ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                              

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 1, año X

                                                                                  Bunyola, 1º de Enero de 2.004.

         VIDA DE SAN PABLO.-

         El autor de los “Hechos de los Apóstoles, pasa en silencio una serie de acontecimientos de este período que Pablo recuerda en la Epístola que, desde Éfeso, dirigió a los gálatas.

         “Bien sabes - dice él  -  como la primera vez que os prediqué el Evangelio estando enfermo, fue una gran prueba para vosotros ver mi estado físico. Pero por eso no me despreciasteis, ni repudiasteis; antes fui acogido como mensajero de Dios. Sí, como al propio Cristo. Os aseguro que, posiblemente, os hubierais arrancado los ojos para dármelos.” (Gálatas 4:13).

         Es posible que, en la travesía bajando de la Panfilia, hubiese Pablo enfermado de paludismo, muy común esa dicha zona y que, en Antioquía, continuase sufriendo de fiebres intermitentes. Estas debilitan el organismo, reduciéndolo a un estado de extrema debilidad y postración. Extendido en la embarcación de un obrero o en la tienda de un tejedor, a veces tiritando de frío y otras ardiendo en fuego, los ojos con un brillo intenso, se agitaba el joven misionero día y noche, sobre su estera, conformado con la voluntad de Dios y, al mismo tiempo, impaciente por continuar su apostolado. Cada día aparecía un nuevo médico, un curandero, con hierbas, bebedizos, bendiciones, recetas y consejos de todo género.

         Hay quien piense que la repentina ceguera causada por la luz celestial en las puertas de Damasco haya afectado con permanente debilidad la facultad visual de Pablo. Creo que la frase “hubierais arrancando los ojos para dármelos”, no pasa de una cariñosa hipérbole.

         Los gálatas, como hemos visto, eran hombres buenos, caritativos y sentimentales; pero, como se adivina por la epístola, de carácter voluble, inconstantes e impresionables.

         La estadía de Pablo y Bernabé en Antioquía se prolongó cerca de un año, iniciándose la partida en otoño del 46.

         Después de una penosa marcha de 120 kilómetros, los exhaustos viajeros avistaron en la línea del horizonte un espléndido oasis de abundante vegetación en pleno océano de arena: Iconio (hoy Coniah).

         Ciudad antiquísima, situada en medio de una vasta estepa, que en tiempo de sequía se convertía en un verdadero desierto.

         Llenos de ingenuo afán, cuentan los habitantes de Iconio  que el origen de la ciudad se remonta a épocas anteriores al Diluvio; que, después de ese cataclismo, fue repoblada por hombres que el dios Prometeo formó de arcilla, insuflándoles su espíritu-

         En la época de las Cruzadas Iconio fue célebre: conquistada a los árabes por Barbarroja, fue transformada en escenario de una gran manifestación religiosa.

         A la vista de Iconio, volaron los pensamientos de Pablo hacia Damasco, pues es notable la semejanza entre las dos ciudades: ambas situadas en plena estepa e irrigada por una red de canales, abundando numerosos cultivos de manzanas.

         Romanos, griegos, judíos y gálatas componían la población.

         Se hospedaron en la casa de un tal Onesíforo.

         Sobre las actividades apostólicas de Pablo y Bernabé, dice Lucas:

         “Entraron en la sinagoga y de tal modo predicaron que gran número de judíos abrazaron la fe; pero los judíos que permanecieron incrédulos, excitaron e irritaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos.

         Ellos todavía se demoraron un largo tiempo, trabajando y confiando en el Señor que confirmaba la palabra de su gracia con señales y prodigios operados por sus manos.”

         Sólo así, mediante la llamada, la virtud sobrehumana,  podían los apóstoles impresionar a ese pueblo tan viciado por la magia y el ocultismo de los “iniciados”.

         “Se dividió la ciudad en dos partidos: unos a favor de los judíos y el otro de los apóstoles.”

         “Pensaron entonces los judíos y sus jefes maltratar y apedrear los apóstoles que, al saber la noticia, huyeron hacia Listra y Derbes, donde comenzaron a pregonar el evangelio”.

         “Si os persiguieren en una ciudad, huíd a otra”, había dicho el Maestro.

         Y así hicieron los dos mensajeros del Evangelio. Abandonando Iconio tomaron rumbo hacia las inhóspitas regiones de Licaonia, hasta una pequeña ciudad Listra.

         Atravesaron a pie la monótona estepa animada de cuando en cuando por algún rebaño de carneros y cabras o el perfil de un jumento silvestre.

         Las siniestras quebradas del Monte Negro, que margina el inmenso descampado, era el lugar preferido de bandas de salteadores que infestaban los alrededores y saqueaban los viajeros. El famoso orador y filósofo Cícero que, medio siglo antes del nacimiento de Jesús fuera pro-cónsul de Cilicia, escribe en una carta a su amigo Ático, diciendo que está en vísperas de una expedición militar contra un tal Moerangenes, famoso caudillo de los temerarios bandidos.

