ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

 

                           

Dirigida a las Escuelas de:

                    Mallorca

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                                                                                    Circular nº 12  , año VII

                                                                                    Llubí, 1º Diciembre de 2.001.

          Orígenes niega que un ser pueda querer y seguir siendo pecador.

          ¿Por qué no?

          Porque todo pecado significa infelicidad, y ella como tal no puede ser objeto de voluntad permanente de ningún ser consciente, una vez que todo ser está dominado por un inextinguible deseo de felicidad. Por algún tiempo, puede el ser consciente encontrar felicidad en el pecado, puede hasta ver en él algo agradable y fascinante, sobre todo en el pecado del orgullo personal, que es el pecado en su más alta potencia. Entretanto, siendo que todo ser es inalineablemente hijo de Dios, estuviere donde estuviere, haga lo que haga, no es posible que encuentre quietud y felicidad definitiva lejos de Dios. La gloriosa exclamación de San Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, e inquieto está nuestro corazón hasta que encontremos la paz en ti”, es la cristalización de esa gran verdad sobre el inextinguible teo-tropismo de todos los seres.

          Para los que admiten el origen de todos los seres desde el abismo del más absoluto vacío, es posible concebir un infierno eterno porque, no teniendo que haber venido los seres propiamente de Dios, hijos de la sustancia divina, no existe entre ellos y Él vínculo demasiado estrecho y afinidad bastante íntima, para regresar a su primer origen; podrían, como mucho, volver a la Nada de donde salieron, según la concepción dualista. Para un “hijo de la Nada”, este grito sería demasiado precario y débil para obligarlo a volver a Dios que, en este caso, sería una especie de padrastro o padre adoptivo, pero no propiamente un padre. La conclusión lógica, para el dualista, sería el completo aniquilamiento, la extinción total del pecado impenitente, su definitiva reducción a la inexistencia absoluta (aunque este acto sea intrinsicamente imposible). En realidad, sin embargo, el dualismo teológico no admite esa extinción total, sino que proclama la vida eterna, también del pecador, pero una vida eterna en interminables tormentos; teoría esa que hace aparecer a Dios,  el Dios de justicia y de amor, en una perspectiva de indecible monstruosidad.

          En vez de reducir misericordiosamente a la nada lo que de ella viene, prefiere Dios, según esos teólogos, conservar eternamente el pecado en tormentos, sin permitir siquiera que se arrepienta del pecado cometido, tal vez en un desatino moral. Y extrañan después que hayan ateos y agnósticos en el seno del Cristianismo. De hecho, no hay ateos fuera del mundo cristiano; el ateísmo es un producto típico, no del cristianismo del Cristo, sino de la teología de ciertos cristianos.

          De la posibilidad de la transición del infierno al cielo, no se sigue, lógicamente, el proceso inverso, pues de hecho el hombre infeliz desea la felicidad y no a la inversa, una vez que la felicidad es la ley positiva de todo ser, y no la infelicidad.

          Hay otra razón por la que Orígenes y la escuela neo-platónica cristiana rechazan la idea del castigo eterno, y esta razón es antes de carácter ético que metafísico. Es la idea de la solidaridad de la familia humana. Verdad es que este argumento no viene explicitamente tratado en su concepción filosófica, pero no deja de aparecer, frecuentemente, entre líneas, como razón concomitante. Se resume en lo siguiente:

          En un grado de evolución espiritual inferior, encuentra el hombre compatible las ideas de un cielo y un infierno eterno, como realidades coexistentes; admite tranquilamente la posibilidad de que una parte de la humanidad, digamos el 50%, goze de una eterna beatitud en el cielo, mientras la mitad restante, sufra eternos tormentos en el infierno. Posiblemente, entre los bienaventurados, haya muchos que lleven una vida pecaminosa en la tierra, pero que se hayan arrepentido en la hora de la muerte, escapando así a los castigos eternos, mientras que muchos de los que están en el infierno fueron personas correctas, pero que, en momentos de flaqueza, pecaron y murieron sin arrepetirse, tal vez víctimas de un accidente inesperado, y toda su vida de ética y espiritualidad, quizá de medio siglo o más, fue inutilizada en un solo instante.

          Asimismo, es probable, que parte de la misma familia (padre, madre, hijos), o de personas unidas por vínculos de amor (esposos, novios, amigos), estén en el cielo y otros en el infierno. Mientras tanto, los de arriba son capaces de gozar para siempre de perfecta felicidad, sabiendo que otros miembros de su familia o amistades, son desgraciados para siempre y no tienen la mayor posibilidad de salir del castigo eterno.

