Inquietudes Metafísicas 2.8

Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 

 

 

 

       LO QUE SE PIENSA DEL CATOLICISMO EN AMÉRICA DEL SUR

          Leí un libro de un sacerdote jesuíta, Peter Masen Dunne, del departamento de Historia de la Universidad de San Francisco de California. El libro trae la autorización “Imprimi potest”, el “Nihil obstat” y el “Imprimatur”, de las autoridades religiosas competentes, de fecha 8 de Febrero de 1.945.

          El autor del libro dice haber pasado un año en la América del Sur, visitando las principales ciudades y recogiendo informaciones locales.

          El señor Dunne revela un agudo espíritu de observación y notable franqueza en la apreciación del catolicismo en los países que recorrió.

          Juzgo oportuno hacer una transcripción de algunos párrafos de la obra.

          Página 131.- “El catolicismo de Brasil no ha sido vigoroso en todas partes. La población pobre e ignorante, está a veces llena de susperticiones; en ocasiones festivas hay excesiva exteriorización y deficiente devoción genuina, como testifican las solemnidades en Bahía. Hay una carga de ignorancia en lo que atañe al verdadero sentido de los dogmas de la iglesia. Son relativamente pocos los católicos que frecuentan la iglesia; hacen escasamente sus obligaciones pascuales. En algunos lugares puede llegar hasta el 5%.

          Un viejo misionero que pasó diez años en el interior de Brasil, me contó que durante todo ese período, no escuchó la confesión de un solo hombre”.

          Página 133.- “Hablé con mi compañero de compartimento en el tren y me dice que es católico, que de pequeño frecuentó la escuela católica; pero que nunca va a misa ni recibe los sacramentos; que no tiene una gran idea del clero”.

          Página 265.- “Salvo ciertas excepciones, se puede decir que el hombre latino-americano no es muy dado a la práctica de las cosas esenciales de su religión”.

          El señor Dunne da como una de las razones de la decadencia religiosa en los países latino-americanos la falta de clero y la incomprensión de varios obispos frente a la nueva situación creada por la independencia política de esas repúblicas. Y añade: “De Roma no viene una orientación bastante fuerte, por cuanto el propio Papado es tímido y demasiado conservador”.

          Si un sacerdote de cualquier pueblo de España, dijera tan gran verdad con tanta franqueza, con la debida aprobación de sus superiores, se vendría el mundo católico boca abajo.

          Página 266.- “Poseo la declaración escrita de un mejicano diciendo que es católico, pero encuentra que la iglesia en Méjico fue un mal para la nación. Un oficial del ejército de Chile, me dijo que hacía mucho que había perdido la simpatía por la iglesia. Las cosas han llegado hasta el punto de ser considerada la iglesia como “cosa de mujeres”.

          Página 267/8.- “Es queja general entre los católicos norteamericanos que llevan un tiempo residiendo en América del Sur, que el clero no instruía debidamente al pueblo. Muchos sacerdotes mostraban mayor interés por la promoción de devociones especializadas, de esta o aquella capilla particular, de un determinado santo, que por la explicación de las bases racionales de la fe. Es frecuente escuchar quejas por parte de los legos inteligentes de la América Latina, de que el pueblo vive en la ignorancia de los dogmas y de la teología de su fe. Es menester que en los sermones haya menos ternura devocional y emoción religiosa y más insistencia sobre la racionalidad del catolicismo. La mayor parte de las prédicas parecen destinarse a las mujeres. Algunos de los sermones que tengo escuchado eran de una manera que muchas personas desistían de volver.

          Nos topamos con un catolicismo estrecho, mucho más frecuente que en los Estados Unidos. Cierto tipo de gente del Sur, parecen nutrir sospechas de todo lo que no venga con marca nítidamente católica. Me contó alguien que muchas asociaciones habían sido condenadas por el Papa, y que esto había llevado a la indiferencia religiosa”.

          Página 274.- “Uno de los argumentos más invocado por el clero, es que el catolicismo es el gran vínculo de la unidad nacional. Si este lazo de unión se rompiera, disolvería la propia nación.

