ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                            

 

 

Dirigida a las Escuelas de:

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                                                                                    Circular nº 5 , año VIII

                                                                                    Llubí, 1º Mayo de 2.002..

 

          Viene de la Circular de Abril de 2.002

          Dice Renán, que Spinoza tuvo de Dios la más profunda visión que jamás otro hombre haya visto. (Nótese este “visto”, indicando una revelación inmaterial). El conocimiento del hombre, en todos los sectores, tropieza constantemente con los barrotes de la jaula de su finitud humana; poco importa que esas barras sean de hierro o de oro; ellas son los barrotes de una prisión, y nadie puede sentirse realmente feliz como prisionero, ni en un palacio de oro. Los que, en esa jaula de sus limitaciones se sientan felices, tanto como dicen, deben su “felicidad” a su ignorancia. Son incapaces de sentir la infelicidad; o se habitúan hasta tal punto en su condición de prisioneros que crean dentro de sí una gran obtusidad que prefieren la esclavitud con hartura a la libertad austera, como los hebreos del éxodo de Egipto suspiraban, en pleno desierto, por las ollas de carne y cebolla de la tierra de esclavitud. Un pájaro habituado a la jaula, con su ración diaria de alpiste y su abrevadero de agua, acaba por tener las alas atrofiadas y pierde la añoranza de su verdadera patria, la vastísima libertad de la naturaleza.

          El más infeliz de los infelices es aquél que perdió el sentido de la felicidad y equipara su falsa situación a la verdadera y auténtica armonía consigo mismo.

          Sentir la infelicidad es una gran felicidad, porque es una puerta abierta para la liberación y el principio de la redención. Hay hombres inconscientemente infelices.

Hay hombres conscientemente infelices.

          Y hay hombres conscientemente felices.

          Solamente estos últimos son real y solidamente felices, porque no se encuentran en vísperas de nuevas infelicidades, como los otros lo están.

          La felicidad sólo puede tener por cimiento la libertad, y esta es hija de la verdad. Lógicamente, solamente puede ser real y definitivamente feliz quien conoce la verdad, una verdad vivida, saboreada y experimentada.

          ¿Qué es la verdad?

          La verdad es la esencia de las cosas percibidas por algún ser consciente. Verdad es, pues, la armonía entre una realidad objetiva y el reflejo que ese objeto proyecta en el sujeto consciente y pensante.

          Pero, ¿qué es la esencia de una cosa? Y ¿cómo puedo entrar en contacto con esa esencia?

          Esencia (derivado del infinitivo latino esse, ser) es aquello que una cosa “es” en su íntima y última naturaleza y no aquello que ella “parece” ser en sus manifestaciones externas y perceptibles. ¿Qué es una piedra? ¿Qué es una planta? ¿Qué es un animal? ¿Qué es un hombre?

          Todas las cosas percibidas sólo por los sentidos corporales aparecen invariablemente como existiendo dentro del “tiempo” y del “espacio”, teniendo cierta duración y dimensión; tienen un determinado “cuándo” y un determinado “dónde”. Pero son dos categorías de tiempo y espacio, duración y dimensión, no objetos reales; no existe ningún objeto real llamado “espacio”; son “modos de percepción sensitiva”, atributos inseparables de nuestro ver, oír, sentir, etc. Tiempo y espacio no pertenecen a la “esencia” o íntima naturaleza de las cosas, sino solamente a su “existencia” en el plano de los fenómenos individuales, en cuanto esa cosa es objeto de mi conocimiento sensitivo. Si yo no tuviese sentidos como vehículos de percepción, tiempo y espacio no existirían para mí, una vez que son atributos de mi percibir y conocer sensorial.

          Ahora, lo que las categorías del tiempo y del espacio producen en mí, el sujeto que conoce, es la impresión de la “pluraridad” de las cosas, “pluraridad duracional” (tiempo en sucesión) y pluraridad dimensional (espacio en extensión). Si yo no percibiese las cosas a través de los sentidos, no habría para mí esa doble pluraridad; habría unidad de tiempo y unidad de espacio; esto es, no habría sucesión tri-duracional (pasado, presente y futuro), llamado tiempo; ni habría extensión tri-dimensional (largo, ancho y grueso) llamado espacio. Ahora, la ausencia de la sucesión temporal se llama “eternidad”, y la ausencia de extensión espacial se llama infinito o “infinitud”.

