ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

 

                         

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                                                                                    Circular nº 11, año VII

                                                                                    Llubí, 1º Noviembre de 2.001.

          YOGA

          Este vocablo evoca en muchas personas sentimientos ingratos. Los que han leído o escuchado algo de yoga, o han visto hombres que lo practican, se han llevado la impresión de algo artificial o una aberración de la inteligencia humana. En efecto, lo que ciertos fakires o magos orientales exhiben como yoga es más repelente que atrayente; puede, como mucho, despertar la curiosidad de multitudes ávidas de sensaciones inéditas, pero que no interesan a ningún hombre serio deseoso de la verdad. Tanto en Oriente como en Occidente, el verdadero yoga ha sido desacreditado por estos falsos yoguis.

          La palabra sánscrita “yoga” aparece en nuestras lenguas occidentales como “yugo”, y ésta viene de unir, ayuntar. Así como el yugo une a dos animales de un tiro para una acción en conjunto, a fin de prestar un trabajo que uno no podría prestar, igualmente debe el hombre unirse a Dios para conseguir algo que por sí solo, aisladamente, no podría hacer. “Unión” sería, pues, la versión más apropiada del término “yoga”. Yogui es, por consiguiente, aquél que realizó esa unión o se esfuerza por realizarla. Todo y cualquier especie de ejercicio o técnica que tiende a establecer esa unión entre el hombre y Dios, es yoga. Los grandes genios filosóficos y espirituales, profetas y videntes, místicos y santos, y sobre todo Jesús, pueden ser llamados yoguis, en el verdadero sentido de la palabra, esto es, hombres unidos a Dios o en vías de esa unión.

          Hay diversos tipos o grados de yoga, a saber: 1) Hatha- yoga; 2) Raja-yoga; 3) Gnani-yoga; 4) Bhakti-yoga; 5)Karma-yoga.

          Hatha-yoga se ocupa, preferentemente, de ejercicios físicos variados, posiciones y movimientos respiratorios, que tienen por fín hacer del cuerpo un instrumento absolutamente dócil y manejable del alma; y es precisamente en ese terreno, que ocurren los mayores disparates; muchos falsos yoguis, olvidados de la verdadera finalidad de esos ejercicios, los practican como simple deporte o por el deseo enfermizo de ser admirados como seres sobrehumanos.

          Raja-yoga trata de la completa sujección del hombre y la naturaleza al poder de la mente. Es posible por medio de un intenso y asiduo entrenamiento de las facultades mentales, poder conseguir un magnífico dominio sobre la materia y energías de la naturaleza física y química. Es posible realizar fantásticos prodigios de carácter puramente intelectual. Lucifer, personificación del intelecto (sin el espíritu), según la Biblia, opera grandes portentos de esa naturaleza, consiguiendo seducir a los incautos. Lucifer podría, pues, ser invocado como patrono de los adeptos al Raja-yoga, como de hecho fue invocado, bajo el nombre de Mefistófeles por los alquimistas de la magia negra medieval, a fin de transformar en oro otros elementos inferiores.

          Gnani-yoga es el camino de la sabiduría o intuición espiritual, para promover la unión con Dios. Va más allá del alcance de los sentidos (Hatha) y del intelecto (Raja), y procura abismarse en la divina Realidad mediante un sentido íntimo de identidad esencial, por la visión interna, por la contemplación directa e inmediata de la luz eterna.

          Bhakti-yoga prefiere el camino de la devoción o la emoción efectiva, los trámites suaves del corazón, las llamas del amor, para alcanzar a Dios, que es amor purísimo.

          Karma-yoga anda por el camino de las obras y realizaciones dinámicas, perdiéndose en trabajos de beneficiencia social para promover el bienestar de la humanidad. Este tipo de yoga, como se ve, revela gran afinidad con el espiritu de la caridad cristiana de Occidente. Es necesario traducir en obras externas lo que se comprendió internamente, bajo pena de que la iluminación interior se apague o las suavidades místicas de la contemplación espiritual degeneren en simples sentimentalismos o distracciones enfermizas.

          Como se ve, el yoga es un complemento del Dharma: procura adicionar a la idea de la ética los medios de la técnica para hacerlo más eficiente.