          Debido a nuestra obtusa espiritualidad y ética, y la casi ausencia de un sentido pleno de solidaridad humana, somos capaces de tolerar tranquilamente ese pensamiento horroroso; pero, un alma realmente cristiana es, por tanto, espiritualmente sensible a la luz del amor universal, y no toleraría semejante dualismo eterno. Lo que la haría sufrir no sería el hecho de que estén otros sufriendo, porque conoce la función redentora del dolor; pero sí la idea de un sufrimiento ajeno, completamente inútil, porque no tiene esperanza alguna de redención. Esa eternidad inútil de sufrimiento de una persona destruiría la felicidad celestial de cualquier alma realmente espiritual. El cielo se transformaría en un infierno si éste no pudiese transformarse en un cielo. Y, si un habitante del cielo pudiese ser eternamente feliz al lado de millares de hermanos suyos eternamente infelices, ese bienaventurado sería el egoísta más refinado, y el cielo la asamblea de los egoístas en el gozo, como el infierno sería la congregación de los egoístas en el tormento. Todo hombre dotado de nobleza de sentimiento y sensibilidad espiritual, simpatizaría antes con éstos que con aquellos.

          Del resto, tanto Orígenes en su libro “Sobre los Principios” y los neo-platónicos cristianos, como además, todo hombre sensato, saben que todo y cualquier sufrimiento infligido a un ser, solamente por el placer de hacerlo sufrir y sin ninguna intención pedagógica o disciplinaria, es intrinsicamente inmoral, y su autor sería un monstruo de perversidad. La única razón que justifica hacer sufrir y que redime a su autor de la perversidad moral, es la posibilidad y el sincero deseo de llevar al castigado a mejores sentimientos y caminos más puros, como indica la palabra latina “castigar”, compuesta de “castum” (casto, puro), y “agere”, (hacer); esto es, “hacer puro” o “purificar”. La simple punición del delincuente que no tenga carácter de “castigo” o “purificación” moral, es una venganza abominable o un sadismo repugnante. Ahora, es precisamente esto lo que los defensores de un infierno eterno atribuyen a Dios que, por otro lado, proclaman como siendo “el Dios del amor y la justicia”, cuando ese procedimiento es la abolición radical de ambos. Pues, si Dios vengándose de un segundo de “ofensa”, condena a sufrimientos eternos al pecador, sin darle la menor oportunidad de arrepentimiento y rehabilitación moral, tal como enseñan esos teólogos, debe ser el rey de los monstruos y la quintaesencia de la inmoralidad.

          Sin embargo, siendo que esta es la teología normal en las esferas oficiales de las iglesias cristianas, no nos admira que millares de hombres sinceros se aparten de la iglesia y, desgraciadamente, del cristianismo que, erróneamente, identifican con la teología eclesiástica. De hecho, todo hombre que quiera creer en el Dios verdadero tiene que rechazar la teología. Es sabido que el ateísmo es producto legítimo y privado de esa teología que se hace llamar cristiana.

          ¡Qué espléndidos triunfos en la vida individual, social e internacional, celebraría el Evangelio del Cristo, si Dios fuese comprendido así como esos combatientes hombres espirituales lo comprendían!  Tiempo vendrá, en épocas aún lejanas, en que ese lejano ideal se tornará una realidad palpable.

          Orígenes y su escuela no pertenecen a la humanidad inmadura del segundo siglo, ni del siglo XXI; hablaban y escribían para una humanidad en avanzado estadio de evolución espiritual, en el seno de la cual la razón y el sentido del amor universal hubiesen alcanzado plena madurez.

          Mientras tanto, la iglesia organizada, trabajando preferentemente con masas humanas en bajos planos evolutivos, no puede proclamar doctrinas tan avanzadas para hombres tan atrasados.

          AGUSTÍN DE HIPONA, puede ser considerado como el autor de la primera filosofía del cristianismo, titulada “Sobre la ciudad de Dios”, así como el padre o precursor de la jerarquía eclesiástica, que culminó en el siglo XIII, y viene teológica y políticamente sistematizada en la “Suma Teología” de Tomás de Aquino.