          En la eternidad y en el infinito no hay pluraridad. Todo es “uno”, todo es “simultáneo”, todo es “presente” o ahora, todo es “aquí”. En la eternidad y en el infinito termina cualquier categoría de “cantidad” o extensión (duracional o dimensional), y sólo impera la “cualidad” o intensidad (sin duración o dimensión).

          Quiero decir que, detrás de esa pluraridad de las existencias individuales, está la unidad de la esencia. Esta es real y aquella es aparente. Las existencias hablan en pluraridad; la esencia solamente conoce unidad.

          Alcanzar la esencia de las cosas existentes es percibir la unidad a través de la pluraridad, y esto es conocer la verdad.

          Decimos esencia y no esencias porque, en último análisis, hay una sola esencia, aunque revelada en existencias múltiples; así como el único océano se revela en muchas ondas, así como la única luz incolora se revela en colores, así como un solo pensador se revela en numerosos pensamientos.

          La esencia única tiene nombres sin número ni medida entre los hombres, precisamente por ser esencialmente anónima e innominable, porque no es indivíduo y sólo individuos pueden nominarse o definirse. La esencia es universal, absoluta, infinita y por esto no puede ser definida, porque “definir” quiere decir poner “fines”, límites; definir el infinito es lo mismo que finitizarlo; lo mismo que relativizar lo absoluto; lo mismo que individualizar lo universal, procesos esos intrínsicamente absurdos y contradictorios.

          Esa esencia única, una, absoluta, universal, infinita, no es todavía una substancia inerte y pasiva, sino una fuerza viva y activa; ella es la Vida, la Inteligencia, la Consciencia, la Razón, el Espíritu en grado ilimitado. Y, como tal, no puede la infinita esencia dejar de ser creadora, eternamente activa y jamás pasiva. Aristóteles la llama el “acto puro”, la purísima actividad. La Biblia dice, simbólicamente, que “Dios es luz y en Él no hay tinieblas”. Luz es el símbolo de la actividad (la ciencia moderna proclamó la luz como la más alta realidad del mundo físico), tinieblas, es ausencia de luz, símbolo de pasividad e inercia.

          Ahora, siendo la infinita esencia (Dios) siempre activa y jamás pasiva, derivan de ella efectos múltiples e incesantes, a través de todos los tiempos y espacios. Dios nunca fue Dios sin ser Creador. Un Dios que no fuese Creador sería un Dios inerte, pasivo; quiero decir, un no-Dios. Entretanto, ninguno de los efectos creados de esa infinita causa creadora puede ser infinito, sino que es necesariamente finito, porque de lo contrario, el efecto creado sería igual a la causa creadora y tendríamos dos Infinitos, dos Dioses, hipótesis intrinsicamente absurda.

          Dios es, pues, infinito en su esencia, pero finito en sus existencias o manifestaciones. Dios, esencialmente infinito, es existencialmente finito. Esencialmente uno, y existencialmente múltiple. Uno en su ser, muchos en su hacer. En ninguno de sus efectos puede hacer que Dios se revele total y exhaustivamente, lo que equivaldría a crear un nuevo Dios y agotar así todas sus potencialidades creadoras en un único acto creador.

          Ese conocimiento nítido de Dios, uno en su esencia y múltiple en sus existencias o manifestaciones es de suma importancia; es la llave maestra para comprender la filosofía de Spinoza, así como todas las demás filosofías de la humanidad; desde Sócrates, Platón, Plotino, Orígenes, hasta las profundas filosofías de los Vedas de Oriente, de Hermes en Egipto y de las poderosas corrientes metafísico-religiosas de la actualidad. La falta de ese conocimiento nítido ha llevado y continúa llevando millares de hombres a deplorables confusiones y graves injusticias, como en el caso de la Sinagoga que condenó a Spinoza como siendo “panteísta”, cuando nunca existió entre los hombres inteligentes un solo panteísta. El panteísmo sería identificar lo finito con lo Infinito, lo individual con lo universal, lo relativo con lo absoluto, lo temporal con lo Eterno, el pequeño efecto con la gran causa; absurdos esos jamás cometidos por hombres inteligentes y habituados a pensar lógicamente. Spinoza en una respuesta serena y calma, hizo ver a la Sinagoga de Amsterdan que ella estaba completamente engañada, acusándole de panteísta, y demostró que era tan poco panteísta como los grandes profetas de Israel y los apóstoles del cristianismo primitivo.

