ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                            h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 3,  año IX

                                                                                   Llubí, 1º de Marzo de 2.003..

 

 

PABLO DE TARSO.-

Continuación:

            Terminado sus estudios, Saulo se despidió del Maestro Gamaliel y abandonó la casa de su hermana en Jerusalén, regresando a Tarso.

            Era joven, como afirma Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sobre treinta años, tal vez.

            Nada consta del paradero y ocupación del novel doctor de la Ley, durante ese período. Es posible que, en su cualidad de rabí y miembro del Sanedrín se le hubiera encomendado alguna misión religiosa en el Asia Menor.

            Lo que parece cierto es que Saulo no aparece en Jerusalén durante todo el tiempo de vida pública de Jesús. No encontramos en sus escritos una sola palabra que aluda a esta época.

            ¿Qué habría ocurrido si el ardiente fariseo de Tarso se hubiese encontrado con el Nazareno? ¿Habría quedado pasivo, neutral, ante él?

            ¡Imposible! A favor o en contra del Cristo, o hubiese sido el más fervoroso de sus discípulos o el más feroz de sus adversarios; pero nunca un Nicodemus, indeciso y tímido, ni un José de Arimatea, político y contemporizador.

            Entretanto, se esparce en la provincia de Cilicia el eco de los extraños acontecimientos ocurridos en Palestina y, sobre todo, en Jerusalén, el hijo de un carpintero de Galilea, a ejemplo de los malogrados sectarios Teudas y Judas Galileo, acababa de fundar una nueva religión. Y esa religión contradecía en muchos puntos las leyes de Moisés. Tres de los coterráneos de Saulo: Andrónico, Junia y Herodiano, habían estado en Jerusalén, en ocasión de la última Pascua y, de regreso a Cilicia, contaron cosas sensacionales: el tal Nazareno, después de crucificado y muerto, parecía más peligroso que en vida. Sus discípulos lo daban como resucitado y comenzaban a esparcir su doctrina. Numerosos israelitas, sobre todo de Ofel, el barrio de los pobres, lo veneraban de un modo fanático y todos los días, desde la madrugada hasta el anochecer, se reunían y cantaban las glorias del hijo del carpintero, como siendo un Dios en persona. Hasta un distinguido levita de Chipre, de nombre José, con el apellido de Bernabé, acompañaba ese movimiento sectario hasta el punto de vender sus propiedades para ofrecer su producto a la comunidad de los seguidores del crucificado.

            Saulo escuchaba con extrañeza y secreto furor todas esas noticias traídas desde Jerusalén por amigos y colegas. Y como no cesaban de circular con insistencia cada vez mayor, los alarmantes comentarios sobre la actividad y prodigios operados por los adeptos del Nazareno, resolvió emprender una viaje a Judea, a fin de enterarse de la realidad.

            Existían por ese tiempo en Jerusalén numerosas sinagogas. Cada grupo de israelitas de la diáspora se juzgaba obligado a mantener allí una sinagoga propia.

            Así, funcionaba allí la “sinagoga de los libertos”, es decir, descendientes de los judíos presos por el general Pompeyo y más tarde puestos en libertad. Otras sinagogas eran de los judíos de Cirene, de Alejandría, de Asia Menor y de Cilicia, tierra nativa de Saulo.

            El joven rabí de Tarso, naturalmente, se reunió con sus compatriotas en la capital y todos los sábados, después de las ceremonias oficiales del culto, se formaban en el mismo recinto calurosas discusiones sobre la persona y doctrina de Jesús de Nazaret, crucificado por Poncio Pilato, a insistencia del Sanedrín.

Vivía entonces en Jerusalén un joven israelita, de nombre griego Esteban, que era como la figura central del movimiento en pro del nazareno.  Conocedor profundo de la historia del pueblo elegido y la epopeya de las revelaciones divinas, pautaba su  vida por las normas de su fe. Era inteligente. Vivía como un santo. Dotado de una intensa dinámica espiritual, desarrollaba una intensa actividad en medio de sus seguidores. Juntamente con Felipe, padre de cuatro doncellas dotadas de espíritu profético, fue Esteban escogido para el "colegio de los siete diáconos”. Con esa cualidad aparece en el escenario de la historia: predicador y taumaturgo.

