ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

 

                                                

Dirigida a las Escuelas de:

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                                                                                    Circular nº 5  , año VII

                                                                                    Llubí, 1º Mayo de 2.001.

                                El TODO es espíritu – El Universo es espiritual

     “En el principio era el Logos, y el Logos estaba con Dios, y el Logos era Dios. Todo fue hecho por el Logos, y sin Él nada hubiera sido hecho de cuanto comenzó a ser. Y el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros”.

        En estas palabras del 4º Evangelio viene sintetizada espléndidamente la quintaesencia de este primer axioma y, de toda la filosofía hermética. Logos quiere decir Razón o Espíritu Universal. Desde toda la eternidad, existe el Espíritu absoluto y universal, que también se llama Realidad, Causa Primera, Energía Cósmica, Vida, Inteligencia, Consciencia Universal. Más allá del tiempo, espacio y causalidades, no está el Espíritu eterno sujeto a ninguna de estas categorías por las cuales los seres individuales entran en contacto con el Todo. Quiero decir que ningún ser finito puede jamás conocer totalmente el Infinito, aunque pueda penetrar cada vez más profundamente en ese océano sin playas ni fondo de la Divinidad. Conocer cabalmente es comprender; quiero decir, alcanzar en toda su plenitud la realidad total. Si lo finito pudiese abarcar o abrazar lo Infinito, o lo finito se tornaría Infinito o lo Infinito se convertiría en finito, dos hipótesis en sí absurdas e imposibles.

             El Todo es espíritu, ilimitado en el tiempo y en el espacio y no sujeto a leyes de causalidades. Espíritu es sinónimo, o mejor homónimo de Infinito, Eterno, Absoluto, Universal, Incausado, como por otro lado, materia quiere decir finito, relativo, individual, causado. Los que hablan de “espíritu finito”, temporal, relativo, individual, causado, o los que admiten materia infinita, eterna, absoluta, universal, incausada, entran en conflicto con la lógica, como si hablasen de un “finito infinito”, de un “universal individual”, de un “eterno temporal” o de un “círculo cuadrado”.

La Realidad Universal se llama “Espíritu” o “Espíritu Absoluto”.

El principio de la individualización se llama materia o cuerpo.

Está claro que todos los seres individuales, minerales, vegetales, animales, hombres, tienen cuerpo, aunque ese cuerpo puede tener diversos grados sutiles, o como dice San Pablo, de espiritualidad. Hay cuerpos poco espiritualizados y hay cuerpos que sí lo están. Sólo no tiene cuerpo el Todo y la Nada, la Realidad absoluta y la irrealidad total. Todo lo que está entre el Todo y la Nada, tiene cuerpo. El Algo tiene forma.

   Dios es el Todo, el Espíritu único.

  El mundo es Algo, por tanto espiritual, quiero decir, derivado del Espíritu, causado por el Espíritu. Todos los efectos del Espíritu son espirituales, una vez que lo sostiene una afinidad intrínseca e indestructible entre la causa y el efecto.

Espíritu es causa, espiritual es el efecto.

El Algo es el Todo en forma individualizada; ese es el principio de individualidad, se llame materia o cuerpo.

Si el Algo fuese esencialmente material no sería un derivado del Todo, sino una purísima Nada. Digo que no existe ni puede existir un ser integralmente material, una vez que la absoluta materialidad es la Nada absoluta.

La lógica más pura y rectilínea nos obliga a rechazar el materialismo absoluto y proclamar la espiritualidad universal del mundo.

Del Todo del Espíritu sólo puede venir el Algo de lo Espiritual, pero no la Nada de lo Material.

Existe, pues, una sola Realidad; y esta realidad es Espíritu, y todo lo que esta Realidad hace o produce es espiritual.

      La ciencia atómica de nuestros días acaba de demostrar, experimentalmente, la exactitud de la ecuación matemática de Einstein E=mc2, queriendo decir que todo es energía y que la llamada “materia” no deja de ser una forma de energía en estado de congelación parcial. Añade la filosofía que esa energía no puede ser meramente mecánica, ciega, inconsciente, pues si ella produce seres vivos y conscientes, es inevitable concluir que esa causa de efectos vivos y conscientes, sea también viva y consciente, por cuanto no hay efecto superior a la causa.

Si la física atómica desmaterializó la materia proclamando la energía universal, la filosofía desmonta la energía mecánica, proclamando la vitalidad universal; pero la lógica exige que vayamos hacia delante, atribuyendo consciencia y libertad a la vida, al menos en las zonas superiores de esa vida. Ahora, la forma más alta de la consciencia vital o de la vida consciente, se llama espíritu. Y, como lo inferior viene de lo superior, es rigurosamente lógico que todas las formas inferiores de consciencia, inteligencia, vida, energía y “materia”, tengan por primer origen la fuente suprema, el Espíritu como tal.