         Paulo y Bernabé confiaban en la Divina Providencia y no en armas humanas.

         Eran los licaonios un pueblo pacífico, de buenas maneras e menguada cultura, propensos a fábulas y mitología. Hablaban entre sí un extraño dialecto, parecido al idioma sirio y capadocio. En las relaciones oficiales se servían de la lengua griega. Aristóteles y Cícero se refieren a ellos con manifiesto desdén como “los bárbaros” de Licaonia.

         Listra poseía un templo dedicado a Júpiter (Zeus en griego), padre de los dioses. A la entrada de la ciudad vieron los apóstoles dos tilos con los troncos y ramas entrelazadas, semejando un solo árbol. Eran árboles sagrados, decía el pueblo, y venían aureolados de un nimbo de mitos fantásticos.

         Contaban los “iniciados” que cierto día, en los arcanos de la divinidad, decidió Júpiter baja a la Tierra e inspeccionar las obras de los mortales. Invitó a su compañero Mercurio (Hermes en griego) patrón de los comerciantes, ladrones y oradores y, además, protector de la salud pública. Disfrazado de hombre, llegaron los dos dioses a la tienda de un matrimonio de pastores pobres y honrados: Filemon y Baucis. Allí encontraron hospitalidad. A la mañana siguiente Júpiter decidió dar a la pareja la realización de una petición que quisieran hacerle. Ellos, en su simplicidad, no pedían nada que no fuera una larga vida, tranquila, pero que terminase el mismo día para los dos. El padre de los dioses concedió la petición, con la añadidura de que, después de la muerte, reaparecerían ambos en forma de dos árboles estrechamente entrelazados.

         Esos árboles, decían los ingenuos licaonios, eran el par de tilos plantados en la entrada de Listra.

         Pablo y Bernabé escucharon esa fábula y decidieron hablarles en la primera oportunidad del Dios verdadero que había descendido de los cielos para traer a los hombres en mensaje del amor y fraternidad universal; no los transformaría en árboles unidos en inconsciente abrazo, pero sí los resucitaría para una vida gloriosa de eterna y perfecta armonía.

         Entraron en la ciudad y se hospedaron en casa de una señora de nombre Loide, a la cual habrían sido recomendado por los hermanos de Iconio. Era de origen israelita y madre de una hija casada de nombre Eunice. Ésta era viuda y tenía un hijo de 15 años, llamado Timoteo. Contaron las mujeres que Timoteo no había sido circuncidado, conforme prescribe la ley de Moisés y Pablo lo declaró dispensado de esa ceremonia; bastaba la fe en el Cristo.

         Pablo, gracias a su intuición, se dio cuenta que aquel muchacho sería un buen elemento para el apostolado. Timoteo tenía una precaria salud y era de una delicadeza femenina, como suele suceder a los niños criados en ambientes exclusivamente de mujeres. Más tarde, compañero fiel de Pablo, es pastor de almas, pero nunca consiguió liberarse de su timidez. La educación que había recibido de su madre y abuela era sólida y profundamente espiritual, según los dictados de la ley mosaica, pero sin el estrecho fanatismo de los fariseos ni el racionalismo de los saduceos. En el hogar de Eunice se leía y comentaba todos los días las Sagradas Escrituras y se respiraba una atmósfera impregnada de sensata espiritualidad, sin conocerse la intolerancia del judaísmo degenerado.

         Pablo y Bernabé a veces hablaban en la ciudad y otras en el campo, donde reunían en torno a sí pastores y campesinos, guiados sin duda por el inteligente cicerone Timoteo. En esas excursiones misioneras comenzó el hijo de Eunice a llenar su alma de aquél gran idealismo apostólico que, más tarde, lo prendió a su maestro Pablo, cuyas virtudes admirara en Listra.

         Cierto día, regresaban los evangelizadores a la ciudad. Era día de feria grande. Resolvió Pablo aprovechar el concurso del pueblo para hablar de Jesús y su reino. Mientras hablaba en la plaza pública, vio ante sí un hombre paralítico de nacimiento. Manos caritativas lo habían cargado hasta la puerta de la ciudad para que pidiera limosnas a los transeúntes. Extendido en el suelo, a los pies de Pablo, escuchaba atentamente las palabras del orador. Es posible que el apóstol mencionase alguna de las curas milagrosas de Jesús, o la profecía mesiánica de Isaías 35:5 “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos”.  Súbitamente, el orador abrió una pausa, concentró su espíritu, clavó su mirada penetrante en el paralítico y exclamó: “Levántate y ponte en pie.”

         El lisiado se levantó de un salto. Corrió y caminó, fuera de sí de contento.