            Corría el segundo o tercer año después de la muerte de Jesús, cuando Esteban, gracias a la irresistible fascinación de su personalidad y la llameante dialéctica de su verbo inspirado, parecía romper todas las resistencias y proclamar la victoria integral y definitiva del Evangelio sobre la ley mosaica, cuando de improviso aparece en liza el más poderoso y temible adversario, Saulo de Tarso.

            Sobre la entrada de una de las sinagogas de Jerusalén se veía, escrito en hebreo y en griego, esta leyenda: “Sinagoga de los Cilicios”.

Todo el sábado se transformaba ese recinto en verdadero campo de batalla, en una arena de vehementes conflictos entre dos poderosas inteligencias.

            Entremos.

            En medio de la sala, sobre un estrado, se halla Esteban, el ardiente campeón del Evangelio, el intrépido líder del nuevo movimiento espiritual. Más lejos, semi-ocultos por una columna, Pedro y Juan, discípulos de Jesús. Lo acompañaban llenos de interés y emoción. En primera fila de los asientos, casi frente a Esteban, un hombre de unos treinta años. Figura de asceta, magro, de rostro pálido, ojos centelleantes debajo de un par de negras cejas; Saulo de Tarso, el doctor de la ley.

            Es la primera vez que se enfrentan estos dos poderosos espíritus. Descienden a la arena, jóvenes gladiadores, para un formidable certamen  - en pro y en contra del Cristo -  . . . van a cruzar las agudas espadas de la inteligencia, en una lucha de vida o muerte.

            Ambos toman por base y punto de partida el texto sacro consignado por los patriarcas y profetas. Cada uno procura probar a la luz de la revelación, la justicia de su causa. Para Saulo, la ley de Moisés tiene valores eternos y el templo de Jerusalén es el santuario del Señor de los ejércitos. Para Esteban, las leyes mosaicas no dejan de ser un amanecer que preludia el sol meridiano del cristianismo y el templo de Sión no tardará en alcanzar la perfección de su simbolismo en el reino espiritual del Cristo.

            Esteban, para probar esta verdad central, prefiere el camino histórico a los argumentos teológicos. Comienza por mostrar a la luz de hechos notorios, que todos los vaticinios de los profetas se cumplieron en la persona de Jesús, el cual llevó la ley mosaica a la perfección y fundó un reino espiritual, que se establecerá hasta la consumación de los siglos.

            No consiguió terminar su exposición. Cuando los judíos escucharon las palabras que se referían al carácter provisional del templo y las leyes de Moisés, taparon sus oídos para no escuchar las horrendas “blasfemias” y se arrojaron sobre el orador. Los arrastraron fuera de la sinagoga y los muros de la ciudad y le colocaron contra una pared y, con empuñando piedras, temblando de impaciencia e indignación, esperaron la clásica orden: “¡Testigos al frente! "Arrojad la primera piedra”, conforme el precepto escrito en el libro Deuteronomio 17.

            Todos los ojos se dirigieron a Pablo de Tarso, único doctor de la ley que estaba presente. Le competía dar la orden letal.

            Los testigos, los verdugos, se despojan de sus mantos y lo arrojan a los pies de Saulo y, a un gesto de éste, las piedras silbaron furiosas sobre el joven levita. Herido, tambaleándose, cae de rodillas . . . Clava sus ojos en el cielo y lleno de sangre exclama jubiloso: “Veo los cielos abiertos y el Hijo del hombre a la derecha de Dios . . . “ Después, con una última mirada a Saulo, murmura: “¡Señor . . . no les impute este pecado . . . ¡“

            Un fulgor extraño ilumina por unos momentos el semblante del joven héroe y después se apagan las pupilas para siempre, enmudeciendo aquellos labios tan elocuentes, cesando de pulsar su corazón de fuego.

            Saulo estaba vengado. Eliminado el más peligroso de los adversarios.

            ¿Pero, habría gozado con esta pobre victoria? ¿Habría conciliado el sueño en la noche próxima?

            ¿Quién podría creer que, dentro de un año o dos, el asesino de Esteban ocuparía el lugar del apóstol muerto? ¿Qué Saulo, con indómita energía, arrancaría de la tumba de su víctima la bandera del crucificado, llevándola gloriosa hasta el Areópago de Atenas, el Capitolio de Roma y hasta lejanas playas de la tierra conocida?