El Todo está en todo, y todo está en el Todo; esta es la profunda inmanencia de Dios en el mundo y del mundo en Dios. Entretanto, esa inmanencia del Infinito en lo finito no identifica a uno con el otro; ni tampoco niega el hecho de la trascendencia del Infinito con relación a lo finito.

                                  Polaridad y correspondencia.

Estos dos principios, aparentemente opuestos, se complementan entre sí. La polaridad es el principio de la “contrariedad”, la correspondencia es el principio de la “identidad”. El primero es como centrífugo, disperso; el segundo es centrípeto, convergente; uno produce diferenciación y el otro genera integración.

En el Todo (Dios), la polaridad y la correspondencia se hayan en estado de quietud, o equilibrio dinámico, porque el Todo es el gran y único Uno, anterior a los muchos; Él no es ninguno de los impares; 1,3,5,7,9, ni de los pares: 2,4,6,8, como diría Pitágoras. El Todo es la gran Tesis, anterior a todas las antítesis y síntesis de que está compuesto el mundo fenomenal.

La polaridad manifestada en el mundo, sobre todo en el mundo auto – consciente, como individualidad en el plano objetivo del ser, es como egoísmo en el plano subjetivo del hacer. Cada individuo, siendo uno de los polos de la antítesis, busca necesariamente sus intereses particulares unilaterales; es individualista e exclusivista. Siendo que la individualidad es el natural complemento del egocentrismo de la propia naturaleza de los individuos personales, es del todo imposible extirpar el egoísmo en sí mismo, matándolo directamente. El único medio de remediar los males que el egoísmo descontrolado puede producir es integrarlo en un Todo mayor, o si es posible, en el Todo último y absoluto. La integración del Ego individual, en el Nosotros social de la humanidad, se llama ética; la integración del Yo individual en el Todo Cósmico, lo que naturalmente incluye el Nosotros humano, se llama mística o religión, en el más alto sentido de la palabra: religar al individuo finito con el Universal Infinito, esto es religión.

Esa integración, parcial o total, del individuo polarizado es lo que se llama correspondencia. Ella es, pues, el complemento de la Polaridad, así como la integración es el complemento natural de la diferenciación.

La polaridad disocia; la correspondencia asocia.

Para que haya una asociación perfecta y fecunda debe precederla una disociación. Una sociedad que conste de individuos amorfos, no suficientemente individualizados y característicamente diferenciados, sería una sociedad monótona, incolora. Por otro lado, una sociedad compuesta de individuos altamente diferenciados, pero no debidamente integrados, sería una sociedad caótica, sin armonía, siempre en vísperas de ser decapitada.

Diferenciación más integración, o en lenguaje hermético, Polaridad más Correspondencia, genera exuberancia de armonía, vida, belleza y felicidad.

Todos los departamentos del mundo fenomenal obedecen al principio de Polaridad y Correspondencia,

                  a)El mundo mineral, desde los átomos hasta los astros, revela esos principios en los fenómenos de repulsión y atracción, de donde resulta la armonía del microcosmo atómico y del macrocosmo astronómico.

                  b)En el mundo electro – físico, los dos principios aparecen como polos positivo y negativo, dando como resultado luz, calor y fuerza.

                  c)En el mundo orgánico, esa ley de Polaridad y Correspondencia, es conocida como sexos masculino y femenino, produciendo además de la integración humana de ambos, un tercero, individuo representante de los dos.

                  d)En la vida social, los individuos diferenciados representan la polaridad o antítesis, y su espontánea integración en el Todo social concretiza la Correspondencia. En las relaciones sociales entre el Yo y el Nosotros, tres actitudes son posibles:

Yo  - Nosotros  (Yo sin Nosotros)                      =       egoísmo suave

Yo x Nosotros  (Yo contra Nosotros)                           =       egoísmo violento

Yo+Nosotros  (Yo con Nosotros)                       =       altruismo, amor

                  e)En el mundo de la metafísica, los principios de Polaridad y Correspondencia se manifiestan como Causa y efectos, Absoluto y relativos, Universal e individuales, Eterno y temporales. Es de la íntima naturaleza del Todo (Dios) que sea Uno en su esencia y muchos en sus apariencias o aparecimientos. El Uno es, por así decirlo, el principio masculino de Dios, y muchos es su principio femenino. A través de la Madre Naturaleza se revela sin cesar el Padre Celeste. Y la fecundidad del divino Padre es inagotable. La unidad es del Ser, la pluraridad es del Hacer.

                  En la vida ética del hombre, el principio de Correspondencia exige que “ames a los otros”, y el de Polaridad dice: “como a sí mismo”.

                  f)En los dominios de la estética y del arte se revelan estos dos principios como las leyes de asimetría y simetría, de disonancia y de la consonancia, de sombras y de luces, de fuerte y de piano, de unidad y de variedad.