          Confieso que, reflexionando, no me es posible ver la fuerza de semejante argumento. La Historia parece desmentirlo. Si el catolicismo fuese un poderoso vínculo de unión, Colombia no se hubiera desintegrado en tres partes: Colombia, Venezuela y Ecuador, todas católicas. En América del Sur tendríamos hoy dos o tres grandes naciones, en vez de tantas menores. La España católica es una nación profundamente dividida, sacudida por varias guerras civiles. Puse los ojos en Inglaterra y los Estados Unidos con religiones diversas, y no veo separación alguna.

          La Historia prueba que otros lazos no religiosos y más fuertes son los vínculos de la unidad y fuerza de una nación”.

          Página 275.- “Algunos de los misioneros protestantes trabajan con grandes sacrificios. Penetran en la selva tropical, entran en contacto con los indígenas que nunca antes habían visto un hombre blanco. En algunos distritos consiguen elevar un poco el bajo nivel de vida del indio. El número de misioneros católicos no es suficiente y, en la mayoría de los casos, no consiguen abarcar todo el campo que se ha de evangelizar. En estas circunstancias, las protestas católicas pierden mucho de su fuerza”.

          Millares de hombres de la América del Sur están recordando lo que, hace años, ocurrió a los que se han atrevido abogar por la necesidad de llevar a millones de adeptos del llamado catolicismo a un profundo evangelio del Cristo. Entretanto, este es el deber primero de todo hombre que vive al Cristo en las profundidades de su alma.

          Felizmente, camina por todas las latitudes de América, dentro y fuera del llamado catolicismo, una brisa primaveral de genuina espiritualidad, que no es monopolio de ninguna organización eclesiástica. Catolicidad quiere decir Universalidad, que va más allá de las barreras dogmáticas de cualquier iglesia particular.

          Durante casi cuatro siglos, el catolicismo tuvo el monopolio religioso en la América del Sur; todavía hoy sigue siendo numéricamente predominante, produciendo la caricatura del cristianismo que describe este jesuíta norteamericano.

          Es tiempo de proclamar en estos países la verdadera catolicidad cristiana del Evangelio.

 

 

                              ¿CATOLICISMO O CATOLICIDAD?

          La condenación del Cardenal Mindszenty en Hungría, provocó hace muchos años un enorme clamar en el mundo católico romano, culminando en una manifestación popular en la Plaza de San Pedro, en Roma. Pio XII, en su discurso, rechazó el procedimiento del entonces gobierno soviético en Hungría, saludando él mismo al Cardenal como mártir del cristianismo.

          Estamos enteramente de acuerdo con lo que fue dicho o escrito, sobre la libertad de la iglesia y la iniquidad de cualquier interferencia del poder secular en asuntos de pura espiritualidad.

          Si es verdad que el Cardenal húngaro se inminiscuía en negocios políticos, las autoridades civiles no se excedieron de sus atribuciones en condenarlo según las leyes vigentes. Si, al contrario, no se implicó en actividades políticas y fue condenado a prisión perpetua solamente por haber defendido los inviolables principios del cristianismo, el gobierno, evidentemente, cometió un grave atentado contra la justicia. Sobre esto no puede haber la menor duda.

          Entretanto, quiero llamar la atención de mis alumnos de una funesta confusión que, en general, sirve de base a la manifestaciones católicas romanas, no solamente en el caso presente, sino en otros numerosos acontecimientos análogos a través de los siglos. Es la deplorable confusión entre iglesia e Iglesia, entre catolicismo y Catolicidad, entre una religión sobre Jesús y la religión de Cristo. Hace siglos que esta confusión se ha revelado funesta, y es muy extraño que los teólogos sigan promoviendo y manteniendo esta confusión.

