1.209, en cuanto la misa era celebrada en la Porciúncula y el oficiante, en el momento de leer el Evangelio, se giraba para Francisco, éste se sintió profundamente perturbado. No veía al sacerdote sino a Jesús, el Crucificado de San Damián, el cuál, una vez más, le hablaba de la misma manera con que, una vez había hablado a sus Apóstoles. “Id y pregonad por todas partes donde os encontréis . . . curad a los enfermos . . . expulsad a los demonios . . . sin recibir oro o dinero, porque los trabajadores merecen su alimentación . . . “

          Desde ese momento, Francisco comprendió claramente a qué era llamado. Al día siguiente marchó para Asís y comenzó a predicar. Las prédicas que brotaban de su alma simple y amorosa, iban derechas a los corazones; la realidad  y profundidad de su conversión brillaban a los ojos de todos; en muchos de aquellos que ahora lo escuchaban y en los primeros días se burlaban, nacía poco a poco un sentimiento cercano a la admiración. Finalmente, comenzaron las primeras conversiones y Francisco se vio rodeado por un pequeño número de discípulos, que estaban decididos después de haber repartido su dinero entre los pobres, a unirse al nuevo maestro para vivir con él según el Evangelio.

          La vida de ellos se asemejaba a los pobres, con los cuales se mezclaban por voluntad propia. La Porciúncula era el lugar de reuniones, donde se encontraban después de largas caminatas; entretanto, no había ningún carácter de tipo conventual. Seguían por separado por los campos predicando la palabra la palabra de Dios, auxiliando a los campesinos en los trabajos rurales, durmiendo en las granjas, en asilos de leprosos, bajo el pórtico de las iglesias.

          La acogida de los campesinos era generalmente buena. En las ciudades fue diferente; no faltaron dificultades y hasta persecuciones.

          Este rápido crecimiento de la fraternidad que Francisco no había considerado ni previsto, se transformó para él en el transcurso del tiempo, en fuente de tristezas, pues contenía los gérmenes de un conflicto tal vez fatal entre la fraternidad y la autoridad eclesiástica. Si algunos iluminados solitarios no hacían sombra, ahora, de repente, surgía un ejército de convertidos legos, sin títulos, sin diplomas, sin consagración eclesiástica, que desempeñaban brillantemente la misión hasta entonces reservada a miembros de la Iglesia. Se comprende la desconfianza y hostilidad creciente de estos, con relación a los nuevos y peligrosos elementos que llegaban con Francisco. Tanto más que muchos sacerdotes descontentos, así como numerosas familias, contribuían a agravar esa desconfianza y hostilidad.

          Los descontentos no tenían más que elogios para los compañeros de Francisco oponiendo la pobreza de estros a la avaricia y riquezas del clero. Además, las propias familias de esos penitentes no podían perdonar la donación de todos sus bienes a los pobres y los ataques tenían la aspereza característica de los herederos decepcionados. En cuanto a eso, para muchas otras familias, los Franciscanos aparecían como un peligro no despreciable y muchos padres temían pensar que sus hijos pudiesen adherirse al grupo.

          En todo eso, el obstáculo estaba en la pobreza franciscana, que representaba al mismo tiempo una fuerza y una flaqueza. Fuerza debido a la supremacía de los predicadores legos, que eran tan evidentemente sinceros y desinteresados, para aquellos que lo escuchaban; flaqueza, al contrario, para los miembros de la Iglesia y sus familias, los cuales por diferentes motivos, se unían por instinto contra el movimiento. Ahí estaba el inicio de una lucha prolongada, que duró siglos, entre el puro espíritu franciscano, personificado en San Francisco, y el espíritu eclesiástico, tal como debería estar presente en los representantes autorizados de la Iglesia Católica. Y la llave de la discordia era siempre Doña Pobreza. Por extraño que pueda parecer, la lucha mayor de San Francisco y después de él sus herederos, para salvaguardar la pobreza franciscana, fue contra las autoridades de la Iglesia. Lo que, además, es lógico, si reflexionamos al respecto. Porque un puñado de congregados puede vivir en la indigencia, encontrar trabajo suficiente para su alimentación y recurrir a las limosnas si la posibilidad de trabajo no aparece. Pero ¿cómo concebir vida de ese género en el caso de decenas de millares de personas necesariamente agrupadas en comunidades, cuyos medios de existencia, en interés mismo de su misión espiritual, necesitan una seguridad económica?