          Educado durante treinta años de su vida pagana, en el espíritu de la escuela neo-platónica de Cartago, tomó Agustín después de su conversión al cristianismo, ocurrida en Milán, un rumbo teológico algo diferente y, no es raro, opuesto al de sus inicios, aunque no consiguiese llegar jamás a una reconciliación definitiva entre el filósofo neo-platónico y el teólogo eclesiástico. Viene a través de todas las obras y la vida de Agustín, como un gemido de doloroso dualismo clamando por un monismo redentor, que no aparece. Posiblemente, es esta permanente agonía metafísica del hijo de Mónica, una de las principales razones de su perenne actualidad, porque millares de combatientes del Infinito, de todos los siglos y milenios, se encuentran a sí mismos en la persona del genial africano, insatisfechos con la mezquina realidad que poseen y ansiosos por el grandioso ideal que vislumbran a lo lejos, pero que no pueden alcanzar plenamente.

          Las bases últimas de ese angustioso conflicto de Agustín, se pueden resumir en la siguientes antítesis:

          el problema cuerpo         espíritu.

          el problema razón           fe.

          el problema libertad        autoridad.

          El primero de esos problemas fue resuelto satisfactoriamente con la conversión del filósofo a un cristianismo rigurosamente ascético, que intenta reducir al cuerpo a una obediencia incondicional al imperio del espíritu o del alma. Agustín tenía una noción nítida de las razones de esa extrema austeridad porque, por espacio de decenios, había sido esclavo de la carne y conocía su increible astucia y sagacidad, como describe en sus “Confesiones”. Los problemas “razón y fe”, “libertad y autoridad”, le acompañaron a través de toda su vida y resuenan con gemidos y júbilos, en toda las obras del fecundo pensador.

          En el terreno filosófico-teológico, proclama Agustín los tres principios básicos: a) la creación de la nada; b) la maldad esencial del hombre; y c) su inevitable complemento, la salvación del hombre por la omnipotencia de la gracia divina.

          Esos tres principios no nacieron, hay que decirlo, de premisas metafísicas, sino de hechos psicológicos. El hijo de Mónica, por espacio de tres decenios, fue esclavo de la materia, de una sensualidad violenta. Pero, frente a ese sensualismo sin freno, heredado probablemente de su padre, aparecieron las elevadas aspiraciones místicas de su madre, formando una extraña amalgama de erotismo místico y de mística erótica, que caracteriza la vida y las obras de ese enigma ambulante, Agustín. Después de su conversión al cristianismo, consiguió distinguir la castidad del cuerpo, pero la castidad del alma no aparece en ninguno de los numerosos libros de ese hombre, que disfruta con una terminología sensual-espiritual, discurriendo largamente sobre el tema de que la Ley fecundada por Cristo, es como si de un vientre preñado por la ley naciera la Gracia. Además, toda la mística cristiana de la Edad Media, profundamente erótica, es tipicamente agustina.

          Ahora, un hombre que tenía una irreconciliable oposición entre materia y espíritu, cuerpo y alma, criatura y Creador, hombre y Dios, no podía admitir, con Orígenes y otros monistas éticos, que todas las cosas hubiesen emanado de Dios como de su causa sustancial. Como, por otro lado, no quería como sincero monoteísta, establecer dos principios creadores autónomos y eternos, a la manera de Zoroastro, entre el monismo absoluto y el dualismo radical, proclamando a Dios como único autor de todo, pero no como única sustancia de todo: Dios no creó el mundo de sí, de su infinita Plenitud, pero sí de la nada, del infinito vacío. Así salvó al monoteísmo y no cayó en el monismo.

          El hombre, dice Agustín, no es realmente libre, porque por la caída original,  la luz de su razón palideció y la fuerza de su voluntad se debilitó, hasta tal punto que, aunque sus facultades sigan existiendo, practicamente nada pueden hacer para la redención del hombre. El hombre caído es como un cero, y Dios es el Todo. El hombre es impotencia absoluta, y Dios la absoluta omnipotencia. El hombre puede ser salvo por Dios, pero no se puede salvar a sí mismo ni contribuir para nada a esa salvación. La salvación es 100% de gracia; si así no fuese, no sería obra de la Gracia divina, sino gracias a las obras humanas.

