ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                            h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 7 , año IX

                                                                                   Llubí, 1º de Julio de 2.003.

 

Historia de la filosofía.-

     

     Henri Bergson (1.859-1.941)

          Pocos filósofos habrán cosechado tan intenso y universal aplauso como Bergson, sobre todo en Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos.

          La filosofía de Bergson no tiene nada de nebulosidades ni abstracciones áridas, como la de Kant, Hegel y otros pensadores alemanes. Aparece basada en un estilo intuitivo, brillante, que nos hace recordar a Platón o al romano Lucrecio. Es una síntesis feliz de serena racionalidad y mística espiritual, respondiendo a las ansias de la vigorosa vitalidad de los mejores pensadores del pasado siglo.

Judío de origen, Bergson no revela ninguna intolerancia o estrechez para con otras formas de filosofía o religión, simpatizando francamente con las mejores corriente del espíritu cristiano, especialmente con los grandes místicos, con los cuales pareció sentir profunda afinidad.

          En lo tocante al hombre, demuestra Bergson que él no puede ser considerado una simple evolución del mundo animal, como pretenden muchos darwinistas, pero que, aunque vehiculado físicamente a través de formas orgánicas comunes, el hombre ocupa una posición única e inconfundible en el cuadro general del universo.

          Desde 1.900 Bergson impartió lecciones en Francia. En 1.928 recibió el Premio Nobel de Literatura. Pero, en la cima de su gloria nunca dejó de ser un hombre humilde y sin pretensiones, llevando una vida simple y frugal.

          Entre las obras principales de Bergson, contamos: “Materia y Memoria”, “Introducción a la Metafísica”, “Evolución creadora”, “Vida y Consciencia”, “Espíritu y Energía”, “Las dos fuentes de la moral y la religión”.

          A través de todas las obras de este pensador se nota una lucha constante contra los dos estadios evolutivos inferiores que aún esclaviza a muchos hombres y no les permiten ascender a niveles superiores, a saber: “el materialismo empírico” y el “formalismo intelectual”. En el centro de la filosofía de Bergson no está el empirismo sensitivo ni el conceptualismo intelectual, sino la “experiencia vital”, razón por la que su filosofía es muchas veces llamada “vitalismo”.

Para Bergson la última verdad del hombre no deriva de lo que “percibe” empíricamente, ni de aquello que “concibe” intelectualmente, sino de lo que “vive” íntimamente.

          Quien percibe o concibe es un “espectador”, que asiste, más o menos pasivamente, a la exhibición de una pieza teatral; pero quien vive el objeto es un “actor” intensamente activo del drama, del cual él es parte integral.

          “Saber” en último análisis es “vivir”, saborear, experimentar, sin dejar de “ser”.

          “Se sabe” realmente aquello que se vive y se es.

          Saber supone una identificación entre el “sujeto” conocedor y el “objeto” conocido.

          Pongamos el caso de que alguien describa un accidente de dos automóviles que colisionan en la carretera. El espectador puede, ciertamente, describir los acontecimientos externos, periféricos, secundarios, pero no sabe nada de la íntima esencia del desastre. Sólo si él mismo, en vez de espectador, fuese actor de la tragedia, tuviese noción exacta del accidente; dejaría de ser un espectador objetivo y se tornaría un actor subjetivo del hecho. El accidente dejaría de ser “accidental” y se volvería “esencial”.

          Sobre todo, en la “Introducción a la Metafísica” y en “Evolución creadora”, se revela esa concepción dinámico-vital de la filosofía bergsoniana.

          Todo lo que es externo-sensitivo-intelectual, es meramente “simbólico”, relativo, periférico, sin alcanzar la esencia, lo “simbolizado”, lo absoluto, el elemento central de la realidad o, como diría Kant, “la cosa en sí misma”.

          La esencia del “Yo” y del “Universo” es la misma, pero sólo es accesible a la intuición, que es una experiencia vital, directa e inmediata del propio Yo interno. La percepción sensitiva y la concepción intelectual no pueden penetrar hasta ese centro último del sujeto y del objeto.

Bergson insiste en decir que esa intuición “no es algo misteriosa”, ocultista, esotérico, místico o anormal, sino que es la “íntima esencia de la naturaleza humana” de cualquier persona. Naturaleza viene de “nascitura”, esto es, cosa que está para nacer, pero que aún no ha nacido. Quiero decir que cada ser es lo que “puede venir a ser”, lo que es potencialmente, no lo que es actualmente. Sólo en el Ser Absoluto coinciden la potencia y el acto, la “natura” y lo “nato”. Pero la mayor parte de los hombres en el presente plano evolutivo, no ha alcanzado todavía esa “centralidad” o profundidad, limitándose a caminar por las “superficies” del sujeto y de los objetos, pues la ley del menor esfuerzo es válida también en ese terreno. El hombre intuitivo no es un hombre diferente del común de los mortales; es un hombre que ha ido más allá de cierta frontera que otros aún no han traspasado, pero que pueden pasar. El hombre intuitivo no es anormal; es más “plenamente normal” que otros, una vez que la plenitud de la naturaleza humana consiste en el completo desarrollo de esa facultad intuitiva, aunque embrionaria en la mayor parte de nosotros en la época actual.

