ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                                  h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                                                                                   

Circular nº. Extra verano, año IX

                                                                                    Llubí, 1º de Agosto de 2.003.

 

 

 

 

            LOS PATRIARCAS Y LOS MONJES.-

 

   

          Hace algún tiempo, leía una revista publicada por un Banco y no fue poca mi admiración pues el autor del artículo principal, comentando problemas de administración de empresa, comenzaba con la historia de un monje. Es notorio que hoy, a veces, directores de empresa encuentren ayuda para sus vidas y actividades en singulares apotegmas, esto es, aforismos, palabras y sentencias de los patriarcas y monjes de diferentes religiones, incluidas en pequeñas narrativas. Años atrás estaba de moda citar koans budistas, y ahora se está redescubriendo la sabiduría de los padres del desierto. Los psicólogos se interesan actualmente por aprender y observar las experiencias de los primeros anacoretas, sus métodos y pensamientos. Lo que consiguen percibir es que no se habla simplemente sobre hombres y Dios, sino que sus palabras provienen de un sincero auto-conocimiento y de una verdadera y real experiencia de Dios.

          Me gustaría felicitar a la Iglesia si ella estuviese actualmente en contacto con las antiguas fuentes de la espiritualidad. Esta sería, naturalmente, una respuesta mejor a la ansiedad espiritual que una teología moralizante; teología esta que ha predominado durante los dos últimos siglos. La espiritualidad de los primeros monjes es mistagógica, o sea, conduce hacia dentro del misterio de Dios y del hombre. Y, tal como en la antigua medicina se veía la dietética, que era la doctrina de la vida saludable, su principal tarea es también de modo que los monjes comprenden su seguimiento en la ascesis y la espiritualidad, como una introducción al arte de la vida saludable. Se trata, pues, de explorar la rica fuente de la espiritualidad según el modo como fue vivida por los primeros monjes sobre los años 300 a 600 después de Cristo.

Transcurrían los años 270 d.C. San Antonio Abad tenía unos veinte años cuando, participando de una liturgia, oyó las palabras de Jesús: “Ve, vende todo lo que tienes, distribuye el dinero a los pobres y tendrás un tesoro duradero en el cielo; entonces, ven y sígueme”.  Estas palabras alcanzaron al corazón del joven. Vendió su herencia y se retiró al desierto. Primero, se encerró en un castillo abandonado, sin mantener contacto con el exterior. Allí, estaba solo con Dios. Pero, no es sólo a Dios a quien encuentra, sino que tiene lugar el encuentro consigo mismo. Comienza a sentir el tumulto interno y se enfrenta a su propia sombra. Las personas que pasan ante el castillo oyen ruido de lucha. Se trata de una batalla demoníaca, la disputa con las fuerzas del inconsciente, que se comportan como animales salvajes. Los demonios se lanzan contra Antonio con ruidosa gritería, pero él resiste. Confiando en la ayuda de Dios, la lucha es persistente. Y cuando las personas derriban las puertas del castillo, ven que viene a su encuentro un hombre “iniciado en el profundo misterio y apasionado por Dios”. Así es caracterizado por San Atanasio, patriarca de Alejandría, en su biografía: “Límpida era la constitución de su alma. No se hizo huraño por medio del mal humor, ni daba vacío a su alegría, como tampoco necesitaba luchar contra la risa o la timidez. Al ver la multitud no quedaba perturbado y, cuando tantas personas le saludaban, no se alegraba sino que quedaba perfectamente igual en sí mismo, como alguien que gobierna la razón y se encuentra en su estado natural. El Señor curó, por medio de él, muchos de aquellos que estaban presente allí y sufrían en el cuerpo, y purificó otros tantos demonios. El Señor daba a Antonio una gracia a través de sus palabras, de manera que consolaba a muchos afligidos y reconciliaba entre sí a muchos que estaban en conflicto”.

          A partir de ese momento, Antonio se retira en el desierto aún más profundamente. Sin embargo, no permanece solo. Su ejemplo hace escuela. Sobre el año 300 es posible encontrar eremitas en muchos lugares del desierto. Muchos de ellos son discípulos de San Antonio. Otros monjes no dependen de él. La ansiedad de buscar a Dios en la soledad era evidente en esa época. Las cuevas de los monjes se mantenían a cierta distancia unas de otras. Era el tiempo en que el cristianismo se formaba como religión del Estado y la fuerza de la fe se estaba desvaneciendo. Fue también en esa época que los monjes quisieron vivir más radicalmente el seguimiento del Cristo como “mártires” y como testimonio de fe. Y fue así que surgió el movimiento monástico en los más variados lugares.

