ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                                h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 3 , año X

                                                                                  Bunyola, 1º de Marzo de 2.004.

 

 

 

            VIDA DE SAN PABLO.-

 

 

            Sería otoño del año 48, mes de Octubre o Noviembre, cuando Pablo y Bernabé , con algunos discípulos más, partieron de Antioquía camino de Jerusalén.

            Llevaba Pablo consigo uno de los más gloriosos trofeos de su apostolado entre los gentiles. Tito, joven neófito e intrépido auxiliar del gran misionero en la conquista espiritual del mundo. Prueba palpable de la idoneidad de los gentiles para la plenitud del cristianismo era ese adolescente.

            Sin embargo, sus cálculos fallaron. El fanatismo y la miopía espiritual de ciertos judíos cristianos, no admitieron la sinceridad de ningún discípulo del Cristo, que no fuera discípulo de Moisés. El Evangelio tenía que pedir favores a la Torah. La Iglesia serviría a la Sinagoga. El espíritu de fuego de Pentecostés quedaría cerrado en el sancta sanctorum  del Templo de Sion.

            Pablo preveía la lucha que le esperaba en Jerusalén, donde se sabía que él, para aumentar el número de cristianos, sacrificaba la ortodoxia del cristianismo, calumnia que rechaza con vehemencia en la Epístola a los Gálatas.

            Desembarcaron en el puerto de Fenicia. Visitaron las comunidades cristianas diseminadas por el litoral: Sidón, Cesárea, etc. Después, se dirigieron al interior pasando por Samaria y entrando en Judea.

            Ese viaje debió haber tomado algunas semanas, pues había tiempo y sosiego para todo y no se vivía con prisas ni había caminos como los que hoy conocemos.

            En Jerusalén encontró Pablo tres clases de hombres: 1) los apóstoles; 2) el consejo de ancianos o presbíteros y 3) los hermanos o cristianos en general.

Entre los apóstoles sobresalían tres, que como él dice, eran considerados como “columnas”, a saber: Pedro, Tiago y Juan.

La atmósfera estaba cargada, como anuncio de una inminente tempestad.

Se inauguró con la mayor simplicidad, tal vez con una ceremonia religiosa, el primer Concilio Ecuménico de la Iglesia.

“Llegando a Jerusalén – dice Lucas – fueron recibidos por la cristiandad, los apóstoles y presbíteros, y hablaron de las maravillas que Dios realizara en medio de ellos. A lo cual se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe y dijeron: “Es necesario circuncidar a los gentiles y obligarlos a observar la ley de Moisés”. (Hechos l5.4).

Cuando Pablo escuchó la exigencia categórica de mandar circuncidar a Tito, con el fin de hacerlo partícipe de la plenitud del cristianismo, sintió una onda de indignación en el alma. Algunos años más tarde escribe a los Gálatas (2.4) “a pesar de los falsos hermanos intrusos, los cuales se entrometían para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a servidumbre”.

A través de la construcción incorrecta de la frase del texto griego, así como por la insólita vehemencia de las expresiones: “falsos hermanos” . . . “espiar la libertad” . . . “reducirnos a servidumbre” . .  .  se percibe la rebelión que semejante exigencia provocó en el espíritu de Pablo.

Todas las veces que en sus Epístolas llega a trazar un paralelo entre “la esclavitud de la ley” y “la libertad del Evangelio”, usa términos violentos que, a veces, culminan en un realismo tan grande que sólo se justifica por la magnitud de la causa por la que aboga. “Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema”. (Gálatas 1.8).

Repeliendo las insolencias de ciertos cristianos judíos, que prescribían a los neófitos del paganismo la circuncisión carnal como indispensable para profesar el cristianismo, llega Pablo hasta el punto de escribir “¡Ojalá se mutilaran los que os perturban!” (Gálatas 5.12). Por más que ciertos traductores se escandalicen con ese realismo y procuren suavizar el texto con eufemismos, el hecho es que el apóstol se sirvió de esta expresión satírica sobre el fetichismo carnal de tales cristianos que “después de comenzar por el espíritu (Evangelio), acaban por la carne (ley de Moisés).

Se disolvió la primera sesión del Concilio, sin nada positivo que contar. Estaban los ánimos demasiado exaltados. Era necesario que los jefes espirituales tomasen un contacto más íntimo entre sí, que realizasen “sesiones de estudio” como diríamos hoy.

Lo que interesaba a Pablo eran dos cosas: 1.- La aprobación oficial de su método misionero, que sabía era cierto y exacto, pero que sufría impugnación por parte de ciertos cristianos mal orientados; 2.- Declaración explícita de que, para la salvación, era suficiente la fé en Jesús el Cristo manifestada por la caridad activa.

En ese intervalo, conferenciaba Pablo largamente con los que “gozaban de autoridad” y eran “considerados como columnas”, a saber: Pedro, Tiago y Juan. Estos, reconociendo la voluntad de Dios y deseando perfecta unidad en el seno de la Iglesia, aceptaron las juiciosas razones de su colega.