La doctrina sagrada distingue diversos planos de Correspondencia en el mundo fenomenal, que pueden ser reducidos a cinco niveles principales:

1.- Plano mineral  (materia);

2.- Plano astral  (energía) ;

3.- Plano vital  (vegetal o sensitivo) ;

4.- Plano mental  (inteligencia) ;

5.- Plano racional  (espiritual) .

Todos esos planos se hayan entrelazados unos con otros y todos ellos están llenos de vida en diversos grados de perfección o intensidad. No hay nada absolutamente muerto, pasivo o inerte.

Esos planos son donadores y recibidores. Las vibraciones de arriba repercuten en las zonas de abajo, y estas resuenan en la zona superior. El cosmos es uno, no sólo en su ser, sino también en su hacer, una vez que “la acción sigue al ser”.

Más allá de todos los planos, no en extensión sino en intensidad, está el Todo, la Causa primera o última de todo. Ese Todo no es la suma total de los planos, sino la fuente y la base de todos ellos. Ese Todo trasciende todos los planos, pero no deja de ser inmanente a cada uno de ellos, así como la vida cósmica, íntimamente presente en cada ser vivo, va infinitamente más allá de todos los seres vivos. Cada ser tiene vida, pero ninguno de ellos es la Vida. La trascendencia exige la inmanencia del Todo en cada parte.

Visto desde un plano superior, algunos de los planos inferiores parecen privados de vida y de consciencia, lo que no deja de ser una ilusión subjetiva del observador, a menos que sea un clarividente. Como he dicho, no existe ni puede existir ningún ser totalmente muerto, inerte, inconsciente. Realidad, actividad, vida, consciencia, son de hecho sinónimos y hasta homónimos. Del grado de consciencia que un ser posea depende su perfección. Un ser que fuese absolutamente inconsciente, muerto, inerte, sería un ser irreal, esto es, un no – ser, una pura nada.

Dios, la infinita Realidad, es también la infinita actividad, vida, consciencia, omnisciencia, estando más allá del tiempo, espacio y causalidad.

Hay en el Universo, seres dotados de diversos grados de potencialidad. Esa es su verdadera naturaleza. La vida de un ser es aquello que puede venir a ser actualmente, aunque lo sea ahora potencialmente. Hay seres que están y quedarán para siempre en el plano mineral; otros en el plano astral; otros en el plano vital vegetativo y sensitivo; otros en el plano mental; otros ascenderán al plano espiritual. Mientras tanto, donde la consciencia y libertad alcancen cierto grado de evolución, hay mayor posibilidad de que los seres inferiores puedan ascender a planos más altos.

Esos planos no representan, pues, lugares geográficos o astronómicos, sino estados evolutivos en la consciencia de un ser. Cada plano está caracterizado por el grado de consciencia que los seres en él existentes tienen del gran Todo.

Entre paréntesis: a esos planos se refiere Jesús de Nazaret, cuando dice que “en casa de su Padre hay muchas moradas”. Morada quiere decir lugar, o estado donde se puede “morar” o “demorar” por algún tiempo, para después seguir la jornada rumbo a la “Casa o morada” inmediata superior, en demanda del Todo.

“Como es arriba así es abajo; como es abajo así es arriba”. Este conocido axioma hermético declara la gran ley de Correspondencia, indicando que nada sucede en los planos superiores del universo que, de un modo u otro, no afecte a los planos inferiores, y viceversa. El mundo es, de hecho, un genuino “uni –verso”, o “uno en diversos”, un organismo constante de innumerables unidades individuales integradas en el gran Todo e inter-relacionadas entre sí.

Podría decir que el principio de Correspondencia, completando al de Polaridad, afirma que el cosmos es un organismo, una ley de cooperación recíproca; no existe en el universo un único individuo, una única célula, un único átomo, protón o electrón, en estado realmente aislado, separado de otras unidades, aunque todos seamos diferentes.

La Polaridad afirma la distinción.

La Correspondencia niega la separación.

El universo es, pues, una profunda unidad con distinción y una vasta diversidad sin separación.

Unidad sin variedad, sería monotonía.

Variedad sin unidad, sería caos.

Unidad con variedad, es armonía.

Esta inmensa armonía es llamada en diversas lenguas: Universo, Cosmos, Tao, Brahma.

El principio de Vibración

“Nada está en reposo, todo se mueve, todo vibra”.

Esta es la anticipación esotérica, de hecho científicamente demostrada en nuestros días, por la ciencia atómica. Einstein condensó ese pensamiento en una ecuación breve e inmensa:  E = mc2, alma de la famosa “teoría de la relatividad”. Durante medio siglo, después de la publicación de esa ecuación, estuvo el mundo científico dividido en pro y en contra de esta verdad o mentira de la fórmula. Solamente en 1.945, unos 40 años después de su publicación, se probó por primera vez la verdad objetiva de que “energía equivale a masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz”. Desgraciadamente, esa prueba experimental costó mas de 100.000 vidas humanas, cuando la primera bomba atómica estalló sobre la ciudad de Hiroshima.