          El Occidente, predominantemente materialista, tiene urgente necesidad de un Oriente más espiritualista, mientras que éste necesita aprender del primero que no basta tener grandes ideas y bellos sentimientos, sino que es necesario realizar algo en el mundo exterior, sin perder la permanente inspiración del mundo interno.

          La perfección está, como siempre, en la síntesis de la antítesis, en la identidad de los opuestos, en la vasta y profunda armonía que resulta de la unidad en la diversidad, de la experiencia del Dios del mundo en el mundo de Dios.

PERSPECTIVA Y PRONÓSTICO

          La gran lucha de la humanidad pensante y sabia del mañana será sostenida en el campo de la síntesis entre dos grandes antítesis, de la reconciliación de elementos tenidos por antagónicos, de la “identidad de los opuestos”.

          Los beligerantes en lucha, se llaman “Panteísmo” y “Dualismo”, y el gran Tratado de Paz, lleva el nombre de “Monismo”.

          El Panteísmo, que actualmente predomina en Oriente, identifica al mundo con Dios, tanto en su esencia como en su existencia, es decir, en el plano universal del Ser y en el plano individual de los fenómenos; afirma que no hay distinción ni separación entre el indivíduo y el Creador; que tanto la esencia (el ser) como también la existencia (el aparecer), son idénticas a su causa.

          El Dualismo, que predomina en Occidente, niega las dos tesis del Panteísmo, afirmando la diversidad (no-identidad) esencial y existencial del mundo y de Dios; afirma que la criatura no es sólo distinta sino también separada del Creador.

          En otras palabras, el Panteísmo afirma la inmanencia de Dios en el mundo y niega su trascendencia, mientras que el Dualismo niega la inmanencia y afirma la trascendencia de Dios.

          Panteísmo es inmanencia sin trascendencia.

          Dualismo es trascendencia sin inmanencia.

          Cada uno de ellos profesa una verdad y un error.

          Ninguno de los dos tiene la verdad integral.

          Está fuera de duda que, cuando termine ese conflicto milenario del Panteísmo y el Dualismo, el error que cada uno encierra será abandonado, y la verdad que cada uno de ellos contiene será conservada. El Panteísmo conservará la verdad sobre la identidad de la esencia entre Dios y el mundo, abandonando el error sobre la identidad de existencia entre los dos. El Dualismo, a su vez, continuará defendiendo la verdad de la no-identidad de existencia entre el Creador y la criatura, y no defenderá el error de la no-identidad de esencia entre ellos.

          El Panteísmo, continuando siendo inmanente, será también trascendente.

          El Dualismo, siguiendo siendo trascendente, también será inmanente.

          El resultado final de ese largo proceso eliminatorio, de parte a parte, sería el Monismo, que es la afirmación de la identidad esencial entre Dios y el mundo, y la negación de la identidad existencial entre ellos; el abandono de un más del Panteísmo y de un menos del Dualismo.

          El Monismo, que no es más que la forma definitiva y perfecta del Monoteísmo, afirma la identidad de esencia entre Dios y los fenómenos, negando la identidad de existencia entre los dos. Por otra parte, afirma tanto la inmanencia como la trascendencia de Dios.

          Con la afirmación de la identidad de la esencia (inmanencia) garantiza el Monismo la unidad fundamental entre Dios y el mundo; y con la negación de la identidad de la existencia (trascendencia) garantiza la individualidad de los fenómenos y, en el seno de la humanidad (o de otro mundo consciente y libre), salvaguarda la autonomía individual de la personalidad, la consciencia ética, la libertad y responsabilidad moral, la posibilidad del pecado y culpa; no anula las diferencias éticas entre el bien y el mal, ni hace a Dios autor de males morales (pecados) cometidos por la criatura consciente y libre. La no-identidad existencial entre el Creador y la criatura garantiza al hombre plena individualidad metafísica y ética, destruída por el Panteísmo.

          El Evangelio de Jesús el Cristo es esencialmente monista en este sentido, genuinamente monoteísta; no es panteísta, como ciertas filosofías orientales lo consideran; ni es dualista, como la teología eclesiástica del Occidente lo representa. Hay perfecta compatibilidad entre el alma del cristianismo, que es el evangelio, y la verdadera filosofía monista de Oriente; pero se sostiene un irreconciliable antagonismo entre el Evangelio y la teología dualista del cristianismo actual o la filosofía panteísta del paganismo oriental.