          Lutero, como buen monje agustino, no se opuso al espíritu de la doctrina de su gran mentor, cuando en el siglo XVI, volvió a proclamar en la Europa medieval la omnipotencia de la gracia divina y la impotencia de las obras humanas, con la diferencia de que, en la concepción luterana, la fe es algo así como la tenue contribución con la que el hombre entra en ese negocio de salvación por la gracia, mientras que para Agustín, la propia fe es gracia, de donde resulta que la salvación es totalmente gratuita, tanto a la luz de la gracia como a la luz de la fe. Dios es quien da tanto la gracia como la fe. Dios lo da todo, mientras que el hombre no da nada. ¿Cómo puede el hombre contribuir con algo, si nada tiene? Lo único que tendría sería su libre albedrío, pero ese no existe, según Agustín; el hombre juzga ser libre, pero tal libertad es mentira e ilusión. Agustín niega radicalmente la libertad humana, a fin de poder afirmar categóricamente la gracia divina. Es afirmador de la gracia y negador de la libertad. Así como hace crear al mundo entero de la nada metafísica, hace nacer la salvación humana de la nada ética.

          Se sigue que, si Dios concedió al hombre la gracia, el hombre está salvo; si la niega, el hombre está perdido. Mientras tanto, no se puede afirmar que Dios condenó al hombre, sino que apenas le niega aquello que era indispensable para él, salir de su estado de perdición natural, pero ese estado no es obra de Dios sino del hombre, o de la humanidad representada por Adán. El primer hombre, condenó a la humanidad entera, a cada indivíduo, y todos estamos sujetos automáticamente a esa condenación universal, como una criatura que hereda de sus padres una enfermedad contagiosa, de la cual es víctima inconsciente; o como alguien que de sus padres hereda una gran deuda, que él no ha contraído, pero que pasa a ser de su cuenta como si hubiese tomado parte en ella. La humanidad se condenó en Adán, y en medio de esa masa dañada, Dios salva a algunos, a los que quiere. ¿Por qué ha de salvarlos? ¿Únicamente porque quiere, deja de salvar a otros? ¿Sólo porque no quiere?

          Agustín defiende un fatalismo absoluto, o como se dice generalmente, la predestinación incondicional. Llega a decir que, como los claros y los oscuros de un cuadro son necesarios para la perfección artística de todo, así también es necesaria la existencia de salvos y condenados para la armonía cósmica del universo.¡Imagina un cuadro hecho solamente de luz, o de sombras! ¿Qué belleza tendría? Y un cuadro cósmico, en que todos los seres libres, humanos o angélicos, fuesen eternamente felices con Dios, sin otros que fuesen eternamente desgraciados sin Él, ¿dónde estaría la perfección de ese cuadro?  Todo hombre es como un actor en el vasto escenario de Dios; es necesario que haya reyes y mendigos, héroes y villanos, santos y pecadores, buenos y malos. Los actores del mundo de Dios son como las figuras de un tablero de ajedrez, movidas por el jugador, sin moverse por sí mismas. Dios es el gran jugador, pone cada figura en el cuadro que quiere, negro o blanco, o como dice el simbolismo del Antiguo Testamento, Dios hace con el barro de la humanidad los vasos que le aprovechan, pequeños o grandes, bonitos o feos, destinados a fines nobles o innobles, y el barro carece del menor derecho a quejarse, diciendo: “¿Por qué me hiciste así y no de otra manera? Dios, es el dictador absoluto, dicta su voluntad, y sólo compete al hombre aceptar en silencio y ejecutar las órdenes divinas.

          Es lo que en la religión mahometana se llama “islam”, esto es, sumisión incondicional. De hecho, el sistema filosófico-teológico de Agustín, está enteramente calcado de la ideología del Antiguo Testamento. No es difícil ver el trazo de unión entre esa ideología y la dictadura de la jerarquía eclesiástica medieval, que deriva desde los tiempos de Agustín.

          En su obra “La ciudad de Dios” desarrolla la tesis de que la “Ciudad de Dios”, debe, poco a poco, suprimir la “Ciudad Terrena”, aquí en el mundo, y constituirse en única potencia y realidad universal. Este pensamiento, fundamentalmente real, cuando por ciudad de Dios se entiende el reino de Dios que está en el hombre, dio origen a los mayores abusos y las más crueles violencias, durante la Edad Media, porque el concepto espiritual del reino de Dios degeneró en una institución eclesiástica, jurídica, política, militar, financiera que, sustituyendo la fuerza del espíritu por el espíritu de la fuerza, hizo de la “Ciudad de Dios” una “Ciudad terrenal”, con el agravante fatal de que esa ciudad terrenal era aceptada y proclamada como siendo la ciudad de Dios. “Cuando la sal se desvirtuare, ¿con qué se le ha de restituir la virtud? . . .