          Conforme he dicho en mis escritos, el panteísmo además de identificar la esencia de cualquier cosa con Dios (en lo que está cierto), identifica también la existencia de las cosas con Dios (en lo que está equivocado). El dualismo, a su vez, comete el error de negar no solamente la identidad de la existencia (en lo que hace bien), sino también la identidad de la esencia (en lo que hace mal). El monismo, sin embargo, afirma la identidad de la esencia entre la causa divina y cualquiera de los efectos de ella, al mismo tiempo que niega la identidad entre la esencia divina y la existencia de las cosas creadas.

          En otras palabras:

          El panteísmo niega la trascendencia y afirma la inmanencia de Dios en todas las cosas, no haciendo distinción entre Dios y el mundo.

          El dualismo, a su vez, afirma la trascendencia y niega la inmanencia, estableciendo separación entre Dios y el mundo.

          El monismo, sin embargo, afirma tanto la trascendencia como la inmanencia de Dios en el mundo, proclamando diferencia entre causa y efecto, pero no la separación entre ellos.

          Dios no está fuera del mundo, ni el mundo está fuera de Dios, pero Dios no es el mundo ni el mundo es Dios.

          Todas las grandes filosofías y religiones son visceralmente monistas en el sentido expuesto, sin exceptuar el Evangelio de Jesús el Cristo, aunque las teologías eclesiásticas sean, generalmente, dualistas y favorecen explícitamente ese dualismo, con el fin de evitar el peligro del panteísmo, que acarrearía la ruina de todo el orden espiritual y moral de la humanidad, porque haría imposible la aceptación de la libertad, responsabilidad moral, pecado, redención, virtud y vicio, en el seno de la humanidad, haciendo a Dios responsable de todos los actos humanos, tanto buenos como malos. Nada de esto sucede en el monismo, que garantiza la perfecta responsabilidad individual y moral de la personalidad humana y la perfecta distinción entre Dios y el mundo.

          En razón directa que la evolución racional-espiritual de la humanidad progresa, el dualismo teológico del Occidente cristiano y el panteísmo filosófico del Oriente pagano han de convergir cada vez más hacia un monismo espiritual y ético del Evangelio de Jesús el Cristo y de los eximios pensadores del género humano de todos los tiempos.

          Spinoza niega tanto la personalidad como la libertad de Dios, doctrina que causó enorme alarma en medio de católicos, judíos y protestantes ortodoxos de Amsterdam y otros lugares. La teología normal afirma tanto la personalidad como la libertad de Dios.

          Mientras tanto, conviene no olvidar que el filósofo niega que el concepto de persona y libertad tradicionalmente conocido entre los hombres pueda ser aplicado a Dios, una vez que Dios es la Realidad Universal, la Substancia Cósmica, la Consciencia Infinita, mientras que, fuera de Él, todo es individual y finito. Ahora, los atributos de persona y libertad de que tratan las teologías son derivados de seres individuales, esto es, del hombre, no pudiendo por esto ser aplicado a Dios.

          Dios no es persona así como el hombre lo es.

          Dios no es libre de la manera como el hombre considera tal concepto.

          Porque el hombre es finitamente personal, individualmente consciente, relativamente libre, mientras que a lo Infinito y Absoluto nada puede ser aplicado que sea finito, individual y relativo. El antropomorfismo que los seres finitos y humanos atribuyen a Dios, no deja de ser una simple ficción del sujeto que conoce, falsamente proyectada dentro del objeto conocido, como si perteneciese a tal objeto.

          Spinoza, amigo de términos matemáticos y geométricos, dice que, si un triángulo filosofase sobre Dios, diría que Dios es triangular, un círculo que formase una idea de Dios lo llamaría circular, porque el sujeto conocedor atribuye al objeto que conoce (y pretendidamente conocido) lo que el mismo posee de mejor; y, como la más alta perfección que el hombre tiene es su personalidad, caracterizada por la consciencia y libertad individual, es lógico que atribuya a Dios lo que él mismo, el hombre, posee de mejor y más perfecto, que es su personalidad dotada de consciencia y libertad individual. Es así que Dios aparece necesariamente “humanizado” (antropomórfico), aunque nada de esto tenga cabida en Él.

