Inquietudes Metafísicas II

Salvador Navarro Zamorano

 

   

  PORQUÉ ENCARNA EL ESPÍRITU

 

          Hay extrañas teorías e hipótesis sobre el por qué el espíritu individual, emanación del espíritu universal, encarna en el hombre.

          Hay quien piense que esta encarnación sea una caída trágica, un castigo impuesto por la Divinidad.

          Otros piensan que la encarnación del espíritu sea temporal y que, después de cierto tiempo, el espíritu se desprenda del cuerpo y vuelva a ser lo que era antes, puro espíritu. Si así fuese, habría perdido su tiempo el espíritu, encerrado, después de millones de años, en un círculo vicioso.

          Las leyes cósmicas son sabias, y nada hacen sin una finalidad.

          El espíritu individual encarna voluntariamente, porque sabe y quiere hacerse mayor de lo que Dios lo hizo; quiere realizarse plenamente, porque es realizable. El espíritu sabe que es creador y desciende, proyectado por el impulso de su auto-creatividad. Todo espíritu es una especie de avatar, que busca resistencia, porque sabe que sin ella no hay evolución. Pero la evolución, la auto-realización, es la Carta Magna de la Constitución del Universo. El espíritu encarna porque sabe que ha de llegar a la universalidad.

          Y el deber supera todo su querer.

          Sabe que debe evolucionar y por esto inicia su ruta evolutiva rumbo a la eternidad.

          Hasta que, finalmente, quiere lo que debe.

          El espíritu no demanda la materia como si fuera una prisión, sino que lo hace como colaboradora. No forma con la materia una yuxtaposición mecánica, sino una interpretación orgánica.

          El hombre es una entidad inédita y original, que nunca deja de ser hombre. Su jornada evolutiva rumbo a la auto-realización es su fin supremo y único. Puede aproximarse cada vez más a su meta, pero no puede jamás coincidir o identificarse con el Infinito, porque entre cualquier finito y el Infinito media siempre una distancia incalculable. Puede la criatura integrarse en el Creador, pero no puede disolverse en Él.

          El Cristo Cósmico, cuando encarnó en la persona humana de Jesús de Nazaret, continuó siendo el Cristo; y, después de regresar a las regiones cósmicas, no dejó de ser hombre. El Cristo Cósmico era un encarnado, y Jesús después de la encarnación y ascensión, es un Jesús cristificado.

          El cuerpo cósmico sigue siendo cuerpo, aunque no material. Cuerpo es individualización. El cuerpo no es necesariamente material, como actualmente lo es, pero sigue siendo cuerpo, esto es, individualidad, en cualquier forma de incorporación, aun después de su desmaterialización. El cuerpo cósmico no está atado a tiempo y espacio; puede estar presente en todas partes, según las palabras de Cristo: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos . . . Donde dos o tres estuvieren reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”.

          Cuanto más nítido se torne un espíritu a la conciencia de su esencia divina, tanto más se alarga su presencia corporal. En los seres altamente evolucionados hay una especie de pluri-presencia simultánea y no sólo sucesiva, porque para ellos el tiempo y el espacio, el cuándo y el dónde, no representan obstáculos, como para la presencia material, que es necesariamente limitada, local y temporal.

          Cuando el espíritu encarnado está en baja evolución puede iluminar solamente al cuerpo material, así como una luz ilumina una tabla opaca por un lado, mientras el otro sigue oscuro. Pero, cuando el espíritu encarnado adquiere una alta potencia de evolución, no sólo ilumina unilateralmente al cuerpo sino que lo llena totalmente y lo penetra como la luz atraviesa un cristal. En tal caso, el cuerpo diáfano del cristal no es un impedimento para la luz sino un auxiliar y vehículo de ella. A través de un prisma, puede la luz incolora dispersarse en luces que abarca todo el arco iris.

          De modo análogo, puede el espíritu iluminar un cuerpo hasta tal punto que éste se transforma en un maravilloso prisma, haciendo aparecer al espíritu incoloro en la dispersión multicolor de la criatura espiritualizada.

          La encarnación, el espíritu divino en forma de hombre, es una nueva fase de la creatividad del Espíritu Universal; es, por decirlo de alguna manera, una cosmificación multicolor de la Divinidad incolora, la monarquía del Creador manifestada en una cosmocracia naturalmente creada.