Se puede decir que esa ecuación matemática, técnicamente demostrada, representa la certificación de la muerte de la materia y el documento científico del nacimiento de la energía universal. Murió el materialismo por falta de materia . . .

Los antiguos “átomos” (indivisibles) de Demócrito fueron desatomizados por Einstein, Oppenheimer, Bohr, Fermi y otros pioneros de la Edad atómica, o propiamente, más allá de la atómica. El átomo dejó de ser a – tomo, aunque continúe falsamente con su nombre tradicional. La materia dejó de ser substancia estática, inmóvil, para consistir en dos campos dinámicos de tan maravillosa vibración que a nuestros groseros sentidos produce la impresión de estática solidez. Un ser dotado de órganos de percepción más sutiles, palpando una barra de hierro, por ejemplo, no tendría la impresión de consistencia compacta, sino que diría: “Estoy percibiendo dos vibraciones opuestas que se complementan mutuamente en un todo armónico equilibrado”. Del sistema específico de esos dos polos vibratorios, digamos polo positivo (proton) y polo negativo (electron) del llamado átomo, depende la naturaleza química de los 92 elementos naturales que la ciencia conoce.

La teoría atómica dio la razón a Pitágoras de Samos y a Heráclito de Éfeso, y a muchos otros, que decían que la esencia del mundo consistía en la “armonía” o en un perpetuo “flujo”. La armonía de los “pares” (positivos) y de los “impares” (negativos) del gran Pitágoras, y el “todo fluye” del oscuro Heráclito, acaban de ser brillantemente confirmados por la física nuclear del siglo XX. Heráclito escogió para el eterno flujo de todas las cosas, el fuego, ese misterioso algo, que parece oscilar entre la materia y la fuerza y que hace recordar el “c” (velocidad de la luz) de la fórmula de Einstein. La más conocida “reacción en cadena”, en el terreno molecular, es el proceso de combustión por el fuego que observamos todos los días. Con una cerilla pequeña podemos incendiar una ciudad entera, no porque el mar de fuego que devore la ciudad estuviese contenido en la minúscula cabeza de la cerilla, sino porque el pequeño fuego actual dio inicio a la actualización progresiva del fuego potencial almacenado en las moléculas de combustible existente en los materiales de la urbe; la pequeña llama de la cerilla es el primer eje de la vasta cadena que comunica su vibración ígnea al elemento más próximo, éste a un tercero, al cuarto, al décimo, al millonésimo vecino molecular, hasta que no haya más moléculas cercanas a la que pueda ser transmitida esa inmensa reacción en cadena. La diferencia está en que, en la explosión atómica, la vibración no es transmitida de molécula a molécula, como en un incendio, sino de un núcleo atómico a otro; la desintegración del primer núcleo, obtenida con el auxilio de un proyectil en forma de neutrón, produce nuevos proyectiles que, invadiendo los núcleos de átomos vecinos, los hacen explotar, en fracciones de millonésima de segundo.

Con un inicio de energía actualizada, se puede poner en marcha la restante energía, aunque esté en estado de potencialidad, latente o congelada, en la llamada generalmente materia. La materia es el estado relativamente estático (no absolutamente) de la energía, como ésta es un estado dinámico de la materia. Es más fácil para la ciencia y técnicas modernas, energetizar la materia que materializar la energía. La descongelación de la materia (energía congelada) requiere un proceso de expansión, mientras que el congelamiento de la energía pide un proceso de comprensión, para el cual nuestra técnica actual no dispone de mecanismos tan eficaces.

La ciencia de nuestros días conoce tres vastos departamentos de fuerzas: 1) eléctrica; 2) química; 3) atómica.

1.- La electricidad es la ciencia de los electrones, o sea, pequeños focos de energía aislados en el espacio y por todas partes; esos focos, cuando están dotados de una carga idéntica (sea positiva o negativa), se repelen mutuamente (polaridad sin correspondencia); cuando están dotados de una carga no idéntica (positiva y negativa) se atraen mutuamente, según el principio: lo igual repele a lo igual, igual atrae a lo desigual (polaridad con correspondencia).

2.- La química trata de electrones sujetos a sus respectivos átomos, o más adecuadamente, protones atómicos; siendo que el protón es siempre una carga positiva, atrae un número de electrones cargados negativamente, correspondientes a los coeficientes de carga positiva de los protones. Los electrones, debido a la fuerza centrífuga originada por la grandiosa velocidad con que giran alrededor de sus protones, no se unen directamente a esos centros de atracción, así como los planetas de los sistemas solares, no obstante la fuerte atracción del cuerpo central, sin precipitarse dentro de esos Soles, porque la revolución de sus órbitas crean la competente fuerza centrífuga contraria a la fuerza centrípeta, originando un sistema de trayectoria armónicamente equilibrada entre la atracción de dentro y la repulsión exterior.