          Según Spinoza, Dios no posee personalidad, ni consciencia ni libertad, en el sentido que esos atributos son tomados por el hombre.

          Entretanto, es falso afirmar que, en el concepto de Spinoza, Dios no posea perfección alguna de las que el hombre tiene. Al contrario, contiene todas las perfecciones del hombre, pero no del modo y en la forma en que el hombre las tiene. Dios posee, por así decir, omnipersonalidad, omniconsciencia, omnilibertad. La polaridad entre personal e impersonal, entre consciencia e inconsciencia, entre libre y preso, no se encuentra en Dios. Por esto, tampoco se puede decir que Dios sea bueno o malo, porque esos dos conceptos adversos provienen de una polaridad, de un positivo o de un negativo, de una luz cuyo contrario es las tinieblas; quiero decir, que esos conceptos derivan de un mundo de polaridad, cuando en la Substancia Infinita y Absoluta nada hay de esos finitos y relativos.

          Si un ser irracional fuese designado por una asamblea de irracionales para comprobar si el hombre es un ser racional, ese delegado, después de prolongadas observaciones, regresaría con la noticia de que el hombre no es normal. ¿Por qué no? Porque todos sus actos, observados por el irracional, revelarían irracionalidad. Digamos que si un perro, tenido por animal muy inteligente, fuese de noche a espiar por la ventana de una biblioteca para ver lo que los hombres hacen en ese edificio iluminado durante horas y horas, verificaría de su observación, que todos los hombres que entran en el recinto, toman de las estanterías determinados bloques de papel blanco con muchas señales negras y se sientan delante de los papeles, mirando durante horas enteras y después de reponerlos en su lugar, vuelven a casa. ¿Revela esto inteligencia o irracionalidad? Si el hombre por lo menos se comiese el volúmen, podría considerarse el acto como racional, pero el perro como delegado del mundo animal, nunca vió que el hombre se comiese el papel con señales negras.

          Conclusión: el hombre no es un ser racional.

          ¿Por qué el animal irracional saca esa conclusión objetivamente equívoca?

          Porque lo irracional sólo puede juzgar lo racional según la irracionalidad del sujeto que conoce, y no según la racionalidad del objeto que se va a conocer. O, según la conocida frase filosófica: “todo lo que es recibido lo hace según la manera del recipiente”.

          Por tanto, si un ser individualmente personal, consciente y libre, intenta conocer a Dios, universalmente personal, consciente y libre, sólo lo conoce como individualmente personal, consciente y libre. Y, en el caso, que alguien se atreva a negar que Dios posea esa especie de personalidad, consciencia y libertad, será luego acusado de negar las perfecciones que expresan esas palabras, cuando de hecho ese hombre, despojando esas palabras de lo que ellas tienen de imperfecto, afirma de Dios algo mucho más perfecto que el otro.  Así como la zorra, no viendo en el hombre la especie de inteligencia sensitiva que ella y otros animales posee, es incapaz de concebir una inteligencia no sensitiva o hasta racional, negando al hombre esa perfección que él tiene en grado muy superior a la del animal.

          El único medio para no errar es abandonar el punto de vista inferior, de consciencia meramente individual, y ascender a un plano superior de experiencias, esto es, al plano de la intuición racional, cósmica, universal; pero esto supone una evolución interior, que todos pueden adquirir, pero que pocos poseen actualmente.

          Procuremos concretizar esta verdad por medio de una comparación sacada del mundo de la física. Nuestro órgano visual percibe colores entre dos límites extremos, el rojo y el violeta; lo que está más allá del rojo, el llamado infrarojo, no existe para nuestra visión; de la misma forma, lo que va más allá del violeta, el llamado ultravioleta. El infrarojo es oscuridad para nosotros, por deficiencia de vibración, mientras que el ultravioleta se nos presenta como oscuridad por exceso vibratorio. Quiero decir que, la realidad de la luz existe para nosotros entre dos tinieblas, la superior y la inferior, por deficiencia o por exceso de luz.