Por más que Saulo sea “recalcitrante contra el aguijón” de la gracia divina, no tardaría para Pablo en llegar la hora solemne del “Cristo, rey inmortal de los siglos”.

            Por más que sea la maldad del hombre, la bondad de Dios es incomparablemente mayor.

            Transcurría el año 35 de nuestra era.

            Espesas nubes de polvo se levantaba en la extensa planicie de Siria, limitada por las faldas de las montañas.

            A lo lejos aparecen, entre los tamarindos, unas cúpulas blancas, un bosque de minaretes; se avistan grupos de casas.

            ¡Damasco!

            Los componentes de la caravana apresuran el paso de sus cabalgaduras. Veloces se deslizan sobre las blancas arenas las sombras fugaces de los camellos.

            Al frente de todos, un hombre en pleno vigor de la edad. De estatura media, domina a los demás con la potencia de su espíritu y el vigor de su voluntad. Viene provisto de documentos del Sanedrín; está autorizado para prender todos los adeptos del Nazareno, hombres, mujeres y niños, que en Damasco pueda encontrar. Se ha organizado en Jerusalén una especie de “tribunal de Inquisición”, que tenía como fin reprimir la creciente influencia de los “nazarenos”, y Saulo, el más ardiente defensor de las tradiciones paternas, ha sido investido del cargo de “inquisidor”. Tenía carta blanca. Podía invadir las casas, de día y de noche, emplear torturas e instrumentos de suplicio, que no faltaban en los subterráneos de las sinagogas. Las flagelaciones con 40 golpes menos uno, estaban a la orden del día.

            Las cárceles de Jerusalén estaban llenas de adeptos del Nazareno. Si todavía vivían en la capital discípulos de Jesús, vivían ocultos o evitaban prudentemente trazar entre la ley de Moisés y el Evangelio de Jesús una nítida línea divisoria, sin asumir actitudes tan abiertas como la de Esteban y sus amigos. Había un partido radical y otro más tolerante.

            Bien sabía Saulo que Damasco era el foco del radicalismo a favor de Jesús de Nazaret.

            En Jerusalén vivía Santiago, conocido como amigo y respetuoso con la ley mosaica, siendo admirado por Israel.

            De súbito, un fulgor extraño, una claridad intensa . . .

            Saulo cae en tierra.

            En medio de la luz divisa algo semejante a un “hombre celeste”. Un par de ojos profundos, llenos de eternidad, se cruzan por un momento con las pupilas de Saulo . . .

            Después . . . completa oscuridad . . .

            Y, en medio de esa noche en pleno mediodía, escucha una voz profunda, como el rodar de un trueno:

            “¡Saulo. . . Saulo . . .!”

            Y después, la voz plena de incomprensible amor, trémula por el espacio, el eco lejano y misterioso de las palabras:

            “¿Por qué me persigues . . .?”

            Saulo levanta los ojos, clava en el cielo sus órbitas, pero no ve nada . . .

            La ceguera es completa . . .

            Y en las tinieblas vibra, firme, esta pregunta:

            “¿Quién eres tú, señor, a quien yo persigo? “

            Momentos de silencio . . . Instantes de indecible angustia . . . Trance de ansiosa expectativa . . .

            Saulo, siempre plenamente él mismo, quiere saber quién es ese invisible acusador. Está preparado para servir a un “señor” que tenga derecho a darle la orden; pero no está dispuesto a rendirse a un desconocido, a un Ser anónimo, tal vez un fantasma quimérico. La vigilante voluntad de Saulo resiste hasta el momento supremo. No cede sino a la verdad, a la evidencia innegable. Eminentemente racionalista, exige derrotado que su misterioso vencedor se declare, se identifique, presente sus credenciales. La inteligencia de Saulo, su voluntad, sólo se rendirá a un “más inteligente” a un “más poderoso . . .”

            “¿Quién eres tú, Señor?”

            La nada pide una definición al Todo.

            Y el Todo, desde las alturas, se define ante la nada, que yace postrado a sus pies, ciego, aniquilado.

            “Yo soy Jesús, a quien tú persigues . . .”

            ¡Jesús vive! Esa fue la más grande revelación en la vida de Saulo. Esteban tenía razón . . . El Crucificado había resucitado . . . Vivía . . .

            Este pensamiento fusila como un relámpago la oscuridad de aquél espíritu.