          Este movimiento tenía sus raíces en los círculos ascéticos de los primeros cristianos. La Iglesia primitiva estaba toda ella tan separada del mundo que se podría decir que, en esa época, prácticamente todas las personas eran como monjes. En el siglo II los ascetas formaban núcleos de comunidades en torno de los cuales se agrupaban los fieles, con el fin de resistir la hostil atmósfera del Imperio Romano en el cual vivían como cristianos.

          Pero es solamente por el año 300 que el movimiento monástico gana expresión. Los monjes fijan residencia, simultáneamente, en diferentes lugares; primero, en regiones deshabitadas y, posteriormente, en el desierto. Los investigadores no están de acuerdo entre sí sobre el origen monástico. Es evidente que no hay sólo los de origen cristiano. Ni tampoco la Biblia la que llama a la vida monástica. El monacato es un movimiento humano universal que puede ser constatado en todas las religiones. Hay una ansiedad original en el hombre de unirse a Dios, viviendo únicamente para Él y preparándose a través de la ascesis y la renuncia espiritual al mundo, para tener una visión más clara de Dios. Los monjes cristianos eran constantes en la búsqueda de esta ansiedad. Pero ellos la interpretaban a partir de la Biblia y encontraba en ella bases para un radical seguimiento del Cristo. En este proceso también tuvieron influencia los representantes de la filosofía griega. Muchos pensamientos y prácticas de los monjes se asemejaban a la de los pitagóricos, por ejemplo: El nexo de ascesis con la mística visión de Dios es típicamente griego. El vocabulario ascético tiene su origen, en gran parte, “en el lenguaje de la filosofía popular helénica” y de él se derivan palabras tales como: ascesis, anacoreta, monje, cenobio y muchas otras.

          Alrededor de los años 300, numerosos monjes, venidos de todas partes, se retiraron al desierto. Allí trabajaban, rezaban durante todo el día, ayunaban y se superaban al mismo tiempo en la ascesis. No fueron ellos quienes la descubrieron, sino que asimilaban en sus prácticas lo que encontraban en otros movimientos religiosos. Pues sin el conocimiento de la práctica ascética, sus vidas solitarias en el desierto habría terminado en un fracaso psicológico o una locura. Los monjes asimilaron la sabiduría y experiencias que otros ascetas habían reunido anteriormente de muchas religiones y círculos filosóficos. Sólo así pudieron ellos aceptar el pasar la vida en constante soledad y vigilancia, como también estar dispuestos a una continua búsqueda de Dios. De ese modo adquirieron gran conocimiento sobre la naturaleza humana y una real impresión de Dios.

          Los padres monásticos fueron los psicólogos de esa época. Pues en la soledad observaron rigurosamente sus pensamientos y sentimientos y los domingos, cuando se reunían y celebraban la eucaristía, conversaban con su abba, su padre espiritual, para que su lucha ascética no tomase un camino equivocado. Hablaban de sus pensamientos y sentimientos, hábitos y camino hacia Dios. Fue de ese modo que surgió la llamada confesión monástica, en la cual no se trataba en primer lugar del perdón de los pecados, sino que estaba en juego el acompañamiento espiritual, la dirección del alma. Era una forma originaria del diálogo terapéutico del modo que ha sido desarrollado por la psicología moderna. En todo caso, un gran número de hombres peregrinaba de las ciudades, hasta de otras playas lejanas y desde Roma, al encuentro de los eremitas para pedirles consejo. Del mismo modo que hoy en día gran número de personas buscan la verdad y peregrinan a los gurús de la India, también en aquella época personas de todos los rincones se movían hacia el desierto de Egipto. Percibían que allí moraban hombres que comprendían algo del ser humano y hablaban de un modo auténtico con respecto a Dios por haberlo experimentado verdaderamente.

En el año 323, el monje Pacomio fundó un monasterio cerca de la Tebaida, región norte del desierto egipcio. Cuando los eremitas aún se encontraban bajo un régimen de organización bastante difusa, Pacomio fundó allí la primera comunidad de monja, a la cual estructuró sistemáticamente. Formaron grandes monasterios con más de mil monjes, rígidamente organizados, que fueron ejemplos para todos los monasterios que fueron surgiendo gradualmente por todas partes, tanto en Oriente como en Occidente, hasta que pudieron llegar, históricamente hablando, a la fundación benedictina de Monte Cassino, su punto culminante. En estos monasterios se vivía de modo consciente la fe cristiana en comunidad. La nostalgia de la Iglesia primitiva por la comunidad en la cual, conforme dice Lucas el evangelista, todos eran un solo corazón y una sola alma y tenían todo en común.