          Las doctrinas de Agustín sobre el pecado y la redención del hombre son de una claridad meridiana y fueron aceptadas casi universalmente, con algunas modificaciones, por la iglesia cristiana de occidente, hasta nuestros días.

          En cuanto al origen del alma humana individual, conviene notar que Agustín no admite la creación directa del alma por Dios, sino que simpatiza con la idea de ser ella generada por los padres, no por los cuerpos, sino por las almas de los procreadores; así, dice él, como una luz enciende otras luces sin que ella misma sufra disminución de su propia luminosidad, así se enciende el alma del hijo en la luz del alma de los progenitores.

          ¿Cuál es la razón de esa doctrina?

          Agustín es un acérrimo defensor del pecado original y de la maldad esencial del hombre. Ahora, la creación del alma por Dios, encuentra él, implicaría la producción de algo impuro. Dios, en último análisis, crearía el pecado dentro del alma manchada desde el inicio. Pero, como esta contaminación en vertical es imposible, es preferible en cualquier hipótesis, salvar la realidad del pecado original, derivando el alma horizontalmente de los padres, mediante una especie de generación espiritual.

          Si Agustín, a ejemplo de Orígenes, hubiese admitido la natural pureza del hombre y la contaminación por el abuso personal de la libertad, toda esa dificultad hubiera desaparecido.

          En su correspondencia con el asceta San Jerónimo, que vivía en Belén, y que defendía categóricamente la creación directa del alma, Agustín dice: “Confieso antes ignorar que saber . . . Prefiero aprender a decir”.

          Intimamente ligado a esa idea del pecado original, es el concepto agustino del limbo. ¿ A dónde irán las almas de los niños y de los adultos que muriesen en pecado original, sin haber cometido pecado personal grave? ¿Al infierno? Imposible. ¿Al cielo? Imposible. Debía, pues, existir un lugar intermedio, definitivo, una especie de región neutral, sin gozo ni tormento, para almas sin mérito ni demérito personal. Es lo que llamamos el limbo. Esas almas, está claro, son eternamente excluídas de la visión de Dios, porque están cargadas de pecados naturales, aunque sin pecados personales. Si Agustín hubiese creído en la reencarnación, como tantos filósofos de su tiempo, hubiera mandado reencarnar esas almas neutras, a fin de que cometieran algo positivo o negativo y así marchar a un lugar definitivo, fuera bueno o malo.

         

                                                            DOS PREGUNTAS

          ¿Existe vida después de la muerte?

          Esta es una pregunta, básicamente sin significado. Nunca hay que saltar de frente: existe toda la posibilidad de caer de cara. Se debe comenzar por el principio. Mi sugerencia: debes hacer una pregunta más básica.

          Por ejemplo: puedes preguntar: “¿Existe vida después del nacimiento?” Eso sería más básico, porque muchas personas nacen, pero pocas tienen vida. No estamos vivos solamente por nacer. Tú existes, ciertamente, pero la vida es mucho más que la mera existencia. Tú naces pero, a menos que renazcas en tu ser, no vives, nunca vives.

          El nacimiento es necesario, pero no suficiente. Alguna cosa más es necesaria, de lo contrario simplemente se vegeta, se muere. Tenemos claro que es una muerte gradual, y eres tan inconsciente que nunca sabes, no eres consciente de ello. Del nacimiento a la muerte, es una larga progresión hacia la extinción de la vida. Es raro encontrar a alguna persona viva. Un Buda, un Jesús, un Kabir, están vivos. Y este es el milagro: aquellos que están vivos nunca hacen la pregunta: “¿Existe vida después de la muerte?” Ellos conocen. Saben que la vida es, y en este saber la muerte desaparece. Una vez que sepas lo que es la vida, la muerte no tiene sentido. Ella existe porque tú no sabes lo que es. Existe porque ignoras lo que es la vida, porque eres inconsciente de la ausencia de muerte. No has tocado la vida, por tanto, el miedo a la muerte existe. Una vez que conozcas lo que es la vida, en ese momento la muerte comienza a carecer de existencia.

          Trae luz a un cuarto oscuro y las sombras desaparecerán; conoce la vida y la muerte dejará de existir. Una persona que esté realmente viva ríe de la posibilidad de la muerte. Es imposible morir; la muerte no puede existir por la propia naturaleza de las cosas; aquello que es, permanecerá para siempre, no puede desaparecer. Pero no teóricamente; tienes que llegar a esta experiencia existencialmente.