          Si el panteísta abandona el error de negar la trascendencia de Dios, y el dualista renunciara al error de negar la inmanencia de Dios, estará eliminada la barrera ideológica que separan esas dos humanidades.

          La gran lucha será entablada en los campos adversos del Panteísmo y del Dualismo; pero el Tratado de Paz será firmado en el campo central del Monismo, que ni es Oriental ni Occidental, sino Universal.

          Y entonces llegará la luz del amanecer de la Filosofía Cósmica de la humanidad.

 

 

 

 

 

 

LA LUCHA ENTRE MONISMO Y DUALISMO

          La evolución del pensamiento filosófico cristiano tuvo, en los primeros siglos de nuestra era, tres representantes típicos en Orígenes de Alejandría, San Agustín de Hipona y Pelagio, posiblemente nacido en el Norte de Europa, condenado por hereje.

          Todos esos pensadores estaban dotados de gran inteligencia y enteramente entregados al ideal cristiano; el primero era catequista lego, el segundo Obispo y el tercero monje. Entretanto, difiere notablemente el modo como cada uno concibe a Dios, el hombre y el mundo, y las relaciones que dominan entre ellos. Siendo que las ideas fundamentales de Orígenes, Agustín y Pelagio siguen dominando en el seno del cristianismo, es necesario tener de ellas una noción más o menos real.

          Orígenes, educado en el ambiente de la escuela neo-platónica de Alejandría, concibe esas realidades como en parte ya se expuso en Circulares anteriores, a través del prisma de un monismo ético, profundamente espiritual y místico, interpretando alegóricamente los textos bíblicos.

          En lo tocante al hombre, Orígenes afirma las palabras de su gran contemporáneo Tertuliano: “El alma es cristiana por naturaleza”. Quiere decir que toda alma humana es cristiana o divina, en virtud de su propia naturaleza íntima; pero ese cristianismo, o esa divinidad latente del alma, debe pasar, de su estado inconsciente, para el plano consciente; el hombre debe "ver” el reino de Dios que en él existe, desde el principio. El cristianismo no es algo que desde fuera sea impuesto al hombre, sino que es la propia naturaleza del alma humana la que debe evolucionar desde dentro, así como un árbol se desarrolla desde la semilla que lo contiene virtualmente desde el principio. Si, más tarde, Agustín afirma que el cristianismo no nació con el Cristo, sino con Adán, repite esencialmente el mismo concepto que Orígenes y Tertuliano, aunque no hable como locutor o intérprete de la teología eclesiástica que, por otra parte, defiende. Agustín no dejó de ser un pensador ambivalente, cuya filosofía monista y teología dualista estuvieron empeñadas perennemente en una guerra declarada o paz armada.

          Ahora, una vez admitida la premisa mayor, de que todas las cosas emanaron de una única sustancia eterna, Dios, era inevitable admitir lógicamente, que todas las cosas volverían finalmente a su origen, sin excluir los seres conscientes y libres.

          En ese sistema de pensamiento no cabe ninguna “perdición eterna”, ningún “infierno sin fin”. Por más intensamente libre que una criatura sea, y por más que ella, por el uso o abuso de su libertad, se aparte de su origen divino, es metafísicamente imposible que ella se separe de Dios para siempre, huyendo y perdiéndose eternamente en las zonas nocturnas y frías de un ateísmo irrevocable. Pues, siendo la criatura libre y única autora de su destino, es sólo ella la que puede poner término a ese infierno; solamente ella puede deshacer lo que ha hecho; Dios, que no contribuye para que el pecador encendiese la hoguera de su condena, tampoco lo hará para que ese fuego se extinga, porque respeta integralmente la libertad que otorgó a las criaturas conscientes de su mundo. Dios nada tiene que ver ni con la construcción ni con la destrucción del infierno de ningún ser consciente y libre. Es lo que se desprende del propio concepto de libertad.

          Todo error sobre el “infierno eterno” profesado por los teólogos dualistas, está en que ellos lo consideran  como un determinado “lugar”, con definida localización, lugar creado por Dios para castigo de sus enemigos; no comprenden que el infierno así como el cielo no es un lugar físico, sino un estado de ser consciente y libre, el estado de su aversión a Dios y de la voluntaria perpetuación de tal estado. Si ese infierno está en el hombre, allí estará él. Si el cielo está en el hombre, allí también tendrá su sitio. En la vida presente, es verdad, el hombre dominado por la consciencia sensitiva e intelectual, no percibe claramente ese infierno o ese cielo en que está; día vendrá en que esa consciencia se le volverá intensamente clara.

