ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                                h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 5 , año X

                                                                                  Bunyola, 1º de Mayo de 2.004.

 

 

            VIDA DE SAN PABLO.-

 

            “Embarcamos en Tróade y navegamos en línea recta hacia Samotracia. Al siguiente día fuimos a Neápolis. Desde ahí a Filipes, que es la primera ciudad de aquella zona de Macedonia.”

            Con estas palabras abre el historiador un nuevo capítulo en los anales de la historia humana y preludia la epopeya de la civilización cristiana de Europa y Oriente.

            Pablo, Silas y Lucas saltan de un navío mercante y por primera vez ponen sus pies en territorio europeo.

            Europa estaba destinada por la divina Providencia a ser el alma del cristianismo, durante siglos y milenios.

            Y fue Macedonia que sirvió de punto de contacto y hizo de unión entre Asia y Europa.

            Macedonia ocupa un lugar destacado en la historia de la antigüedad. Es como una mezcla de admiración y terror que leemos estas palabras, tan singulares como trágicas en el libro de los Macabeos: “Después que Alejandro de Macedonia derrotó a Darío rey de los persas y medos, después de haber conquistado todas las fortalezas y vencido los reyes de la tierra hasta los confines del globo, entonces enmudeció el mundo ante su presencia . . . Seguidamente, cae enfermo y comprendió que iba a morir . . .”

            Y esta es la suerte inexorable de los “grandes” que pretenden conquistar el mundo a fuerza de armas, los Alejandros Magos, los Julio César, los Aníbal o los Napoleones.

            En aquél día de otoño del 49, invadía Macedonia un hombre armado solamente con la espada del espíritu, dispuesto a conquistar Europa y el mundo entero con la cruz del Cristo.

            Y, ante sus ojos, el universo enmudeció.

            En el año 167 antes de Cristo, los romanos incorporaron Macedonia al imperio de los Césares, dividiéndolo en cuatro zonas administrativas, siendo Tesalónica y Filipes las ciudades más importantes.

            Poco se demoraron los dos viandantes en la pequeña ciudad de Neápolis, hoy Cavala. Desde lo alto de una roca los saludaba el templo de Diana.

            Filipes fue fundada por soldados romanos, los cuales con su espíritu de orden y disciplina habían implantado en ella el culto a las divinidades romanas: Minerva, Diana, Mercurio, etc. Filipes era una Roma en miniatura, con su forum, su teatro, su castillo y murallas ciclópeas. Cada año era elegido por los ciudadanos un diunvirato confiado a dos “arcontes”. Cuando el arconte subía al forum para dictar sentencia y distribuir justicia, iba rodeado de dos “lictores” que cargaban las célebres “fasces” romanas con el hacha en el centro, símbolos del poder por la unión.

            Los habitantes de Filipes, como los macedonios en general, eran de espíritu guerrero, amantes de la libertad. También las mujeres tomaban parte en la vida civil, en las elecciones y no sería raro que en las revoluciones.

            A falta de número suficiente en doctores de la ley, no existía sinagoga en el lugar, sino una casa de oración, situada en las afueras de la ciudad, en las márgenes del pequeño río Gangas.

            A la mañana siguiente, hacia dicho lugar se encaminaron Pablo y sus amigos, a ver si encontrarían oportunidad para anunciar la buena nueva de Jesús el Cristo.

            Se encontraron en el recinto sagrado que no era sino un área cercada de un muro bajo y sombreado de árboles. Allí, al aire libre, encontraron un grupo de mujeres judías y paganas, entrenidas en ejercicios piadosos.

            Sentóse Pablo en medio de esas mujeres desconocidas y comenzó una charla religiosa.

            Entre las oyentes de Pablo se encontraba también una señora del comercio local, de nombre Lidia. Pagana, natural de Tiatira, negociaba con tejidos de púrpura y mantenía una importante firma en Filipes. Desde los tiempos de Homero era Tiatira la “ciudad de las púrpuras”. Siendo que la púrpura era un tejido de elevado precio, sólo podían explotar ese ramo personas o firmas que disponían de grandes capitales.

            Esa tal Lidia, después de la muerte de su marido, administraba la gran “casa de las púrpuras” de Filipes.

            Entretanto, su dios no era de oro ni de púrpura. Era asidua de la casa de oraciones donde iba con sus amigas israelitas, adorando a Dios en espíritu y en verdad.

            “Y el Señor le abrió el corazón para prestar atención a las palabras de Pablo”, dice Lucas.

            Con tanto acierto y compenetración habló Pablo de la persona y doctrina de Jesús, que Lidia pidió su admisión al reino del Cristo, tanto ella como toda su familia.

            Más aún: quiso después probar por la caridad al prójimo el amor a Dios que le abrasaba el corazón, e invitó a Pablo y sus compañeros a su casa, diciendo: “Si es que me consideráis fiel discípula del Señor venid a hospedaros en mi casa.”

            Los tres misioneros abandonaron su primer albergue y pasaron a morar en la confortable residencia de la nueva discípula de Cristo.

            Lidia, Evodia y Sintique, tres nombres femeninos de Filipes, referidos en letras sagradas. Las dos últimas, recomienda Pablo en su Epístola a los Filipenses, que sean pacíficas y cultiven la fraternidad y armonía. Debe haber habido entre Evodia y Sintique alguna desavenencia o rivalidad. De Lidia, sin embargo, nada dice . . .

            De ese modo hizo el Evangelio su entrada en Europa: suave y silenciosamente, como el sol de la mañana que iluminaba, a través de las hojas de las palmeras y los plátanos, la primera catequesis europea.

            Entró en Europa el Evangelio. . .  No entró con la solemnidad de un discurso filosófico en el Aerópago de Atenas, ni entró con majestad dramática y aires oficiales como en el palacio del procónsul de Chipre; entró con idílica simplicidad, al nacer del sol de una sugestiva mañana de otoño, sobre las leves alas de una hora de catecismo.

            Con ninguna otra cristiandad mantuvo Pablo en los años venidores, tan estrechas relaciones de “dar y recibir” como con Filipes. Sólo de sus “queridos filipenses” aceptaba, para su sustento, los subsidios de una espontánea caridad.