          Esta comunión entre pobres y ricos y entre diferentes grupos étnicos, fue justamente en esa época de la invasión de los pueblos bárbaros del Norte, una señal de que había llegado el reino de Dios. Aunque los monjes se hubiesen retirado del mundo buscando la soledad, ellos influyeron en el mundo conocido con una fuerza tal como ninguna otra al final de la Antigüedad.

          En la segunda mitad del siglo IV, los monjes acostumbraban transmitir las sentencias de los grandes patriarcas. Aunque sus palabras hubiesen sido dichas dentro de una situación y para preguntas bien concretas aún así se percibía que la sentencia (apotegma) del patriarca repleto del Espíritu adquiría un significado de largo alcance y universal. Pero entonces aún no se había previsto ninguna colección de sentencias. Poco a poco surgieron compilaciones más extensas que encontraron amplia divulgación por toda la cristiandad. Existían cerca de 160 manuscritos griegos”.

          Sobre las sentencias de los patriarcas puede notarse que ellas provenían de la experiencia y nunca fueron meramente teóricas. Ofrecen instrucción y están repletas de sabiduría. Mientras tanto, no debemos ver en las sentencias de los patriarcas máximas universales válidas para la vida espiritual. Fueron siempre pronunciadas dentro de una situación bien concreta, tratándose de una palabra apropiada para éste o aquél interrogador o un camino terapéutico adecuado para estos hombres. Es por esta razón que muchas palabras parecen ser exageradas o personales. “Aquí no decimos palabras para todo el mundo. La palabra es siempre pensada para una persona y situación determinada. Sirve como un aguijón que debe estimular al monje y hacer lo necesario en aquél instante y, de preferencia, inmediatamente, quiero decir, hoy, hoy mismo, no dejarlo para el día de mañana”.

Los que los aforismos o apotegmas transmiten con referencia a una determinada situación fue descrito por sistemáticamente por Evagrio Póntico (345-399), griego y teólogo que, por circunstancias históricas, tuvo que huir de Constantinopla, llegando a ser monje en Egipto. Iniciado en la vida monacal por un patriarca, se hizo un padre espiritual muy procurado. A pesar de ser combatido de nuevo, fue un perito de en el tratamiento de los pensamientos, sentimientos y lucha contra los demonios. Muchos hermanos lo solicitaban para pedirle consejo en sus luchas espirituales. Paladio, discípulo de Evagrio, que llegó a ser obispo de Helenópolis, escribe: “Su costumbre era la siguiente: los hermanos se reunían en su casa sábados y domingos. Hablaban con él sobre sus pensamientos durante toda la noche y escuchaban sus vigorosas palabras hasta rayar el día. Entonces, llenos de alegría, marchaban loando a Dios. Pues su instrucción era verdaderamente muy afable”.

A pedido de muchos de aquellos que de algún modo realizaban una busca ascética, Evagrio describe sus experiencias y da orientación a muchos monjes en sus luchas espirituales. Sus escritos son siempre de ocasión y dirigidos a determinados monjes que los solicitaban. Acerca de los libros de Evagrio, escribe Paládio: “Su intelecto se tornó transparente y su conocimiento y discernimiento eran de una sabiduría tan grande que le era posible diferenciar las diversas acciones de los demonios. También era versado en las Sagradas Escrituras y las enseñanzas ortodoxas de la Iglesia Católica. De su erudición, su conocimiento y apurada comprensión dan testimonio los libros que dejó escrito”.

Los escritos de Evagrio fueron después de pasado los siglos las bases espirituales de los monjes. Aunque Evagrio se arrepintiese después de las desavenencias que tuvo con los anti-originistas de mala fama, sus escritos acabaron siendo prohibidos por la Iglesia Católica. También es verdad que los monjes contribuyeron a que muchos de sus escritos fuesen atribuidos a San Nilo. Así, a pesar de la censura eclesiástica, tales escritos formaron normas para la vida moral. En Occidente, fue Cassiano, discípulo de Evagrio, quien tuvo el cuidado de conservar la sabiduría de su maestro. Cassiano fue, después de la Biblia, el autor más leído y divulgado en la Edad Media.

Intentaré exponer, en la segunda parte, algunos aspectos de la espiritualidad, tal como se encuentra en los aforismos de Evagrio, Cassiano y otros autores monásticos.