          Orígenes, a la luz de una lógica rectilínea y de un raciocinio inexorable, proclama la “rehabilitación final” de todas las cosas, el consciente y voluntario regreso a la casa paterna de todos los “hijos pródigos”, sea cual fuere el “padre extraño” en que ellos estén guardando sus “rebaños de cerdos”. Algún día, aunque sea en el fin de innumerables eternidades, esos hijos rebeldes tendrán añoranza de la casa paterna, “entrarán dentro de sí mismos”, y descubriendo su verdadero Yo divino, su filiación divina, pues todos ellos son hijos de Dios, aunque estén en profunda degradación, comenzarán a cerrar la gran parábola que, por el abuso consciente de su libertad, los llevó tan lejos de su centro divino. Puede ser que lleve incontables eternidades, pero la gravitación cósmica de la Divinidad es infinita y actúa a cualquier distancia; ningún planeta o cometa, humano o angélico, a despecho de un radical abuso de su vasta libertad, puede trazar su órbita centrífuga mucho más allá del alcance de la fuerza centípeta del astro central, Dios. Es la voz de la naturaleza de todo ser, sobre todo del ser consciente y libre. No hay distancia demasiado grande donde no llegue el eco de esa voz universal. Si un único ser pudiese huir de Dios para siempre, y emanciparse de su jurisdicción eternamente, Dios dejaría de ser Él, y el orden cósmico sería un mito, porque acabaría en caos.

          Orígenes comprendió que Dios revela su mayor potencia precisamente en crear seres conscientes y libres, permitiendo que ellos se aparten en el tiempo y el espacio, hasta donde quisieren; no los obliga en forma alguna a regresar, así como el padre del hijo pródigo no mandó al rebelde ningún mensajero para invitarlo a volver, consciente de que el hijo, siendo quien era, volvería libre y espontáneamente a la casa del padre, después de alcanzar el extremo de la curva de la parábola centrífuga. Visto desde aquí, desde las brumas del tiempo y el espacio, desde nuestra miopía humana, no debía Dios permitir esos “desórdenes” de Satanás y de los hombres satanizados; pero, desde las infinitas alturas de la eternidad, esos “desajustes” subjetivos, forman parte del gran orden objetivo, y por esto puede Dios permitir lo que a nosotros no nos parece permisible.

          No negamos que, en esa tesis, sea posible un eterno infierno, en el caso de que algunos de esos seres libres no renuncie a su ignorancia. De manera que, en último análisis, toda la cuestión se reduce a ese punto focal: si el pecador humano o angélico, quiere o no, renunciar libremente a sus malos actos, cometidos en uso de su libertad, su estado pecador se sigue manteniendo.

                                                                                                              Continuará . . . .

 

 

 

 

LA RELIGIÓN INDIVIDUAL

          Dios no es expresable en cualquier palabra, sea cual fuere. Llámalo “Él”o “Ella” y la palabra será pequeña. Si esta palabra te trae el recuerdo de una personalidad masculina, “Ella” podría traértela de la femenina, porque todas las palabras son creadas por seres humanos para nuestro uso y Dios no es una creación del hombre. Sea cual sea el nombre que uses, siempre será simbólico.

          Escoge cualquier símbolo que te agrade. Pero recuerda, cualquiera que elijas, siempre tendrá sus limitaciones. Puedes hablar con una pared, pero no tendrás respuestas. Dios es llamado “Él” para que su oración pueda ser un diálogo. De otra manera sería un monólogo.