El carácter de los 92 elementos naturales (además de 4 artificiales) depende esencialmente de la presencia de cierto número de protones en el núcleo atómico; con el aumento o disminución de esos protones, se modifica la naturaleza del elemento, subiendo o descendiendo en la escala del sistema periódico. Así, por ejemplo, el primero y más simple de todos los elementos, el hidrógeno, tiene sólo un protón y un electrón (un sol y un planeta); el helio tiene 2 protones y 2 electrones; el litio, 3 protones y 3 electrones; el berilio, 4 protones y 4 electrones. Si cortamos por la mitad un átomo de berilio, no tendremos dos mitades de berilio, sino 2 átomos enteros de helio; si subdividimos esos 2 átomos de helio, tendremos 4 átomos de hidrógeno, cada uno con 1 protón y 1 electrón. Si dividimos 1 átomo de litio, tendremos 1 átomo de hidrógeno (1 protón y 1 electrón) y un átomo de helio (2 protones y 2 electrones). Si quitamos al oro,( dotado de 79 protones y 79 electrones), 1 protón, tendremos un elemento con 78 protones y un número igual de electrones, que es el platino; pero, si en vez de quitar un protón al oro le sumamos uno más, tendremos un elemento con 80 protones e igual número de electrones, esto es, el mercurio. El viejo sueño de los alquimistas, como se puede ver, se está realizando; la humanidad comienza a despertar para el día de la ciencia, después de su largo sueño encantado; la magia negra de Mefistófeles y del doctor Fausto, amanece en la ciencia blanca de Einstein y Cia.

3.- La ciencia atómica no trata de electrones sueltos, como la electrofísica, ni de electrones relacionados con sus respectivos protones, como la química; trata solamente del íntimo santuario de los elementos y los átomos, que es el núcleo atómico, el corazón y centro de ese misterio que fue definido por Demócrito en términos de estática, y por Pitágoras y Heráclito en términos de dinámica.

El núcleo atómico consta de un número variable de protones (positivos) y de neutrones, siendo que estos últimos, de carga eléctrica neutra, tienen una función ambivalente, positiva -–negativa, intercambiando esas dos cargas con tan gran velocidad que parecen, prácticamente, centros neutros, por lo que son llamados neutrones. Sin la presencia de esos misteriosos intermediarios o reconciliadores ambivalentes, no sería posible la cohesión firme que une a la familia de varios protones del mismo núcleo atómico, una vez que todos esos protones son positivos y, como ya sabemos, lo positivo se repele entre sí. Los pequeños hechiceros de los neutrones intercalados entre los protones, hacen que estos hermanos positivos, en vez de “odiarse” con el rechazo de la explosión inmediata, se “amen” con amor de permanente cooperación. Esos términos de “amor” y “odio” de los átomos, son del gran Demócrito que, sin ningún instrumento de la técnica moderna, sabía intuitivamente de esa hostilidad y amistad de las partículas últimas del mundo fenomenal.

Siendo que, en el sagrario del núcleo atómico, se encierra una inmensa cantidad de energía potencial ( 1 kilo de uranio contiene la misma energía que 3 millones de kilos de carbón o 2 millones de litros de gasolina), intenta la humanidad, siempre hambrienta de energía, utilizar esas fuentes inagotables de fuerza, luz y calor. Para ese fin es necesario desintegrar el núcleo atómico, a fin de liberar las energías internucleares. Pero, ¿desintegrarlas con qué? Hasta hace poco tiempo, no poseíamos ningún proyectil apropiado para romper las murallas electrónicas que, en diversas órbitas concéntricas, protegen el tesoro oculto del núcleo atómico, como una especie de Vestales encargadas de defender el “fuego sagrado” de la divinidad. Pero los Prometeos del siglo XX y XXI hallaron el medio y modo para, como el ejemplo del Prometeo de la Mitología griega, arrancar el misterio del fuego de las entrañas del Olimpo de Júpiter y lanzarlo a la tierra de los mortales; el Olimpo de la ciencia atómica se llama núcleo, y los fieros dragones de Júpiter que defienden ese tesoro oculto se llaman electrones. Si las energías intranucleares fuesen rodeadas con murallas de granito, acero o diamante, la técnica humana hace mucho tiempo las habría demolido. Pero las fortificaciones que circundan el núcleo atómico están hechas de . . . velocidad.

La velocidad es algo infinitamente más duro que la materia, porque ella es dinámica, o de una vibración altamente potente. Si un electrón ejecuta en torno de los protones del núcleo una trayectoria circular constante en la frecuencia de 100.000 kilómetros por segundo, posee esa capa electrónica hecha de purísima energía o vibración, una impenetrabilidad incomparablemente superior a la dureza de cualquier substancia terrestre o solar que el hombre conozca. El acero o el diamante son como mantequilla frente a la dureza de una órbita electrónica de 100.000 kilómetros por segundo. Además, el proyectil que penetrase por una muralla electrónica y rompiese el núcleo, debía ser infinitamente menor que él, cuya pequeñez es prácticamente inconcebible. Pero, ¿qué proyectil sería ese?