            Y ¡quién sabe si muchos de esos “sacrificios de grato olor” como les llama graciosamente, no pasaron por las manos de Lidia! . . .

            El cristianismo, en la forma que aparece en los Evangelios, es la más categórica afirmación de espiritualidad y una permanente ofensiva contra el materialismo en todos sus aspectos.

            Entretanto, lo que a primera vista no parece tan evidente es que el cristianismo suscite al mismo tiempo el deseo de ser combatido por un mundo de potencias materiales, a una invisible legión de seres inteligentes, confabulados en destruir o falsificar la doctrina del Nazareno. Pablo de Tarso en una de sus Epístolas, llega a afirmar que nuestra lucha no se dirige contra el mundo material sino contra las invisibles potestades que viven en el aire, en los espacios.

            Por tanto, espiritualidad contra espiritualismo. Cristo conta el anticristo. Alma humana contra espíritus desconocidos.

            Viene esta verdad extrañamente ilustrada en la vida de muchos siervos de Dios que, después de derrotar la vanguardia visible del mundo material, se ven frente a frente con un ejército de siniestras potencias, tanto más peligrosas cuanto más se ocultan estos seres invisibles, detrás de un plano de dimensión desconocida.

            Repetidas veces entró Jesús en conflicto con esos misteriosos emisarios de un submundo.

            También Pablo se enfrentó numerosas veces con esos enemigos traicioneros. En Chipre, uno de sus aliados humanos, Elimas, intenta frustrar con artes mágicas la virtud divina del Evangelio.

            En Filipes reaparece, de improviso, el mismo espíritu, pero con una táctica diferente que la empleada en Chipre: en vez de contrariar abiertamente la evangelización de Pablo, hace una propaganda favorable; tamaña es la astucia de esas entidades de las tinieblas.

            Corrían suavemente aquellos días otoñales. Todos los días se dirigía Pablo con sus compañeros a las orillas del río Gangas y realizaba sus predicaciones en el recinto de la pequeña sinagoga.

            Cierta mañana, camino del lugar de oración, sale de una casa vecina una muchacha que fue detrás de los emisarios del Evangelio, gritando: “¡Esos hombres son siervos del Dios Altísimo y vienen a anunciarnos el camino de salvación!”   . . .

            Era una joven esclava que, según el lenguaje de la época, poseía el espíritu de Pitón: era una pitonisa, una adivinadora. En lenguaje moderno la llamaríamos clarividente o médium. De vez en cuando, era poseída por un ser extraño que le daba fuerzas y claridad mental extraordinaria. En esos estados de “trance”, cuando “actuaba” por el espíritu, hablaba diversas lenguas, respondía a los pensamientos de los oyentes, revelaba cosas que pasaban a distancia, etc.

            Para sus dueños, esa esclava era un gran negocio, pues explotaban las condiciones inusuales de la infeliz criatura.

            Todos los días se repetía esa escena: la pitonisa clamando tras los discípulos de Cristo. Es de suponer que el elevado potencial espiritual de Pablo actuase sobre la psiquis de la médium, poniendo en vibración la sensibilidad telepática de la joven, obligándola a proferir aquellos gritos estridentes y hacer aquella consciente o inconsciente profesión de fe. Es sabido que hay espíritus que actúan sobre otros como un imán sobre la aguja magnética, provocando oscilaciones, incluso a distancia, en ciertas almas hiperestésicas.

            Pablo, sin embargo, no le agradó aquella publicidad del Evangelio hecho por un espíritu que no era amigo del Cristo.

            La pitonisa de Filipes hacía una desaforada propaganda del Evangelio y de sus predicadores lo que, dado el gran prestigio del que ella gozaba en la ciudad, habría sido una ventaja para la causa sagrada que Pablo y los suyos abogaban. Y, mientras tanto, a ejemplo de Jesús que no toleraba elogios de labios de endemoniados, Pablo rechaza ese auxilio prestado por una entidad inferior.

            En uno de esos días, molesto nuevamente por los gritos de la esclava, se giró hcia ella y dijo con voz firme al espíritu que por ella hablabla: “En nombre de Jesús el Cristo, te ordeno salgas de ella.”

            En el mismo instante, el invisible ser abandonó a su víctima; y ella perdió súbitamente sus virtudes clarividentes.

            Se asombraron todos del poder que tenía el nombre de Jesús . . .

            La muchacha cambió su semblante y actitud. Ya no era la misma. Su alma parecía haber vuelto de lejanas regiones del espacio y de las penumbras del inconsciente pasó a la luz del consciente. Calma, tranquila, normal, con lágrimas en los ojos, se arrodilló a los pies de su libertador y le acompañó hasta la casa de oración. Es posible que hubiera abrazado la causa del Evangelio.

            Cuando los codiciosos señores de la esclava verificaron lo que había pasado y que había desaparecido aquella fuente lucrativa, se indignaron contra Pablo.

            ¿Qué hacer?  ¿Acusarlo?  Pero, ¿de qué crimen?  La ley romana no preveía casos de esta naturaleza ni defendía la explotación de las artes mágicas. Había que descubrir otro pretexto.

            Pretextos no faltaban  . . .

            Los perjudicados, probablemente los sacerdotes paganos del lugar, fueron ante los diunviros, los estrategas como decía el pueblo, y en nombre de los “intangibles” derechos del patriotismo y del orden público, formularon la queja siguiente:

            “Esos hombres son judíos y amotinan la ciudad, enseñando usos y costumbres que los romanos no podemos adoptar.”

            Tanto Pablo como Silas eran ciudadanos romanos. Pero esta vez no hicieron valer sus fueros o no les fueron atendidos por las autoridades. Convenía fertilizar con su sangre el suelo europeo para que creciese la tierna planta del Evangelio.

            Después de un proceso pues, ¿qué importaban dos judíos vagabundos?, el juez de la ciudad dictó sentencia condenatoria y dio orden a los dos lictores: “Lictor, desata las varas para la flagelación.”

            Como se ve, no siempre tiene aplicación el proverbio sobre la clásica “justicia romana”. Sobre todo, ciertos magistrados subalternos manejaban la “Jus Romanum” según la disposición casual de sus nervios y el contenido de la bolsa del acusado. Ni todo lo que Ciceron afirma, en su famoso discurso sobre los desmanes del gobernador Verres, es simple retórica . . .