          Cuando siglos atrás, el astrónomo Galileo defendía el sistema heliocéntrico contra el sistema geocéntrico, fue preso por la Inquisición y acusado de hereje; ¿por qué? porque contradecía la interpretación que los teólogos daban de ciertos textos de la Biblia. Y concluyeron que Galileo, por ser anti-romano, era también anti-católico, anti-cristiano, anti-bíblico y anti-divino. La conclusión, como cualquier persona  ve, era enteramente falsa, una vez que el catolicismo no es idéntico a Catolicidad, que es el propio cristianismo. “Católico” quiere decir “universal”, atributo que sólo cabe al cristianismo, pero no a ésta ni aquella interpretación eclesiástica del mismo. “Catolicidad romana” es una contradicción en términos, como si dijera “universalidad parcial”.

          Los teólogos romanos, sin embargo, hallaban y encuentran aún, que quien está contra la teología de ellos está contra el Cristo, contra Dios.

          Cosa análoga se repitió en el caso de Darwin, cuya teoría evolucionista era contraria, en muchos puntos, a la interpretación romana de la Biblia, siendo considerada anti-bíblica y anti-divina.

          Esta identificación de las falibles opiniones humanas, con la infalible revelación de Dios, ha sido en todos los tiempos uno de los mayores y más funestos errores del clero.

          “Fuera de la iglesia no hay salvación”. Esto es verdad cuando por “iglesia” se entiende la Catolicidad que es idéntica al propio cristianismo; pero es falso, enteramente falso, cuando por “iglesia” se entiende una determinada sociedad eclesiástica organizada por los hombres en el transcurso de los siglos.

          Enormes abusos y crímenes han sido cometidos en nombre del cristianismo. Centena de millares de hombres fueron asesinados por orden de la iglesia romana, en los tiempos de las Cruzadas y durante el tiempo de la Inquisición. Es evidente que el cristianismo, que prohibe matar, no apruebe estas matanzas, que fueron alentadas y promovidas por la iglesia; prueba evidente de que ésta no es simplemente idéntica al cristianismo, la iglesia de Cristo, al “reino de Dios”.

          Es posible que el Cardenal Mindszenty haya sido condenado por el hecho de haber pretendido, por medios ilegales, hacer valer los dogmas peculiares de su iglesia, parcial y sectaria, contra el gobierno de Hungría. Y, en tal caso, no puede ser titulado de “mártir del cristianismo”, como dice el Papa, sino considerado como mártir del catolicismo romano.

          Sabemos perfectamente que ciertas personas no simpatizan con esta distinción entre catolicismo romano y catolicidad cristiana, pero ese rechazo no modifica en nada la realidad objetiva. Es evidente que la identificación de los dos conceptos esencialmente diversos, favorece sumamente los intereses peculiares de la iglesia romana; la Verdad, sin embargo, no es interesada ni partidaria. Todo hombre imparcial y pensante estará del lado de la razón y la lógica.

          Es inútil y contraproducente, querer convencer a un público por medio de polémicas y discusiones, como se ha hecho repetidamente entre nosotros. Quien no está espiritualmente maduro para comprender lo que acabo de exponer no lo entenderá, y debatirá contra el confesor de la Verdad. Pero es deber de conciencia de todo hombre sincero, aunque no pueda aún comprender esta verdad, mantener las puertas de su alma abiertas para la Verdad, hacer lo posible para alcanzar la necesaria madurez de espíritu y así más pronto o más tarde, llegar al conocimiento de la Verdad Integral.

          No es a fuerza de polémicas y discusiones que el hombre alcanza ese elevado grado de comprensión, sino por medio de la experiencia interna. Debe el hombre vivir a Dios, vivir al Cristo, vivir la Catolicidad, y comprenderá lo que estoy diciendo.

          Esa experiencia interna de la Catolicidad de la iglesia es la suprema necesidad de todo cristiano, una vez que un catolicismo sectario y parcial creó, a traves de muchos siglos, obstáculos extraordinarios a esa experiencia cristiana.

          El mejor modo de llevar a otros la Catolicidad es vivir nosotros mismos esa Catolicidad, esa Universalidad cristiana, en toda su plenitud y profundidad.

          Y, una vez vivida intimamente, nunca más correremos peligro de sucumbir a un catolicismo pobre, estrecho y sectario.