         Hubo un momento de estupefacción general. Después, una tempestad de aplausos y ovaciones llenó los aires. En el auge de su emoción, olvidaron el griego y, como refiere Lucas, gritaron en su dialecto materno: “Son dioses que han descendido hasta nosotros en forma humana.”

         Fue indescriptible la sugestión de la masa. En poco tiempo se sabía en todos los rincones de la ciudad y hasta en las afueras, que dos dioses habían bajado del Olimpo a visitar Listra. Además, se sabía que estos dioses eran Júpiter y Mercurio. Bernabé, con su porte majestuoso y viril, parecía la imagen viviente del padre supremo de las divinidades olímpicas y Pablo, de mediana estatura, orador vibrante, no había dudas debía ser Mercurio. ¡Tan deprisa consiguió la credulidad del pueblo identificar a las dos deidades!  Más de uno envidió la suerte de Filemón y Baucis, hospederos de esos dioses.

         Parece que Timoteo se hallaba ausente en esa ocasión. Pablo y Bernabé no entendían bien el extraño idioma de los nativos y así no supieron las intenciones del pueblo.

         De improviso, aparece ante ellos el sacerdote de Júpiter, llevando un par de toros, con guirnaldas, para ofrecerles en sacrificio como dioses. Posiblemente, el sacerdote ya traía pensada la petición a formular al padre de los dioses.

         Por casualidad, percibió Pablo la intención de los idólatras. Lleno de dolor e indignación rasgó las vestiduras, de acuerdo con la praxis judía y exclamó: “¿Qué vais a hacer, ¡oh! hombres? Somos simples mortales como vosotros. Venimos para anunciar la buena nueva de la redención, para que de estos vanos ídolos os convirtáis al Dios vivo, que hizo los cielos, la tierra y el mar y todo lo que en él existe.”

         Con dificultad consiguió disuadir al sacerdote y al pueblo para que dejasen de ofrecerle holocausto.

         Prevaleció la teología de Pablo sobre su psicología. Genuino israelita, riguroso monoteísta, le era insoportable el simple pensamiento de una colección de dioses y la idea de un sacrificio en homenaje a una criatura se le figuraba un sacrilegio y alta traición a su divino Rey y Soberano. Es por eso la vehemencia de sus palabras que, ciertamente, hirieron el orgullo y los sentimientos religiosos de los devotos politeístas de Licaonia.

         Todo hombre es religioso por naturaleza y, cuanto más ignorante, tanto más se aferra a sus ideas, por absurdas que ellas sean. Ofender a sus queridos ídolos. Arrebatarles sus fetiches, era lo mismo que arrancar de las manos de un niño su único juguete; entre gritos y protestas protege el pequeño con los dedos crispados el pedazo de madera o piedra que eligió como ideal y suprema razón de su vida. En materia de religión todo hombre profano es como un niño. ¡Ay! De quien se atreva a burlarse de sus sentimientos religiosos. ¡Ay! De quien afirma que su toro de madera tallado no es Dios. Que aquella roca de granito no es un santo. Que el amuleto que tiene en su pecho no contiene ninguna virtud sobrenatural. Que determina fórmula cabalística no produce ningún efecto milagroso . . .

         En medio de la perplejidad de unos y la indignación de otros, el sacerdote de Júpiter se batió en retirada con sus toros adornados de guirnaldas, rumiando planes de venganza.

         Pasados unos días, vinieron de Iconio y Antioquía unos judíos perversos, y aprovechando con astucia la atmósfera cargada lanzaron la centella de una violenta explosión.

         Bernabé estaba ausente de Listra, recorriendo en compañía de Timoteo las aldeas vecinas. Pablo volvió a hablar en la plaza pública y después de comenzar notó la hostilidad del auditorio. Los judíos habían sembrado la cizaña de sus intrigas, acusando a Pablo de embustero, expulsado de Antioquía e Iconio por las autoridades y el pueblo.

         Antes que pudiese tomar precauciones, escuchó el orador en torno a sí el silbido de las piedras y, de repente, cayó al suelo sin sentido. Uno de los proyectiles le había alcanzado en plena frente. Corría un hilo de sangre por la herida manchando los peldaños del portal de la ciudad, que servía de tribuna al apóstol. Entre gritos de cólera, se arrojaron decenas de fieras humanas sobre el cuerpo inerte de la víctima, cubriéndolo de piedras.

         Después, convencidos de su muerte, llamaron a unos hombres y mandaron arrastrar el cuerpo fuera de la ciudad.  Y lo arrojaron en medio de basuras y cuerpos de animales muertos.

         Así terminó ese día fatídico en Listra de Licaonia.

         Continúa en la Circular de Febrero de 2.004.