Amaneció el día de la gran decisión. En plena asamblea, en medio de un profundo silencio, se levanto Simón Pedro y habló. No hace valer su saber ni la experiencia; no invoca sus méritos; no insiste en su autoridad en el colegio apostólico; no argumenta con la sabiduría de Pablo ni con la santidad de Tiago, ni con la mística de Juan; ni recuerda los prodigios que Dios había operado en la joven Iglesia; apela simplemente al designio de Dios, de que ellos, los apóstoles del Cristo, son los portavoces y vehículos escogidos.

            El breve discurso del inculto galileo es un modelo de lógica, precisión y claridad. Comienza por mostrar que Dios mismo decidirá la cuestión, mandando incorporar a la Iglesia los paganos creyentes (alusión al bautismo de Cornelio) Hechos 10. Prosigue evidenciando que la Ley de Moisés es un “yugo” tan pesado que ni ellos ni sus padres lo pudieron soportar y termina declarando que tanto judíos como gentiles alcanzan la salvación sólo por la gracia del Señor Jesús el Cristo.

            Calló la asamblea.

            El camino para los paganos quedaba abierto.

            Triunfaba la razón sobre la pasión, el Evangelio sobre la Torah, la libertad sobre la esclavitud, la catolicidad de la Iglesia sobre la parcialidad de la Sinagoga.

            Pablo y Bernabé respiraban aliviados. Bernabé, aprovechando la disposición propicia del auditorio “comenzó a narrar los grandes prodigios que Dios realizara por medio de ellos entre los gentiles”.

            Se revela una vez más la psicología de Pablo: no es él quien habla; es el amigo Bernabé, persona grata en Jerusalén, hombre comedido, de simpática presencia y maneras atrayentes. Pablo se limita a confirmar y completar algún que otro hecho narrado por su compañero.

            Entretanto, había en la asamblea un hombre que, aunque acatase la decisión del Concilio no se sentía satisfecho.

            Era Tiago, el gran asceta de la época, última personificación del conservadurismo religioso de Israel. Nacido y criado en un ambiente visceralmente judaico, procuraba salvar al menos una u otra de las añoradas reliquias del Antiguo Testamento.

            Se levantó Tiago y pidió la palabra.

            “¡Escuchad, hermanos! Soy del parecer que no se imponga obligaciones a los gentiles que se conviertan a Dios; pero que se les prescriba se abstengan de la contaminación de los ídolos, de fornicar, de lo ahogado y de sangre”.

            Tres cosas pide, este venerable asceta tradicionalista, se retenga de la ley mosaica; 1, que los étnicos cristianos, no coman los manjares ofrecidos a los ídolos, para evitar escándalo por parte de los judíos cristianos; 2, que se abstengan de fornicar, es decir, probablemente del matrimonio entre determinados grados de parentesco y afinidad, previsto en la ley judía; 3, que los neófitos venidos del gentilismo eviten comer carnes de animales muertos sin derramamiento de sangre, así como toda comida hecha con sangre animal, porque según opinión antiquísima, la sangre es la vida y por la ingestión de esos manjares, el hombre asimilaría el alma o principio vital del animal sacrificado.

            No sabemos con qué disposición recibió Pablo y los otros esta “enmienda” de Tiago.

            Resolvieron los apóstoles, juntamente con los presbíteros y toda la cristiandad, elegir varones y enviarlos en compañía de Pablo y Bernabé, a Antioquía. Mandaron por medio de ellos una carta a los “hermanos de origen pagano” participándoles estas resoluciones.

            Pablo entregó la carta a las Iglesias recién constituidas. Entretanto, en parte alguna sus Epístolas encontramos la menor insistencia en puntos referentes a la ley de Moisés. Para él, sólo es válida la ley natural y la ley de Cristo; es por ellas que todo hombre es salvo.

            También tuvo en cuenta otro punto contenido en la misma carta y que consideraba más importante que abstenerse de carnes ahogadas, sangre e impedimentos matrimoniales: la caridad. Dice en la Epístola a los Gálatas 2: 9-10: “Pedro, Tiago y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron las manos fraternalmente, a mí y a Bernabé y nos recomendáremos que nos acordásemos de los pobres,  lo que hice solícitamente.”

            Esta caridad activa para con los pobres, el auxilio a los necesitados, es como un trazo de oro en la vida entera y todas las Epístolas del apóstol.

            Regresó Pablo a Antioquía llevando en el alma el sentimiento benéfico de una gran victoria.

            Pero no se hacía ilusiones . . . sabía que hasta el fin de su vida tendría que luchar contra le estrechez espiritual de los adeptos de Moisés, si quería romper el camino hacia el triunfo definitivo del Evangelio.

            El Concilio de Jerusalén solucionó diversos puntos controvertidos entre la ley de Moisés y el Evangelio del Cristo.

            Pero . . .  una cosa es la teoría y otra la práctica . . .

            Además, la Asamblea apostólica se limitó a trazar directrices generales, sintetizando en pocas palabras la norma a seguir, cuando la vida humana es una cosa tan compleja  que, para cada caso individual exige un comentario especial, una aplicación concreta del concepto abstracto.

            El formalismo judío se sentía desalojado de su reducto central: la circuncisión. El Concilio dispensará de esa ceremonia a los prosélitos gentiles.