 

 

 

 

  ¿PUEDEN SALVARSE TODOS LOS HOMBRES, O

                      SOLAMENTE LOS QUE TIENEN SACERDOTES?

          Tuve en mis manos un libro escrito por un sacerdote, titulado “El espíritu de cura de las almas”, con el “Imprimatur” de la autoridad eclesiástica. Está el libro con todos los sacramentos, garantía de que contiene la genuina doctrina del catolicismo romano.

          Leo en el libro:

          “Cuando un sacerdote perdona los pecados, no dice: “Dios te perdone; sino, “Yo te absolvo”.

          En la consagración, no dice: “Este es el cuerpo de Nuestro Señor”; sino que dice: “Este es mi cuerpo”.

          Se puede decir que todo nos viene por el sacerdote. Todas las venturas, las gracias, los dones celestiales . . .Si no tuviésemos el sacramento de las Órdenes, no tendríamos a Nuestro Señor . . . ¿Quién puso a Jesús en el Tabernáculo? El sacerdote. ¿Quién recibe nuestra alma cuando entramos en la vida? El sacerdote. ¿Quién nos prepara para comparecer ante Dios, lavando nuestra alma por primera vez en la sangre de Jesús el Cristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y, si él muriera, ¿quién lo resucitará? ¿Quién le restituirá la calma y la paz? Siempre el sacerdote. No podemos recordar un solo beneficio de Dios sin encontrar, al lado de ese recuerdo, la imagen del sacerdote.

          Si vamos a confesarnos a la Santísima Virgen, o a un ángel; ¿nos absolverán ellos? No. ¿Nos dará el cuerpo y sangre de Nuestro Señor? No.

          La Santísima Virgen no puede hacer descender a su divino Hijo hasta la hostia.

          Su tuviéramos doscientos ángeles, ellos no podrían absolvernos. Un sacerdote, por humilde que este sea, sí que puede.

          ¡Qué grande es el sacerdote! . . . Si no fuese por él, la muerte y pasión de Nuestro Señor Jesús el Cristo, de nada serviría. ¡Miremos los pueblos salvajes; ¿qué han ganado con la muerte de Nuestro Señor? Ellos no podrán gozar de los beneficios de la Redención, por cuanto no tienen sacerdotes que les apliquen los sacramentos,

          ¡Ved el poder del sacerdote! Su palabra haciendo que un pedazo de pan pueda contener a Dios. ¡Eso es más que crear el mundo!

          Preguntó alguien: ¿”Santa Filomena obedece al cura d´Ars? Cierto. Ella puede obedecerle, ya que Dios le obedece”.

          En este espíritu se impregna todo el libro, desde la primera hoja hasta la última, en una serie de increíbles ingenuidades teológicas y chocantes irreverencias contra Jesús el Cristo y su obra redentora. El pueblo, ignorante y crédulo, quien tiene prohibido leer libros que no tengan la aprobación del clero, es generalmente incapaz de distinguir entre la genuina revelación de Dios y esa arbitraria teología clerical originada en el transcurso del tiempo; identifica la Catolicidad cristiana con el catolicismo romano; piensa que en ese libro se dice que el poder del sacerdote es puro cristianismo, cuando de hecho es una caricatura del Evangelio de Cristo, una radical apostasía del cristianismo.

          Es triste para todo cristiano sincero ver que semejantes manufacturas literarias sean servidas al pueblo en librerías católicas, en conventos y seminarios, desde lo alto de los púlpitos, a través de los confesionarios, en misiones y retiros espirituales, por todas partes. Es tan negativo ver que hasta niños de escuela primaria, incapaces de averiguar la verdad, sean sistemáticamente imbuídos de esas ideas anti-cristianas, cuando ellos tienen el derecho divino de escuchar la proclamación de aquella doctrina sublime, vasta y pura, que brotó de los labios del Divino Maestro.