         HISTORIA DE LA FILOSOFÍA.-

        Schopenhauer, descubrió que lo principal y característico en el hombre es la voluntad, el “querer” y no el “pensar”. El pensar es inter-ligar, es un fenómeno derivado y simultáneo del querer. Querer es la sustancia, pensar el accidente. No es nuestro pensar el que determina nuestro querer; si no que es éste quien determina aquél. Si, antes de pensar conscientemente, yo no quisiera inconscientemente ese objeto, no lo pensaría, porque no tendría interés alguno en pensarlo. Nuestro pensamiento reviste inevitablemente el color de nuestros deseos; y Schopenhauer toma la palabra “voluntad” en el sentido más amplio del instinto, deseo, por más inconsciente que sea.

        Ahora, como el querer es la esencia del sujeto, también lo es la íntima naturaleza del objeto. El hombre es una faja de voluntad; es el mundo en una inmensa síntesis del querer. El mundo es un ininterrumpido querer objetivado.

        Ante todo, dice el filósofo, mi cuerpo es el producto de un querer o mejor, de dos voluntades o deseos; es una individualización y concretización de dos voluntades externas (padres) y de una voluntad interna (mi Yo pre-individual).

        La voluntad no manifestada en el intelecto es inconsciente. El intelecto es el principio del egoísmo individual.

        En los reinos de la naturaleza infra-humana, el intelecto está poco evolucionado; predomina la voluntad inconsciente.

        En el Universo, la voluntad es el Uno, el Todo, el Absoluto, la Forma pura. Esa voluntad es esencialmente impersonal. Si no lo fuese, sería intelecto. Es, de alguna manera, fuerza sin luz. La voluntad es poderosa pero ciega; el intelecto es luminoso pero débil. La voluntad es universal, el intelecto es el principio de la individualización. La primera es comparable al océano; esta es semejante a una onda en la superficie.

        La voluntad es permanente creadora del universo; mientras haya voluntad habrá mundo. Todo nace de la fuerza ciega e impulsiva de la voluntad universal.

        No hay nacimiento ni muerte en los dominios de la voluntad. Universal en sí misma, ella es interminable fuente de vidas individuales, porque vida es individualización.

        Pero, toda vida individual es esencialmente sufrimiento, porque es egoísmo, tendencia egocéntrica. Sólo cuando la vida individual, cuando esas pequeñas ondas vitales caen en el seno del gran mar cósmico, es cuando termina el sufrimiento y comienza la felicidad.

        El Nirvana, diría Buda, es la extinción del ego individual.

        Este mundo, por tanto, está formado de vidas individuales, el peor de los mundos que pueda concebirse; es el mundo de Lucifer, Satanás. Si este mundo fue creado – dice Schopenhauer – su creador no fue ningún Dios, sino el Diablo.

        La doctrina ética de Jesús y de Buda, afirma el filósofo, son visceralmente negativas; extinguir cuanto sea posible la vida terrestre y rechazar todos sus atractivos, ¿qué es esto sino el Cristianismo? Los ascetas y penitentes son los únicos cristianos integrales; la lógica absoluta sería el suicidio en masa. ¿Por qué era Jesús tan amigo de los pobres, de los desheredados y despreciados sociales? ¿Por qué lanzó anatemas contra los ricos y los que disfrutaban de la vida? Porque aquellos eran la negación y estos la afirmación de la vida.

        El Evangelio de Jesús y la filosofía de Buda son esencialmente negativos y nirvánicos, afirma Schopenhauer.

        Nacer es pecado; no nacer es virtud.

        Por esto, los hombres espirituales son contrarios al matrimonio y relaciones sexuales, vehículo de ese pecado sin interrupción en la individualización humana. Por esta razón Jesús decía que “en la vid futura no se casa ni se da en casamiento, porque los hombres serán como ángeles de Dios”; por eso cantó alabanzas de aquellos que “se hacen eunucos por amor al reino de Dios”.

        Con elocuencia canta la grandeza del nihilismo absoluto y del Nirvana radical de la vida humana; aunque él, en su vida práctica nunca diese señal de ningún ascetismo. Se ha dicho que la filosofía de este hombre es una especulación escrita: enaltece, con vehemencia, un ideal que ve muy lejano, pero que era el reverso de su realidad cotidiana.

        Si hubiese vivido en los tiempos de Gandhi, o se hubiera enterado de que ese líder religioso y político de millones de hombres, a los 37 años hizo una completa abstinencia sexual, lo habría invocado como su principal patrono en los tiempos modernos, por lo menos en el campo de las teorías abstractas.

        Nuestro filósofo, aunque hijo de familia protestante, tiene duras palabras contra el protestantismo como sistema teológico, porque no comprendió la esencia del cristianismo que, según este pesimista, es visceralmente negativa.