 

 

PARTE II – ESPIRITUALIDAD A PARTIR DE UNA BASE.-

          La espiritualidad de la teología moralizante de estos tiempos, nos ha transmitido una capa superficial. Nos presenta grandes ideas que debemos alcanzar. Estas consisten en abnegación, autodominio, amabilidad constante, amor desinteresado, libertad ante la cólera y en el dominio de la sexualidad. La espiritualidad a partir de esta capa posee, ciertamente, una importancia positiva para personas jóvenes, a medida que ellas las desafían y comprueba su fuerza. Ella impulsa a crecer a partir de sí mismo y esforzarse en alcanzar objetivos. Y, no es raro, que nos lleve a saltar por encima de nuestra propia realidad. Nosotros nos identificamos de tal modo con los ideales, que acabamos insistiendo en nuestras propias flaquezas y límites por no corresponder al ideal trazado de antemano. Eso nos lleva a una división, y es esta escisión la que nos enferma. Esta discrepancia muchas veces se evidencia entre la diferencia para nosotros entre el ideal y la realidad. Y, por no ser capaces de reconocer que no correspondemos al ideal, acabamos proyectando nuestra incapacidad sobre los otros, siendo de ese modo demasiado riguroso con ellos.

Es asombroso que, muchas veces, hasta las personas más piadosas reaccionan de manera bastante brutal si, escuchar alguna razón cualquiera de algún teólogo acaba exponiendo una opinión diferente. Una vez se dio un tema en un Colegio, titulado: “María, un ser humano.”  Hasta el propio director religioso se sintió brutalmente agredido. Una brutalidad que, a menudo, es señal de sexualidad reprimida. Tales personas son del parecer que deberían defender la piedad pero, en realidad, acaban actuando de un modo bastante impío y militante. Los representantes de una espiritualidad que nace desde lo alto no tienen en cuenta absolutamente que sus argumentos nacen de cintura para abajo.

          Los padres del desierto nos enseñan una espiritualidad a partir de la base. Ellos muestran que debemos comenzar en nosotros y nuestras pasiones. Para ellos, el camino hacia Dios conduce siempre al autoconocimiento. Cierta vez, Evagrio Póntico lo formuló de la manera siguiente: “Si quieres conocer a Dios, aprende primero a conocerte a ti mismo”. Sin el autoconocimiento se corre siempre el peligro de que nuestros pensamientos acerca de Dios sean meras proyecciones. Hay otras personas piadosas  que, ante su propia realidad, se refugian en la piedad. No se transforman realmente por sus oraciones y actitud piadosa, sino que se aprovechan de la piedad únicamente para vanagloriarse ante los otros y confirmen su infalibilidad.

          Sin embargo, los padres del desierto, vienen a nuestro encuentro con una forma de piedad totalmente diferente. Ahí, ante todo, se cuestiona la sinceridad y autenticidad. Mientras tanto, eso conduce a una comprensión afectuosa con relación a todos aquellos que no andan por el mismo camino. Un teólogo deseaba mucho conversar con el patriarca Poimen sobre la vida espiritual, sobre cosas del cielo y la trinidad de Dios. Poimen, no respondió a nada de eso, escuchando solamente. Irritado, el teólogo quiso dejar al padre monástico. Uno de sus compañeros se dirige al patriarca y le dijo: “Padre, fue por tu causa que vino hasta ti este gran hombre, de valor reconocido en su tierra. ¿Por qué no quieres hablar con él?” Como respuesta, dijo el viejo monje: “Él está en las nubes y habla de cosas espirituales. Yo estoy aquí, abajo, y hablo de cosas terrenales. Si me hubiese hablado de las pasiones del alma, le habría respondido. Pero como habla de cosas espirituales, no soy capaz de comprenderlas”.

          El teólogo parte de una espiritualidad a partir de arriba. Habla directamente de Dios y de cosas espirituales. Para Poimen, el camino espiritual comienza en las pasiones del alma. Son ellas las que deben ser primeramente observadas y es con las que se debe luchar. Sólo entonces se comprende algo acerca de Dios. El tratamiento de las pasiones es, para Poimen, el camino hasta Dios.

El encuentro del teólogo con Poimen termina con estas palabras del discípulo de Poimen al huésped ofendido: “El anciano no tiene facilidad para discurrir sobre las Escrituras pero, tratándose de las pasiones del alma, tiene siempre una respuesta”. El huésped se arrepintió y fue donde estaba el patriarca y le dijo: “¿Qué debo hacer cuando las pasiones del alma se apoderan de mí?”  Entonces el anciano patriarca le dice con alegría: “Ahora has venido correctamente; abre tu boca para estas cosas y la llenaré de riquezas”.  El teólogo, entonces dijo: “Este es el verdadero camino”. Y dando gracias a Dios por haber merecido encontrar este santo, volvió a su tierra. Después que pasan a conversar sobre las pasiones del alma, su diálogo es serio, y sus corazones se tocan y viven conjuntamente en Dios. Repentinamente, Dios se hace sensible y presenta como meta de su camino.