            Arrancaron los vestidos a Pablo y sus compañeros y los flagelaron barbaramente en la plaza pública.

            Así, abundamente regados de sangre mártir, podía el suelo europeo recibir la semilla divina del Evangelio.

Continuará en la Circular de Junio

 

 

 

                                               NATURALEZA Y ESPÍRITU

 

            Quisiera partir de la diferencia entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. Se ha expresado algunas reservas contra esta distinción y trataré de reemplazarla por otra clasificación. Al exponer mi punto de vista contrario frente a otros desarrollos, me será más fácil poner de manifiesto la circunstancia general en que se funda la psicología comparada.

            Si se funda, como otros opinan, las ciencias de la naturaleza sobre la percepción externa y las ciencias del espíritu sobre la interna, inmediatamente se levantan objecciones contra la percepción interna como un modo particular de conocimiento. Aun resueltas estas objecciones, vemos, no obstante, que los hechos de las ciencias del espíritu no se fundan exclusivamente sobre la percepción interna. Pero, sobre todo, se revela la incongruencia del principio real y formal de clasificación porque no es posible colocar entre las ciencias de la naturaleza o las ciencias del espíritu una disciplina empírica tan importante como la psicología: por su objeto, la tenemos que caracterizar como ciencia del espíritu y, en cierto sentido, como el fundamento de todas las restantes, pero todo su método, toda su actitud metódica, es de cabo a rabo lo mismo que la de las ciencias de la naturaleza.

            Parto de la siguiente determinación. Entiendo por percepción externa o sensible el proceso en el cual las impresiones que penetran en los sentidos se traban en un todo diferenciado del Yo. En un estudio sobre las razones de nuestra creencia en un mundo exterior se ha investigado cómo nace esta referencia a algo externo. Ya un sonido, que suena aislado, se convierte, a partir de una mera impresión o de una serie de las mismas, en una percepción externa mediante la atención que lo destaca del silencio, abarca la sucesión en la conciencia de la duración, se da cuenta del incremento o de la disminución, lo localiza, etc., y constituye así una especie de todo. Ello presupone interés y atención, se produce un grado mayor de conciencia y éste se manifiesta en sus actividades, inseparables, de asociación, diferenciación, etc. Entiendo por experiencia externa el conjunto de procesos en el cual una o varias percepciones externas son colocadas por el pensamiento discursivo en una tal conexión que estas percepciones se elevan a una mejor comprensión y se ensancha así el conocimiento del mundo exterior.

            De todas estas percepciones externas y de las experiencias externas que a ellas se enlazan se diferencia la percatación de procesos o estados, y, en primer lugar, por una característica negativa, a saber, que no los colocamos fuera. Así nace el concepto de proceso o estados internos a diferencia de los externos. Hechos internos semejantes son los diferentes estados del sentimiento, lo mismo que los actos del pensamiento y de la voluntad. A este respecto es lo mismo que un hecho semejante se presente por entero en una percepción momentánea, o caiga parcialmente en el recuerdo o sea captado únicamente por aprehensión de su reproducción en nuestro recuerdo, como ocurre con un acto mental o volitivo; como es igual para su carácter perceptivo que en los momentos sucesivos de un sonido que abarcamos en la percepción sensible en una gradación de intensidad se alíen a las intensidades percibidas o recordadas. En la medida en que dirigimos nuestra atención a estos procesos o estados internos nace la percepción interna. Mediante la atención se cobra una conciencia más clara de las relaciones que mantienen entre sí las partes integrantes de un proceso o estado. Por una parte, se acentúa y se percibe más claramente, con la atención creciente, el enlace de semejante hecho interno con la conciencia del Yo, por otra, esta percepción interna entra, mediante la distinción creciente de la localización, en relaciones más claras con las percepciones externas; porque éstas forman la base siempre presente, aun para las internas, y aunque la atención se oriente a un estado o proceso interno, su relación con las imágenes objetivas persiste en la conciencia. El sentimiento de alegría que en una excursión por la montaña despierta en el alpinista la luz de las alturas, el aroma de los campos, la humedad de los arroyos, el verde tierno de la hierba y su contraste con la nieve, me es consciente como algo animador, que ensancha mi ser, pero puedo convertirlo en percepción interna y, en tal caso, se me hará más clara la potenciación de mi Yo y los enlaces con las percepciones sensibles se elevarán a conciencia de un modo más decisivo. Siempre se trata de un Yo rodeado de circunstancias.

 

 

 

 

 

                                      GIORDANO BRUNO

         Giordano Bruno es el primer eslabón de una cadena de pensadores panteístas que llega hasta nuestros días a través de Spinoza, Diderot y Buffon, Goethe, entre otros. Por eso su posición en este ensayo y su relación histórica con el monismo panteísta de Spinoza y la monadología de Leibniz constituye un problema histórico de consideración. Pero en el sentido de este trabajo, que trata de marcar el nacimiento de la moderna filosofía a través de su historia, su figura cobra una significación todavía mayor. Basándose en el descubrimiento de Copérnico, expone por primera vez, desde un elevado punto de vista, la contradicción de la conciencia científica con los dogmas de todas las confesiones cristianas, y ofrece a las ideas y a los ideales de vida modernos la primera expresión filosófica universal en un sistema basado en la autonomía del pensamiento. Sus conceptos explicativos acerca de la naturaleza pertenecen todavía al pasado, pero el aliento que los anima es ya moderno: se anuncia como en un amanecer en el que las sombras de la noche se mezclan todavía con las luces del sol que nace.