        Invectivas más duras lanza contra el sexo femenino. La mujer, dice él, es la principal responsable de las miserias humanas, por ser la más culpable de esa ininterrumpida cadena de nuevos hombres. El hombre, por sí mismo, no está interesado en la perpetuación de la especie; él es simplemente macho, pero no padre, mientras que la mujer tiene mayor necesidad de ser madre que cualquier hembra animal, como indica su anatomía y psicología. Ella engaña al hombre con su fascinación y, cuando éste se da cuenta de su locura, es tarde; pero la mujer ha conseguido lo que quería, porque la diplomacia pasiva del llamado “sexo débil” es mucho más poderosa que toda la política activa del sexo fuerte.

        El hombre, embriagado por la efímera gracia femenina, inventó esa ridícula mentira de señalar a la mujer como el “bello sexo”, cuando en realidad, toda la belleza está en el hombre, como bien sabían los escritores y escultores griegos, que siempre consideraron el cuerpo masculino, con sus líneas rectas, el tipo clásico de hermosura y no las líneas curvas de la mujer.

        Todo el cuerpo y esqueleto de la mujer indica que ella es, ante todo, un destino de ser madre, sexo pero nunca personalidad, mientras que el esqueleto del hombre revela su personalidad humana y no sus funciones sexuales.

        Como en el cuerpo, también el carácter de la mujer es curvilíneo; procura conseguir sus fines por vías indirectas, disfrazadas, diplomáticas; mientras que el hombre auténtico es esencialmente rectilíneo, sincero, franco, a veces brutal, pero siempre lucha erguido, agrede de frente y no por la espalda, etc.

        Más de una vez se confirma el dicho de Fichte, de que el sistema de nuestra filosofía no es sino la historia de nuestra propia vida. La infancia y juventud de Schopenhauer fueron profundamente desgraciadas y su infelicidad vino de manos de una mujer, su propia madre, Joana Schopenhauer, célebre escritora, cuya vida de esposa y madre no tenía nada de bello y atrayente, sino todo lo contrario para el joven Arthur. Del desprecio y odio a su madre pasó a la antipatía a su hermana y, finalmente, cubrió con sus críticas todos los seres femeninos. Y, como “el corazón tiene razones que la razón no comprende”, Schopenhauer, consciente o inconscientemente, procuró racionalizar las razones del corazón que la razón ignora.

        Dice Schopenhauer, que el hombre, hereda del padre lo universal, la voluntad y de la madre lo individual, el intelecto. La madre de nuestro filósofo era una mujer altamente intelectual; su padre era un hombre vulgar, prosaico y, no pudiendo acompañar a su pareja en sus vuelos literarios, cayó en el amor libre que, además, no era un terreno desconocido para Joana.

        Arturo quedó huérfano de padre durante su infancia. La madre, escuchando de Goethe que su hijo sería una celebridad, lo expulsó de casa, porque decía que no había lugar para dos genios bajo el mismo techo. Arturo profetizó que ella sería célebre, no en virtud de sus aventuras amorosas, sino a causa de tener un hijo filósofo.

        Raras veces ha habido hombre más egoísta y convencido que Schopenhauer. Se consideraba como único filósofo auténtico de Europa y del mundo.

        Su abuela materna murió loca. Él sufría de fobia persecutoria. Dormía con dos pistolas cargadas puestas en la cabecera de su cama. No tuvo nunca suficiente confianza en la navaja del barbero que arreglaba su barba. Hasta las llaves guardaba para ocultar las pipas donde fumaba. Le gustaba el silencio. Detestaba el ruido. Decía que el barullo y el genio eran incompatibles.

        Siempre estaba a la expectativa de ser famoso, pero le vino a final de su vida. La envidia por la fama ajena estuvo royendo el alma de ese introvertido.

        Sin padres, sin amigos, sin esposa, vivió una vida triste y solitaria. Su único amigo era un perro que lo acompañaba por todas partes y que el pueblo le puso el sobrenombre de “Schopenhauer el joven”.

        Comía en un restaurante frecuentado por ingleses. Antes de comenzar a comer colocaba junto al plato una moneda de oro; preguntado un día por el camarero que le servía por qué hacia eso, respondió que apostaba cada día consigo mismo y que prometía lanzar la moneda en la hucha de los pobres si perdía la apuesta; interrogado sobre el objeto de tal apuesta, explicó que apostaba a que los oficiales ingleses que comían a su alrededor nunca tendrían otro asunto de conversación que no fuesen mujeres, perros o caballos de raza; y que nunca perdió la apuesta y los pobres quedaban sin limosna.

        El manuscrito de uno de sus libros remitido a un editor, tuvo que esperar veinte años, pero finalmente salió a la luz y, al poco tiempo, proclamó la gloria filosófica de Arturo Schopenhauer, el más elocuente abogado del Nirvana de la vida humana.

Concluye en la próxima Circular de Febrero.

        

 

 

 

            LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

         No es solamente nuestra percepción del tiempo que lo varía: el propio tiempo es inconstante. La teoría de la Relatividad de Einstein demuestra que el tiempo no es absoluto: se hace más rápido o más lento. Se sabe que cuerpos sólidos se curvan en el espacio y flexionan la luz, como también hacen más lento el tiempo. La intensa atracción gravitacional, vinculada a los agujeros negros, hace que el tiempo se mueva progresivamente de forma más lenta, hasta que se detiene totalmente en la superficie del “agujero”.