Del Padre Antonio Abad nos fue transmitida la siguiente frase: “Cuando veas a un monje joven que desea el cielo por voluntad propia, agarra sus pies, tira de él hacia abajo, porque esto no le sirve para nada”.

          No es conveniente que personas jóvenes practiquen la meditación demasiado pronto y sigan el camino de la mística. Primero deben saber distinguir lo que constituye su propia realidad. Enfrentarse a sus pasiones y luchar con ellas. Sólo entonces estas personas pueden ponerse en el camino interno y fijar su corazón plenamente en Dios. Hoy en día, muchas personas quedan muy pronto fascinadas por caminos de espiritualidad. Piensan que pueden seguir estos caminos sin antes haber emprendido la penosa tarea del autoconocimiento y del encuentro con su lado oscuro. Los monjes advierten acerca de una espiritualidad desmedida. Estos excesos fácilmente nos lleva a hacer lo mismo que hizo Icaro, que se aproximó tanto al Sol, que cayó al mar por haber construido alas de cera. De modo semejante, las almas que nosotros construimos antes de encontrarnos con nuestra propia realidad, son también de cera. No van a conseguir mantenernos en el aire. En Norte-América llaman a este camino de vuelo espiritual descuidado, spiritual bypassing, que no es nada menos que un atajo espiritual. Un gran peligro está en el hecho de querer hacer uso de la meditación para desviarnos de problemas que nosotros mismos deberíamos resolver. Problemas tales como es el caso de nuestra sexualidad, de nuestras agresiones y angustias reprimidas. Es por eso que, cuando personas jóvenes manifiestan pensamientos muy piadosos, siempre procuro mostrarles el otro lado que, concretamente puede ser la vida cotidiana con el trabajo, la escuela, el estudio. No rechazo sus pensamientos y caminos piadosos ni ridiculizarlos, una vez que eso no me compete. Porque hay en su devoción, una ansiedad que es auténtica. Con todo, es importante         que esa devoción sea traída al suelo de lo cotidiano y que penetre en su vida diaria y en su trabajo.

          San Benito definió esta espiritualidad a partir de la base, en su capítulo sobre la humildad. Toma la escala de Jacob como imagen para nuestro camino hasta Dios. La paradoja de nuestro camino espiritual está en el hecho de subir hacia Dios a medida que nos rebajamos hasta nuestra propia realidad. Así es cómo él entiende las palabras de Jesús: “Quien se humilla a sí mismo será exaltado”.

          Es descendiendo hacia dentro de nuestra condición terrenal que entramos en contacto con Dios. Pues, a media que tenemos el coraje de descender hasta las raíces de nuestras propias pasiones, ellas nos elevan a Dios. Por ser esta humildad el camino más vil y despreciable para llegar a Dios, esto es, por ser el camino de la propia realidad para alcanzar al verdadero Dios, fue tan exaltado por los padres monásticos. Aquél que desea el cielo con facilidad, no encuentra nada más allá de su imagen personal, proyecciones propias sobre Dios.

          También Isaac de Nínive vio en la imagen de la escala de Jacob una imagen para ascender hasta Dios a través de la humillación: “Esfuérzate para entrar en la cámara del tesoro que está en tu interior, pues así habrás de ver la cámara del tesoro celestial. Porque tanto esta como aquella son la única y misma cámara. Y, a medida que entres, tendrás que ver las dos. La escala para el reino de los cielos está escondida en tu alma. Profundiza dentro de los pecados que están en ti y, así, encontrarás allí una escala por la cual podrás ascender”.

          Lo que necesitamos hacer es, a través de los pecados, interiorizar dentro de nuestra profundidad más honda. Porque es a partir de lo más bajo que podemos ascender hasta Dios. Esta ascensión corresponde a la ansiedad original del hombre. La filosofía de Platón giraba en torno de eso, es decir, según él el hombre sólo asciende a Dios por medio de su espíritu. Los padres de la Iglesia ven en Jesucristo, antes de ser elevado al cielo y por el hecho de ser el que primero se rebajó, otro modelo para nuestra ascensión hasta Dios. De ese modo, antes de poder personalmente y por medio de Jesús ascender hasta Dios, debemos antes que nada, rebajarnos dentro de nuestra humanidad de la misma manera que Dios lo hizo con Jesús.