          Por tanto, una regularización eclesiástica se imponía para Francisco y su creciente fraternidad; de lo contrario, había un gran peligro que les podía atraer la excomunión, que hubiera puesto fin al movimiento. No olvidemos, que Francisco respetaba profundamente a la Iglesia y sus representantes autorizados. Para él no había otra salida que un compromiso formal con la Santa Sede. ¡Qué dificultad terrible debía significar ese acuerdo para el alma cándida del trovador de Dios! Necesitaba unas reglas que el Papa aprobase y la Curia romana homologase. ¿Cómo hacer eso sin ninguna experiencia, sin orientación amiga de aquellos que podían darla, sino que tenían todo el interés en verlos fracasar?

Concluye en la Circular de Marzo

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

          De acuerdo con el espiritualismo, la materia de los siete planos está formada de la realidad fundamental del Uno. Podemos pensar sobre los niveles que nacen de lo inmanifestado, cada cual a su vez dando origen al nivel subsecuente de densidad, de la misma manera que el vapor de agua invisible, puede transformarse en nubes, después en agua y, finalmente, en hielo. A través de estadios, el Uno incipiente y luminoso expande su potencialidad con creciente densidad y prontitud. La luz radiante, no fraccionada, se condensa y cristaliza progresivamente en miles de formas distintas.

          En cierto sentido, los campos o planos más sutiles y diáfanos están más próximos la Uno, más “espirituales.” Pero, al mismo tiempo, el Atma o el Uno en el nivel más alto de manifestación, está forzosamente presente en todos los niveles. Constituye tanto el grado más alto de la escala, como la misma escala. Como la electricidad, el Atma está en todas partes, aunque generalmente es imperceptible. No podemos ver la electricidad en los electrones, en las ondas cerebrales o descargas eléctricas de los seres vivos. El Atma está también en todos los átomos del universo e inmerso en toda la Naturaleza en todos los niveles. Constituye el poder que anima todo lo que existe, la realidad fundamental subyacente en todas las formas, la vida interna de toda manifestación. Todos los planos son solamente diferencias de la Realidad única, en la cual reposan.

          El Atma está en todos los átomos del universo, los seis principios de la Naturaleza son todos el resultado – los aspectos variados y diferenciados – del Séptimo y Uno, la Realidad única en el Universo.

          Pero, hasta el séptimo principio, del cual emergen los demás “no es sino el rayo intemporal y periódico de la Llama Una del Fuego, eterna e infinita.” El mundo de la manifestación como una película con propósitos creativos y formadores que se manifiesta en siete estados. La materia en todos sus estados es el vehículo que responde a los impulsos creadores de la Mente Divina. El universo es la manifestación exterior de una gran consciencia espiritual que tiene el poder innato de diversificar su energía pura y homogénea en muchos niveles de sutileza y proyectar, finalmente, la forma material.

          El arco iris simboliza los planos de la Naturaleza por una razón u otra que tiene que ver con sus fajas de colores ordenados; su evanescencia y cualidad ilusoria son como el mundo manifestado en relación al eterno Uno. El arco iris constituye el efecto fugaz de la luz blanca que se refracta a través de las pequeñas gotas de agua. En una escala mucho mayor, todo lo que existe a través del cosmos no es nada más que efectos temporales, efímeros, de las vida Una que se refracta a través de la ilusión de la objetividad.

          El universo con todo lo que contiene, es llamado Maya (ilusión), porque todo en él es temporal, desde la efímera vida de un insecto a la del Sol. Comparado con la inmutabilidad eterna del Uno y la permanencia de aquél Principio, el Universo con sus efímeras formas siempre cambiantes, no será mucho mejor que un fuego fatuo.