          Normalmente, esta cuestión permanece en la mente, quieras hacerlo o no. La cuestión es: “¿Qué ocurre después de la muerte?” Porque nada sucede, la pregunta tiene su razón. ¿Por qué la vida no viene después del nacimiento? ¿Cómo puedes creer y confiar que la vida continuará siendo igual después de la muerte? ¿Si no tienes vida después de nacer, como puedes tenerla después de morir? Quien conoce la vida sabe que la muerte es otro nacimiento y nada más. Una nueva puerta que se abre. La muerte es el otro lado de la misma puerta que tú llamas nacimiento: de un lado es conocida como muerte, y del otro lado la llamamos nacimiento.

          La muerte trae otro nacimiento, un nuevo comienzo, otra jornada, pero esto para ti, es especular. No tiene mucho significado, a menos que sepas lo que la vida es. Esta es la razón por la cual te digo: haz la pregunta más básica. Una pregunta equivocada no tiene respuesta. Las preguntas erradas tienen contestaciones inciertas. Quiero ayudarte a conocer algunas cosas, no para que especules. La experiencia es el objetivo, no la filosofía; solamente la experiencia resuelve este acertijo.

          Tú naces, pero no es real. Se necesita un renacimiento; tienes que nacer dos veces. El primer nacimiento es físico, el segundo es real: el nacimiento espiritual. Tienes que llegar a conocerte a ti mismo, quién eres. Tienes que hacer esta pregunta: ¿Quién soy yo? Si estás viviendo, ¿por qué no preguntar a la propia vida? ¿Por qué molestarte con la muerte? Cuando llegue, podrás conocerla. No pierdas la oportunidad de conocer la vida mientras estés vivo.

          Si conoces la vida, conocerás la muerte; entonces no será un enemigo, sino una amistad. La muerte no será nada más allá de un gran sueño. Pero llegará un amanecer y las cosas comenzarán de nuevo. La muerte será un descanso, un tremendo descanso necesario. Después de todo, la vida es lucha y cansancio y necesita un gran descanso en Dios. Morir es volver a la fuente, exactamente como cuando duermes.

          Cada noche tienes una pequeña muerte. A eso lo llamas sueño; mejor sería llamarlo pequeña muerte. Desapareces de la superficie, te mueves hacia tu ser interno. Te pierdes, y no sabes quién eres. Olvidas todo sobre el mundo, las relaciones y las personas. Por la mañana estás lleno de vida y entusiasmo, de energía, preparado para buscar nuevas aventuras, para aceptar cualquier desafío. De noche, volverás a estar cansado de nuevo.

          Esto ocurre todos los días. No conoces ni lo que el sueño es, ¿cómo puedes conocer la muerte? Ella es un gran sueño, un descanso después de una vida entera. Ella te volverá de nuevo fresco, te resucitará.

          ¿Te han preguntado alguna vez por qué Dios ha creado este mundo?

          Creo que la pregunta no tiene ningún interés por Dios, sino con la curiosidad. Para ser un buen investigador, se necesita una gran inteligencia.

          Ese tipo de pregunta no se puede responder, porque a menos que ella salga de tu propio centro, carece de importancia. La pregunta es relevante cuando tú estás tras de ella y preparado para hacer algo, hasta pagar por ella.

          Dios no está disponible para estas personas. No están dispuestas a pagar nada. Quieren a Dios de la forma más barata posible, un Dios de segunda mano. Ahora vas a escuchar mi respuesta y se la vas a contar a la persona que te ha hecho la pregunta. Primero, tú no sabes; no sabrás lo que estoy diciendo, y vas a llevar un mensaje equivocado. Porque tu mente va a interferir, lo vas a distorsionar; añadirás alguna cosa, irás a colorear la respuesta con tu propia mente, tu interpretación. Pero habrás matado la respuesta y vas a entregar un mensaje muerto.

          Si todas las investigaciones fueran posibles de esta manera, los libros bastarían para contestar todas las preguntas. Consultar en una biblioteca sería suficiente. Seguramente, quien te ha hecho la pregunta, habrá oído decir la palabra “Dios”.

          Muchas veces las personas que hacen preguntas se sienten avergonzadas, porque la propia idea de que “estoy haciendo una pregunta” significa “yo no sé”.