            Era humano, demasiado humano, que los ardorosos judíos no capitulasen rindiéndose al “desertor” de Tarso que, con tanta “astucia” había sabido ganar la partida a Simón Pedro.

            Continuó la forja de intrigas y se inició una campaña de difamación.

            Es en ese período cuando aparece el apóstol Pedro en Antioquía. Traía en su compañía su amigo y “secretario” Juan Marcos. Los cristianos antioqueños rivalizaban en demostraciones de estima y amor para el gran apóstol. Se sucedían las invitaciones y los ágapes, así como festines familiares. Pedro estaba encantado con la confianza y espontánea naturalidad de los neófitos, flores recogidas en el campo del gentilismo. Se sentaba con ellos a la mesa y, sin preguntar por la naturaleza de los manjares, comía de todo lo que le servían. En momento alguno preguntó si algún plato había sido retirado del altar de alguna divinidad pagana, si la carne era de algún animal ahogado o condimentada con sangre.

            Era tan encantadora esa primavera evangélica que Pedro, sugestionado por el ambiente, iba imperceptiblemente asimilando el espíritu grande de su colega de Tarso.

            En esto llegaron de Jerusalén “algunos de los mensajes de Tiago”. Oyendo que Pedro comía con los étnicos – cristianos y no hacía distinción entre manjares puros e impuros, se dieron por grandemente escandalizados. Y tanto hicieron e insistieron que acabaron por disuadir al pescador galileo de tomar parte en los ágapes de los neófitos del gentilismo. Pedro se segregó, adoptó una actitud esquiva y, desde entonces, sólo aceptaba invitaciones de los hermanos palestinos o de los judíos – cristianos de la diáspora.

            Más todavía. El propio Bernabé, tan amigo de Pablo, se dejó arrastrar por el ejemplo de Pedro y evitaba la compañía y las mesas de los hermanos procedentes del mundo pagano.

            Pablo veía esto y callaba. Callaban los labios pero su alma lloraba. Sentía inmenso dolor al ver la mezquindad en el espíritu de aquellos que hablaban de su divino Señor y Maestro. Cualquier parcialismo le parecía un desdoro de la universalidad del Evangelio y aún más, la duplicidad de Simón Pedro.

            Pasaron los días  . . .

            Era general la confusión y perplejidad de los cristianos de Antioquía. El proceder de Pedro era de tal naturaleza que muchos de los neófitos, todavía poco instruidos en las verdades del cristianismo, quedaron desorientados. Algunos pedían explicaciones a Pablo; otros llegaban a dudar de la eficacia de la gracia del Cristo; otros, aconsejados por los partidarios de los judíos, imitaban el ejemplo de Pedro, separándose de los nuevos cristianos y pasando a ser discípulos de Moisés, en los cuales veían una clase superior de cristianos.

            Era inminente el peligro de un cisma en la iglesia primitiva. Amenazaba levantarse un muro divisorio entre parias y aristócratas espirituales, entre los nuevos y los antiguos cristianos.

            En el fondo, Pedro y Pablo profesaban la misma fe en la eficacia única de la redención por Jesús el Cristo, pero quien mejor conocía la psicología del pueblo era el doctor de la ley no el pescador. Y para el pueblo, que se guía más por la fuerza de la inmediata intuición que por la ley del raciocinio silogístico la actitud de Pedro, Bernabé y de los que estaban de parte de Tiago, a una nueva religión, a una aversión del Evangelio, a una conversión de la ley mosaica. Si una comida podía contaminar y otra conferir pureza, ¿qué era entonces de la virtud redentora del Evangelio? . . . si tan poderoso era Moisés, ¿para qué el Cristo?

            Después de mucha reflexión, intensa lucha y largas oraciones, resolvió Pablo interpelar públicamente a Simón Pedro, respecto a su actitud.

            Lucas, en los “Hechos de los Apóstoles” no refiere nada sobre ese doloroso incidente, del cual sabemos algo por el propio Pablo en su Epístola a los Gálatas (2. 11-15).

            “Pero cuando Cefas fue a Antioquía, en su misma cara le resistí, porque se había hecho reprensible. Pues antes de venir algunos de los de Santiago, comía con los gentiles; pero en cuando aquéllos llegaron, se retraía y apartaba, por miedo a los de la circuncisión. Y consintieron con él en la misma simulación los otros judíos; tanto, que hasta Bernabé se dejó arrastrar a su simulación. Pero, cuando yo vi que no caminaban rectamente, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: “Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores procedentes de la gentilidad;”

            Debió haber sido terrible esta escena. ¡Los dos grandes apóstoles, uno contra otro, en conflicto de ideas!

            Y no se trataba de una ligera divergencia a mi modo de ver y sentir, sino de dos ideologías antagónicas. Pablo no duda en estigmatizar de “simulación” y “aberración de la verdad del Evangelio” ese procedimiento de Pedro.