          Sólo el humilde que está preparado para abrazar su humanidad, su materialidad, su sombra, experimenta al Dios verdadero. Por eso siempre escucharemos el elogio de la humildad. Ella es el camino hacia Dios. Es la característica más manifiesta de que un hombre se ha transformado según la medida de Dios. “Ni la ascesis, ni la vigilia, ni cualquier otra acción penosa proporcionan la salvación, sino solamente la humildad sincera”.  “La humildad es un vencedor de demonios”.  Y el diablo, cuando mide sus fuerzas con Macario por medio de la ascesis, reconoce: “Sólo en una cosa me eres superior”.  Y el monje Macario preguntó: “¿Y qué cosa es ésta?”  Y el diablo respondió: “Tu humildad. Es por eso que no puedo nada contra ti”.

          Para los monjes es la humildad la que los anima a buscar la verdad y los hace abrazar su propia materialidad y humanidad. Ellos se ven unos a otros en la humildad, para experimentar si realmente son hombres de Dios.

          Una monja, Sinclética, dijo: “Así como es imposible construir un barco sin clavos, del mismo modo un monje sin humildad no puede ser bienaventurado”.  La humildad es la comprobación de una vida llena del espíritu de Dios, pero también es el fundamento sobre el cual el monje construye su vida. Sin humildad está en peligro de estar al servicio de Dios. La humildad es la respuesta a cualquier experiencia de Dios.

          Humildad significa que se sigue al Cristo de una manera silenciosa y no quedar vociferando por ahí ante todos diciendo lo que hacemos de bueno. Como un tesoro, una vez abierta comienza a disminuir; del mismo modo disminuye una virtud que haya sido puesta en público. Pues, como la cera se derrite cuando está junto al fuego, así también el alma pierde gran parte de su intención pura cuando se diluye por el elogio. Es imposible que planta y semilla sea producida al mismo tiempo. Del mismo modo es imposible gozar del elogio y la gloria del mundo y, al tiempo, producir frutos para el espíritu. El fruto del Espíritu sólo podrá crecer en nosotros si somos capaces de renunciar a mostrarlos a todas las personas o declararlos a quienes nos rodea.

          La espiritualidad a partir de la base nos muestra que llegamos a Dios a través de una rigurosa auto-observación y por un estricto y sincero auto-conocimiento. Lo que Dios quiere de nosotros no lo podemos conocer por medio de altos ideales. Queremos alcanzar esos ideales para darnos la impresión de estar bien ante los demás y ante Dios. Según la espiritualidad, he de descubrir la voluntad de Dios así como mi vocación, a partir de mí mismo, pero eso sería si tuviera el coraje de rebajarme en la intención de ocuparme de mis pasiones, instintos, necesidades y deseos. El camino hacia Dios pasa por mis flaquezas. En ellas he de ser capaz de reconocer el plan que Dios tiene para mí y qué podría hacer de mí cuando me llegue su gracia.

          La espiritualidad que viene de arriba debería tener este significado: que yo me pregunte a mí mismo lo que Dios me diría a través de mis pasiones. Es posible que cualquiera de ellas apunte a una herida más profunda. Es posible que encuentre en cualquiera de mis pasiones al niño herido que está en mi y que reacciona brutalmente ante el mundo. Es probable que mis pasiones me digan que he dado demasiado poder a los demás. De ese modo, ellas serían la fuerza para liberarme del poder del mundo y dejarme abierto a Dios. Las pasiones no son malas en sí, porque pueden señalarme el camino hacia mi verdadero Yo.

          A través de mis pasiones entro en contacto con la fuente de mis energías, en la cual el espíritu de Dios brota en mi. Donde esté el mayor de mis problemas, allí está también la mayor de las oportunidades, mi tesoro. Allí entro en contacto con mi verdadera esencia. El camino hacia Dios pasa por el encuentro conmigo mismo.

          Hace años, viviendo en La Cabaneta (Mallorca) tuve la visita de una religiosa que frecuentemente entraba en depresión. Siempre que criticaba a una de sus hermanas religiosas se sentía como si estuviera en un foso. Esperaba que, a través de la meditación, se liberaría de su irritabilidad y depresión. Con todo, a medida que me visitaba, iba evolucionando porque evidenció que eso era su propia voluntad. A través del diálogo fue haciéndose claro para ella que se trataba de un camino equivocado. Tenía que descubrir a Dios a través de la tristeza. Cuando entraba en contacto con su depresión, con su incapacidad de superar su sensibilidad, cuando admitió haber herido a alguna compañera, sobre el fundamento de esos sentimientos, estuvo en condiciones de experimentar una profunda paz. Cuando la religiosa desistió de seguir luchando y se entregó a Dios se volvió completamente libre. Ella encontró a Dios en la orilla del abismo, el Dios que camina a su lado a través del fuego y del agua. Y todas sus representaciones de Dios cayeron cuando dejó de verlo como una carga y se transformó en un Dios que libera y ama.