          La primera cosa para quien hace una pregunta es reconocer que es ignorante. A partir de ahí, todo tiene un principio. La pregunta es interesante cuando quien la hace sabe que no sabe. Si pregunto porque no sé, es una pregunta viva, saludable, y hasta el corazón late por la respuesta.

          ¿Por qué Dios creó este mundo?

          La primera cosa puede ser una sorpresa: Dios nunca creó este mundo. Dios creó un mundo, pero no lo conoces en absoluto. Este mundo nunca fue creado por Él de ninguna de las maneras. Este mundo donde la pobreza existe porque las personas son codiciosas y egoístas, donde todo el afán del hombre es acumular riquezas; este mundo donde existe la vida en toda su fealdad, donde ni el amor real existe: un desierto sin amor, donde todos competimos, luchamos, donde es tan inmensa la violencia . . . este mundo no lo creó Dios. Este es vuestro mundo. Vosotros lo habéis creado. Sois este mundo. Es el mundo que hemos proyectado.

          La primera respuesta es: Dios no creó este mundo. Él no es responsable, porque de lo contrario sería un acto malvado. Yo declaro que Dios no ha creado el mundo de los Hitler, Mussolini, Idi Amin, Stalin, Mao y tantos otros . . . Este mundo es de nuestra creación.

          Pero me dirás, y con toda lógica, que Dios nos creó y. si nosotros hemos hecho el mundo de esta manera, finalmente Él es responsable. No. Aun así yo digo que no lo es, porque Él lo creó con libertad. Esto es lo primero que hay que entender.

          Este mundo tan feo no existiría si Dios nos hubiese creado como esclavos. Si fuéramos mecánicos como robots, este mundo no existiría. Todos seríamos Cristos, pero sin ningún significado. Si un Cristo no puede ser un Hitler, si se negara esa posibilidad, el Cristo sería una cruz sin significado. Si tienes que ser bueno, y no hay libertad para ser malo, ¿cuál sería el mérito de ser noble? Si Dios nos hubiese forzado a ser mecanismos de repetición, todos estaríamos dando el Sermón de la Montaña. Pero una grabación no es más que un mecanismo.

          Dios nos creó en libertad. Pero recuerda: en la libertad, su opuesto está implícito. Puedes hacer el bien o el mal, depende de tu libre elección. Dios te ha dado la libertad de escoger.

          Esta es la gloria del hombre y su agonía. ¿Consigues ver esto? Un árbol no es libre. Ya está predestinado, pase lo que pase. Un rosal tampoco lo es. Si decide no dar flores, las rosas vendrán a su pesar. No podrá cambiar ni su color. Es hermosa, pero no es libre.

          Esta es la razón por la que te digo: nada puede ser comparado a la belleza del hombre. Ni todas las rosas del mundo. Porque una rosa tiene que ser una rosa. No puede ser de otra manera. La belleza existe, porque un hombre puede ser un Jesús o una persona puede ser un Judas; todo el mundo carga estas dos posibilidades.

Los hombres son totalmente libres y las posibilidades son casi infinitas. El hombre es un arco iris con todos los colores. Nadie está predestinado. Por tanto, nosotros creamos este mundo a partir de nuestra libertad. La responsabilidad es nuestra. Dios no nos lleva a ningún lugar. Podemos perdernos o podemos regresar. A causa de estas posibilidades el mundo existe. Puede ser cambiado completamente. Si mudamos nuestra consciencia, este mundo puede ser diferente.

          Preguntas: “¿Por qué Dios hizo este mundo?”  Este mundo lo has creado tú. Dios creó la libertad humana, y por su gracia somos libres. De lo contrario, si fuéramos obligados a ser santos, entonces seríamos mecánicos, sin significado.

          La palabra “pecado” tiene un significado. Su raíz original significa: perder el propósito. Pecado es desviarse. Y eso Dios no lo puede evitar: Su amor es tan infinito que Te amará igualmente. Ama tanto a los pecadores como a los santos. Hasta Jesús dice que ama mucho más a los pecadores, porque ellos necesitan más amor.

          ¿Has observado esto? Si un niño está enfermo, la madre presta más atención al enfermo que a otro hijo saludable. El segundo no necesita cuidados. Jesús dice que Dios dispensa más cuidados a los pecadores, a los que perdieron el propósito. Él sigue derramando Su gracia sobre ellos.

          Este mundo es nuestro camino perdido, nuestro pecado. No tiene nada que ver con Dios.