          La palabra “Él”, me parece la mejor por algunas razones. Me explicaré. Primero, da una personalidad a Dios: Dios se hace una persona viva, con un corazón latiendo, respirando. Puedes llamarlo y confiar que habrá una respuesta. Puedes sentirlo y pensar que también Él te siente. La personalidad te ayuda a comulgar, a orar, a relacionarte. Si Dios no tuviera una personalidad, estaría muy lejos de ti, sería inconcebible. Tú eres una persona y necesitas un Dios que también lo sea. A menos que te vuelvas impersonal, no podrás relacionarte con otro ser de la misma dimensión que la tuya. Existen religiones orientales, que no citan a Dios de ninguna de las maneras. Pero ellas no pueden hablar de amor ni de oración. En el momento que abandonan la idea de Dios, un Ser personal, de un Creador, dejan la oración como un corolario necesario. La veneración tiene que ser abandonada; el canto litúrgico también, porque ¿para quién cantar? No hay nadie, solamente ojos de estatuas petrificadas.

          ¡Y la existencia es tan vasta . . .!

          ¿Por qué no decir, estado de ser? ¿Cómo te relacionarías con ese estado? Es tan grande que no serás capaz de abarcarlo.

          ¿Cómo Dios puede ser tan pequeño como tú? ¿Puedes coger Sus manos. La mano del estado de ser? No es posible. Las religiones orientales abandonaron la idea de Dios a causa de esos problemas, tanto filosóficos como filológicos, problemas que surgen con el lenguaje, la gramática y la lógica.

          ¿Has observado la diferencia entre meditar en solitario o rezar junto a alguien? La oración es una comunión. Los cristianos, mahometanos y judíos saben lo que es la oración. Los orientales perdieron completamente ese camino. Y la plegaria tiene una belleza en sí misma. Un meditador se cierra en sí mismo, no tiene abertura. Puede envolverse en el silencio, pero nunca quedar extasiado.

          El éxtasis viene cuando hay dos, como el amor. Cuando estás solo, puedas estar silencioso, quieto, pero nunca vibrando de alegría. Cuando el budismo se esparció fuera de la India, comenzarón a hablar de Buda como si fuera un Dios, y a través de esa figura, la oración entró de nuevo.

          Estado de ser, existencia, totalidad, grandes palabras, pero muertas. ¿Cómo te puedes relacionar con la totalidad? ¿Cómo conectarte con ella? Serás muy pequeño y la totalidad tan grande, que te perderás.

          No. Dios tiene que ser concebido de una manera humana. Llamarlo “Él” es muy humano. Sí, poco a poco, cuando llegas hasta Él, aprendes y te nutres de Él. Y, un día, no habrá necesidad de llamarlo “Él”. Una vez hecho el contacto, que tus fronteras y las Suyas se fundan en una existencia, entonces no habrá necesidad. Podrás arrodillarte sin decir palabra. Te sientas en silencio y la oración llegará. Estarás orando sin ninguna oración. Pero esta será en un desarrollo posterior. Al principio, puedes perderte si no lo llamas por su nombre personal.

          Ahora existen dos posibilidades: o lo llamas por el nombre de “Él” o de “Ella”, puedes usar los dos. Los sufis lo llaman de “Ella”, lo femenino. Los cristianos, judíos y mahometanos, lo llaman de “Él”, lo femenino, el amante. Estas dos posibilidades dependen de ti. Ambas formas tienen diferentes cualidades. Cuando lo llamas “Él”, significa que no necesitas ir a buscarlo, Él vendrá, porque es masculino. Y esta también es la belleza: la mujer puede esperar y el amante vendrá.

          Dicen los judíos: “No eres solamente tú el que estás buscando a Dios, también Él te busca. Esto es simbólico, pero puede ser de tremendo valor. Los judíos hablan de que puedes esperar como una mujer, que tu vida puede ser una tremenda espera, una abertura para recibir al invitado. Y el convidado viene porque lo masculino va en busca de lo femenino.

          Es mejor esperar, confiar, orar y dejarlo venir. Este es el significado de llamarlo “Él”. Tú te tornas femenino y Él masculino, y el juego comienza. Si eres masculino, está claro que tu responsabilidad es buscarlo. Los sufis van a Dios y para los occidentales Dios viene hasta ellos.

          Te cabe a ti decidir. Si lo llamas Él, tienes que entregarte. Ha de venir y vencerte, para que seas victorioso en tu derrota. Ha de venir a dominarte, destruirte y recrearte.

          Y ahora una frase que he leído, y la explicación que corresponde al texto:

                    Mi comprensión 

                    es que el conocimiento

                    es comprensión.

                    La sabiduría de los sabios

                    es la sabiduría de los tiempos.

                    Llévame hasta la sabiduría.