          Esta espiritualización de la materia es posible, porque la plenitud de consciencia del espíritu tiene poder sobre lo semi-consciente o inconsciente de la materia.

          En el siglo I escribía Pablo de Tarso que el cuerpo podía asumir muchos aspectos: el aspecto material y el aspecto espiritual, así como muchos otros.

          En pleno siglo XXI de la Era Atómica y Cosmonáutica, enseñó Einstein que la materia es energía congelada, y que la energía es luz condensada, así como la luz es energía fluída. La materia no es una realidad autónoma y fija; no deja de ser un fenómeno de la energía cósmica invisible, que se manifiesta en miles de formas visibles.

          Con esta desmaterialización científica de la materia, los cultores de la diosa materia deben haber entrado en apuros, porque esta diosa ha desaparecido de sus altares y sus adoradores quedaron de rodillas al pie de un altar vacío. Es sabido que en la antigua Rusia soviética, que propagó el “materialismo dialéctico”, quedaron decepcionados con los experimentos con anti-materia de la Era Atómica, quedando con un materialismo sin materia.

          El hombre, una vez tenido un cuerpo, nunca dejará de tenerlo, nunca volverá a ser puro espíritu; pero puede y debe potencializar indefinidamente la materialidad de su cuerpo, haciéndolo altamente energético, “astral”, luminoso e iluminado.

          Si es verdad que la luz es la más alta forma de energía cósmica, entonces podemos suponer que el cuerpo de luz sea el cuerpo definitivo del espíritu, el cuerpo inmortal. Es un error generalizado que solamente el alma y el espíritu, sean inmortales. En realidad, el propio hombre es inmortal,o mejor dicho, inmortalizable, y debe tornarse inmortal, iluminando totalmente la naturaleza de su cuerpo por la luz del espíritu.

          Las disciplinas éticas y místicas tienen la misión de iluminar e inmortalizar cada vez más el cuerpo material, hasta convertirlo en un cristal y prisma diáfano del espíritu.

          Este es el por qué de la encarnación del espíritu en forma humana.

 

 

 

                             

 

 

LIBERTAD = ESCLAVITUD + LIBERACIÓN

 

          Todas las teologías occidentales giran en torno del binomio gozo-dolor. El hombre debe hacer todo lo posible para gozar eternamente; el gozo sin fin es su verdadero destino, su cielo.

          La filosofía oriental gira en torno del binomio libertad – liberación. El hombre creado libre por Dios debe ser libre por sí mismo. El cielo, para un oriental, no es lugar de gozo eterno, sino un proceso de liberación; la finalidad del hombre está en que él se libere cada vez más, despojándose paulatinamente de los ropajes del ego ilusorio y esclavista.

          Pero, como el ego es parte integrante de la naturaleza humana, esa liberación o proceso de desnudez, no consiste en que el hombre se separe del ego, lo que sería una atrofia o mutilazación de la naturaleza humana; consiste en hacer que el ego opaco sea cada vez más transparente, por la penetración de la luz del Yo; esto es liberación, desnudez.

          Esta total diafanidad del ego opaco por la luz del Yo, supone que este Yo intensifique cada vez más su luz; de lo contrario, nada podría iluminar totalmente la opacidad del ego. El Yo debe no solamente iluminar el ego, sino que debe transformarlo en luz, así como un cristal se transparenta y difumina ante una luz extremadamente intensa.

          Si el espíritu del hombre es una emanación individual del Espíritu Universal de la Divinidad y, como tal, necesariamente libre, ¿por qué el hombre debe liberarse? ¿No supone esto que él sea esclavo?

          El espíritu es libre; pero, como ser consciente y libre, percibe que es también creador, y puede poner en actuación su creatividad. Y, como todas las criaturas, es finita y, por tanto, ulteriormente evolucionable, el espíritu emanado de la Divinidad ve que debe continuar su evolución heredada por adquisición espiritual.

          Por esta razón, el espíritu libre se encarna en la materia del cuerpo; se esclaviza voluntariamente, porque sabe que sin resistencia no hay evolución. La materia del cuerpo es necesariamente una resistencia para el espíritu. Pero no es propiamente la materia del cuerpo la que ofrece tal resistencia, sino la mente, el aspecto consciente y activo de la materia, la materia mental, la mente materialista.