            Lo que Pablo escribe a los gálatas debe ser un resumen de lo que expuso en aquella ocasión en asamblea y lo que repite sin cesar a sus discípulos: “No es por la obras rituales que el hombre se santifica a los ojos de Dios, sino únicamente por la gracia de Jesús el Cristo, comunicada por la fe y que se revela por las obras del amor de Dios y del prójimo”, síntesis del argumento teológico de Pablo.

            Es evidente que Pedro no era considerado “infalible” ni jefe supremo de la Iglesia.

            Conviene no olvidar, ante todo, que en aquel tiempo no existía la noción jurídica de la jerarquía eclesiástica. No existía jefe visible de la Iglesia, idea esa que surgió siglos más tarde. Pedro gozaba de gran prestigio, pero su autoridad no era jurídica ni exclusiva.

            En ese dramático día en Antioquía, Pedro se hizo siervo, niño, pequeño y humilde; casi tan pequeño y humilde como Jesús cuando lavaba los pies a sus discípulos.

            Ese episodio enaltece más el carácter de Pedro de lo que haría la conquista del imperio romano por la ciencia o la retórica. Él acepta la reprensión y consejo de un compañero, reconoce su error, su flaqueza y no guarda rencor a quien lo corrige.

            Dos grandes amigos del Cristo se encuentran. Ambos tienen una sola idea: conquistar el mundo para su divino Señor. Por eso se hallan sus almas sintonizadas por la misma onda espiritual.

            Nadie, aquel día, salió de la reunión con la impresión de que Pedro hubiese sido humillado por Pablo. Había más sinceridad, más espiritualidad y, sobre todo, más caridad entre los cristianos de los primeros siglos que los que encontramos hoy, generalmente entre los que dicen profesar la religión cristiana. También reinaba entre superiores e inferiores mayor fraternidad y menos pose jerárquica que la que se observa hoy en la Iglesia de nuestro siglo.

            Es propio de almas mezquinas y sin ideal ofenderse a cada paso, tejer intrigas y guardar rencor; pero en Antioquía, se encuentran dos espíritus superiores, empujados por la divina vehemencia del más grande idealismo que haya ardido en corazón humano.

            ¡No queramos medir gigantes con el baremo de los pigmeos!

            Dentro del universo de la Iglesia del Cristo, hay espacio para todos los planetas, pequeños y grandes; hay juego suficiente para que cada uno navegue en su órbita; no hay motivo para conflictos y colisiones . . .

            Si algún cristiano antioqueño hubiese, en ese día,  felicitado a Pablo por su “·victoria”, habría recibido esta respuesta: “En Cristo Jesús no hay vencedores ni vencidos”, así como en otra parte dice:  “En Cristo no hay hombre ni mujer, ni libre ni esclavo, ni sabio ni ignorante . . .”

Continuará en la Circular de Marzo.

 

 

 

 

 

          

         HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

 

         Contra el apóstol Pablo, lanza Nietzsche las más graves acusaciones , considerándolo como el principal responsable de las miserias de la humanidad de Occidente. El cristianismo destinado a redimir al hombre de todos los males, fue ineficaz porque desde el principio fue adulterado por un rabino judío convertido, que falseó inconscientemente para la iglesia cristiana ciertas ideas negativas que, hasta hoy en día, son consideradas erróneamente como parte integrante del cristianismo, neutralizando la potencia redentora. Tres elementos anticristianos, dice el filósofo, inoculó el apóstol en el organismo cristiano, a saber: 1) la idea de la maldad natural del hombre; 2) la concepción absurda de la redención por la sangre, ya expresada en la ceremonia del chivo expiatorio del Antiguo Testamento y 3) el horror al sexo, velando por la pureza del cristianismo.

         El cristianismo en su forma católica – romana, acogió estos tres elementos funestos, mientras que el protestantismo conservó los dos primeros abandonando el tercero. Pero ni uno ni otro representan el cristianismo auténtico en toda su pureza.

         El apóstol Pablo, dice el filósofo, tenía miedo a la vida y a sí mismo, puso el cristianismo fuera de la vida, en vez de integrar la vida del cristianismo.

         Nietzsche, como se ve, es esencialmente pelagiano y, por esto mismo, antipaulino y antiagustiniano. Jesús, dice él, no sabía nada de la maldad esencial del hombre; el hombre es naturalmente bueno y puro, se hace malo e impuro por el abuso de su libertad. Si el hombre no fuese esencialmente bueno no podría ser nunca redimido y la llegada del superhombre, que es el hombre en lo más alto de su bondad, sería absolutamente imposible. El Cristo dio al hombre el ejemplo de su auto – redención. Ningún hombre puede ser salvo desde el exterior, pero todo hombre puede salvarse desde su interior. El pesimismo de Pablo apartó al hombre occidental del optimismo, o mejor dicho, del realismo de Jesús. Jesús no consideraba la vida sexual debidamente controlada como algo indigno del hombre perfecto, ni veía la perfección del hombre en el celibato absoluto, que es una adulteración de la naturaleza humana.

         Jesús era el hombre fuerte: Pablo era débil.

         El héroe de Nazaret arrostró con serena firmeza los horrores del universo, sin odio ni temor, porque vivía permanentemente identificado don ese profundo sentido místico que hace que te sientas “en casa” en cualquier situación de la existencia, porque vive intensamente su eterna e indestructible unidad con el cosmos.