La técnica de nuestro siglo realizó lo imposible. Descubrió el proyectil ideal para bombardear las murallas formadas alrededor del núcleo por las órbitas electrónicas de alta frecuencia. Del resto, no conviene olvidar que existen núcleos con nada menos que 7 órbitas concéntricas de murallas electrónicas, como sucede con todos los elementos del sistema periódico contenidos entre los números 87 y 92: actinio K, radium, torio, proto-actinio y uranio. Los dos elementos más simples, hidrógeno y helio, poseen una línea simple de murallas electrónicas.

Mientras tanto, el proyectil que la técnica descubrió o creó, rompe cualquier número de capas electrónicas en altísima frecuencia, en tanto la velocidad del proyectil sea superior a la resistencia opuesta por la velocidad de los electrones en vertiginosa trayectoria protectora.

Ese proyectil es el neutrón, pero no el neutrón con su velocidad normal, que sería inmediatamente deshecho por la superior velocidad de los electrones. La ciencia y la técnica de nuestro siglo consiguió construir una máquina, el llamado ciclotrón, capaz de acelerar el movimiento normal de los neutrones hasta el punto de romper las grandiosas fortificaciones del átomo, desintegrando esa gran reserva ultramicroscópica de energías intranucleares. Si esa desintegración nuclear se realizara súbitamente, tendríamos una explosión como la de Hiroshima y Nagasaki; pero si, al ejemplo de las pequeñas explosiones sucesivas y frecuentes de un litro de gasolina en el motor del automóvil, la energía molecular fuese liberada poco a poco, gota a gota, por así decirlo, está claro que el flujo lento y paulatino de esa energía podría ser utilizado para fines industriales y constructivos.

He juzgado conveniente alargar esta exposición, más técnica que metafísica, para hacer ver al lector que la ciencia y la técnica consiguen, a veces, demostrar experimentalmente una parcela mayor o menor de verdades intuitivas, afirmadas por los grandes genios metafísicos de la antigüedad. Es por esa divina intuición esotérica-racional, independiente de análisis intelectuales y demostraciones físicas, que se anticipa las realidades objetivas que van más allá de cualquier otra facultad humana.

Hace aproximadamente 4.000 años que el genio intuitivo de Toth, o Hermes Trimegisto, en Egipto, afirmó que la Realidad Absoluta es espíritu, que el Universo es espiritual, y que la espiritualidad es esencialmente vibración, energía, en diversos grados de intensidad. La vibración absoluta e infinita, causa y fuente de todas las vibraciones relativas y finitas, es llamada Vida, Razón o Logos, Espíritu, Consciencia Cósmica o Universal.

Sigue en la Circular de Junio de 2.001

                        POEMAS DE KABIR

Continuación de la Circular de Abril de 2.001

Así como la semilla se encuentra dentro del

banano y dentro de la semilla se hallan

las flores, las frutas y la sombra.

Así también el germen se halla dentro del cuerpo

y dentro del germen se halla el cuerpo de nuevo.

Kabir dice que la chispa de la vida está escondida en su cuerpo, el principio que puede llegar a ser un florecer, la semilla que puede transformarse en Dios, el potencial que está escondido en el cuerpo. No luches con Él porque este potencial es muy frágil; si luchas con el cuerpo, puedes destruirlo. Si te vuelves agresivo, masoquista, si te torturas, esa delicadeza puede desaparecer.

El cuerpo tiene que ser cuidado; debes ser cariñoso con tu físico, muy amoroso. Entonces, tu propia espontaneidad lo purifica, lo torna sagrado.

El fuego, el aire, el agua, la tierra y el éter;

estos elementos no pueden existir fuera de Él.

Y el poeta dice que este cuerpo no está fuera de Dios, sino que está en Dios. Nada está fuera de Él. El aire, la tierra, el fuego, el agua, nada está lejos porque nada está fuera. Dios no tiene un lado ajeno a Él mismo.

Ahora, déjame explicar esto de alguna manera: la piedra no tiene lado de dentro, ni la sal tampoco, el hombre sí tiene un lado de dentro y otro de fuera. Dios es como la sal y la piedra. Tiene los lados iguales, dentro y fuera. El hombre sí, porque es cuerpo y alma, materia y mente. Dios es simplemente consciencia, alma, espíritu.

Nada está entonces fuera de Dios. La materia no tiene centro y Dios no tiene circunferencia. El hombre tiene ambas cosas. Esta es su agonía y su éxtasis.

El hombre es tremendo porque es un puente entre la materia y la mente, un arco iris entre el mundo y Dios. Con una mano contiene a la materia y con la otra mano contiene a Dios. Mira la belleza de tu humanidad, la gloria . . . y también tu angustia. De un lado la materia te empuja; de otro lado, sientes la llamada de Dios; de un lado las posesiones materiales, del otro el amor, la oración, la meditación; de un lado la ambición, el dinero; del otro lado, el silencio, la belleza, la bondad. Y el hombre es crucificado. Este es tu estado.