          Lo que, en el terreno físico llamamos tinieblas por deficiencia de vibraciones luminosas, corresponde en el plano humano a la idea de impersonal, inconsciente, de no libre; las vibraciones del plano superior de la luz perceptible, corresponde a nuestra personalidad, consciencia y libertad humanas; mientras que las vibraciones por encima de nuestro plano perceptible, del mundo ultravioleta, corresponden a un grado de personalidad, de consciencia y libertad, tan elevado que, por exceso, nos parecen lo contrario; así como una luz excesivamente fuerte nos afecta como tinieblas. Mientras tanto, para nosotros como seres personales, conscientes y libres, es más fácil concebir lo que está bajo nuestro nivel que aquello que está por encima, instintivamente confundimos la oscuridad de arriba con las tinieblas de abajo; esto es, Dios, cuando es llamado no personal, no consciente, no libre, nos parece infra-personal, infra-consciente, infra-libre, cuando en realidad Él es supra-personal, supra-consciente, supra-libre, porque posee perfecciones en grado infinito. Ahora, el infinito del TODO siempre se parece al ALGO, como el infinito de la NADA; la plenitud del SER se parece al SEMI-SER como siendo el vacío del SER.

Continuará en la Circular de Junio de 2.002 

 

 

   

       POEMAS DE KABIR

          “El yogui tiñe sus ropas,

          en vez de teñir su mente con los colores del amor.

          Se sienta en el interior del templo del Señor

          dejando a Brahma, para adorar una piedra.

          Agujera sus orejas y usa una larga barba

          y los cabellos enmarañados; parece una cabra.

          Va al desierto, matando todos sus deseos,

          y se torna un eunuco.

          Raspa la cabeza y tiñe sus ropas,

          lee las Sagradas Escrituras y es un gran charlatán.

          Kabir dice: “Estás marchando hacia las puertas de la muerte,

          con las manos y los pies atados”.

          “Escucho la melodía de su flauta y no puedo contenerme;

          la flor se abre, a pesar de no ser primavera,

          y la abeja ya ha recibido su invitación.

          Los truenos suenan en el cielo y los rayos lo iluminan;

          las ondas se levantan en mi corazón.

          La lluvia cae, y mi corazón anhela a mi Señor.

          Donde el ritmo del mundo sube y baja,

          allí llegó mi corazón.

          Allí, las banderas ocultas ondean en el aire.

          Kabir dice: “Mi corazón está muriendo, aunque Él viva”.

          El hombre es un arco iris, con sus siete colores. Esa es su belleza y su miseria. El hombre es multifacético, multidimensional. Su ser no es simple, sino complejo. Y, a partir de ahí, de esa complejidad, nace la armonía que llamamos Dios.

 

          Así, la primera cosa que hemos de entender sobre el hombre es que él aún no es. El hombre es una posibilidad, una potencialidad. El hombre es una promesa. El perro es, la piedra es, el hombre puede ser. De ahí viene la ansiedad, la angustia, la posiblidad de perder la ocasión; nada es seguro. Puedes o no florecer. Por eso el temor interno: “¿Quién sabe si seré capaz o no de hacerlo?”

          El hombre es un puente entre el animal y lo Divino. Los animales son felices, pero no conscientemente, pero no tienen preocupaciones ni neurosis. Dios es tremendamente feliz y consciente. El hombre está exactamente entre los dos, en un limbo, siempre ondulando, ¿Ser o no ser?

          Recuerda que el hombre es un arco iris, porque eso da una perspectiva total en la cual el hombre puede ser comprendido, desde lo más bajo hasta lo más alto. E.l arco iris tiene siete colores; el hombre tiene siete centros principales en su ser. La simbología del siete es muy antigua. En la India tomó la forma de los siete chakras: el más bajo es el muladhara, el básico, sexual y el más alto es sahasrar, el de la hipófisis, y entre esos dos existen cinco grados, otros cinco chakras. El hombre tiene que pasar por todos ellos, siete peldaños en dirección a Dios.

          Normalmente, quedamos presos en los más bajos. Los tres primeros, son chakras materiales. Si vives en ellos, no serás muy diferente de los animales y, entonces, estarás cometiendo un crimen. El delito cometido es que no habrás sido capaz de ser lo que deberías ser; habrás perdido la oportunidad. Si una semilla no crece hasta ser una flor, está cometiendo un crimen, no contra nadie sino contra sí misma. Y el pecado que se comete contra sí mismo es el mayor de todos. En verdad, sólo pecamos contra nuestro prójimo, cuando ya hemos cometido el primero, el pecado fundamental contra nosotros mismos.