         El Cristo del Evangelio y no el de las iglesias, vino a ser para Nietzsche el símbolo de alto eterno y universal. El superhombre, cuando es bien interpretado, tiene las facciones del Cristo, señor de todas las fuerzas de la naturaleza y de su propio cuerpo, poderoso sin violencia, benévolo sin flaqueza, servidor de todos sin servilismo.

         Leer las obras de Nietzsche es atravesar una noche oscura y profunda, interrumpida frecuentemente de relámpagos lejanos y algunas luces. A veces, esas extrañas luces parecen ser de un genio o de un místico; no es raro que nos hagan recordar las blasfemias de un Satanás o los fuegos fatuos de un hombre desequilibrado. Nietzsche pasó el último decenio de su vida en un hospicio, en una sucesión de espesas tinieblas y momentos de intensa lucidez.

         Fue así que el drama de la filosofía contemporánea europea dejó el escenario del siglo XIX y traspuso los principios del siglo XX conducida por el genio de un místico y de un loco.

         ¡Cuántos misterios en un solo hombre . . .!

         Desde los tiempos de Kant y aún antes, se notaron dos tendencias diferentes en el campo de la filosofía occidental, tendencia que podríamos llamar: filosofía intelectual y filosofía volitiva.

         Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Marx, Engel y muchos otros pensadores post-kantianos, aunque desconectados y hasta antagónicas en la superficie, poseen en sus profundidades una afinidad subterránea que ellos mismos tal vez ignoraran o negaran.

         Demostró Kant en sus dos libros sobre la Razón Pura (intelecto) y la Razón Práctica (voluntad), que esta segunda facultad alcanza la esencia de las cosas, la realidad objetiva en sí, mientras que la primera facultad araña con levedad la capaz externa de las cosas, o sea, el fenómeno subjetivo. Quiero decir que la Razón Práctica es mucho más poderosa que la Razón Pura, aunque parezca estar en regiones trascendentes al alcance de los sentidos y del intelecto. Lo que, en Lógica, se llama “inducción” y “deducción” es más bien un paralelo de lo que Kant entiende por función del intelecto y de la voluntad.

         Hegel desarrolló la idea de la entidad estatal que, para él, es como un intermediario entre el hombre y Dios, una especie de semidiós o como el Cristo de Ario, que ni era Dios ni hombre, sino una especie de genio cósmico.

         Para Hegel, el Estado o, en su forma de expresarlo, el “espíritu objetivo” no es la simple Razón Pura (intelecto), ni la Razón Práctica (voluntad) de Kant, en sentido absoluto; se puede decir que es la Razón Práctica en sentido relativo, esto es, la voluntad objetiva.

         De manera que podríamos clasificarlo así:

         Intelecto = Individuo (espíritu subjetivo)

         Voluntad = Estado (espíritu objetivo)

         Razón = Dios (espíritu absoluto)

         Ahora, la voluntad no es simplemente reflectora, como el intelecto. El intelecto trata de la ciencia, que descubre hechos reales; la voluntad trata de la consciencia (ética, filosofía, religión), que crea valores realizables.

         Creer es más que descubrir; uno es estático y el otro dinámico.

         La verdadera filosofía, en su más pura expresión, no procura conocer el mundo tal como él es, pero sí hacer el mundo como debe ser. El papel de la filosofía no es estático, pasivo, sino dinámico, activo. La verdadera filosofía es creadora y no descubridora. El filósofo es un genio creador empeñado en la génesis del mundo, especialmente, del mundo humano. El mundo es algo así como la materia prima, el genio dinámico que imprime forma a esa materia maleable.

         A través de los libros de Schopenhauer y Nietzsche vemos esos mismos conceptos dinámicos de filosofía, con la diferencia de que el primero ve en el hombre y en el universo una voluntad ciega, mientras que el segundo contempla un querer vidente, una volición consciente, que llama “voluntad para el poder”, tendencia esa que acabará por crear al superhombre.

         La realidad, dicen esos filósofos, no es una substancia estática que deba ser conocida, sino un proceso dinámico que debe ser realizado por el hombre, el “dios en la tierra”, realidad es aquello que realiza, que actúa, opera, crea, produce.

         En la Edad Media,  el monje contemplativo en su celda procuraba conocer la realidad metafísica, colocando la mente como un espejo ante el mundo objetivo, intensificando el poder intelectual, haciendo de sí una especie de vacío  pasivo para que los hechos del mundo objetivamente real, ya existente, fuesen cayendo dentro de ese vacío (especie de vórtice de succión) y, de esta manera, se producía el deseado “conocimiento”. El objeto cognoscible venía a ser uno con el sujeto conocedor.

         Ahora dicen los volicionistas, que pasó ese tiempo de cognición receptiva, de pacifismo pasivo, hermano filosófico del ascetismo religioso, que juzga que nada puede hacer desde dentro, sino que todo lo espera desde fuera.