          Una vez revestido  de esta materia mental llamada ego, el espíritu inicia su lucha contra la resistencia, su sufrimiento, en su evolución rumbo a la libertad.

          Toda la ruta de la encarnación terrestre no es otra cosa sino: libertad heredada, libremente esclavizada, para conseguir la liberación.

          Esta auto-liberación es algo típicamente humano, mayor que la libertad dada por Dios, porque como alguien dijo, Dios creó al hombre lo menos posible para que el hombre se crease lo más posible. Dios creó libre al espíritu, para que este, encarnado como hombre, pudiese adquirir su propia libertad.

          La encarnación en un cuerpo material es, probablemente, el estadio número uno de la libertad del hombre, cuyo proceso de liberación tiene que continuar en otros cuerpos. La liberación no es un estado definitivo, sino un proceso indefinidamente continuable.

          Ese indefinido proceso de liberación es lo que, realmente, se debe entender por cielo o vida eterna que no es, en primer lugar, una zona de gozo y sí un proceso de liberación cada vez mayor, una sinfonía inacabada.

          Decía un yogui que había recorrido durante siglos de gozo, todos los cielos del Universo, declarando que todo ese inmenso gozo celestial había sido una interminable cadena de esclavitudes gozadas, y solamente al fin de su ciclo evolutivo alcanzaría la libertad, además de todos los gozos y sufrimientos; entraría en la línea recta del despojamiento de todos los ropajes de la ilusión, por la visión de la verdad libertadora sobre sí mismo.

          Cuando el hombre revestido del cuerpo y la mente, se consciencia nítidamente de que él es espíritu con una mente y un cuerpo, entonces se libera de los deslumbrantes ropajes del ego ilusorio, que en su encarnación terrestre le fue dado como identidad material.

          En este sentido dice el mayor de los Maestros a sus discípulos: “Conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres”.

          La libertad conquistada por la verdad no puede, naturalmente, dejar de ser felicidad; felicidad de la libertad por la verdad.

 

 

 

 

DEL CAOS AL COSMOS- EN EL MACROCOSMO Y EN EL MICROCOSMO

          Según la ciencia, el Universo macrocósmico evolucionó del caos al cosmos, al orden, del desorden de las potencialidades al orden de la actualidad. El cosmos de hoy es el resultado del caos de ayer.

          Esta transición de la potencialidad al orden actual obedece a una Inteligencia Cósmica que abarca tanto el ayer del caos como el hoy del orden.

          El microcosmo humano obedece las mismas leyes del macrocosmo planetario, con la diferencia de que, en el hombre, la inteligencia es individualmente dirigida, mientras que en el Universo es cosmo-consciente.

          En el microcosmo humano el caos inicial está formado por el ego intelectual; es el estado primitivo de todo hombre, antes que el Yo racional transforme en orden ese caos.

          El Génesis de Moisés juega simbólicamente con esos dos elementos de la naturaleza humana, comparando el caos intelectual con la voz de la serpiente y el subsecuente orden racional con la imagen y semejanza de Dios sobre el silbido de la del reptil.

          Esta transición del caos intelectual para el cosmos racional se realiza bajo la dirección del poder creador del libre albedrío humano, destinado a hacer del caos microcósmico un orden cósmico.

          El estado de caos humano es llamado “pecado” por Moisés, que según la mística es un “pecado necesario” y una “culpa feliz”, y culmina en el orden cósmico de las grandes solemnidades, que el Evangelio describe festivamente en la historia del Hijo Pródigo: el ego caótico que se realizó en el Yo cósmico.

          La idea tradicional de que Dios, con la creación del hombre, haya sido derrotado por el diablo, resultó de una visión parcial e incompleta del drama caos-cosmos, que rige todo el Universo, mundial y humano.

          El drama caos-orden, ego-Yo, todavía está en sus principios, en la primera fase de su evolución en el mundo de la humanidad; todo parece caótico, nada es cósmico, porque la humanidad aún se debate en el período caótico de la noosfera, y no ha alcanzado el plano cósmico de la logosfera. Pero el drama del Universo no falla, ni en el secto macrocósmico ni en el microcósmico, aunque ese drama siga desde hace millones de años.