          Los primeros tres chakras se refieren a la comida, al dinero, al poder, la dominación, al sexo. La comida es el más bajo y el sexo el más alto dentro de los tres centros. Esto tiene que entenderse. La comida es el más bajo, porque una persona obcecada por la alimentación, está en la categoría más baja del animal. Simplemente quiere sobrevivir, no tiene otro propósito. Si le preguntas por qué lo hace, no tendrás respuesta alguna.

          Es un círculo vicioso del cual nunca sales: comes para vivir y vives para comer. Esa es la posibilidad más baja. La forma más inferior de vida es la ameba; come y no hace nada más. Ni tiene vida sexual, come todo lo que puede y ese es exactamente el símbolo del hombre inferior. La ameba no tiene otros órganos; todo su cuerpo funciona como una boca. Digiere todo lo que tiene cerca, y se va haciendo cada vez mayor, hasta el punto que no puede crecer más y entonces se divide en dos. Y todo vuelve a empezar.

          Algunas personas viven en ese nivel tan bajo. ¡Cuidado! La vida tiene algo más que darte. Todo no está en sobrevivir. La sobrevivencia es necesaria, pero no es un fin en sí misma, sino un medio.

          El segundo tipo, un poco más alto que el adicto a la comida, es el maníaco por el poder, el político. Su objetivo es dominar a las personas. ¿Para qué? Porque en lo íntimo se siente inferior: quiere demostrar al mundo que es alguien, que puede dominar, colocar a las personas en los puestos que designe. No sabe colocarse en su lugar y lo intenta hacer con todo el mundo. Es una persona obcecada por el ego. Puede seguir cualquier dirección: si fuera el dinero, irá acumulándolo, porque es un símbolo de poder. Si fuera la política, nunca estará satisfecho hasta haber conseguido sus fines, para encontrar que no hay nada donde quiera que haya llegado.

          El político tiene su propio camino: diputado, ministro, presidente . . . va hasta lo más alto y, entonces, no hay ningún otro lugar a dónde ir y no sabe cómo regresar. Ningún político lo sabe. Aprende un arte: subir cada vez más alto. Y llega un momento en que no hay más sitios que ocupar . . . Entonces llega la frustración.

          Es el clásico arribista . . . Entre los animales puedes observarlo. Si ves un grupo de monos, encontrarás uno que es el presidente, o el primer ministro, o cualquier otro nombre que quieras darle al líder, mientras que el resto del grupo lo sigue. Dominar a los otros, subyugar a alguien, es un instinto bien animal.

          El verdadero hombre intenta conquistarse a sí mismo, no a los demás. Quiere conocerse, no quiere llenar ningún espacio interior vacío con el dominio de otra persona. El verdadero hombre ama su libertad y la de los demás.

          El tercer nivel es el sexo, que es superior a la comida y la política, porque tiene una cualidad un poco más alta: la de compartir. En la comida, tú absorbes, no compartes. En el dominio por la política, destruyes y no creas. El sexo es la posibilidad más grande en el plano más bajo: compartes tu energía y te vuelves creativo. En lo que concierne a la existencia animal, el sexo tiene más valor. Y las personas están detenidas en algún punto de los tres centros.

          El cuarto es el chakra del corazón, el plexo cardíaco, anahata, el chakra del amor. Aquí está el puente. El amor es el puente entre el animal y Dios. Intenta comprender esto tan profundamente como seas capaz, pues aquí está todo el mensaje de Kabir: el mensaje del amor. Debajo del corazón, el hombre es un animal; encima del corazón, está lo divino. Solamente en el corazón el hombre es humano. Es por eso que un hombre que puede sentir, amar, rezar, llorar, reír, compartir, que puede sentir compasión, es el verdadero ser humano. La humanidad amaneció con él.

          En el quinto, el amor es más meditativo, más devoto. En el sexto, el amor ya no es una relación, ni tampoco una oración, sino un estado de ser. Ahora ya no amas a una persona, sino que tú eres amor. Amar ya no se cuestiona, sino que tu energía es amor. No puedes ser de otra manera. El amor es un flujo natural que destilas; así como respiras también amas; es un estado incondicional. Y, en el séptimo, sabes que has llegado a tu casa, la casa del Padre.