         Puede decirse que la concepción del proceso cognitivo que predominaba en la

 

Edad Media es el mismo, en parte, antes y después de ese tiempo; era el agustiniano, mientras que el concepto moderno de los volicionistas es pelagiano. Para el obispo de Hipona, el hombre era del todo impotente; para el monje británico de Roma el hombre era potente, casi omnipotente.

         Desde la última mitad del siglo XIX hasta el fin de la mitad del siglo XX, la filosofía, especialmente en el sector germánico, ruso y norteamericano, es decididamente  “pelagiana” (volitiva, dinámica, optimista), procurando desplazar la orientación “agustiniana” (intelectual, estática, pesimista).

         Karl Marx es uno de los más auténticos representantes de este sector volicionista de la filosofía moderna. El mundo no es algo hecho, sino algo por hacer; no es un ser sino un proceso genético. El mundo fue entregado al hombre para hacer de él algo más real  de lo que era. El hombre realiza el mundo semi – real, pero realizable. El hombre es el dios terrestre empeñado en la gran obra  del génesis, especialmente en el plano de la humanidad. Si el Dios de la Biblia “descansó” en el séptimo día, después de haber creado al hombre, el Dios de Marx toma las herramientas allí donde Yahvé las dejó y sigue esculpiendo la imagen del hombre del mañana en el bloque, aún en estado bruto, de la humanidad de ayer y de hoy. Casi nada está hecho; todo está por hacer y todo puede ser hecho.

         En los Estados Unidos aparece John Dewey, filósofo que se hace eco de Hegel, Nietzsche y Marx, aunque como demócrata no quiera aceptar este paralelismo. Está claro que, en la superficie, la filosofía pragmática de Dewey parece antagónica al estatismo hegeliano y al colectivismo marxista; mientras tanto, un estudio más profundo, revela en todas esas filosofías una afinidad subterránea. Todas ellas son tendencias volicionistas; todas ellas detestan la estática y proclaman la cognición dinámica; todas ellas hacen al hombre creador del mundo del mañana; Dewey llega al punto de afirmar que “verdad” es aquello que yo considero y hago ser como tal; yo soy quien creo la verdad, no la descubro solamente. Lo que es útil y ventajoso es verdadero; lo que es inútil y sin ventajas es falso. No existe una verdad o mentira en sí misma; sólo existe una verdad o mentira relativa. ¿Qué me interesa aquello que es, si no es algo para mí? ¿Si de tal cosa nada puedo hacer?

         Sigue entonces que algo puede ser objetivamente verdadero y al mismo tiempo subjetivamente falso, conforme el valor o desvalorización que tenga en mi vida. Puede la misma cosa ser verdadera, útil, para mí y no verdadera, inútil, para mi vecino.

         La verdad es, pues, un valor vital y no un hecho real.

         La verdad es, por su esencia, pragmática, es decir, práctica, promotora de progreso.

         ¿Qué otra filosofía puede haber nacido del seno de un pueblo práctico, dinámico e industrial?

         ¿Qué otra filosofía podría preludiar la era de los militaristas en Alemania, Italia, Japón, España, sino el de la omnipotencia del Estado mediante la fuerza de las armas?

         ¿Qué otra filosofía podía surgir en un país donde el operario vivía en la miseria sino en el del imperialismo del proletariado?

         Tres imperios: el industrial, el militar y el trabajador.

         El Estado de Hegel es impersonal, pero lo es mucho más el que se levantó en la Rusia y la China de Marx, el de los proletarios. Y, más impersonal todavía, la máquina industrial de Dewey en los Estados Unidos de América.

         La tendencia general es la de una progresiva despersonalización del hombre. Objetivar al sujeto hasta su completa volatización.

         Todas esas ideologías nacieron del vientre  de la misma madre fecunda que es la filosofía del dinamismo volitivo. La esencia es la misma, las manifestaciones diferentes. Una es la raíz, muchos son los brotes, las ramas y los frutos que de ella nacerán.

         Armas, herramientas y máquinas: esa trinidad en manos de operarios, soldados y mecánicos, van a crear el mundo del mañana.

         Concluye en la Circular de Abril.

 

 

 

 

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

 

         Este equilibrio dinámico se basa en el principio de polaridad, una característica fundamental del Uno que abarca todo lo que existe. El mundo a nuestro alrededor está lleno de opuestos: día y noche, masculino y femenino, vida y muerte, amor y odio, respiración y expiración. Y la lista podría continuar indefinidamente. La polaridad también está implícita en nuestra percepción del mundo y nuestro pensamiento. Vemos el mundo en términos de contrastes. La polaridad es un aspecto siempre presente de nuestra experiencia.

            Todavía, no siempre comprendemos que nosotros mismos, en nuestras percepciones, estamos implicados por la dualidad. Siempre que somos conscientes de un objeto fuera de nosotros o de un pensamiento interno, experimentamos la polaridad básica de la existencia. De modo sutil, sin comprender lo que está ocurriendo, la noción del yo en nuestra consciencia es apartada del objeto o pensamiento de que estamos conscientes. Esta división entre nuestra consciencia y su contenido, sujeto y objeto, cubre toda nuestra experiencia y, en un nivel profundo, influencia nuestro concepto más básico de aquello que somos.