         El efecto de la gravedad puede ser calculado en la Tierra por relojes atómicos, que miden con la precisión de un segundo en un millón de años. Se ha comprobado que esos relojes operan un poco más rápido cuando se instalan en lo alto de un edificio, en vez de colocados a nivel del mar, donde la atracción gravitacional es mucho mayor. El movimiento afecta también al tiempo: con altas velocidades, el tiempo pasa a ser más lento. Esto fue observado por Einstein en su famoso experimento del “pensamiento”, en el que un hermano, navegando alrededor del universo en una nave espacial, envejecía mucho menos que su otro hermano en casa, en la Tierra. Esto es debido al hecho de que las partículas sub-atómicas, moviéndose a velocidades cercanas a la de la luz, tienen una vida más larga que la de sus componentes correspondientes más lentos. Estos cambios en la medida del tiempo no son solamente psicológicos ni tampoco se procesa cualquier cambio en el mecanismo del reloj. Efectivamente el tiempo es relativo en el movimiento y curvatura del espacio.

         El tiempo también depende de la velocidad y posición del observador o cuerpo de referencia. La relatividad del tiempo está bien establecida en la física de altas energías. Cuando actúan entre sí las partículas que se mueven próximas a la velocidad de la luz, puede parecer que un fenómeno ocurre más pronto a partir de un punto de referencia próximo y más tarde en un punto de referencia distante. La secuencia de fenómenos variará de acuerdo con el tiempo necesario para que la luz del experimento alcance al observador o punto de referencia. El concepto de aceleración y disminución de la velocidad del tiempo es algo que estimula nuestro pensamiento. Confirma nuestra experiencia subjetiva, en el sentido de que el tiempo no fluye en una línea rígida y determinada, sino que es variable, dependiendo de las circunstancias.

         La teoría de la Relatividad nace después de la época de la exposición de los conceptos herméticos. Cuando se expone la filosofía esotérica, se consideró el tiempo multi-dimensional, con muchos aspectos que dependían de nuestro nivel de observación. Nuestras ideas sobre el tiempo, originadas de nuestras sensaciones, están irremediablemente vinculadas a la relatividad del conocimiento humano y esas ideas se desvanecen cuando evolucionamos hasta el punto de ver más allá de la existencia meramente fenoménica.

         La Duración ilimitada, o intemporalidad, más allá de la relatividad, es el “Tiempo incondicionalmente eterno y universal”, el número del tiempo, no condicionado por los fenómenos que nacen y desaparecen periódicamente. La duración es eterna y, por tanto, inamovible, sin comienzo ni final, más allá del Tiempo dividido y más allá del Espacio. Este fenómeno de la Realidad es el que produce el tiempo como “la imagen inamovible de la Eternidad”, en palabras de Platón. Los ciclos de manifestación ocurren dentro de esta Duración infinita a medida que la Intemporalidad da origen al Tiempo. Así como ocurre con el espacio y movimiento, nuestro mundo familiar del tiempo dividido, del tiempo en partes, es generado de este reino indivisible e informe.

         La Duración abarca todo simultáneamente, mientras que el tiempo que se experimenta necesita de manera arbitraria ajustarse a nuestra visión secuencial de una cosa cada vez. Es difícil imaginar la realidad como un todo presente a un tiempo en la Duración, porque nuestras mentes son parte del proceso del tiempo. Lo intemporal se nos escapa, aunque hay analogías para poder comprenderlo. Para explicar los aspectos externos del mundo decimos: La persona o cosa real no consiste sólo en aquello que vemos en cualquier momento específico, sino que está constituida por la suma de todas sus diferentes y cambiantes condiciones, desde su apariencia en forma material hasta su desaparición física”. También se puede comparar con el acto de arrojar una barra metálica al mar. El momento presente de una persona está representado por la figura de la barra, el lugar donde se encuentra, el mar y el aire. Nadie diría que la barra que la barra tuviera existencia desde el momento que hubiese aparecido en el aire o hubiese dejado de existir cuando entró en el agua. De tal manera, salimos del futuro para profundizar en el pasado, presentando momentáneamente una faceta nuestra en el presente.

         Los físicos modernos reconocen este principio, cuando representan las partículas por líneas, diagramas de movimiento a través del espacio – tiempo. Esas líneas señalan la dirección y velocidad de las partículas y dan una imagen más significativa de lo que sería con un punto, indicando un momento fugaz en el camino de la partícula.

         Partiendo hacia una visión más amplia del concepto, a fin de incluir el mundo, podemos decir que una sección del mundo surge a la vida como una imagen fugaz en el espacio que continuamente cambia en el tiempo. También se puede decir que todo lo que experimentamos secuencialmente existe al mismo tiempo en una esencia intemporal o consciencia universal.