          En la teología cristiana, puedes encontrar la misma alegoría en la historia de la creación del mundo en seis días, siendo que el séptimo Dios descansó. Esos seis días son los seis centros del ser. El séptimo es descanso. Esa alegoría no ha sido bien comprendida. Los teólogos cristianos nunca la estudiaron a fondo. Su comprensión sigue siendo superficial y como mucho lógica, teórica, pero nunca se ha llegado al punto principal. Dios creó el mundo: primero creó la materia y, por último, creó al hombre. Durante cinco días creó materia, aves, animales y, el sexto día, creó al hombre. Y, en el último momento del sexto día, creó la mujer. Eso es muy simbólico, significativo: la mujer es la última creación de Dios.

          La alegoría es hermosa, pues dice que creó a la mujer a partir del hombre. Eso significa que la mujer es un refinamiento humano, una forma más purificada.

          Primero: la mujer significa intuición, poesía, imaginación. Hombre significa voluntad, prosa, lógica, razón. Esos son símbolos: hombre, significa una cualidad agresiva; mujer, significa receptividad. La receptividad es muy elevada. Hombre significa lógica, raciocinio, análisis, filosofía; mujer significa religión, poesía, imaginación; más fluída, más flexible. El hombre lucha contra Dios. La ciencia es un producto puramente masculino; el hombre luchando, esforzándose, intentando conquistar. La mujer nunca lucha, simplemente recibe, da la bienvenidad, espera, se rinde.

          La alegoría cristiana dice que Dios creó primero al hombre. El hombre es lo más alto en el reino animal pero, en lo que se refiere a la humanidad, la mujer es superior. Los teólogos cristianos interpretaron eso de una manera totalmente equivocada, de un modo machista. Piensan que el hombre es más importante y, por eso, Dios lo creó primero. Entonces, los animales tendrían que ser más importantes, pues fueron creados antes que el hombre. La lógica es falsa. Piensan que el hombre es el elemento principal y la mujer un apéndice. En el último momento, Dios sintió que algo estaba faltando, y entonces tomó un hueso del hombre y creó a la mujer. Ella no puede ser importante, es como una ayuda, solamente para que el hombre se sienta bien, porque de lo contrario estaría muy solo. La historia es analizada de tal forma que parece que la mujer es menos importante que el hombre, como un juguete para que el hombre se sienta feliz y acompañado. Dios tuvo tanto amor por el hombre que pensó que podría quedar triste si nadie lo distrajera . . . No; esa no es la verdad.

          La imaginación sólo llega cuando la voluntad se rinde. La misma energía volitiva se hace imaginación, la misma agresividad se hace receptividad, la misma energía que lucha se vuelve cooperación. La misma energía en forma de rabia se transmuta en compasión. La compasión viene de la cólera; es un refinamiento de ella, una sinfonía que nace de la violencia. El amor viene del sexo; es un punto más alto, más purificado.

          Dios creó a la mujer después de haber creado al hombre, pues ella solamente puede ser creada después. Primero se crea la energía pura, y entonces se la puede refinar. El refinamiento no puede venir antes. Y, en esa alegoría hay un mensaje: todo hombre tiene que tornarse femenino antes de alcanzar el séptimo centro; eso sucede en el sexto centro. En el yoga, este centro significa el centro de la verdad. Es el centro más poderoso y hay muchos que quedan presos en él; juegan con energías espirituales y haciendo tonterías. En ese punto el hombre tiene que transformarse en mujer y toda su voluntad tiene que ser usada en una única cosa: rendirse, entregarse. Tener esa voluntad de entrega es la cosa más grande del mundo, y eso solamente puede hacerse si tuvieras fuerza de voluntad, no la normal, sino una extraordinaria fuerza de voluntad.

          Normalmente, piensas que las personas que se rinden son débiles, pero te equivocas. Solamente las personas muy fuertes pueden rendirse; la rendición necesita fuerzas, muchas fuerzas. Si te rindes por debilidad, tu rendición será insignificante, impotente. Si te rindes por tener muchas fuerzas, tu rendición tendrá significado, importancia. En el sexto centro, cuando la voluntad llega a su punto supremo, la rendición es posible. A partir de la voluntad es creada la rendición; a partir del hombre Dios creó a la mujer.