          Dios nos educa a través de nuestros fracasos. Nos conduce por el camino de la humildad. De todo lo que Dios deja que suceda no hay nada que sea prescindible; todo tiene su sentido; también mis pasiones y errores. Son ellos que, de una forma más eficaz me encaminan hacia Dios.

          En mi Circular de Diciembre, presentaré algunos aspectos de esta espiritualidad, tal como fueron vivida por los primeros monjes. A mi entender, es importante que los temas de esta espiritualidad sean interpretados de acuerdo con el tiempo en que fueron vividos. A primera vista, muchas de las palabras de los patriarcas nos son extrañas. También es posible que nos lleve a un mundo de amor, verdad y libertad, introduciéndonos en los misterios de Dios y los hombres. Es por eso que estas palabras son mistagógicas, es decir, conducen dentro del misterio.

 

Proceso a la espiritualidad.-

 

“Busca el camino. Para y reflexiona un poco. ¿Qué es el camino que tú deseas  y está en tus visiones como una vaga perspectiva de grandes alturas a ser escaladas por ti mismo, un gran futuro a ser alcanzado? Cuidado. Sabe que el camino debe ser buscado por causa de él mismo y no como algo que tus pies recorrerán”.

            Busca el camino. El camino no es conocido. Nadie puede enseñártelo; no puede ser dado. No se puede mostrar ni transmitir. Necesitas buscarlo.

            Pensamos que debemos buscar la meta, pero que el camino ya está determinado. Hay tantos caminos que no hay razón para hablar sobre ellos, pues todos llevan a la misma meta. Que el final es lo que necesitamos encontrar,  porque él camino está al alcance de la mano.

            Eso no es verdad, porque la meta y el camino no son dos cosas. El propio camino se vuelve la meta. El primer paso es también el último. El camino, a medida que se avanza a través de él, se transforma en la meta. Lo importante es no pensar en ella. El pensamiento básico debe ser sobre el camino. Descúbrelo, búscalo.

            Por eso, nuestras mentes se encuentran de tal modo condicionadas, que pensamos haber recibido un camino original. Una persona es cristiana, mahometana, judía, y piensa que el camino le fue dado por la sociedad, la cultura, la educación, la religión. Ninguna te puede dar el camino, necesitas buscarlo, pues a través de esa búsqueda la transformación llegará.

            Un camino prestado es una senda muerta. A través de él, tú no avanzarás, no te llevará a lugar alguno. Puedes creer en ti, consolarte con él, aplazarlo todo por causa suya, pues como ya lo conoces supones que podrás transitarlo cualquier día pero, cuando inicias la marcha, verás que el camino que has tomado, que te ha sido facilitado, no te será de ninguna ayuda.

            Necesitas buscar tu propio camino. Es difícil y los errores son posibles. Pero nada se obtiene sin equivocarse;  hay que tener valor para reconocer los desaciertos. Podrás ir por caminos falsos, pero es preferible andar así que, permanecer absolutamente parado, pues por lo menos aprenderás a caminar, sabrás lo que es un mal camino. Eso también es bueno. Andas por una senda y descubres sus errores. Vas por otra y ves más inexactitudes. De ese modo, sabiendo lo que está mal, llegarás a comprender lo que es verdad. Por tanto, no tengas miedo de caer, de recorrer falsos caminos, porque aquél que tiene miedo de equivocarse se queda parado, jamás se moverá.

            Has de ser valeroso y buscar tu camino. Jamás imites la vía de alguien, porque esto no te llevará a la libertad. La cuestión no es seguir  este u otro camino; se trata de buscar, indagar. Hay que ser un buscador, no un seguidor. Y has de conocer bien la diferencia. Un seguidor no es más que un imitador. Un buscador también sigue, pero no imita, anda con el fín de buscar y descubrir. Está atento, es consciente. Un seguidor es ciego, dependiente, esclavo espiritual. Echa sus responsabilidades sobre los hombros de otro y se cuelga de él. Un buscador es responsable de sí mismo, está atento,  descubriendo algo nuevo cada día y experimentándolo. No tiene miedo, está abierto a todas las luces, preparado para moverse en cualquier dimensión que se presente. Si siente que el camino en el que se mueve no es el real, no dirá: “ he puesto tanto interés en este camino, que ahora no pienso cambiar”. Él abandonará el camino y todo lo que invirtió en él, retornando hacia donde estaba antes y comenzará a aprender de nuevo.