          ¿Por qué Dios creó este mundo?  La segunda cosa es que en el mundo cristiano, existe un concepto equivocado sobre Dios, como si Él estuviese separado de Su creación; como si un día hubiese creado el mundo, y entonces lo hubiera olvidado. Como si fuese un pintor, hubiera terminado el cuadro y se formara una separación entre pintor y pintura. Pero Dios no está separado de su creación. Está disuelto en ella. Él es ella. El Creador es la creación. Por esta razón insisto: llamemos a Dios “creatividad”, no “creador”. Dios es una creatividad dinámica. Creador es un concepto muerto, como si un día Él hubiese terminado. Esto es lo que los cristianos piensan: en seis días Dios creó el mundo y el séptimo descansó. ¿En seis días lo terminó? ¿Qué ha hecho desde entonces?

          Dios no ha terminado. La creación nunca termina: es un proceso continuo. Dios continúa, continúa . . . Si hubiese terminado, eso sería el fin.

          Rabindranath Tagore dice: “Siempre que veo nacer un nuevo niño, miro al cielo y digo: “Dios aún tiene esperanzas”. Un niño es una esperanza. Su optimismo es infinito. Es como un poeta escribiendo nuevos poemas todos los días. Está un poco satisfecho y otro poco insatisfecho. Satisfecho, porque ha alcanzado un rayo de luz, pero algo está faltando para ser completa. Mañana volverá a intentarlo de nuevo.

          Dios aún no ha terminado. Aún tiene esperanzas. Por tanto, nosotros también podemos tenerla. En la esperanza de Él están nuestras esperanzas. Él aún confía en nosotros. Sigue creando. Por eso, este concepto de un creador que ha ido a descansar, hemos de desecharlo definitivamente.

          Los teólogos cristianos son tan absurdos que decidieron hasta el año de la creación. Y hasta llegaron a decir que fue un lunes a las seis de la mañana. Con toda seguridad Dios debió de haber colocado Su reloj despertador a esa hora. Todo son arbitrariedades de una clase que se consideró con el privilegio de inventar prodigios sin razón ni lógica.

          La creación no tiene tiempo: siempre ha sido y siempre será, porque Dios es la creación, la creatividad.

          Kabir dice que sintamos admiración, reverencia ante esta maravilla, porque Él trabaja en todo lugar. No es algo que sucedió en el pasado. Está ocurriendo ahora, en este momento. Está hablando a través de ti, de mí, de él . . . Está escuchando a través de todos nosotros. Es una jornada sin fin.

          Santa Teresa dice: “El cielo es todo el camino para el cielo. Él no dice: “Yo soy el Camino”.  Una afirmación tan hermosa, de tremenda importancia. “El cielo es todo el camino para el cielo”, no esperes por ningún cielo como punto de llegada. Dios es el Camino, no la llegada. Dios está aquí. Dios es ahora. Dios está en ti, en mí, a nuestro alrededor. Solamente Dios existe.

          Entonces no se puede hacer esta pregunta: “¿Por qué Dios creó este mundo?” Él nunca lo creó. Lo está creando, y si quieres saber realmente por qué, vete a un artista. No vayas a un teólogo. Ve a un pintor y pregúntale por qué pinta. Entonces sabrás la respuesta.

          El pintor se encogerá de hombros y te dirá: “¿Qué otra cosa puedo hacer? Amo pintar. ¿Por qué? No lo hay. Es la manera en que me siento feliz. La única manera en que me encuentro bendecido. Este es el por qué.”  Pregúntate por qué amas. No hay respuesta. Es la manera en la que te encuentras en todo tu apogeo como persona, que sientes como algo florece en tu interior. Es el modo en que te sientes tan feliz que no deseas nada más en este mundo.

          Si eres feliz no tienes respuesta para explicar tu bienaventuranza. Si eres miserable, la pregunta tiene un valor. Alguien te puede preguntar por qué eres mísero y la pregunta adquiere una relevancia, porque la miseria está en contra de la naturaleza, porque algo anormal está sucediendo. Cuando eres feliz, nadie te pregunta, al menos que sea algún neurótico. Existe esa posibilidad.

          La felicidad no necesita explicaciones, tú eres su propia explicación. Dios está creando, porque esta es la única manera con que Él puede ser feliz, amar y cantar . . . la única manera que Él existe de cualquier forma. La creación es Su naturaleza más interior. No es necesario ningún por qué.

 

 

 

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