          En el sexto centro . . . si preguntas a un cirujano de cirugía cerebral, ellos estarán de acuerdo conmigo. Dicen que el cerebro está dividido en dos hemisferios: hombre y mujer, izquierdo y derecho. El cerebro izquierdo es masculino y el derecho es femenino. El cerebro derecho está estrechamente conectado a la mano izquierda; y es por eso que la mano izquierda no es tan apreciada como la derecha. La mano derecha está asociada al hemisferio cerebral izquierdo. Es un mundo orientado hacia el hombre, para que domine en todos los ámbitos de actuación humana. La mano derecha es símbolo de lo masculino y la mano izquierda del femenino.

          Un poeta usa una parte de su cabeza diferente a la que usa un matemático. El poeta es más femenino. No es coincidencia el que veamos en los poetas una feminidad, una gracia, una belleza, un atractivo, un carisma femenino. Si ves a un pintor lo hallarás un poco afeminado; sus ropas, los cabellos largos, la manera de andar, todo es más femenino.

          Cuando el budismo llegó a China, los chinos se extrañaron de que un maestro budista pudiera ser tan compasivo. Por tanto, pensaron que debería ser una mujer. Y durante muchos siglos representaron a los santos budistas como una mujer.

          Este dato histórico es importante. Buda se parece más a una mujer que a un hombre. El sexto centro se ha rendido. La lógica se ha entregado al amor; el raciocinio se ha rendido al sentimiento; la agresión es ahora receptividad, y el conflicto se ha vuelto cooperación. Ya no hay lucha entre la parte y el Todo; la parte está fluyendo con el Todo, está entregándose y el Todo lo posee.

          Ese es el significado de la alegoría cristiana, que afirma que Dios creó primero al hombre y después a la mujer. Por eso, las cualidades femeninas deben ser respetadas; son superiores a las del hombre, nacen y florecen a partir del hombre. Entonces, en el séptimo día Dios descansó. ¿Qué más puedes hacer cuando llegas a casa? El séptimo es el centro del descanso absoluto. Ya no hay otro lugar a dónde ir.

          Muladhar, el chakra básico, es el centro del desasosiego, de la agitación, y el más alto es el centro del descanso. Entre los dos hay siete divisiones, que pueden ser llamadas siete colores; el hombre es un arco iris. Esas divisiones también pueden llamarse, las siete notas musicales. Son las siete notas básicas a partir de las cuales se crea toda la música: las sinfonías, las melodías, las canciones, la danza.

          Recuerda que el siete es un número muy significativo.

          Otra cosa más, antes de entrar en los poemas de Kabir. Para ser más moderno y actualizado, me gustaría dividir esos siete centros de la siguiente manera: al primero lo llamare de no-mente. “No-mente”, significa que la mente está durmiendo profundamente, muladhara.  Ella está ahí, pero tan dormida que no podrás ni aun detectarla. En la piedra, Dios está durmiendo. En el hombre está un poco más despierta, sólo un poco. En la piedra, Él está durmiendo profundamente. Si llegas cerca de una roca escucharás como Dios duerme . . . Es por eso que las piedras son tan hermosas, silenciosas, no tienen ansiedad, no tienen a dónde ir. A eso le llamo “no-mente”. No estoy queriendo decir que ellas no tienen mente, pero sí que ella no se ha manifestado. Está esperando en forma de semilla, preparándose para despertar, está descansando. Más pronto o más tarde, llegará la mañana y la piedra se convertirá en una planta y florecerá y después en un pájaro y volará.

          El segundo estado lo llamo mente inconsciente. En los árboles, la mente está, pero no como en las piedras. Dios no está en ellos de la misma manera. Está inconsciente. Los árboles sienten; no pueden sentir que sienten, pero lo hacen. Veamos la diferencia. Si golpeas un árbol, él lo siente, pero no puede sentir que siente. Esa consciencia aún no ha aparecido. La sensación nace, porque el árbol es sensible. Experiencias recientes pueden probar que los árboles son muy sensibles.

          A eso lo llamo mente inconsciente. La mente está . . . casi como cuando alguien está durmiendo. A la mañana siguiente recuerdas haber pasado una buena noche y haber tenido un sueño profundo. Pero recuerda que es por la mañana, no cuando estabas dormido; lo recuerdas más tarde. La mente estaba en el sueño, pero no funcionaba en ese momento; ella sólo recuerda retrospectivamente. Por la mañana recuerdas una noche suave y calma, de felicidad y silencio profundo; pero lo reconoces a la siguiente mañana.

Concluirá en la Circular de Junio de 2.002.

 

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