          Es deplorable que los poderes públicos, con flagrante menosprecio de nuestra Constitución, sigan favoreciendo de todos los modos y maneras la causa del clero romano, que aboga y promueve tan infelices doctrinas. Con frecuencia, se publican noticias sobre las autorizaciones para entregar miles de millones para la construcción y mantenimiento de edificios religiosos. ¿Por ventura, ven nuestros hombres públicos, que abogan por un país más próspero, sano y dinámico, promover el sectarismo de un grupo religioso que se guía por ideas tan pobres como las que acabo de escribir?

          ¿Qué idea podemos formar de un clero que no se recata de acudir a medios tan deshonetos para su autodeificación? ¿Qué será de un pueblo que, abdicando del propio raciocinio, se deja esclavizar por semejante propaganda sectaria?

          ¿No es un deber sacrosanto de la genuina Catolicidad combatir sin tregua tan nefastas ideologías, que tienden a corromper la propia médula espiritual del país y romper las fibras de la sanidad ética de nuestro pueblo? . . .

          Un país que sustituye la grandiosa ética del Evangelio por esas caricaturas en pro de una clase clerical, presta un pésimo servicio, tanto a la causa del cristianismo como a la de la democracia.

          Actualmente viven en el mundo más de 6.000,000 de seres humanos. De esos, más de 1.000 millones son católicos. Según lo expuesto, son estos los que pueden obtener la salvación eterna . . . el resto están en la imposibilidad de alcanzar su eterno destino (sin contar los millones de hombres que vivieron antes de la era cristiana). ¿Por qué? Simplemente porque no tuvieron sacerdotes católicos romanos. La obra redentora de Cristo es una auténtica pérdida, únicamente porque los servidores de una determinada sociedad eclesiástica organizada en el paso de los siglos, con sede en Roma, no se dieron el trabajo de mandar representantes a esos pueblos, prefiriendo vivir en ciudades y conventos. Dios está, pues, a la entera dependencia de una clase sacerdotal, con las manos atadas, teniendo que dejar morir tantos millones de almas que no han sido convertidas al catolicismo romano.

          Quien puede admitir semejante doctrina no solamente apostató del cristianismo, sino también de la fe en Dios, porque semejante monstruosidad es inaceptable. De manera que, para adoptar el catolicismo romano expresado en tal libro, se debe ser ateo o anti-cristiano.

          No encontramos en el Evangelio de Jesús el Cristo vestigio alguno de tan repugnante doctrina, sino todo lo contrario: “Hasta tal punto amó Dios al mundo que dio a su hijo Unigénito, para que todos lo que en él crean no perezcan, más tengan la vida eterna”.

          Si Jesús el Cristo volviese al mundo o escuchase semejante doctrina pregonada en su nombre, fulminaría contra sus autores el mismo anatema que, un día, lanzó contra los sacerdotes de la sinagoga, que habían corrompido el espíritu de la revelación divina por amor a su teología casuística: “¡Ay de vosotros, guías ciegos, que robásteis la llave del conocimiento del reino de Dios! Vosotros mismos no entrais, ni dejais que otros entren”.

 

 

 

 

   ¿CRISTIANISMO CREÍDO O CRISTIANISMO VIVIDO?

          Ha extrañado a algunos amigos el hecho de que considerase a  varias personas de otras religiones como cristianos, cuando consta de que jamás se hayan convertido al cristianismo, según opinión de tales comentaristas.

          Este hecho revela, una vez más, el concepto erróneo y funesto que muchos cristianos eruditos de nuestros días tienen de la religión cristiana, que es para ellos un cierto credo que se acepta, una fórmula teológica que se adopta, un bautismo al que la gente se somete o que es sometida por otros.

          Está fuera de duda que esa infeliz concepción del cristianismo es responsable de innumerables males y de la estruendosa ineficacia moralizadora que sufre el llamado cristianismo de los países occidentales.