Desde entonces, esta sería la idea central de la vida de Paulo: Jesús revivió . . . El Crucificado se levantó de entre los muertos. No adoramos un Cristo muerto, una momia, una reliquia del Cristo; no el Cristo del pasado, de la historia, de Palestina, sino un Cristo vivo, presente hoy y por todos los siglos.

            “Yo soy Jesús, a quien tú persigues . . .”

            Fue un momento trágico . . .

            En ese instante, herido de violento terremoto, el soberbio palacio de la teología judaica de Saulo se derrumbó y sobre esas ruinas se levantaría el magnífico templo del cristianismo de Pablo.

            ¿Cómo? ¿Él perseguía a los discípulos del Cristo? ; ¿y el Nazareno afirma que lo persigue a él en persona? Entonces . . . Jesús y sus amigos eran uno y él mismo.

            De pronto, a la orilla del camino de Damasco, nace en el alma de Pablo la idea sublime del “cuerpo místico del Cristo”, idea que más tarde defendería en todas sus epístolas.

            En medio de esas reflexiones, que se sucedían en el alma de Saulo, volvió a hablar la voz desde lo alto, con unas palabras llenas de misterio:

            “Duro te es dar coces contra el aguijón”.

            ¿El aguijón?

            Saulo lo comprende todo . . . Hacía tiempo, sobre todo desde aquella última mirada de Esteban cuando agonizaba, que sentía clavada en el alma, cual dolorosa espina, una duda cruel. La sospecha en la virtud redentora de la ley mosaica. Espíritu observador, no escapa a su perspicacia la diferencia entre la piedad artificial, el formalismo complejo del israelita, por un lado y la espontánea y serena espiritualidad de los discípulos de Jesús, por otro. La ley mosaica, pautada por el imperativo categórico del deber, hijo del miedo y el espíritu evangélico del querer, nacido del amor . . . El israelita, el fariseo, vivía enredado en una espesa red de preceptos, que según Gamaliel eran 248, además de 346 prohibiciones. Añadían a esto innumerables consejos y directivas orales, cada uno de los cuales afectaba a la consciencia con mayor o menor gravedad.

            Frente a este caos de formularios ritualísticos de la religión judía, se sentía Pablo impresionado por la encantadora simplicidad religiosa de los discípulos de Jesús. Amaban a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos; ¡esa era su religión! Todos los demás actos dimanaban, con espontánea naturalidad, de esas fuentes eternas de la mística y la ética.

            Desde la muerte de Esteban era el alma de Saulo un campo de batalla. ¡Abrazar el Evangelio! . . . Pero, ¿cómo podía Jesús ser el Mesías, si sucumbió a la muerte? . . . ¿Qué sería de su religión sin la presencia del Maestro? . . . ¿No desaparecería en breve de la faz de la tierra? . . .

            Saulo “coceaba” contra el aguijón. La imagen está tomada del buey que empuja el carro y, estimulado por el acicate se defiende contra él, negándose a obedecer. Así era el alma de Saulo. No quería ceder, no deseaba rendirse al impulso de la gracia. Su índole intelectual, su razón judaica y humana retrocedía ante la idea de un Mesías muerto, un Dios crucificado, un Redentor ajusticiado por un juez pagano, acusado de criminal.

            El orgullo fariseo del doctor de la ley levantaba una barrera a la gracia divina.

            “¿Por qué me persigues?”

            “¿Quién eres tú, Señor?”

            “Yo soy Jesús . . .”  ¡No te obstines! ¡Ríndete, Saulo! . . . ten fe en mí, porque estoy vivo y estaré con los míos hasta la consumación de los siglos . . .

            Ante esos esplendores divinos se desvanecen las luces humanas . . .

            Abiertos los ojos del espíritu, cerró Saulo los ojos del cuerpo . . .

            Estaba ciego . . .

 

 

 

 

Historia de la filosofía.-

          Explica Hegel que, para que tal cosa suceda, es necesario que haya de parte del Estado, “autoridad absoluta” y, de parte del pueblo, “obediencia incondicional”. Los ciudadanos del Estado hegeliano son “súbditos” (siervos sometidos) en el verdadero sentido de la palabra. Kant dijo que la persona nunca podría ser considerada como un medio, sino siempre como un fin. Hegel rechaza categóricamente esa máxima, proclamando el principio de que todo individuo es un medio con relación a la sociedad estatal. El fin supremo, aquí en la Tierra, es el Estado; el individuo no deja de ser un medio, una rueda de la gran máquina estatal, que sólo tiene servicio y finalidad en cuanto funciona como parte integrante del Todo, que es el Estado. La personalidad no tiene valor intrínseco, autónomo, independiente del organismo social, así como la existencia y función de cada célula de nuestro cuerpo está condicionada y valorizada por la actuación orgánica que ella ejerce con relación al Todo orgánico.