          La idea de “caída y redención” del hombre, en el sentido teológico, no tiene cabida en la filosofía cosmológica del Universo, donde todo se realiza según leyes inmutables e inexorables, sin o con la intervención del libre albitrio humano. Esta libertad de elección no puede modificar el drama del orden universal, aunque puede afectar el destino del hombre individual. El orden cósmico se realiza independientemente del destino del hombre, con, sin o contra el libre albedrío individual.

          Toda la dificultad y confusión en lo tocante a la historia de la humanidad, nace del equívoco tradicional de un supuesto Dios personal que preside el drama del macrocosmo y del microcosmo, de arriba o de fuera del Universo, idea básica del monoteísmo teológico.

          Con el paso de la concepción monoteísta de un Dios individual hacia el concepto monista de una Divinidad universal, desaparece la dificultad de comprensión. La idea de la Divinidad, según el pensamiento de todos los genios y místicos, es la propia alma o esencia del Universo. Si la Divinidad, según Spinoza o Einstein, es el alma del Universo, y si el mundo es el cuerpo del Universo, entonces el cuerpo visible de la existencia no puede contradecir al alma invisible de la esencia del Universo; el Verbo es necesariamente la manifestación del Uno.

          Esta cosmovisión del universo integral es la clave de todos los enigmas que atormentan a la humanidad.

 

 

 

 

 

                              EL HOMBRE EN LUCHA CONSIGO MISMO

 

          El hombre es, evidentemente, la única criatura del planeta Tierra que sufre de enfermedades permanentes y casi universales. Cualquier animal salvaje goza de salud normal; solamente algunos animales domésticos, confinados en pastos y establos, sufren de enfermedades semejantes a las del hombre, porque viven en un ambiente desnaturalizado y son alimentados artificialmente. Y las enfermedades que sufre el hombre tienen origen en su mayor parte, en la discordia en la que vive consigo mismo. Es que ningún hombre ego-consciente puede vivir en paz dentro de sí, sino en una lucha permanente.

          Freud llegó a la ingenuidad de escribir que el hombre que tiene problemas íntimos es un neurótico.

          El mineral, el vegetal y el animal viven sin problemas, pero el hombre que entró en la zona de la ilusoria ego-consciencia, entra en lucha consigo mismo.

          Esta especial lucha del hombre no es una tragedia ni el fracaso de la creación; es de la íntima naturaleza humana. El hombre es la única criatura terrestre inacabable, jamás plenamente realizada. Dicen algunos que Dios hizo al hombre lo menos posible para que él pueda hacerse lo más posible. Entre ese menos y ese más se extiende el campo de batalla de la vida humana.

          El hombre no es sólo una criatura creada, sino además una criatura creadora; y entre su creación y su creatividad está el problema donde en el libro de los Devas se enfrenta Arjuna a los Kurus de su propia naturleza. El hombre realizable y realizando debe transformarse en hombre realizado; y esto es la lucha evolutiva.

          Forma parte de los más antiguos equívocos de la teología afirmar que Dios creó al hombre perfecto y que el diablo lo redujo a un ser imperfecto; ni aun el redentor prometido consiguió hacer el hombre perfecto.

          El hombre, por su propia naturaleza, es imperfecto, pero perfeccionable. Con la llegada del hombre iniciaron las Leyes Cósmicas una fase de creación enteramente nueva, no un ser en estado rígido de ya realizado, como los otros seres de la naturaleza, sino estado elástico, auto-realizable.

          Esta auto-realización, sin embargo, exige necesariamente el estado de antítesis, o de lucha, capaz de realizar su propia síntesis o tratado de paz.

          Pablo de Tarso gime: “El bien que quiero hacer no hago, pero sí el mal que no deseo . . . Hay en mí dos leyes, la ley del bien y la ley del mal . . . Infeliz de mí. ¡Quién me librará de este cuerpo de muerte!”

          El propio Jesús sintió estas dos leyes de su naturaleza cuando, en las sombras de Getsemaní, pedía para ser preservado del sufrimiento y, en los dolores del Gólgota, exclamaba: “¡Mi Dios, mi Dios, por qué me abandonaste!” Pero tanto aquí como allá el Nazareno, bajo la protección de su Cristo, proclama la victoria de su Yo divino sobre su ego humano, sintió la lucha, pero cantó la victoria.