          Hay tres preguntas en una sóla. Primera: “Mi comprensión es que el conocimiento es comprensión”. No. El conocimiento nunca es comprensión. Es la ilusión de comprender. Es una falsa moneda. El conocimiento es prestado, la comprensión es tuya y el conocimiento de otros. La comprensión viene a partir de tu consciencia, y el conocimiento por medio del aprendizaje. Y los procesos son totalmente diferentes, opuestos. Si quieres comprender, has de dejar a un lado todo lo que has aprendido. El conocimiento funciona como una barrera y ha de ser abandonado. Lo conocido ha de cesar para que lo desconocido pueda nacer.

          La comprensión es siempre de lo desconocido. El conocimiento es tu memoria y la comprensión es tu ser. El conocimiento es como la Luna y la comprensión como el Sol. La Luna vive de luz prestada, refleja los rayos del Sol, no tiene luz propia. El Sol tiene su propia luz.

          Dice: “Mi comprensión es que el conocimiento es comprensión”. Se ha entendido mal.

          Segunda. “La sabiduría de los sabios es la sabiduría de los tiempos”. No es exactamente así. No hay relación con el tiempo. Es diferente. La sabiduría de los tiempos es el conocimiento colectivo, la experiencia de la humanidad. Las personas vivieron y experimentaron y, poco a poco, fueron deduciendo algún conocimiento a partir de sus experiencias.

          Las masas . . . la sabiduría de los tiempos viene a través de ellas. Viene con el tiempo y a partir de experiencias. Cuando una persona va más allá del tiempo, se vuelve conocedora. Un viejo es un conocedor, pero no necesariamente un sabio, recuerda eso.

          Jesús era muy joven. Y los viejos rabinos no estaban dispuestos a escucharlo. Esto parece totalmente normal. ¿Por qué deberían escuchar a un joven que aún no ha conocido el mundo, que no ha vivido lo suficiente? Jesús tenía treinta y tres años cuando fue crucificado. Comenzó a predicar tres años antes. Era hijo de un carpintero. Nadie hubiera soñado que ese joven, de repente, se tornaría un sabio. Un día declaró que era el Mesías, el hijo de Dios. ¿Cómo las personas podían creer en esto? Lo conocían como hijo de un carpintero y, de repente, diciendo estas cosas . . . . “debía estar loco”.

          Recuerda, la sabiduría es siempre crucificada, porque las personas que conocen no pueden tolerarla. Es ofensiva y ofende.

          La sabiduría no tiene tiempo alguno; nada tiene que ver con tus experiencias en la vida. Lo que llamas “la sabiduría de los tiempos”, es diferente, es un producto de las masas. Las personas han vivido en la Tierra durante tanto tiempo, han experimentado tantas cosas, que está claro han llegado a ciertas conclusiones. Pero la sabiduría no es una conclusión. Es como un relámpago. No viene de la experiencia, es iluminación, revelación. No puede ser probada. Tienes que apasionarte por ella. ¿Qúe prueba puede dar Jesús de la Verdad? No contestó ni a Pilatos, cuando hizo su pregunta: “¿Y, que es la Verdad?” Él dio su propia vida, pero ninguna prueba. Miró a los ojos del Gobernador, sin decir palabras. Podía haber dicho alguna cosa . . . pero la verdad no tiene palabras. Además, es una tontería preguntar a una persona como Jesús, porque él es la Verdad. Muchas veces dijo: “Yo soy la verdad y la vida. Yo soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin”.

          La verdad no viene de la experiencia de los tiempos, porque ella no lo es de ninguna de las maneras. Cuando todas las experiencias desaparecen y el que experimenta es dejado en un puro estado de consciencia . . . . La consciencia sin contenido es la Verdad.

          Te lo diré de otra manera: Dios no es una experiencia, está más allá de ella. La palabra es una experiencia y es posible en la dualidad. ¿Cuando te separas de una persona puedes experimentarlo?  ¿Cuándo eres uno con alguien más, puedes saberlo? ¿Cómo vas a dividir al experimentador de la experiencia, al conocedor de lo conocido, al que ve de lo que es visto? No es posible. Sujeto y objeto pierden las fronteras, se han hecho una unidad.

          La sabiduría es un relámpago, donde lo conocido y el conocedor se hacen uno, cuando desaparece la dualidad y permanece la unidad. El otro es necesario en la experiencia, porque está basada en lo opuesto.