Sirviéndonos de la terminología aristotélica, podríamos decir que, según Hegel, la persona es "materia”, mientras que el Estado es “forma”. Aquella es un valor meramente “potencial” antes de actualizada por éste. El Estado valora al individuo con valor propio.

          Frente a esto, está claro que la persona no tiene ni puede tener “derecho” contra el Estado. El gobierno estatal no siendo elegido por el pueblo, no puede ser depuesto por él, como no tiene que dar cuentas de sus actos al pueblo. Tiene que dar órdenes, pero no recibirlas.

          Verdad es que el Estado es responsable ante Dios, pero ¿quién puede juzgar si el Estado cumplió o no su función? No es ciertamente el individuo, ni la suma total de los mismos. De tal forma, el Estado no puede ser jamás censurado por el pueblo.

La dictadura estatal elegida por Hegel es perfecta, razón por la que todos los totalitarios de la derecha y la izquierda lo consideran, implícita o explícitamente, como el filósofo del absolutismo estatal con un fondo “espiritual-místico”. Sin ese trasfondo de “misterio” y espiritualidad, ninguna teoría político-estatal tiene esperanza de lograr éxito; un dictador que no invoque algo “ignoto” y “misterioso”, del cual él su mensajero o embajador, no conoce la psicología de las masas y está derrotado antes de iniciar su obra. Aníbal, Alejandro Magno, Julio Cesar, Napoleón, Gengis Khan, Lenin, Hitler, Mussolini el Mikado, todos ellos se presentaron al pueblo como encarnaciones del “Espíritu Absoluto”, fuese cual fuese el nombre que diesen a esa Realidad. Esta es la filosofía político-mística de todos los totalitarios.

Difícilmente se puede afirmar que las democracias tengan una filosofía. Sufren de la horizontalidad filosófica, de la banalidad mística; son tierra demasiado pisada para que puedan despertar grandes entusiasmos y revolucionar las íntimas profundidades del alma humana. En los últimos tiempos, el nazismo culminó en una auténtica mística estatal, basada en la mística biológica de la sangre ariana. Donde no hay mística y misterio no hay fuerza, dinámica, fascinación, entusiasmo, audacia realizadora. Si el “Cristianismo” no fuese la suprema mística, nada grande habría hecho; si fuese sólo una inteligente sistematización de grandes ideas meridianamente divulgadas, sería débil e insípido. Pero las raíces del Cristianismo profundizan en los Misterioso, en lo Infinito, en lo Divino; El Cristianismo es, propiamente el Cristo, aquello que él "es”, y no aquello que es él “dijo”; el Cristianismo no es el Evangelio, el Cristianismo es el Cristo en toda su misteriosa profundidad. Para haber misterio y fuerza debe haber esa verticalidad, que viene de incógnitas alturas y va a ignotas profundidades. El alma humana es naturalmente cristiana y adivina en el misterio su verdadera patria de origen y el término final de su camino. La superstición de las religiones primitivas no es sino la mal entendida profundidad de lo misterioso. Por más extraño que parezca, es más fácil matar la religión por deficiencia que por exceso de misterio; el medio más seguro para acabar con la religión es la tendencia a racionalizarla, o mejor, intelectualizarla plenamente. Religión totalmente intelectualizada e inteligible es una religión-cadáver. Nadie ha muerto voluntariamente por motivos entendidos, el intelectual no es religioso o antireligioso. Así como un Dios intelectualmente comprensible es un falso dios, un simple fetiche del intelecto luciferino, así también una religión enriquecida por la inteligencia es una falsa religión, un cadáver religioso.