          Es de urgente necesidad que, de una vez por todas, abjuremos de la infeliz ideología de que ser cristiano quiera decir practicar tal o cual rito o ceremonia exterior eclesíastica, liturgías, actos sacramentales, o recitar de cuando en cuando, determinadas fórmulas y realizar actos prescritos por esta o aquella iglesia cristiana. No digo que estas exteriorizaciones religiosas sean condenables, pero afirmo que en ellas no consiste el cristianismo; afirmo que un hombre puede meticulosamente hacer todo esto y ser, no obstante, un Anticristo; como también, por otro lado, puede dejar de practicar esos actos externos, y ser un cristiano integral.

          El cristianismo es, ante todo, un modo de vivir, y no un credo verbal; es una permanente actitud de nuestro Yo interior; es una profunda y decisiva experiencia con Dios y la ejemplificación de esa experiencia divina en la ética constante y pura de la vida cotidiana.

          Hay en el cristianismo genuino dos elementos esenciales: la mística y la ética.

          La mística es la experiencia de Dios; la ética es el desdoblamiento de esa experiencia en la vida práctica.

          La mística sin ética es falsa; la ética sin mística es debilidad.

          La mística es como una línea vertical, que viene de alturas desconocidas y va hasta las misteriosas profundidades; la ética es comparable a una horizontal que abarca todas las latitudes y longitudes de la vida humana, uniendo ese vastísimo y panorámico amor a todos los hombres y las criaturas de Dios.

          De la unión de las dos líneas, la mística y la ética, resulta una cruz, símbolo de la redención y la vida eterna.

          Todo hombre intensamente místico y vastamente ético es un redimido, un cristiano auténtico.

          Si existió, en los últimos siglos, sobre la faz de la tierra, un hombre cuya vida fue una afirmación constante del amor de Dios (mística) y del amor al prójimo (ética), este fue Gandhi, conocido entre su pueblo por la “Gran Alma”, o en lenguaje hindú “Mahatma”, contracción de “maha” grande y “atman” alma. Afirmar que ese hombre, cuya vida fue una gloriosa afirmación del espíritu del Cristo no haya sido cristiano, es tener en sí mismo el más triste atestado de analfabetismo espiritual o de un sectarismo anticristiano. Posiblemente, esas objecciones nunca hayan visto nada positivo en la vida de ese cristiano gentil. Basta recordar los siguientes hechos para tener una idea del espíritu de Gandhi.

          Cuando fue elegido para representar a la Asamblea Nacional de la India, recibió insistentes peticiones de sus patricios para abogar dinámicamente por la libertad nacional de su país del dominio británico. Gandhi respondió que nada podía prometer mientras la India no se liberase primero de otra esclavitud, incomparablemente peor y más vengozosa que la opresión británica: la ignominia secular del odio de las castas y la esclavitud de millones de parias, evitados como impuros e intocables por los orgullosos brahmanes. Y, para unir el ejemplo a la palabra, adoptó a una joven paria mandando decir que todos los que quisieran visitarle sería recibido por una empleada "intocable”, que también les ofrecería un vaso de agua y los serviría a la mesa. Después transfirió su residencia al barrio de los parias, donde ninguno de sus orgullosos colegas de casta osaba poner los pies, por miedo a ser contaminados, obligando así a las clases superiores de su país a renunciar a sus indignos preconceptos, caso de que quisieran visitar al líder espiritual y político de la India.

          Cierto día, apareció en su humilde puerta una delegación especial, pidiendo les dijese algo edificante; Gandhi abrió el Nuevo Testamento, leyendo los capítulos 5 al 7 del Evangelio de San Mateo, sobre el Sermón de la Montaña, añadiendo que cosa más hermosa no les podría decir que esas palabras sublimes de Jesús.

          Gandhi, aunque no fuese enemigo de nadie, tenía muchos opositores dentro y fuera de la India. Un día fue agredido por uno de sus oponentes, maltratado, herido y dejado inconsciente en la calle. Cuando volvió en sí y abrió los ojos, se vio en el lecho de un hospital. Le presentaron al culpable, que había sido capturado, y le preguntaron que castigo merecía el malhechor. “Castigo ninguno” respondió, “lo que él necesita es instrucción sobre Dios; porque sólo un hombre ignorante de las cosas del reino de Dios comete semejantes actos”.