            Las Escuelas de Misterios atribuye los grados y formas de consciencia al espíritu. Así, espíritu y materia, consciencia y materia, sujeto y objeto, todas son expresiones sinónimas. Al espíritu no se le atribuye un valor mayor que la materia, que es su opuesto. De acuerdo con todas las escuelas de filosofía esotérica, ellos son iguales y ambos son básicos, teniendo sus raíces en la propia naturaleza de la Fuente Transcendental. Ambos polos son esenciales a la manifestación, uno no podría existir sin el otro.

            La consciencia, como uno de los polos siempre presente, se origina de la Realidad, que en sí misma puede ser considerada como un continuo de la Consciencia. En esta forma primordial y pura, la Consciencia ilimitada, homogénea, infinita, como el Espacio. La infinitud del Espacio puede ser equiparada con la infinidad de la Consciencia. De esta manera, la Consciencia, en el sentido más amplio, como un continuo, es el Uno subyacente a los opuestos polares del espíritu (o consciencia en un sentido más estrecho) y la materia; el continuo ilimitado de la Consciencia es el espíritu de la consciencia que generalmente experimentamos. La Realidad, el Absoluto, es el campo de la Consciencia Absoluta, esto es, aquella Esencia que está fuera de toda relación con la existencia condicionada y de la cual la existencia consciente constituye un símbolo condicionado.

            Aunque el Uno sea homogéneo y no divisible, la Fuente inescrutable de todo, aún así él no está carente de aspectos. Se equipara esta Realidad inmaterial con el Espacio Universal, que genera el espacio; con el Gran Aliento, que da origen al movimiento con la Duración, el padre del tiempo. Vemos aquí otros dos potenciales del Uno-Consciencia, del cual emanan el espíritu y la materia, nuestra consciencia común de los objetos, así como los propios objetos. La Consciencia como el Uno es consciencia sin objeto, no es consciencia de alguna cosa, visto no haber objeto en aquel nivel, consciencia pura, libre, pero que contiene en sí la separatividad de la objetivización. La Consciencia como este Uno indiviso constituye la Fuente de nuestra consciencia de las cosas, de los objetos, que producen nuestro sentido de multiplicidad. Cuando nuestras mentes subdividen el Espacio en pequeñas áreas y la Duración en tiempo medido, el continuo no fragmentado de la Consciencia pasa a quedar preso en nuestros sistemas nerviosos y se expresa en sensaciones como “mi consciencia” y “tu consciencia”.

            En el mundo manifestado, los dos polos de la consciencia y la materia están entrelazados de forma ineludible en todos los puntos. El espíritu o consciencia, en el sentido común, no puede existir sin estar basado en algún grado de materialidad y de acuerdo con las enseñanzas esotéricas, toda materia posee algún grado de consciencia.

            No puede haber manifestación de la Consciencia, semi-consciencia o hasta “propósito inconsciente”, excepto a través del vehículo de la materia. Ambos aspectos del Absoluto son mutuamente interdependientes.

            Podemos simbolizar la relación de los dos polos de la existencia en términos sexuales. Refiriéndonos al Uno en sí mismo, el Espacio o Consciencia podemos llamarlo Madre antes de su actividad cósmica, y Padre-Madre en el primer estadio de su re-despertar. Hablo del Padre como la raíz de la consciencia y de la Madre como el receptáculo o matriz, la raíz del lado material del mundo. Presento a la Madre como una especie de velo lanzado sobre la Realidad absoluta.

            Al polarizarse o separarse los dos aspectos de la dualidad primordial, la tensión reinante entre ellos forma un campo que da origen al universo, a toda la manifestación. La fuerza real subyacente a la creación es una alternativa rítmica de tensiones entre los dos polos, una relación latente entre espíritu y materia. Este concepto está poéticamente expresado en esta frase: “Padre y Madre tejen una tela cuya extremidad superior está presa en el Espíritu, la luz de las tinieblas, y la extremidad inferior está sujeta en su extremo sombrío, la materia; y esta tela es el Universo, tejido de las dos sustancias unificadas.”

            El misterio sobre la forma en que la tensión entre los dos polos da origen al mundo de la multiplicidad, con su infinita variedad, es tema fecundo para la contemplación. Una imán normal nos da indicaciones sobre la dinámica de esta polaridad fundamental. Las fuertes atracciones y repulsiones del campo que rodea un imán, gobiernan el comportamiento de las partículas de hierro esparcidas por el campo de atracción y ellas asumen un modelo de organización. Tal vez, de modo semejante, el universo latente en el Uno adquiera forma a través de la interacción dinámica de los dos polos del espíritu y materia.

            Hemos visto que estos polos existen en nosotros, entrelazados en la base de nuestro ser. Nuestra consciencia se origina del espíritu o el Padre y está envuelta en varios vehículos de variada densidad que se originan de la Sustancia Cósmica, la Madre. Cualquier pensamiento, sentimiento, sensación que podemos experimentar, resulta de una mezcla de estos dos polos de consciencia y materia, sujeto y objeto. Nosotros, como el experimentador consciente, nos sentimos separados del objeto de nuestra experiencia. Nos identificamos con el yo interno, una consciencia íntima que se separa de los objetos externos y hasta de nuestros pensamientos y sentimientos. Aún así, los dos polos del sujeto y el objeto en nuestro interior son mutuamente interdependientes, uno no podría vivir sin el otro, de la misma manera como el polo positivo de un imán no podría existir sin el negativo. Ambos polos están implícitos en  todas nuestras experiencias.