          De esto saben todos los dictadores en el plano político estatal. Si no hablan en nombre del pueblo, como los jefes democráticos, tampoco hablan en nombre propio, como los dictadores intelectuales; hablan siempre en nombre de lo Absoluto, del Infinito, del Eterno, del Todo, de lo Misterioso. Y su voz es una voz que viene de las tinieblas de la medianoche, o de las alturas del cielo estrellado. Todos ellos saben que no basta hacer comprender a las masas lo que deben hacer sino que es necesario darles la fuerza para hacer lo que el dictador quiere. La comprensión meridiana de los fines es hasta perjudicial para la victoria; es preferible que el súbdito comprenda apenas cierto porcentaje de esos fines, porque esa semi-comprensión favorece más una total realización que la plena comprensión.

          Las autoridades democráticas pecan generalmente de una “hipertrofia del intelecto” y una “hipotrofia del corazón”; quieren que los ciudadanos comprendan los fines del Estado y que, después, cada individuo se guíe por esa luz; olvidan que esa luz, por abundante que sea, no genera la fuerza correspondiente y así crean una generación de videntes lisiados, como el dictador crea una generación de atletas ciegos.

Si la humanidad hubiese alcanzado el estadio final de su evolución, está claro que la “fuerza de actuar” sería igual a la “luz de la comprensión”, y los totalitarismos coincidirían con la democracia de las repúblicas. Pero la humanidad está lejos de esta armonía, esto es, capaz de gobernarse a sí misma por la voz de la propia consciencia, sintonizada con el Infinito.

Continuará.

         

 

 

 

 

 

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

          Aunque difícil, es posible cambiar nuestro ajuste focal, percibiendo de otras maneras que trasciendan los sentidos limitados, penetrando en un nivel más fundamental. A través de las edades de los tiempos ha habido individuos que alcanzaron una unidad fundamental por medio de experiencias inmediatas. Místicos de todas las religiones experimentaron la unión con el Todo en grados variados. Actualmente, muchas personas comunes están comenzando a experimentar algún grado de encuentro directo con esta unidad, a través de meditaciones y otros medios. Se está haciendo cada vez más evidente que los seres humanos pueden actuar en amplias áreas de consciencia, trascendiendo los límites de sus cuerpos físicos, el alcance de sus órganos sensoriales y el espacio-tiempo.

          Decía Carl Jung: “A veces, me siento como si estuviese esparciéndome por todo el paisaje y dentro de las cosas y estoy viviendo en cada árbol, en las ondas del mar, en las nubes y en los animales que vienen y van, en la secuencia de las estaciones”.

          Erwin Schroedinger, fundador de la Mecánica Cuántica, realizó la unidad penetrando en la naturaleza de la materia: “Aunque se configure inconcebible para la razón común . . . usted y los demás seres conscientes están integrados recíprocamente. Por tanto, es vida actual no es meramente una parte de toda la existencia, sino que en cierto sentido es el Todo . . .Así, usted puede lanzarse al suelo, esparcido en la Madre Tierra, con la convicción de que usted es uno con ella y ella con usted”.

          El yogui penetra hasta un nivel de unidad más profundo, en el cual comprende que su unidad con el Todo. Este es un descubrimiento fundamental de los místicos.

          La clave de esta experiencia reside en la naturaleza de la esencia básica del hombre en las profundidades de su consciencia. La sabiduría antigua  siempre postuló que cada uno de nosotros, como todas las demás cosas de la naturaleza, es fundamentalmente una con el Todo. Si aprendemos a abrir nuestro propio manantial interior y profundo, tocando la sede más interna de la consciencia, podemos emerger en la esfera del Uno, de la misma manera que los físicos penetran en la materia, alcanzando un mundo que parece estar más allá de lo material y que llamamos energía.

          Arthur Koestler, un periodista que investigó el misticismo, escribió acerca de la obligación moral que sobresale de la experiencia de la unión. Esta no es una experiencia meramente para la auto-expansión e iluminación de la persona; al contrario, ella crea un sentido de responsabilidad para con los demás. Cuando fue prisionero en el territorio nacionalista de España durante la guerra civil de 1.936-39, ante la posibilidad de ser fusilado, tuvo una experiencia en la cual “el yo dejó de existir”, y se sintió “flotando en un río de paz, bajo puentes de silencio”. En ese estado de ser, en contacto con la “realidad última” según sus palabras, adquirió una nueva comprensión.

          “Repentinamente percibí como algo evidente, que éramos todos responsables por el otro, no solamente en sentido superficial de responsabilidad social, sino porque, de alguna forma inexplicable, participamos de la misma substancia de identidad, de la misma manera que los gemelos siameses o vasos comunicantes”.