         Creo que en un sentido universal que está por encima del tiempo, todos los fenómenos son presentes y reales en el ahora. Nos movemos a través del Todo, y vemos como a través de una ventana con una estrecha rendija que se extiende a lo largo del eje del tiempo. Un místico tal vez no tenga ventana y esté indiscriminadamente expuesto al registro universal del Todo o depósito de la memoria universal.

         Estos conceptos, extrapolados de la matemática y la física teórica, hacen recordar la esencia intemporal que he denominado Duración o Siempre. En este dominio el pasado, presente y futuro, siempre son: ellos “penetran en la corriente del tiempo a partir de un mundo exterior eterno”. Los fenómenos naturales existen conjuntamente en este “mundo exterior”, pero los encontramos a través de nuestras mentes atadas al tiempo, en una serie ordenada de segmentos individuales de espacio – tiempo. No podemos ver el Todo, sino diferentes partes, una tras la otra. Es un proceso de ver diferentes partes de un todo en sucesión  y que produce el sentido del tiempo. Podríamos imaginar el tiempo lineal como una manera con la que nuestras mentes finitas rompen la totalidad de la Duración fraccionándolos en partes que podemos retener y sentir.

Continuará en la Circular de Febrero.

         LA NATURALEZA DEL MÍSTICO.-

         Existen cinco cosas a considerar cuando alguien está intentando entender la naturaleza del místico. Su temperamento, su sueño, perspectiva, meditación y realización. No es fácil distinguir si un alma es mística o no. Sin embargo, como el dorado y el oro son dos cosas diferentes y, como la imitación del oro no resiste a una prueba, así es aquél que no es un verdadero místico. Es fácil hablar y actuar como un místico, pero es difícil pasar la menor prueba cuando llega.

         Una vez, un místico paseaba por un jardín y vio una flor de rara belleza. Atraído por ella, exclamó: “¡Bendito sea Dios!” y la besó. Sus discípulos que estaban tras de él, tomaron cada uno una flor y la besaron cincuenta veces. El jardinero estaba indignado y se aproximó protestando, pero ellos dijeron que solo habían seguido el ejemplo del maestro. El maestro guardó silencio. Cuando hubo andado un poco más, vio a un herrero trabajando el hierro en la fragua. El maestro se aproximó y dijo las mismas palabras: “¡Bendito sea Dios!” y tomando una pieza de hierro incandescente la besó. Pero ninguno de sus discípulos osó seguir el ejemplo.

         Una persona no puede fingir ser místico. El místico nace. No hay duda de que el místico puede vivir una vida material, eso es otra cosa, pero si alguien piensa que puede imitarlo, se engaña. Independiente de los místicos, ¿una persona puede imitar a una cantante y cantar correctamente, a un pintor y pintar bien, a un poeta y escribir poemas? Nunca. La individualidad nace o no es.

         Así como ocurre en la educación, en la que todos los diversos tipos de entrenamiento tienen grados a medida que la persona se educa, también hay grados en la mística.

         El temperamento del místico es noble. La diferencia entre un rey y un místico es que el segundo es rey sin preocupaciones. Su idea principal es que todo lo que sucede, ocurre para el bien. En otras palabras, realmente nada importa. Para el místico, el tiempo no existe, sólo lo encuentra en el reloj. Para él la vida es eterna y el tiempo entre nacimiento y muerte es ilusión. El temperamento del místico es aventurero e impulsivo. Si siente que debe ir para el sur o en otra dirección, no se atormenta preguntándose por qué. Sabe que hay una llamada en esa dirección y la atiende. Tal vez encuentre allí la razón de su vida.

         El místico acepta toda experiencia, buena o mala, acepta todo como lección y piensa que cualquier cosa lo lleva hacia delante. Si la experiencia no es buena, también es una lección y, si es buena, tanto mejor, pero todas están dirigiéndolo al propósito de su vida. El carácter del místico es intuitivo, armonioso, amoroso. No tiene juicios y es indiferente. El amor profundo por un lado y la indiferencia por otro dan equilibrio a su vida. Cuando ama a su semejante ama a Dios, si lo sirve también sirve a Dios, si ayuda igualmente es a Dios a quien auxilia y de este modo hace su culto. En la vida terrenal ni un ascenso ni una bajada son importantes, pero al mismo tiempo guarda experiencia de ambas. No hay que asombrarse si vemos un místico en un trono de oro, ni sintamos desprecio si tiene la forma de un mendigo. En cualquier condición él es un rey sin ansiedades, que nunca está en peligro de perder su reino.