          Esta es la condición de todo hombre avanzado en su evolución: lucha sin derrota. El hombre de evolución inferior siente esa lucha, sabe que su Yo superior, a veces vence y, a veces, es derrotado por el ego inferior. Esos dos polos de la antítesis del hombre son elementos autónomos de la naturaleza humana; no vienen de fuera de él, sino de su propio interior. Compete al hombre transformar esa antítesis en síntesis, proclamar un tratado de paz en pleno campo de batalla.

          Ese tratado de paz no es el fin de la batalla, sino una lucha en perfecta armonía con su naturaleza integral; la integración del polo negativo en el positivo, y no la extinción de aquél por éste, que sería el atrofiamiento de la naturaleza humana.

          Todas las veces que en las páginas del Evangelio, el Cristo se encuentra con su Anticristo, no le da orden de que se retire, sino que se ponga en la retaguardia como seguidor y no en vanguardia como señor.

          Los polos de la antítesis de la naturaleza humana no son contrarios uno del otro, sino complementarios; uno no puede sustituir al otro, sino que ambos deben integrarse completamente.

          El hombre es el único ser de la tierra que debe y puede realizarse plenamente después de ser creado realizable; su auto-realización, es el fin supremo de su existencia aquí en la tierra.

          No hay evolución sin resistencia.

          La resistencia o lucha es un medio para la victoria, para la auto-realización.

          En la naturaleza del hombre las leyes cósmicas revelan su más alta sabiduría.

 

 

         

        

                     TEORÍAS SOBRE EL ORIGEN DEL HOMBRE

 

          Lo que dificulta grandemente la noción exacta sobre el origen del hombre, son dos teorías: una antiquísima y la otra reciente. La teoría mitológica de la teología y la hipótesis zoológica de la ciencia.

          La teoría mitológica, defendida por ciertas teologías, se basa en una interpretación errónea y analítica de la visión intuitiva que Moisés dio del origen del Universo y del hombre. Es inevitable que cualquier análisis intelectual de una intuición cósmica, como la del Génesis, resulta errónea, como escribió Pablo de Tarso en el primer siglo, “el hombre intelectual no comprende las cosas del espíritu, que le parecen estulticia, ni las puede comprender, porque las cosas del espíritu deben ser interpretadas espiritualmente”.

          Moisés sabía que, en el cuerpo humano no existe nada que no haya venido de la naturaleza; por esto dice que el cuerpo del hombre fue hecho de la substancia de la tierra, como dice el texto griego , traducción hecha del original hebreo por 70 judíos de Alejandría, tres siglos antes de la Era Cristiana. Deducir de ahí que Dios haya hecho al hombre de barro es un infantilismo ridículo.

          El espíritu del hombre no puede venir de otra fuente que no sea del Espíritu Universal de la Divinidad, de donde emanan todas las existencias finitas, con la diferencia de que en los otros seres esa emanación era inconsciente, mientras que el hombre apareció como consciente desde la primera vez.

          El equívoco más funesto de la teoría mitológica es la idea de que el hombre habría aparecido en la tierra como un hombre perfecto y plenamente realizado por Dios, cuando él apareció en el ínfimo grado de la perfección humana, pero perfeccionable y después realizable, gracias al poder del libre albedrío con que fue creado.

          Un hombre absolutamente perfecto, que hubiese caído de esa perfección hasta el grado más ínfimo de imperfección, supondría un poder anti-divino mayor que el propio Dios.

          El hombre imperfecto, pero perfectible, fue creado “lo menos posible”, para que él se pudiese crear “lo más posible”, iniciando así una nueva fase creadora, una criatura creativa en medio de otras criaturas creadas sin creatividad, pero con instintos de superviviencia. El creador confirió al hombre, por así decirlo, una parcela de su creatividad divina, haciéndolo evolucionable y responsable de su perfección; desde el principio 1 debía el hombre evolucionar hacia la potencia 100 y continuar hasta más allá.

          Del resto, en la rutina milenaria de la historia humana, no hay el menor indicio de que el hombre prehistórico hubiese sido más perfecto que el hombre de hoy.

          La evolución va desde el mínimo hasta el máximo, y se procesa con pasos mínimos en espacios máximos.

          Un poder superdivino que hubiese destruído la obra humana de Dios sería la negación de un Poder Omnipotente.