          Experimentó que el conocimiento interno de la unidad se refleja exteriormente en nuestras vidas. Otro hombre de tendencias mística y diferentes antecedentes, un terapeuta amerindio, Sun Bear, alcanzó la misma realización: “Llegué a un punto en que sentí verdaderamente la unidad en “todos los aspectos de nuestras vidas”.

          Si un número suficiente de seres humanos puede percibir la nueva visión de totalidad que está apareciendo en nuestra época, absorbiéndolas en sus consciencias de modo que penetre en su visión del mundo y, por tanto, en actitudes y acciones en general, la  nueva visión del mundo  no podrá sino reflejarse en actitudes y actos que se exteriorizan en el propio mundo. Cuando nosotros quedamos integrados, viviendo como parte intrínsecas del Todo, podemos comenzar a restablecer la totalidad en nuestro mundo trágicamente fragmentado y dividido y tan lleno de crisis. La visión mística puede curar el mundo.

La filosofía esotérica de la antigüedad se basaba en el principio de unidad, de la totalidad orgánica, extraña pero revelada para nosotros, emergiendo con todo vigor. Muchos aspectos de esta filosofía han sido corroborados por el pensamiento moderno, muchas ideas antiguas son hoy actuales. La más fundamental de ellas es el concepto de unidad de la ecología y la física. Nuestros tiempos claman por esta visión de unidad. No obstante, ella ha estado disponible desde tiempos que anteceden a los registros de la historia.

          La Unidad de todas las vidas es el fundamento del pensamiento esotérico como un todo. La totalidad de las cosas están inter-relacionadas y vinculadas como por un hilo invisible. A cada nivel, desde el átomo y sus componentes, a través de la miríada de formas de vida, hasta las estrellas y galaxias más distantes, todos están inmersos en la Vida. Cuanto existe emergió del mismo fundamento unitario, una Realidad inmutable, que continuamente soporta y da vida al proceso cósmico global.

          Esta es una idea desconcertante si miramos la amplia diversidad de formas en el universo. ¿Cómo puede ser una la variedad infinita de cosas que existen a nuestro alrededor? ¿Qué puede vincular a las estrellas del mar, el cristal, la Luna, a nosotros y cuál es nuestra ligazón con un nativo del interior de Africa o un jeque islámico? ¿Cómo puede un frágil pájaro estar relacionado con el extenso caos de la energía de un cuásar?

          De acuerdo con la filosofía esotérica todo lo que se existe se origina de la “Raíz sin Raíz del Todo”, una fuente creadora de la cual emana toda vida. Nuestro mundo de la diversidad y la multiplicidad, nace de esa Fuente, del Uno. Esta Unidad es básica y fundamental en la visión esotérica y las cosas separadas que vivenciamos en el mundo son secundarias y se basan en un fundamento invisible de Unidad.

          El Uno se hace múltiple a través de un proceso de emanación. La Existencia Única emite un pensamiento que viene a ser el Cosmos. Nuestro mundo de un incontable número de formas separadas se solidifica gradualmente, por etapas, desde su origen unitario. De un estado pasivo, en el cual la potencialidad está adormecida, el proceso cósmico agita la actividad permanente e incesante que vemos a nuestro alrededor.

          En cada renacimiento del Cosmos, la Vida pasa de un estado de inactividad a otro de actividad intensa.

Continuará.

 

 

 

         

 

 

 

Fragmentos del libro “Reflexiones”.-

            CONTARÉÉéÉE una historia sobre un rey que dictó una ley obligando a todos los ciudadanos a asistir  diariamente a cinco oraciones en los templos de su reino. En aquella ciudad vivía un sabio ignorado por todos, porque vivía en soledad. El sabio recibió la orden como los demás, pero olvidó o no pensó más en ella y así no apareció en ningún lugar de oración. La policía fue a buscarlo y lo llevó al templo. El sabio fue de buena voluntad y se juntó con los demás fieles. Cuando el sacerdote comenzó a recitar las oraciones, el sabio se marchó. La policía fue tras él y lo llevó ante el juez. No solamente violaba la ley, sino que perturbaba a los demás ciudadanos. El sabio preguntó al juez si sabía lo que deseaba el sacerdote que dirigía el ritual y el juez respondió: “La religión enseña que los pensamientos de los fieles deben unificarse con el pensamiento del sacerdote en el momento de la oración”. “Pues eso fue lo que hice”, dijo el sabio. “El sacerdote pensaba en su casa, porque había olvidado las llaves. Y yo corrí hacia su casa para traerlas y entregárselas”. Por fin descubrieron lo que realmente había pasado. Este gran sabio podía leer lo que pasaba en la mente de los otros.