El otro estado es: cuando te sientes lleno porque contienes ambas cosas. El punto de encuentro de Dios con el mundo está en ti. El hombre es como un cruce donde Dios y el mundo se encuentran.

Deja que te diga: sin ti, el mundo estaría muy vacío. Sin Dios, el mundo no podría existir. Sin la materia, no habría mundo. Sin el hombre habría mundo, pero sería muy pobre.

Repito: sin Dios no hay posibilidad de mundo, y sin la materia igualmente el mundo no existiría. Sin el hombre, el mundo puede ser, Dios puede existir, pero ambos serían pobres. Sin el hombre, no habría dolor, ni tampoco felicidad. Dios no sería capaz de cantar y reir, ni la materia podría alcanzar la altura suficiente para tocar los pies de Dios. Sin el hombre no hay puente.

El hombre es la mayor gloria, el puente más sutil, la posibilidad más imposible. Que el hombre exista parece estar contra todas las reglas. Dios es sencillo, la materia es simple. Dios es consciencia pura, la materia inconsciencia total. El hombre es complejo: él es ambos, consciencia e inconsciencia. Es una polaridad: los opuestos se encuentran en él así como las contradicciones.

Recuerda esto: está en ti querer tomar esto como un sufrimiento y eso sería una actitud; está en tus manos querer transmutarlo en un éxtasis, y eso sería también otra actitud. El sufrimiento es la felicidad, vista de manera invertida; el éxtasis es la agonía, vista de la manera correcta. Y el veneno se transforma en miel, si tu visión es la correcta.

Oh Kazi; oh Pandit, recapacítalo bien: ¿qué existe

que no se halle en el alma?

Todo está dentro de Él, dentro de Dios, dentro del alma, y Él está en todas las cosas.

La jarra llena de agua se coloca sobre el agua, tiene

agua por dentro y por fuera.

No se le debería dar un nombre, por no suscitar el

error del dualismo.

El problema surgió con el lenguaje: dentro y fuera. Dios y el mundo, materia y mente. Todo el problema nace por dar nombres a las cosas. No des nombres y abandona el lenguaje, queda en un intervalo sin palabras y, de repente, comienzas a ver que hay solamente la unidad de todas las cosas

Esto es lo que llamamos meditación: ver la vida, sin palabras. Siéntate junto a una fuente, un río, un árbol y simplemente mira; no digas nada de lo que ves. Abandona todos los nombres y los conceptos.

A veces, mira los ojos de alguien y no pronuncies su nombre: hombre, mujer, amigo, joven, viejo, bonito, feo, no digas nada. Sólo mira en los ojos sin verbalizar y, de repente, llegarás a dar un salto, donde te sorprenderás al ver que el observador es ahora el observado y el observado se ha convertido en el observador. Ahora, no sabes quién es “yo” y quién es “él”. Son los momentos donde Dios entra en ti y escuchas Sus primeros pasos.

Abandonar el lenguaje es dejar atrás tus creencias, todo lo que el hombre ha hecho. ¿Has observado esto? El lenguaje es muy significativo. Los animales son silenciosos, igual que las plantas y los árboles. No tienen religión, sino que existen en su belleza, sin nombres. Los que clasifican las cosas son los humanos. La sociedad se crea a través del lenguaje, así como el conocimiento y la cultura. Piensa: si el lenguaje desapareciera, ¿cuál sería la diferencia entre el hombre y los animales? ¿Y, entre un cristiano y un judío? No habría diferencias. Todas las dintinciones han sido creadas por el lenguaje.

Entonces, hagamos de esto una pequeña disciplina. Cuando digo “disciplina” lo digo con temor, porque puedes mal interpretarlo. No quiero que tengas que esforzarte en hacer algo sobre ti mismo. Cuando digo “disciplina” quiero decir que aprendas.

            Siéntate al lado de una flor y no pronuncies palabras, interna o externamente. Solamente tienes que saber que estás ahí. Deja que la flor se abra en tu presencia y que tu presencia se derrame sobre la flor. Permite que haya un encuentro sin palabras. Así como la flor está silenciosa, tú también debes estarlo. Si vienen las palabras, ponlas a un lado. Permanece indiferente. Volverán a venir: son tu viejo hábito y no te van a dejar tan fácilmente. Has sido tan dependiente de ellas que no te van a abandonar en un solo momento.

Te dirán: “¡Que colores tan hermosos tiene esa flor!”. Permanece indiferente, no cooperes. No te digo que luches, si no cooperas será suficiente. Luchar no te va a ayudar demasiado. Tu mente te dirá: “No voy a pronunciar ninguna frase”. Todo esto son palabras.