          En el siglo XIX surgió la hipótesis de Darwin o zoológica, que deriva del animal el origen del hombre.

          Esta hipótesis peca por tener un ilogismo totalmente anti-matemático, admitiendo que del hombre-cero pueda haber venido el hombre-uno, que un no-hombre pueda haber causado el hombre.

          Alegan los darwinistas que el animal era potencialmente hombre, y de esa potencialidad humana haya venido el hombre actual.

          ¿Qué quiere decir potencial?

          Lo potencial es lo real, realidad latente, que puede tornarse manifiestamente real. Ahora, si había un animal que era un hombre potencial, está claro que ese animal era realmente hombre, aunque latente en forma de animal. Y, en tal caso, el hombre no vino del animal, sino que el hombre latente y realmente hombre pasó a serlo abiertamente. No hubo transición de un hombre irreal para un hombre real, pero sí la continuación del hombre real, del hombre potencialmente real para un hombre actualmente real.

          Nadie se convierte en lo que no es; nadie se torna explícitamente lo que no es implicitamente. Una semilla no se transformaría en una planta, si no fuese planta en forma de semilla; la semilla es potencialmente (realmente) lo que la planta es actualmente (realmente); la transición no es de una no-planta para una planta, sino de una semilla latente y real para una planta abiertamente real.

          El hombre primitivo era realmente hombre, esencialmente hombre, aunque exteriormente fuese un animal. El hombre no vino del animal, sino que evolucionó a través del animal.

          Lo mayor no viene del menor, pero puede venir a través de él; pero ambos, el mayor y el menor, vienen del máximo.

          Todas las potencialidades, pequeñas y grandes, vienen de la Potencia, y es por esto que puede aparecer en actualidad.

          Todas las potencialidades, grandes y pequeñas, vienen de la Potencia, así como todas las aguas de una red de distribución, vienen necesariamente de una fuente, aunque a través de una red de canalización.

          La Potencia de la que se derivan todas las potencialidades es una sóla y, en último análisis, debe ser infinitamente grande, inagotable, para producir potencialidades de cualquier tamaño y número.

          La transición de Potencia para potencialidad, del Infinito para lo finito, se llama creación, mientras que la transición de una potencialidad para otra, se llama evolución.

          Toda evolución supone necesariamente la posibilidad de una evolución más alta, así como el agua de un grifo supone la fuente.

          Crear no quiere decir hacer “algo” de la “Nada”, sino hacer “algo” del “Todo”, manifestar un finito viniendo del Infinito.

          La llegada del hombre en la tierra no es ningún fenómeno sobrenatural; está en armonía con las leyes cósmicas cuya Esencia Infinita se revela siempre de nuevo en Existencias Finitas, desde el inconsciente y semi-consciente hasta lo consciente y pleni-consciente. La aparición del hombre designa una fase superior de la actuación del Uno (Creador) para manifestarse en el Verbo (hombre). El Uno omniconsciente de la Esencia Infinita se manifiesta en el Verbo inconsciente, semi-consciente y pleni-consciente de las Existencias Finitas.

          El hombre ocupa actualmente el punto culminante de esa progresiva manifestación de la Esencia Infinita en Existencias Finitas. El hombre es, por ahora en el planeta Tierra, la única criatura que participa conscientemente de la Omniconsciencia del Infinito; su misión está en realizar cada vez más perfectamente esta evolución ascensional.

          La Esencia Creadora está presente (inconsciente, subconsciente y pleni-consciente) en todas las Existencias Creadas.

          Este es el gran monismo cósmico del Universo.

          En resúmen: el origen del hombre no es mitológico ni zoológico, sino cosmológico. El hombre, como todas las cosas, vino del alma o Esencia del Universo, aunque su figura humana de hoy, su existencia, surgiera más tarde. La esencia del hombre es eterna, aunque su existencia sea temporal. Del Uno de la Fuente brota todo el Verbo de los Canales, inclusive el hombre. El hombre vino de la esencia o fuente del Uno, aunque su Verbo existencial, haya fluído a través de muchos canales históricos. El hombre histórico nació, después de una larga incubación en múltiples formas, y el hombre actual aún seguirá fluyendo por muchos canales, hasta llegar a la altura del hombre integral.

         

 

 

 

 

   

 

 

 

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