        Ser religioso o piadoso, no es precisamente ser espiritual. Eso es algo muy diferente de lo que llamamos un devoto.

        La cuestión es cómo proceder con nuestra vida interior. La vida se puede dividir en dos partes: una que abarca nuestras necesidades sociales, como el trabajo y la adquisición de bienes y servicios. La otra parte es la conclusión a que llegamos de que existe algo más allá de la vida humana. Saber que hay un elevado ideal, una felicidad mayor, un conocimiento más profundo de la vida y una paz mucho más intensa y eterna. Es admitir que existe otra vida. Al hablar de vida interior no me refiero a una vida religiosa, porque una persona puede ser mundana y religiosa a un tiempo.

        Espiritualmente, el camino es difícil, duro, porque no hay facilidades de locomoción. Es un viaje a pie, lo que cambia el carácter de todo. No hay equipamiento, y hemos de atravesar bosques como el del inconsciente, ríos de lava como el de las pasiones, montañas como las del orgullo. Es un camino lleno de dificultades.

        No hemos de llevar fardos innecesarios, como libros o filosofías. Hemos de renunciar a muchas cosas que nos han dicho son necesarias... Hacemos de nuestra vida, inconscientemente, una vida excesivamente pesada. Aunque exteriormente ella no parezca ser difícil, cuando comenzamos el camino interior nos damos cuenta  que no es así. Son pequeñas cosas que ni notaríamos en la vida cotidiana. Cada vez más nos acostumbramos a vivir confortablemente, cada vez menos tolerantes con los que nos rodean, cada vez más sensible a lo que no está de acuerdo con nosotros. Al revés de ser más fuertes, somos más dependientes cada día

        En la historia de los Maestros espirituales vemos que todos encontraron dificultades mucho mayores que la mayoría de los hombres. Tentaciones cada vez más fuertes; en cada paso son puestos a prueba. Nadie toma su trabajo tan responsablemente como ellos, lo que es natural. En general, no damos importancia a un niño cuando rompe un vaso, pero si fuera una criada le preguntaríamos por qué se ha roto y por qué no ha sido más cuidadosa. ¿Por qué? Porque el adulto es una persona más responsable. Esperamos de él una mayor responsabilidad. El hombre que anda por el camino de la espiritualidad es responsable por todo lo que hace, tanto respecto a sí mismo como a la vida que le rodea.

                       

 

 

 

 

I N T E R E S A N T E

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         Madre de Dios de la Nieve nº 8

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OBRA LITERARIA DE D. SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

Entre el silencio y los sueños

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(esotérico)

Los arcanos menores del Tarot 

(cartomancia)

Eva. Desnudo de un mito

(ensayo)

Tres estudios de mujer

(psicológico)

Misterios revelados de la Kábala 

(mística)

Los 32 Caminos del Árbol de la Vida

(mística)

Reflexiones. La vida y los sueños  

(ensayo)

Enseñanzas de un Maestro ignorado

(ensayo)

Proceso a la espiritualidad

(ensayo)

Manual del discípulo 

(didáctico)

Seducción y otros ensayos

(ensayos)

Experiencias de amor

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Las estaciones del amor

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Sobre la vida y la muerte

(filosófico)

Prosas últimas  

(pensamientos en prosa)

Aforismos místicos y literarios

(aforismos)

Lecciones de una Escuela de Misterios

(didáctico)

Monólogo de un hombre-dios

(ensayo)

Cuentos de almas y amor

(cuentos)

Nueva Narrativa (Narraciones y poemas)
Desechos Urbanos (Narraciones )
Ensayo para una sola voz VOL 1 (Ensayo )
En el principio fue la magia VOL 2 (Ensayo )
La puerta de los dioses VOL3 (Ensayo )
La memoria del tiempo (Narraciones )
El camino del Mago (Ensayo )
Crónicas (Ensayo )
Hombres y Dioses Egipto (Ensayo)
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