            Hemos invertido mucho en este mundo. Todo el prestigio, respeto, honra, está en juego. Un buscador abandona todo en el instante en que se da cuenta de que no le sirve. No tengas dudas. Busca el camino. Sé un buscador y no un creyente.

            “Busca el camino, retirándote hacia dentro y siempre que estés frente a alguna cosa que te atraiga, algo atrayente a tu razón, a tu lógica, a tu mente, que parezca racional, verdadero, recuerda que no es suficiente. Puede parecer verdadero a tu razón, pero eso no significa que lo sea, y a no ser que lo experimentes, no habrás descubierto nada. A través de la lógica no se descubre nada. La lógica es un instrumento útil, pero no es el criterio supremo, que siempre está en tu íntimo. Experiméntalo y siéntelo. Caso contrario, no creas que has encontrado algo, o tenido una revelación. Sólo a través de las experiencias las teorías se transforman en verdad”.

            Busca el camino yendo hacia tu interior. Siempre que descubras y experimentes algo, interiorízalo: experiméntalo ahí, en tu corazón. No te quedes reflexionando sobre lo que es meditación: medita. Sólo así podrás saber qué es. Hay muchos modos de meditar. Uno te servirá. La humanidad se esfuerza por su libertad hace miles de años y muchos tipos de hombres alcanzaron la libertad. Tú no eres nada nuevo; antes ya has estado aquí. Inténtalo. Pero hay que ser auténtico; si lo intentas, hazlo seriamente, con todas tus energías.

            Antiguamente, cuando un discípulo buscaba un maestro, la primera cosa que el maestro observaba era si el discípulo le convenía o si él le convenía al discípulo.

            Continúa intentando meditar con método, pero hazlo de todo corazón. Caso contrario, puedes olvidar una técnica válida. Si algo ocurre, bien. Entra en eso profundamente. Pero, si te dedicases totalmente a ella, con toda tu energía, y no pasara nada, entonces abandona la técnica,  no te sirve. Pero no la dejes antes de intentarlo, antes de entregarte totalmente a ella. Busca el camino profundizando en tu interior.

            Explora el camino avanzando con coraje hacia dentro. Aunque experimentes una técnica y sientas alguna cosa en tu interior, hay  la posibilidad de que se  trate de una ilusión. Tal vez no pase de una proyección de la mente, o sea un sueño, un deseo de realización. No pienses que has encontrado el camino. Sea lo que sea hayas alcanzado interiormente, hazlo ahora exteriormente. Todo lo que has conocido interiormente, transfórmalo ahora en tu carácter, vívelo. Ya has tenido la experiencia, ahora vívela y transfórmala en tu propia vida. Si sientes que la tranquilidad te llegó a través de esa experiencia, permite que ella se mueva, que las ondulaciones de tranquilidad a tu alrededor vayan más allá de ti. Deja que tu tranquilidad alcance a otros, que sientan que tú has alcanzado la paz.

            Si continúas con ira o rabia exteriorizada, pero dices: “Soy un meditador”, estarás engañándote a ti mismo. No te mientas, porque serás el único perdedor. ¿Cuál es el criterio para saber lo que es ilusión o realidad? Que tu vida exterior cambie de conformidad con la interior.

            Si experimentas la luz interna, el sexo desaparecerá y el amor llegará. El amor, una personalidad amorosa, lo sustituirá. No habrá un deseo sexual exclusivo. Si así fuera, es porque tú no has experimentado la luz interior. En tal caso, esta luz no es más que una proyección mental.

            Y así en adelante. Sea lo que fuere que hayas experimentado interiormente, eso necesita ser exteriorizado. Es necesario que eso se demuestre en tu vida, pues esta es la demostración de su veracidad. Si has alcanzado una profunda tranquilidad, el odio desaparecerá. Si permanece y no se transmutó en amor, entonces no hay paz interior. Si hay odio, la paz interna es imposible.

            Si repites un mantra, crearás una tranquilidad cultivada, falsa, pero tu vida exterior será la misma. Si el interior cambia, también cambiará el exterior, pero lo contrario no es verdadero. Tú puedes transformar lo externo sin que tengas necesidad de hacerlo con lo interno. Ese es el significado de la hipocresía, del disimulo. Creas una careta falsa, una fachada. Máscaras y no rostros reales. Pero si cambias el interior, el cambio exterior es inevitable, automático. Si no cambias, entonces el cambio interno no pasa de ser una ilusión.

Busca el camino.

            Búscalo retirándote hacia tu interior.

            Encuéntralo avanzando con energía hacia fuera.

(Fragmentos del libro “Proceso a la espiritualidad”.)

 

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