            Podemos sentir la interacción perpetua entre los polos en nosotros mismos. Siempre que movemos un músculo, nuestra consciencia interviene en el mundo de la materia. La interacción entre consciencia y materia está subyacente en toda experiencia sensorial. Las impresiones que alcanzan nuestros órganos de los sentidos disparan impulsos eléctricos y químicos que se mueven a lo largo del sistema nervioso hacia el cerebro. Tal vez el mayor misterio de todos para los psicólogos es la manera con que estos impulsos se traducen en experiencia consciente, de modo que conscientemente vemos, oímos y sentimos los estímulos externos. Pero esta interacción de la consciencia y materia continúa dentro de nosotros constantemente. La ciencia médica está siendo progresivamente consciente del efecto de la consciencia sobre el cuerpo y la salud. Presión sanguínea elevada, úlceras, epilepsia, jaquecas y cáncer, son apenas algunas de las enfermedades que pueden responder a las llamadas “terapia de la consciencia”, tal como bio-realimentación, visualización y meditación, en las cuales cambios en la consciencia afectan el proceso de la enfermedad.

            La mezcla de los dos polos la encontramos en toda la Naturaleza. Todo es una combinación de espíritu o consciencia y materia. Hasta la llamada materia inerte posee un grado de consciencia. Todo en el Universo, a través de sus reinos, es consciente, esto es, posee una consciencia de su propia especie y en su propio plano de percepción. Los hombres necesitamos recordar de que solamente porque no percibamos cualquier señal que podamos reconocer, de la consciencia, no tenemos derecho a decir que no existe consciencia alguna. No existe tal cosa como “materia muerta” como tampoco existe Ley “ciega” o “inconsciente”.

            La idea de vida o consciencia en toda materia está ganando credibilidad en algunos hombres de ciencia. Teilhard de Chardin escribió sobre el “interior de las cosas”, el lado intero, consciente, de todo lo animado o inanimado. Según él, como existe la consciencia, ella debe estar presente en todas partes, hasta en los minerales, de alguna forma rudimentaria y esa consciencia es enriquecida a través de la evolución. Otra visión moderna, en armonía con la espiritualidad, se basa en la presencia de la consciencia en toda dimensión de la vida. La inteligencia existe sin un cerebro, en primitivas formas de vida, hasta en los órganos unicelulares. No hay ningún punto en el desarrollo de un embrión en que la mente no exista. No hay órgano o lugar en los organismos que sean necesarios para que la consciencia esté. La vida se originó de la combinación compleja de moléculas. Para algunos científicos, esto implica que la consciencia tendrá que estar implícita en la propia materia, que toda materia guarda en su composición la posibilidad de vida, o consciencia o mente. Si la consciencia es definida como el grado de autonomía que un sistema adquiere en las relaciones dinámicas con su medio ambiente, hasta los sistemas más simples, tales como estructuras químicas, tienen una forma primitiva de consciencia. Esto no desacredita a la humanidad, en quien la consciencia floreció y glorifica el barro primordial.

            De esta manera, algún grado de responsabilidad existe en todas las formas. La Naturaleza, analizada en sentido abstracto, no puede ser “inconsciente”, por ser la emanación y, por tanto, un aspecto de la consciencia Absoluta. Las personas que trabajan con cristales en sanación son conscientes de una cualidad vital que se expresa en ellos y que difiere en diferentes minerales. En cuanto a las plantas, se muestra en la medida que sus brotes se proyectan en dirección al Sol y sus raíces se hunden en el suelo. Algunos estudios han evidenciado que ellas también responden a los sonidos musicales. La consciencia y la capacidad de respuesta son evidentes en animales y seres humanos. La potencialidad de la consciencia se libera en millones de formas. A veces predomina la materia, como en los minerales; a veces la consciencia es preeminente, como en los seres humanos. Toda forma es una mezcla de los dos polos que están intrínsecos en toda la Naturaleza y que constituyen parte esencial de todo lo que existe. El Universo Manifestado está inmerso en la dualidad, que es como si fuese la propia esencia de su Existencia.     

            Vimos como los principios fundamentales de la filosofía espiritualista están reflejados en la Naturaleza. La unidad y la totalidad, movimiento, espacio y tiempo, reaparecen siempre en el mundo, siendo manifestaciones de principios numénicos eternos. Estamos tentados para suponer que las innumerables polaridades dentro de nosotros mismos y en el mundo físico, de alguna forma deben reflejar la polaridad básica entre el espíritu o consciencia y la materia. Sujeto – objeto o consciencia – materia, parecerían constituir el prototipo de incontables dualismos que vemos en toda la Naturaleza, los polos fundamentales con todos los opuestos en el mundo, no siendo más que sombras de esta separación básica.

Continuará en la Circular de Abril.

 

 

 

             


 

 

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