          Dices: “La sabiduría de los sabios es la de los tiempos”. No lo es. La sabiduría de los sabios es atemporal, está más allá de la experiencia, es trascendental; la sabiduría de los tiempos es mundana, temporal, basada en la experiencia.

          Y la tercera: “Llévame a la sabiduría”. Esto no es posible. Si alguien te lleva, será conocimiento. Caerás en la misma trampa. Nadie te puede llevar porque el otro sería la causa de tu conocimiento. Sólo tú puedes ser causa de tu propio saber. Me dirás: “Entonces, ¿para qué escribes?” Yo no te llevo a ninguna sabiduría. Pero puedo hacer una cosa negativa. Intentar destruir tu conocimiento. Remover las barreras, las piedras de tu camino. Y las piedras son el conocimiento. Una vez removida, tú comienzas a fluir. La fuente estaba bloqueada por la piedra.

          La sabiduría está contigo; es la energía de tu vida, tu vitalidad. Está ahí. Una vez tengas el coraje de abandonar tu conocimiento, una vez te hayas vuelto inocente, ignorante, una vez digas “yo no se” y saber que todo lo demás es ilusorio, que tu conocimiento es un vacío, ficticio, la sabiduría fluye.

          Yo no puedo guiarte. Ella brotará en ti. Abandona la piedra que estás cargando, la piedra del conocimiento.

          Y si encuentras que el conocimiento es comprensión, ¿cómo abandonarás esa carga, la piedra? La irás a proteger. Si crees que el conocimiento es sabiduría, está claro que me verás como un enemigo que intenta seducirte para que abandones tu saber.

          El Maestro puede ser negativo; no puede darte cosas positivas. Evita a cualquiera que te prometa algo semejante. El Maestro no es más que una ayuda, una vía negativa; él es el camino de la negación. Te dice: “Eso no es verdad”. . . y te lo repite mil veces. Un día, de repente, puede colapsar todos tus conocimientos y algo saltará dentro de ti, como una luz. Esto será la sabiduría. Tu naturaleza más profunda. Pero yo no puedo dártela.

          Hay varios tipos de profesores: uno que llamaría carismático; otro metódico y un tercero natural. Estas divisiones sirven también para los terapeutas. La división ha de ser comprendida.

          “Carisma” viene de una palabra griega que significa “lleno de espíritu”. El líder carismático está tan lleno de espíritu, que si te acercas demasiado, te volverás su esclavo, te arrastrará.

          El carismático es peligroso, atrae a las personas, pero no es un Maestro, sino un esclavista. Es más un político  que un religioso. Tienen sed de mando y de dominio.

          El segundo tipo, el metódico, es un profesor. Usa métodos, pero no espíritu. No subyuga con su ser, pero no hace esclavos.

          La palabra “método” viene de una raíz griega que significa “seguir”. Nunca te guiará. Te escuchará, buscará encontrar tus necesidades, y te ayudará en secreto. Te empujará, pero no tirará de ti. No te va a dirigir, sino a convencer.

          Este tipo es mejor. Pero está claro que muchas personas son atraídas por el primero, y pocas por el segundo.

          El tercero es el Maestro natural; nunca dirige, ni te pide que lo sigas, él te acompaña. Te toma de la mano y se transforma en tu amigo. Es significativo que el nombre de Maitreya, el próximo Buda, signifique “el amigo”.

          El natural es mejor, más o menos atrayente. Es simple, común. No deslumbra, porque no tiene carisma. Tampoco es muy metódico, ni técnico y nada científico; más bien es poético, algo caótico. Es algo espiritualmente contagioso, con una vibración, una cierta frecuencia de onda. Ante él, vibras de una manera especial.

          Si no estás realmente deseando la comprensíon, la Verdad, evita a este tipo de Maestro. Su presencia es peligrosa porque puede ser algo así como un sabor especial para ti, y ese es el principio de una transformación.

NOTA.-

 

 

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Hombres y Dioses Egipto (Ensayo)
Hombres y Dioses Mediterráneo (Ensayo)
El libro del Maestro (Ensayo)
Los Buscadores de la Verdad (Ensayo)
Nueva Narrativa Vol. 2 (Narraciones)
Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

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