          La palabra “no-violencia” se hizo popular a través de la política de Gandhi, porque el líder nunca practicó ni jamás permitió un solo acto de violencia física contra quien quiera que fuese, porque identificado con el espíritu del Cristo, sabía que la fuerza del espíritu termina donde el espíritu de la fuerza comienza. Preguntado si esperaba la liberación de la India por la “no-violencia”, respondió que no era esto lo que iba a producir tal libertad sino la “fuerza de la verdad” o “fuerza del espíritu”, poder que operaba a través de la “no-violencia”.

          Fue una pena que ese espíritu hindú no hubiera vivido en tiempos de las Cruzadas o de la Inquisición medieval, para decir a las autoridades eclesiásticas de Roma que el reino de Dios no puede ser establecido a hierro y a fuego, sino por el amor universal.

          Cuando, en ocasión de una semana de ayuno y oraciones, para evitar la guerra con los musulmanes de Paquistán, Gandhi fue asesinado por cuatro balas de revólver disparadas a quema-ropa, antes de caer unió las dos manos, palma contra palma, a la altura del pecho, saludando a su asesino con esa señal simbólica que significa “nuestras almas están unidas como estas dos manos”. Así se confesó amigo de su verdugo, repitiendo en el mutismo simbólico de ese gesto, las palabras con las que Jesús en el Gólgota pidió perdón para sus enemigos.

          Si Gandhi era tan profundamente cristiano en su vida, ¿por qué nunca se afilió a ninguna sociedad eclesiástica cristiana? La respuesta es simple: 1) porque esa afiliación externa a una iglesia organizada en nada hubiese cambiado su espíritu cristiano; 2) porque millones de hindúes conocedores, muchos de ellos, de los horrores que los cristianos habían cometido a través de los siglos en nombre de Cristo y “a la mayor gloria de Dios”, interpretarían ese acto de su líder espiritual, no como una evolución, sino como un regreso en el camino ascencional de su espiritualidad.

          Las autoridades religiosas medievales no obstante su “infalibilidad”, apostataron del espíritu del Cristo renegando del alma del Evangelio, mandando torturar a millares de hombres inocentes. ¿Por qué? Para encontrar el sepulcro vacío de Jesús. Mandaron quemar en la plaza pública a millares de cristianos que discordaban de ciertas teologías y continuaron lanzando odiosas excomuniones contra millares de hijos de Dios; todo esto, en nombre del Cristo, la más alta encarnación del amor universal.

          ¿Y que hicieron los Estados cristianos de Occidente, sobre todo en los siglos XIX y XX? Organizaron guerras mundiales, unos contra otros, matando millones de seres humanos; y las iglesias cristianas no protestaron o no tuvieron la fuerza de impedir esas abominaciones anti-cristianas . . .

          ¿Qué argumentos presentarán los misioneros cristianos a los nativos de Asia y África a favor del Evangelio, si esos paganos tienen ante sus ojos la vergonzosa debilidad de nuestro cristianismo de veinte siglos?

          No podemos invocar el irresistible argumento que, en los primeros siglos del cristianismo, convencía de la verdad divina del Evangelio: “Ved como los cristianos se aman unos a otros”. Tenemos que confesar nuestras culpas y murmurar confusos: “Ved como los cristianos se odian y matan unos a otros” . . .

          Qué admira, pues, que Gandhi haya trazado una nítida línea divisoria entre “Cristo” y “cristianismo”, repitiendo a todos los misioneros que intentaban “convertirlo”: “Yo acepto integralmente al Cristo, pero no acepto vuestro cristianismo”.

          Es tiempo, señores teólogos dogmáticos, de enterrar vuestros ídolos, tenidos y habidos por sagrados, y volver a un concepto más puro y espiritual del cristianismo. Cristiano genuino es todo aquél que posee el espíritu del Cristo y vive según ese espíritu. El espíritu del Cristo es el de un amor universal, nacido de un profundísimo amor de Dios.

          Fuera de esa mística del amor de Dios y de esa ética del amor al prójimo, no hay cristianismo.

 

 

 

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