Puedes luchar sólo con las palabras. Pero, para luchar con ellas necesitas más palabras y puedes entrar en un círculo vicioso. No hay necesidad de ello. Queda indiferente, sin palabras, neutral. Poco a poco se van a sentir olvidadas, descuidadas, sabrán que ya no estás interesado, entonces se irán y con ellas los pensamientos.

Y un día, te sorprenderás. En algunos momentos ha pasado que ante la flor, el sol, los árboles, no has pronunciado palabra alguna. Estás probando qué es meditación. Tienes una visión fugaz del ser de Kabir.

El lenguaje es la sociedad, los nacionalismos, la civilización, una isla, pero en el silencio está el Cristo. Siempre que hay un silencio, los mensajeros de Dios te rodean.

            No se le debería dar un nombre, por no suscitar

            el error del dualismo.

En el momento que das nombre a alguna cosa, creas la dualidad en el mundo. Siempre que dices: “Esto es bonito”, traes fealdad al mundo. Cuando dices: “Yo amo”, traes odio al mundo. Siempre que dices: “Tú eres mi amigo”, traes enemistad al mundo. Cuando dices: “Esto es bueno, moral”, traes maldad e inmoralidad al mundo. En profundo silencio, cuando no sabes lo que es bueno ni malo, ni pronuncias nombres ni juzgas, la dualidad desaparece, la locura se disipa, la división deja de actuar. El mundo es una unidad.

La unidad es Dios.

            Kabir dice: Escucha la Palabra, la Verdad que es tu esencia.

            Él se habla la palabra a Sí mismo; y Él

            mismo es el Creador.

Cuando estás oyendo conceptos, rótulos, nombres, lenguaje, no puedes escuchar la palabra definitiva, no puedes escuchar la Razón. Kabir llama a esto la Palabra. Significa exactamente lo que la Biblia dice: “En el principio era el Verbo”, no era humano porque estaba al comienzo de la Creación; la humanidad vino después, “y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”.

Nosotros tenemos nociones equivocadas: hallamos que, si tenemos que rezar, hemos de hablar con Dios. No. La oración es más un escuchar que un hablar. No podemos mejorar a Dios. Sea lo que fuere que digas, no tiene significado. Él ya sabe, entonces, ¿cuál es la razón? Permanece en silencio. No hables, escucha. Tienes que ser sensible: usa los oídos no la lengua. La oración ha de estar conectada con el escuchar, no con el lenguaje. La oración que viene de la lengua no tiene significado. Estás dando consejos a Dios. Le dices: “Haz esto de esta manera”, “Mi mujer está enferma, te ruego que la cures”. Todas las oraciones son recomendaciones y consejos a Dios, sobre las cosas que tú piensas debería estar haciendo.

Un hombre de oración no puede aconsejar a Dios, sino que dirá: “Tú eres todo lo que necesito, ven a mí Tu reino. Tal vez yo no sepa lo que es la verdad, y esta es mi ignorancia. Pero no me escuches. Háblame”.

La oración real no está hecha de palabras, es un escuchar, un profundo escuchar. Sentarse en silencio, abierto, sensible. A veces, cuando esperas a alguien, un pequeño ruido en la calle, el murmullo del viento en las hojas de los árboles, el sonido del teléfono. y . . . tú te giras: “Tal vez sea esta persona que está llegando”. Y no es nada. Y sigues esperando nuevamente. El cartero que toca en la puerta del vecino, hay unos pasos, y ya estás esperando en la puerta.

Exactamente así, queda alerta con estas pequeñas indicaciones, de la misma manera que una mente en oración permanece despierta y atenta por Dios, por Su llegada. Y cuando lo sientas en tu núcleo más profundo, podrás hablar, puedes leer cualquier libro sagrado. Serás un testimonio vivo de ellas.

Lo contrario no es verdad; puedes leer Sagradas Escrituras, pero no llegarás a estar en lo cierto. Pero, si llegas, todas las Escrituras serán verdaderas, reales. La verdad viene primero, las escrituras son sombras, ecos.

Dice Kabir: Escucha la Palabra, la Verdad que es tu

            esencia. Él se habla la Palabra a Sí mismo; y Él

            mismo es el Creador”.

Y no existen dos personas: cuando Dios habla, lo hace para Sí mismo. No hay otro. Tú quedas tan silencioso que solamente Dios existe. Te habla, pero Él susurra para Sí mismo.

Esto es posible cuando te extingues completamente. Si existes como “el otro”, Él no podrá susurrar; o si lo hace, no serás capaz de oír. Abandona el estado de ser “el otro”: este es el significado de la entrega.

No pienses en ti mismo, deja a un lado la separación. No digas “Yo existo”; permite que Él exista, déjalo tan totalmente que te bases en esa totalidad, donde serás absorbido, perdido. Deberás ser como una onda en el océano, pero no digas que estás separado del mar y esa será tu desaparición dentro de Él.

Concluye en la Circular de Junio de 2.001.

                                      

 

 

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