            Voy a dividir de antemano el problema histórico que plantea Giordano Bruno.Es el primer filósofo monista de las naciones modernas; para él la animación divina no es más que el otro aspecto inseparable de la materia; ambos constituyen juntos un solo mundo infinito cuya conexión es Dios. El núcleo de este monismo lo forma una nueva visión astronómica y su valoración metafísica en el sentido de una magnificación estética del mundo a tono con la conciencia del Renacimiento italiano. La meta práctica es la doctrina de la pasión heroica, con la que se eleva a fórmula moral, frente al cristianismo, el temple renacentista. Al mismo tiempo, visto desde el aspecto de la forma, es el primero que, dentro de los modernos pueblos de Europa, redescubre la forma artística de la filosofía, después del prolongado imperio de la arquitectónica escolástica y luego del aletargamiento místico y humanista del estilo filosófico. Debe darse un punto de uniad con el cual el contenido y la forma del filósofo-poeta sean completamente inteligible. Su persona plantea el mismo problema que Platón. Pero un rico material nos permite resolver realmente esta cuestión en este caso, mientras que en el de Platón parece que jamás podremos romper con cierta niebla de generalidades. Giordano Bruno es el filósofo del Renacimiento italiano. Su sentido artístico de la vida y sus ideales vitales se elevan con él a una visión cósmica y a una fórmula ética. Este espíritu del Renacimiento se eleva a las alturas más decisivas y a la creación filosófica porque se alía en él a la conciencia científica del alcance material de la metafísica europea, en su mayor parte ya una masa inerte, se anima en una doctrina de un universo uno, infinito y divino. La capacidad estética del Renacimiento, a pesar de su decaimiento en lo artificioso y sobrecargado, nos ofrece en él al primer artista filósofo del mundo moderno.

            Giordano Bruno nació el año 1.548. En Nola, ciudad provinciana, probablemente de origen griego, en la vertiente noroeste del Vesubio. Bruno es hijo de esta zona entre el Mediterráneo y el Vesubio. Fogoso como el volcán y la brisa del mar, verdadera fuerza de la naturaleza a tono con la vegetación exuberante, rico en caprichosos contrastes como su tierra misma.

            El primer esplendor del Renacimiento italiano coincide con los años de su niñez y de su primera juventud. Todavía vivían Miguel Angel y Ticiano. Pero ya la Compañía de Jesús, bajo la dirección de su segundo general, Laínez, tenía la conciencia de su misión histórica, y el Concilio de Trento agrupaba todas las fuerzas internas del catolicismo. En serena plenitud vital se podría haber convertido en un gran poeta, como su contemporáneo más viejo, Tasso, y el más joven, Ariosto, pues estaba dotado de una imaginación poderosa. Pero lo mismo que en Leonardo y en Galileo, se hallaba aliada a una capacidad extraordinaria de combinación científica y a una inteligencia fina y penetrante. Decidió la suerte de su vida que, después de la instrucción escolástico-humanista corriente en aquellos días, ingresara a los catorce o quince años de edad en la orden de los dominicos. Residía en el convento de Santo Domingo de Nápoles, donde en otro tiempo vivió y enseñó Tomás de Aquino; recibió las órdenes sacerdotales en 1.572, anduvo por diversas localidades cercanas cumpliendo sus deberes eclesiásticos y permaneció en la Orden hasta el año 1.576, es decir, quince largos años hasta cumplir los veintiocho. En estos años pudo preparar su extraordinaria cultura filosófica y sus sólidos conocimientos astronómicos, que le permitieron, una vez abandonado el claustro, enseñar filosofía y astronomía. Por ese tiempo se ensayó también en la poesía trágica y cómica. Estando quizá todavía en el claustro, escribió el primer esbozo de una comedia Il Calendajo,  cuyo agrio cinismo sabe a convento y una alegoría perdida, L´arca de Noé, que trata de la lucha por el rango entre los animales y de la dignidad del asno en el mismo tono burlesco tradicional en el tema. También las grandes disputas eclesiásticas debieron afectar al joven genial, pues, ya siendo novicio, apartó de su celda las imágenes sagradas, conservando sólo el crucifijo. Recomendó a un compañero que leyera las vidas de los Santos Padres en lugar de los siete gozos de María. A los dieciocho años duda de la Trinidad, de la divinidad de Cristo y de la transubstanciación. La nueva restauración católica tomaba semejantes herejías más en serio que en los buenos tiempos de León X. Así, Giordano Bruno abandonó el claustro: tenía veintiocho años y su época de aprendizaje había terminado.

            Es inútil buscar en el monótono y precavido relato que de su vida hace ante el Tribunal de la Inquisición de Venecia, un rastro de los sentimientos que pudieron inspirar el alma de este joven genial, al que llegaban, a través de los muros del convento, el tráfago de la ciudad más ruidosa del mundo y todo el encanto del golfo de Nápoles. Seguro que empezó como adicto a Aristóteles. Los dominicos juraban por Aristóteles y por su continuador Santo Tomás, que había sido el filósofo del convento. El conocimiento profundo del filósofo griego que manifiesta Bruno más tarde, la presencia constante de este pensador ante su espíritu, cualquiera que sea la cuestión de que se trate, nos indica con gran probabilidad que Aristóteles ejerció un dominio durable sobre su pensamiento. Ya respecto a muchas opiniones astronómicas nos dice en muchas ocasiones que fue partidario de ellas en su juventud. Pero el caso es que, si el imperio de la escuela tradicional fue más o menos largo, por fin rompió con él. Nos cuenta que durante largo tiempo fue partidario del naturalismo. También esta etapa tenemos que colocarla en sus años de aprendizaje. Habla de la teoría según la cual las formas son estados contingentes de la materia, mientras que esta materia constituye la sustancia de las cosas, la naturaleza divina. Nombra a Demócrito y a los epicúreos como sus representantes, luego a los estoicos y a Avicebrón. De él decía: “Durante mucho tiempo he sido muy aficionado a esta teoría, porque sus fundamentos corresponden m´s a la realidad que los de Aristóteles.” Si nos preguntamos por las obras que pudieron influir en este giro habrá que pensar en Lucrecio y en ciertas imitaciones del mismo, muy leídas, como los poemas de Capicius De natura rerum, y también en su paisano Telesio. Este último, después de la publicación de esta obra en 1.565, había accedido a los deseos de sus admiradores y vivía en Nápoles, donde dictaba conferencias muy escuchadas y admiradas. Bajo sus auspicios, nació la Academia que trataba de derrocar a Aristóteles y fundar el conocimiento de la naturaleza.  Bruno da la razón a esta filosofía, y especialmente a Telesio, todavía en 1.584, cuando expone sus ideas maduras. Pero su profundo espíritu artístico necesitaba un complemento ideal de este punto de vista. En el informe citado prosigue: “Sin embargo, después de considerar con mayor madurez y tener en cuenta más hechos, encontré necesario admitir en la naturaleza dos tipos de sustancias: la forma y la materia.”  Con estas palabras quiere designar el complemento platonizante del naturalismo, que desarrolla en su obra acerca de la causa y de lo Uno con mayor detalle; apuntan, por lo tanto, el tránsito hacia su punto de vista definitivo. Por diversas razones nos parece lo más natural suponer que encontró ya ese punto de vista definitivo, por lo menos en gérmen, antes de abandonar el claustro, si bien es cosa que no se puede probar.