          La Realidad Absoluta está oscurecida por el nacimiento del mundo manifestado. Lo de Arriba o los Principios no manifestados son excluídos, mientras el Abajo, o principios manifestados, son expresados como la Gran Ilusión, el juego mágico o Maya.

          Sabemos que el mundo visible está constituido de moléculas que consisten de núcleos de átomos, y que los átomos son el resultado de ondas proyectadas en campos de fuerza no materiales. No podemos sentir directamente estos campos subyacente a todos los objetos físicos. Nuestra percepción está limitada a un aspecto, a una revelación parcial de la realidad subyacente. El mundo de los sentidos está incompleto, ilusorio, porque se basa en aquello que está fuera del alcance de nuestros sentidos. El espiritualismo enseña que, de modo similar, vemos sólo aspectos parciales en el mundo manifestado, no la totalidad. No podemos captar la realidad de las cosas en el momento, cuando “pasan como un relámpago a través del mundo material”, donde nuestros sentidos registran solamente determinados aspectos de la existencia material. Las vemos separadas de sus conexiones orgánicas, supersensibles y desprovistas de sus relacionamientos universales. Podemos comprender apenas un grado de la realidad, aquello que es ilusorio y no permanente.

          Los fenómenos de la vida pueden ser comparados a un sueño, a una burbuja, a una sombra, al rocío brillante, a la claridad de un relámpago; y así deberían ser contemplados.

          No obstante, el mundo que vemos apenas parcialmente es suficientemente real para nosotros mientras nos encontramos en él. Nos tenemos que conformar con su realidad parcial en nuestra vida diaria, en nuestra situación física. Por ejemplo, no podemos transitar por una calle sin una percepción aguda de la realidad física. Pero quedamos tan inmersos en la ilusión que perdemos la visión de una realidad interior más amplia, como si fuera un sueño en el que no comprendemos que estamos soñando. A veces, nos damos cuenta de un vislumbre de luz que viene del Más Allá; una chispa intuitiva nos da indicación de algo que trasciende los “perecibles particulares”. Podemos adivinar la falta de sustancia de nuestras vidas, como el poeta norteamericano Walt Whitman dice en su poema “Apariencias”:

          “A veces, cuán extraño y límpido para el alma es que esos objetos  sólidos son realmente nada más que apariciones, conceptos, faltos de realidades.”

          Un aspecto importante del crecimiento espiritual reside en el cultivo de una visión mayor, más completa, de desarrollar una actitud interior que va más allá de las apariencias superficiales. En la trayectoria de la consecución de este objetivo, podemos llegar a comprender por nosotros mismos que cada uno de nosotros está constituido de siete principios inherentes a los siete principios cósmicos, de la misma manera que nuestros cuerpos están constituidos de la misma materia que comprende todo el cosmos físico- Estamos conectados con el universo en todos los niveles y, por tanto, tenemos un potencial mucho más rico de lo que se puede expresar. Cada uno de los siete principios del hombre es pleno heredero y copartícipe de los siete principios de la “Gran Madre” (la vida universal de todo).

          La meditación y las prácticas espirituales muestran cómo comenzar a activar capas durmientes de nuestra consciencia, como despertar para una dimensión más amplia de existencia, una visión más amplia y comprensiva. El espiritualismo es la enseñanza por la cual lo inaudible pasa a ser escuchado y lo invisible nace como visible. Nos hacemos receptivos a uno orden de realidad completamente diferente, más sutil y que abarca más dimensiones. En la medida que comenzamos a realizar los siete principios en nuestro interior, de forma paulatinamente más intensa y comprendemos su relación con el Uno, descubriremos los siete colores del arco iris dentro y alrededor de nosotros, así como también la luz blanca de la cual se originan.

Continúa en la Circular de Marzo.

 

 

 

 

 

 

 

AFORISMOS.-

          Haz tu corazón moldeable como la cera para que pueda simpatizar con otro. Pero duro como el acero para registrar los golpes.

          Del amor material viene la reciprocidad.

          Del amor espiritual, la benevolencia.

          Pero de la esencia del amor nace la renuncia.

 

 

 

 

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