         El temperamento es el mismo que cualquier ser humano, sólo que más intenso. Puede estar profundamente contento o descontento. Sentir alegría profunda o tristeza intensa, mucho más que el común de las personas, porque vive más y sus sentimientos son más fuertes. Pero su auto – control equilibra el placer y la incomodidad, la alegría y la tristeza. Puede ser que otros no lo comprendan; pero si los sentimientos del místico no fueran delicados, no sería tal. Es sutil y simple. Puede ser viejo e inocente como un niño. Puede controlar gigantes y ser guiado como una criatura. Sus palabras pueden ser sencillas y, al mismo tiempo, llenas de profundidad. Toda expresión suya es simbólica, porque ve simbolismo en la vida, en los nombres y en las formas.

         Y llegamos al sueño del místico. Puede ser que algunas personas hayan visto uno de ellos en transe, o meditando con los ojos cerrados, pero esto no es necesario. Con los ojos abiertos o cerrados, él puede soñar. En medio de la multitud o en soledad, puede soñar. Para un místico sus imágenes mentales son realidad. Quien concibe a Dios dentro de él piensa que sus visualizaciones son también las del Creador. Si el sueño de Dios es todo lo que llamamos Realidad, el sueño del místico es exactamente igual. Aunque el sueño esté en la esfera mental, no significa no significa que nunca se materializará.

         Algunas veces vemos que el místico vive por encima de las cosas de este mundo y muchos creen que no es consciente de esa realidad. No saben que, por la razón de vivir así, es más consciente de él. Se puede pensar que una persona que vuela en avión no sabe lo que pasa ente la multitud que tiene debajo, pero no es así. Quien vuela tiene más capacidad de ver lo que tiene a sus pies, porque tiene un horizonte más amplio que en tierra. Por eso muchos no comprenden al místico. Piensan que es un soñador. No son capaces de pensar que una inteligencia clara puede hacerlo todo mejor si está dirigida en una dirección, aunque permanezca la pregunta de que puede llegar a pensar si vale la pena usar su mente.

         Después está la visión mística. No solamente ve el motivo principal de todo, como la razón detrás de todas las razones, hasta su propia esencia, donde decimos que la razón se pierde. Vemos sólo causas, pero el místico ve la causa de todas las causas. Su perspectiva es distinta. Las personas no pueden entender su sabiduría porque usan sólo la razón.

         El místico es amigo de todos, pero le es difícil encontrar un amigo. Procura entenderse a sí mismo y, si lo consigue, eso le es suficiente. No le importa los resultados de las cosas, sino cómo terminan. Hace su punto de vista diferente al resto del mundo. Sabe que cada subida lleva una caída y viceversa. Sabe que después de la noche viene el día y el día espera a la noche.

         En la meditación recuerda que nación con naturaleza meditativa, como una disposición interior y que, sin haber aprendido nada, tiene su manera de meditar. Todo místico encuentra un camino, un guía, un maestro que lo dirige hacia delante. Nunca dice que meditar sea difícil, porque es su naturaleza, su vida. Vive en meditación. No hay un momento que no medite, haga lo que haga.

         Finalmente, tenemos la realización del místico. Es él quien alcanza la fuerza que late en cada hombre. Puede llegar a un punto tal alto que nadie puede creer sea posible, si hubiera que decirlo con palabras. Llega hasta la inspiración que cada hombre tiene, que culmina en revelación, donde cada objeto y ser comienza a comunicarse con él, alcanzando la esencia de la vida integral. Sabe lo que significa perfección porque en ella encuentra su alegría y felicidad.

NOTA DEL EDITOR.-

            Estimado lector: Hemos llegado juntos al primer hito de la historia de “Alcorac”. Este mes de Enero cumple diez años de existencia. A través de sus páginas se ha ido desgranando sabiduría, inteligencia, ciencia, poesía, prosa y todo lo que la imaginación del hombre ha concebido para alcanzar el corazón y la mente de la gente.

            Soy consciente de que apenas han llegado mensajes para estimular ni consejos para cambiar de rumbo. ¿Acaso eso importa? Cuando se siembra nunca se mira hacia atrás. La soledad es fecunda y el silencio recibido ha sido transmutado en lluvia que ha servido para que el abono haya cumplido su labor de ayudar dando lugar a que las semillas germinen.

            Ahora toca esperar y seguir teniendo vida y fuerzas para continuar hacia delante con nuevos proyectos y desear que llegue mensualmente con la mayor potencia posible a cada uno de sus lectores. ¿Qué más se puede pedir? Ilusión y Realidad son cosas que están dentro de mi mente. Proyectar ideas y definirlas sobre el papel con el sueño vivo de que se realicen en el mundo material.

            El pasado mes de Diciembre os deseé Felicidades. Este mes de Enero solicito que pidáis paz y orden para nuestro interior y que se reflejen en la vida cotidiana, para contribuir a ser mejores como individuos y ciudadanos de un planeta que se resiste a morir, víctima del hombre y del tiempo.

            Un saludo afectuoso de vuestro amigo Salvador.

                       

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