            Tampoco podría decir en qué momento de este desarrollo conoció el sistema copernicano. Pero es seguro que este cambio de sus opiniones sobre la naturaleza se debió operar pronto en sus años de aprendizaje. Había sido partidario de la astronomía de Aristóteles, pero en plena juventud tuvo conocimiento de la verdad del sistema copernicano. Y también es seguro que Copérnico le produjo una revolución en su espíritu, de donde surgió la idea fundamental de su sistema, que fue desarrollándose poco a poco en todas sus consecuencias.

            Cuando Lutero abandonó el convento y colgó los hábitos se arraigó en su propia tierra y operó con el nuevo espíritu entre su propio pueblo. Giordano Bruno, durante los dieciseis años comprendidos entre 1.576, que fue el de su huída, y el 23 de Mayo de 1.592, en que cayó preso en manos de la Inquisición de Venecia, vivió expatriado en Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania, sin echar raíces en ningún sitio, ni siquiera donde la dicha parecía sonreírle, sin olvidar jamás a su patria. Hasta que la nostalgia de su tierra le puso en las redes de la muerte. Toda su ser está formado para la Italia del Renacimiento, cuya luz radiante se había apagado ante la restauración católica. Se sentía como un extranjero en todas las tierras bárbaras del Norte. La guerra, el odio religioso, la rigidez escolástica de las universidades le rodea por todas partes como una niebla.

            Es cierto que el latín continuaba siendo el lazo de unión entre gentes de todas las naciones y les permitía una anchura europea en la vida. Las libertades del régimen universitario de aquellos días permitían a los profesores una vida de peregrinación por Europa. No era esto cosa rara. Paracelso defiende esta peregrinación diciendo que “nadie se hace maestro en su casa, pues todavía el dómine está tras el hogar”, “los que se quedan al calor del hogar comen perdices, los que estudian las artes comen sopas de leche”. Y en esta época en el que el Renacimiento italiano se extiende por todas partes ningún extranjero goza de tanta simpatía, hasta en la misma Inglaterra, como un italiano culto y lleno del espíritu renacentista. Giordano Bruno tuvo un acceso particular a las universidades como representante del arte italiano. Sus versos, su inmensa memoria, su saber y su ingenio chispeante, todo su ser, impregnado del sentido de belleza del Renacimiento, le abrieron las puertas de la sociedad cortesana más distinguida.

            Pero su naturaleza volcánica, sus tempestuosos contrastes, las eclosiones de soberbia, de odio frailuno, cínico, contra los literatos contradictores amén de su burlesca teatralidad

napolitana, provocaron por todas partes conflictos y catástrofes. La superioridad real de su punto de vista filosófico respecto a los hombres de su tiempo, le tenían en soledad en medio del alboroto de las disputas filosóficas, que tdoavía estaban de moda, en medio del tráfago de Paris, Oxford, Wittenberg y Helmstaedt. “Ignominias, calumnias, maldad ajena y temor propio, bien justificado, te arrojarán de tu patria, te alejarán de tus amigos y te desterrarán a tierras poco hospitalarias.” Así se habla a sí mismo, y su único consuelo es la resginación. “Haz, ánimo mío, que esto se convierta en un destierro glorioso para mí y que esta patria mejor me traiga la tranquilidad.”

            Lo que le alejó de la patria en un principio fue más que el peligro del momento la mezquindad y la monotonía de la vida de un monje exclaustrado que se ganaba la vida con lecciones particulares y como corrector. Así vivió en Génova, Turín, Venecia y Padua. Cuando cruzó la frontera francesa lo hizo con un hábito dominicano de fino paño blanco, que se había mandado hacer en Bérgamo, llevando encima el escapulario que había tomado consigo al huir de Roma. Contaba con los conventos de su orden. Su meta próxima era Lyon. Pero el frío recibimiento que se hizo al falso monje durante el viaje le empujó a tomar otra resolución. La ciudad del gran Calvino constituía el asilo para todos los refugiados católicos del mundo romano. Al emprender su viaje en esta dirección rompe, por decirlo así, de una vez con todo el mundo anterior.

            Allí tropezó con una colonia italiana. El jefe de la misma, el napolitano marqués de Vico, se hizo muy amigo de él. Abandonada la cogulla, le equiparon con el sombrero y ladaga. Todo esto bajo el supuesto de que se entregaría a la fe protestante. También aquí conoce el destino terrible de la hipocresía  y de la duplicidad que pesa sobre el pensador monista en este mundo de disensiones religiosas, un destino que tanto le había hecho padecer en el convento y que amenazaba el ingrediente de grandeza moral que formaba parte de su naturaleza mixta. Afirmó delante de la Inquisición no haber entrado en el calvinismo. Puede ser verdad en cualquier sentido equívoco. En todo caso, encontramos su nombre en la lista de la concregación evangélica italiana. Sólo como feligrés de ésta puede llegar Bruno a ser miembro de la Academia de Ginebra. Además, tenemos referencia expresa de que, a causa de sus errores en la doctrina y sus burlas contra los pastores, fue excluído de la comunión y que esta exclusión se le dispensó a ruego suyo. Toda esta nueva duplicidad fue también inútil. Sólo desde primeros de año hasta el otoño de 1.578 pudo aguantar la atmósfera calvinista. Pobreza, disputas eclesiásticas, correciones, hipocresía, atmósfera moral un poco carcelaria: miseria y nada más que miseria.

            Pero lo que para el hombre Giordano Bruno de Nola se presenta en estos términos, para el genio filosófico que habría de superar todo lo que la Europa de entonces ofrecía en ideas acerca de la vida, presentaba un aspecto completamente distinto. Esta Europa, tal vez como era entonces, fue su preceptor. Recibió las enseñanzas en las capitales de la cultura religiosa y moral de Europa, de sus sectas principales y de sus naciones más ilustres. Ginebra era, precisamente, una capital de tal rango y el calvinismo una de esas sectas. La idea acerca de la incapacidad de los partidos cristianos para logar una modelación noble de la vida y de la sociead fue despertada en Bruno a fuerza de experiencias muy intensas. Esa idea estaba ya contenida en el espíritu del Renacimiento, pero en estos años de peregrinación, en la época de la restauración católica y de la fe dogmática protestante, en el claustro de Nápoles, en las aulas universitarias de París, en la sociedad cortesana de Londres, en la Ginebra de Calvino y en la luterana Wittenberg, cuando se ahonda y cimenta.

            El puro ideal filosófico de la vida se nutrió del contenido vivido del mundo europeo. Sentía una fuerte simpatía por lo heroico en el protestantismo, que hacía la guerra contra el “perro infernal de tres cabezas adornado de la triple tiara”. Frente al “quimérico culto católico” respetaba las formas más puras del culto protestante. Pero le repugnaba el abuso del aparato filológico en la sinopsis, claves bíblicas y comentarios de esta ortodoxia bíblica. Combatió apasionadamente la doctrina de la servidumbre de la voluntad, de la predestinación y de la ineficacia de las obras, y predijo que esta nueva dogmática había de traer como consecuencia un incremento enorme de la coacción eclesiástica y de las luchas dogmáticas. A medida que el calvinismo acogía literalmente cada sílaba del Antiguo Testamento en la concordante Biblia, tanto mayor desvío mostraba esta fe literal respecto a la astronomía copernicana y a todo progreso del conocimiento natural que superara la mezquina concepción del Antiguo Testamento. El filósofo italiano odiaba con igual fuerza el Antiguo Testamento, al pueblo que lo había producido y a los calvinistas que se apegaban a él.

            Se enfrenta radicalmente con el calvinismo en su obra acerca de la bestia triunfante. Al amparo de las viejas máscaras divinas somete a una crítica burlesca tod la historia evangélica, como si fuera un “cierto misterio trágico de Siria”. Toda la dogmática del cristianismo es considerada como antropocéntrica y, especialmente, judía, y comprendida como una oposición aparente entre el más allá y lo terreno que, sensibilizando también el más allá, se subordina al punto de vista de la apariencia sensible y de la imaginación. Frente a esto, se hace valer la conciencia filosófica que disipa esta apariencia. En la misma obra describe con extraordinaria acritud los defectos especiales de las confesiones protestantes. Matan el sentimiento heroico de la vida que impulsa a vivir por el bien común, con una loable alegría por la gloria. Consideran esta afán como pecaminoso y vano. El hombre tiene que gloriarse de “yo no sé que tragedia cabalística”. “Es indignante, profano y risible creer que los dioses necesitan el agradecimiento, el temor, el respeto, el amor y la veneración de los hombres por otra razón que no sea el hombre mismo”. La doctrina de la justificación por la fe corrompe, bajo excusa de reformar a la religión deformada, lo único que todavía había en ella de bueno. Con el saludo “la paz sea con vosotros” sus predicadores no hacen más que extender la guerra, de suerte que cada uno de estos enfatuados pedantes cree tener su catecismo especial dentro del pecho. Para conquistar las cosas invisibles, que no comprenden, no es menestes, según ellos, más que una elección de gracia inmutable, que depende exclusivamente de las pasiones de la divinidad. Los hombres no se salvan por sus acciones, sino por su acomodación al catecismo.”

Concluye en la Circular de Junio.

 

 

 

 

  LA SABIDURÍA ANTIGUA.-  

 

 

         No obstante, a pesar de esta perspectiva en la filosofía esotérica y en la física, tenemos el hábito inconsciente de separarnos como sujeto de todo lo demás como objeto. Esto resulta en que nos vemos como islas separadas y aísladas de toda percepción. Existe otra manera de mirar para nosotros mismos y para el mundo, una forma de conocer que no separa al conocedor del conocimiento, al sujeto de objeto. Los sabios en oriente y occidente alcanzaron una perspectivan a partir de la cual ven claramento que todos los opuestos polares son relativos. El objetivo de las tradiciones orientales es la de comprender la unidad de los opuestos de “ser verdaderamente eternos, además de opuestos materiales”. Esta comprensión es alcanzada sometiéndonos a distinciones intelectuales y polaridades emocionales, de manera que la unidad de los opuestos se torne una experiencia vivida.

         Existen varios métodos de meditación y técnicas para la elevación de la percepción que nos pueden ayudar a elevarnos por encima de los opuestos. Todos incluyen aquietar la mente divisible y polarizadora y alcanzar nuestra consciencia más profunda, subyacente a todas las formas de pensamiento y sentimiento. ¿Cómo sería si el cuerpo pudiese estar completamente quieto, sin registros sensoriales, sin la menor visión, sonido, sentido del tacto, calor o frío? También las emociones cederían y no dejarían trazo alguno de excitación, ira, afecto o ansiedad. La mente paralizaría su flujo y los pensamientos se desvanecerían. ¿Qué quedaría? Estaríamos cerca de experimentar la consciencia sin objeto, sin ningún contenido, pura percepción. Aunque sea imposible en nuestra condición humana, viviencia la consciencia complementaria apartada de nuestros vehículos de percepción física o superfísica, sentiríamos algo así como un continuo ilimitado de la Consciencia pura. Veríamos que en la consciencia no hay compartimentos insulares, divisiones o paredes divisorias.

         Este acto de desapego de todo lo que nos es familiar, de todo aquello que imaginábamos ser, de todo apoyo que nos da una sensación de seguridad, es llamado el salto en la literatura mística. Inicialmente, puede ser algo aterrador, conmo si todo el ser pasara a quedar sujetado por la nada. No obstante, aquellos que han entrado en este estado y en él permanecieron, relatan que esto no aniquila nuestro ser, sino que revoluciona la comprensión de aquello que somos. Aún después de retornar al estado común, no nos podríamos indentificar totalmente con nuestro antiguo concepto del yo. Saben que la división entre sujeto y objeto, conocedor y conocido, es ilusoria. Y el yo el mundo ya no nos figuran como separados, sino unidos en un campo de Consciencia no dividida, aquella unidad de la que nace tanto el sujeto como el objeto. Pensar en “mi consciencia” ahora es absurdo, porque ahora sólo existe Consciencia, un continuo ilimitado que no puede dividirse, “un único, cuyo plural es desconocido”. Abandonando los límites de la consciencia común, llegamos a tener una idea del campo de la Consciencia, base única que une todas las polaridades, aquella “nada inamovible” sobre la que habló el místico Eckhart. Y, aún así, este estado de ser “nada” no es un simple vacío, sino pura alegría, no basada en cualquier circunstancia externa, sino simplemente alegría ilimitada que surge de una raíz bien profunda y transborda en círculos progresivamente más amplios para difundirse en el Espacio.

         Esta experiencia de consciencia pura sin un objeto, nos coloca más allá del sujeto y del objeto, así como de las polaridades del mundo. Sin embargo, paradójicamente, otra polaridad pasa a quedar aparentemente en este nivel. Se dice que la consciencia pura es mucho menor de lo que pensamos como pequeño, pero mucho mayor de lo que imaginamos es grande. Este enigma se basa en la habilidad del Uno para ser un todo continuo, no fragmentado, siendo al mismo tiempo muchos. Podemos usar como analogía las innumerables chispas de fuego que salen de una llama, para representar este enigma. Un punto en el centro de un círculo también es sugestivo. En cuanto la Fuente Trascendental abarca el Espacio ilimitado, ella también se localiza en innumerables puntos que constituyen el centro de la consciencia de los individuos.

         La experiencia en la meditación confirma la enseñanza esotérica del individuo inter-ligado con el Todo. En momentos de profunda interiorización, muchas personas que meditan hablan sobre una expansión y ampliación de consciencia que coincide con una especie de centralización, como si la consciencia estuviera centrada en un punto interno y profundo y, aún así, esparcida, para abarcarlo todo. Somos simultáneamente menores de lo que es pequeño y mayores de lo que es grande. Podríamos obtener un ligero vislumbre sobre este misterio, contemplando la planta diente de león cuando está sembrada. La totalidad de su globo frágil, irradia de una zona central, la esfera que lo abarca todo y ese centro, forman parte de un todo. Esta imagen podría captar algunos aspectos de un estado de pura consciencia y sugiere como el principio omnipresente de la polaridad opera hasta en los estados más elevados de consciencia.        

Sigue en la Circular de Junio.

 

 

 

   

 

   

      A F O R I S M O S  

 

                                        

336º.- La capacidad de moverte fuera de los esquemas que tenemos, es lo que necesitas para despertar. Pensar y no ser pensado.

         El inmovilismo es un pecado lunar, como la pereza. Despertar es indicativo de movimiento.

         La ausencia de patrones fijos en nuestra mente nos da la libertad que necesitamos para expresarnos como indivíduos.

         ¡Que nadie dirija tu capacidad de libre albedrío, para que tengas la oportunidad de decidir lo que harás con tu vida!

337º.- Buscamos alivio y no curación. El mal es fabricado por      el hombre que no lo reconoce después.

         Sanar y no ser sanado. Crear y no ser manipulado. Vivir y no ser  condicionado.

         El no poder construir la intemporalidad o aquello que se le asemeja, parece ser la enfermedad de los últimos trescientos años.

         La vida es hoy el reinado de lo efímero. Las ideas, la creatividad, las cosas, aparecen y desaparecen como fuegos artificiales, no dejando apenas huellas en la existencia, sin historia.

         Buscamos alivio en la superficialidad y nos negamos a ser curados en profundidad. El trigo va muriendo y la cizaña es cada vez más abundante.

338º.- La raiz del sufrimiento son los apegos. La esencia de múltiples amores son los deseos.

         Los deseos engendran la multiplicidad, porque nunca nos contentamos con su satisfacción, sino que van formando una cadena cuyos eslabones se prolongan toda la vida.

         Deseamos riquezas, amor, respeto, fama y muchas otras cosas, pero todo lo buscamos en el exterior, permaneciendo el interior del hombre intocable.

         El deseo es hermano gemelo del dolor. Ambos nacen al mismo tiempo. Sufrimos de amor; lloramos nuestras frustraciones; nos enloquecen nuestras depresiones.

         La paz no es una palabra, sino un estado de ser. El amor no es una ilusión, sino un estado de vivir. La vida no es una suma de tiempo, sino una experiencia cíclica y rítmica de horas, días, meses y años, momento a momento.

339º.- Depender de otra persona para ser feliz, es contrario a la vida y a la realidad.

         La necesidad es el espejismo primigenio que nuestro ego reclama desde que llegamos al estado de vida material.

         Cuando accedemos a la inteligencia y no somos capaces de desprendernos del sentido de la necesidad, dependemos de los demás para satisfacerla y nos sentimos momentáneamente felices.

         La vida, la realidad, es un conjunto de intereses que necesitamos comprender para salir de este juego, donde derrochamos el tiempo y la vida.

         Cuando ya no necesitamos más que unas pocas cosas para nuestro camino, conseguimos además, la libertad y la independencia personal.

340º.- Despertar es la única experiencia que nos da la vida.         La felicidad viene del deshacernos de ilusiones y fantasías, llamando las cosas por su nombre.

         Hay pocas cosas que tengan realidad para nosotros. Los nombres son tan repetidos que pierden su sentido original.

         Si despertamos a estas consideraciones tendríamos conciencia distinta del mundo que vivimos y desharíamos tantas fantasías creadas por el tiempo de desidia que hemos permitido se formara, mientras dormíamos inmersos en otros juegos recreativos.

         En la realidad somos reyes, como en la consciencia somos sabios. Hacemos un al-ma inmortal, mezclando prudentemente lo que viene de lo alto con la materia densa.

341º.- Un robot es un producto cultural. Todo se pega a nosotros como sellos que tomamos como realidades.

         Somos pensados e informados y respondemos a unos estímulos condicionados por los resortes que maneja las fuerzas de este mundo, y esos nos transforma en cosa, número, mecanismo, en robots.

         Para que no escapemos de esta programación, nos hacen creer que estas condiciones no han sido confecionadas, sino que son parte de la vida natural.

         Con esta creencia organizamos la vida basada en el lucro, la soberbia, la guerra lícita y el sexo como sentido lúdico necesario, convirtiéndolos en buenos, necesarios, en virtudes que cultivamos sin el menor asomo de responsabilidad.

342º.- Culpabilidad y crítica están en la mente cultural. Vivamos ahora y no nos importe el futuro.

         La transferencia de la culpa es la dejación de la responsabilidad. Y ella puede ser un arma de doble filo, culpando y criticando en los otros lo que nos negamos a ver en nosotros mismos.

         La vida que nos importa es la que vivimos en nuestro cuerpo y esa la hacemos a cada instante del tiempo. Pasado o futuro propio o de los demás no ha de ser el objeto de nuestra atención, porque condicionaría el presente que, por su fugacidad, es permeable a estas tensiones temporales, dando inestabilidad a lo que vivimos.

343º.- Preferimos el nido a volar porque conocemos el miedo y desconocemos la felicidad.

         Estamos seguros si nos sentimos bien atados. Las cadenas dan seguridad al preso y al carcelero, porque el primero deja de pensar en la huída y el segundo no se preocupa de la fuga.

         Somos el prisionero y el guardián y vendemos nuestro derecho a la libertad, nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Buscamos ser felices y tenemos miedo de serlo, haciendo de la búsqueda un objetivo imposible.

344º.- No luchemos, intentemos comprender, observar, estar atentos.

         La lucha es la válvula de escape de la impotencia. Batallamos porque no comprendemos el proceso de las cosas. Y no comprendemos porque no damos atención. Perdimos el sentido de observar el mundo que nos rodea sin aprender sus lecciones y por no crecer en sabiduría rompemos de rabia el material didáctico que se nos ha dado para estudiar.

         Primero se creó el fuego, después el aire, el agua y la tierra, y con la combinación de todos estos elementos llegó la comida que necesitábamos, luego apareció la vida animal y aprendimos a servirnos de cada cosa. Pero, no saber el "para qué", hizo que lo utilizáramos todo como armas agresorass y estamos terminando de inutilizar el hogar que nos prestaron para que evolucionáramos.

345º.- Lo mejor del hombre es el amor. Lo peor son las comparaciones que nos miden.

         La palabra amor, hasta ahora, permanece sin significado real para la mayoría de los hombres. Sigue siendo lo mejor que nos puede ocurrir, pero su uso pervertido ha ido desplazando el significado, hasta parecer una parodia.

         Vivimos comparándolo todo y nos servimos de esta medida. Preferimos el plástico al material noble y soñamos con la vida mientras fabricamos la muerte propia y la de los demás, pues hemos olvidado la justa medida de las cosas: el amor que no conocemos y rechazamos, porque no encaja en los modelos sociales, patriarcales o personales que nuestra civilización ha elaborado.

346º.- Somos felices cuando no nos exigimos, cuando no deseamos, cuando no tenemos miedo.

         El origen de la infelicidad son los deseos, y con ellos llega la necesidad, la competencia, el miedo a no-ser y el esfuerzo por ir más allá de nuestros límites naturales.

         Apaguemos los deseos y llegará la paz; dejemos de exigirnos y nos acercaremos a la serenidad; aceptemos la situación para potenciar su positividad y el temor se desvanecerá.

         Mientras antes lo pongamos en práctica, más pronto alcanzaremos la felicidad de vivir en plenitud.

347º.- El mar ES, no cambia, las olas sí. El cielo ES, no       cambia, las nubes sí. Busquemos lo que no somos y surgirá nuestro ser.

         Las múltiples caras de la personalidad son los engañosos espejos donde nos contemplamos e identificamos con la falsedad que reflejan.

         Aquello que no cambia es nuestra auténtica cara y ella se oculta en las profundidades de nuestro ser, desde donde espera nuestra atención para emerger a la luz.

         Ser como el mar o ser como el cielo, es encontrar la razón de la existencia en nuestro corazón, dejando que la superficie refleje toda la inmensidad que nos alimenta y sostiene.

348º.- La justificación es lo que engaña. El mal no merece castigo sino cura. Somos locos, enfermos o dormidos.

         Vivir bajo la ley es sufrir la dictadura de la letra impresa marcando los pasos de nuestra vida. Por la ley justificamos la falta de misericordia y nos defendemos con el código de la legalidad.

         Cuando estas leyes quedan obsoletas por el paso del tiempo, procedemos sin cordura cuando las cumplimos; enfermos, si creemos en su eficacia y dormidos si no las suprimimos.

         La ley impone silencio a las consciencias y es infantil justificar nuestra conducta por medio de un manual o un libro de ordenanzas. Recordemos las palabras del Maestro Jesús: "Misericordia os pido y no sacrificio".

349º.- El sabio no es violento, porque no siente el miedo.

         Violencia y miedo son inseparables. Ataca quien siente temor de ser atacado. La violencia genera más represión.

         La sabiduría, por ser pacífica, anula todo acto de agresividad y absorbiendo la ira que contiene, la transforma en bondad, en amor.

         Alquimista es quien dentro del atanor de su cuerpo transmuta los líquidos de la pasión en el vapor del espíritu que libera y dignifica.

         No hay redención sin paz interior, sin sabiduría de espíritu.

350º.- Nos mueven los prejuicios, los tópicos, los recuerdos, el pasado. Sólo hay vida en el presente.

         Vivimos en fugaces momentos y las gotas de felicidad se destilan a cada instante vivido conscientemente.

         El pasado con sus recuerdos y el futuro con sus ilusiones, hace presa en el hombre maniatándole de pies y manos, impidiéndole poder alcanzar su propia gloria.

         Vivir de la memoria de lo que fue y caminar dando la espalda a la vida; imaginar castillos en el aire, soñar fantasías sin sentido, es sacrificar el tesoro del presente vertical por un tiempo horizontal, incierto.

         Y ese absurdo es lo que nos mueve y por lo que vivimos nuestra locura de cada día.

                                                                                     Salvador Navarro.

 

 

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