          La perfección del hombre es directamente proporcional a la claridad y facilidad de su experiencia intuitiva, de su “vitalidad”. El hombre intuitivo es el rey de los realistas, es un esencialista integral. Su existencia es esencia.

          La intuición percibe el “Todo” antes de sus “partes”, pues esas partes no son sino manifestaciones parciales, “incompletas” y “sucesivas” del Todo, que es “completo” y “simultáneo”, no sujeto a tiempo ni espacio.

          Intelectualmente, las partes son percibidas antes del Todo, por el hombre empeñado en la lenta y paulatina evolución de fuera para dentro, de lo secundario para lo esencial, de la periferia para el centro.

          Al principio, el hombre en evolución percibe las partes, aún “desconectadas”; después las partes “con cierto nexo” y por fin, el Todo como tal, a cuya luz la comprensión de las partes se torna perfecta y definitiva. Todo y cualquier conocimiento de las partes sin el Todo son imperfectos, admite oscuridades, paradojas, conflictos y aparentes absurdos. Sólo a la luz del Todo el universo aparece como un verdadero “cosmos”; antes de esa visión panorámica e intuitiva, el mundo tiene siempre algo de “caótico”, desordenado, absurdo, contradictorio. La experiencia de la armonía y belleza del universo supone un “cosmorama”, esto es, una visión mundial en conjunto. La luz de esa visión de centralidad reconcilia todas las aparentes contradicciones y desarmonías de las periferias. Cualquier visión parcial permite errores; la visión total es necesariamente la experiencia de la verdad sin equívocos.

          Bergson procura ejemplarizar y concretizar esta verdad por medio de una “composición literaria”. Al principio, dice él, el escritor percibe apenas unos fragmentos aislados, trozos sueltos de su trabajo; y, en ese estadio inicial, el trabajo es difícil, penoso, sin gozo; a la máquina le falta el volante. Poco a poco, la proporción es que cada parte se superponga a la otra y aparecen ciertos nexos entre ellas, aumenta la afluencia y espontaneidad de las ideas y el Todo, al principio lejano o apenas vagamente presentido, va surgiendo nítidamente a los ojos del escritor, materializándose desde el seno del universo inmaterial, bajo la acción creadora del pensador, hasta asumir una forma casi visible y palpable. Es sólo entonces que cada una de las partes del todo adquiere su verdadera función y razón de ser.

Continuará en la Circular de Agosto de 2.003.

 

 

         

Pablo de Tarso.-

 

De Damasco partían dos caminos: uno para el norte, que iba a Tarso, ciudad natal del solitario viajero; y otro rumbo al sur, hacia Jerusalén, escenario de extraños recuerdos.

Escogió Pablo este último, consciente de que en Jerusalén se encontraría con sus mortales enemigos. Y ¿cómo podría el Sanedrín de considerar a ese hombre como su enemigo número uno, después de aquella inesperada deserción de hacía tres años?

            Entretanto, allá va el héroe, sereno y calmo, en línea recta hacia la cueva del león.

            Lo animaba, ciertamente, el deseo de conocer alguno de aquellos que habían convivido durante largo tiempo con el divino Maestro, entre ellos Simón Pedro, que gozaba de notable prestigio en medio de los otros apóstoles y discípulos. No sospechaba Pablo, probablemente, que su permanencia en la ciudad santa sería una fuente de grandes amarguras, de dolorosas experiencias causadas, no tanto por sus adversarios, sino por aquellos que pensaba tenía derecho a considerar como amigos y hermanos. Comenzaba a concretizar la acerba verdad de aquellas palabras del Señor en las puertas de Damasco: “Yo te mostraré cuanto te cumple sufrir a causa de mi nombre”.

            La más cruel de las amarguras es la que nos propina nuestros “amigos”. Los otros sinsabores nos hieren desde fuera, mientras que estas nos alcanza desde dentro y penetra en las íntimas fibras de nuestro ser.

Aproximadamente ocho días duraba la jornada desde Damasco a Jerusalén. Revivió Pablo el lugar donde le apareció el Cristo en misteriosa visión. Pasó por Cesárea de Filipo, al pie del Líbano, donde el Señor pronunció la memorable sentencia sobre “la roca de la Iglesia”. Entró en la sinagoga de Cafarnaún, donde se escucharon las palabras del Maestro sobre el “pan de la vida”. Vio la cumbre del monte Tabor y, desde lo alto del monte Scopus, avistó la ciudad donde él pasara largo años de estudios a los pies de Gamaliel. ¿Qué diría el venerado rabí, si viese a su discípulo tan cambiado? . . .

            ¿No habría visitado Pablo, ruborizado de vergüenza, el lugar regado con la sangre de Esteban? ¿No habría recordado la mirada llena de luz del mártir agonizante? ¿Sus palabras llenas de amor: “Señor, no les impute este pecado?".

Los judíos de Jerusalén, al parecer, poco molestaron a Pablo. Era debido a que después de la muerte de Esteban y la desaparición de su principal perseguidor, la tempestad hacía algún tiempo había amainado. Los judíos-cristianos procuraban evitar cualquier ocasión de aflicción. Abrazaban el Evangelio sin hostilizar abiertamente la ley de Moisés.

            Tanto más dolorosas fueron las experiencias que el nuevo converso hizo en la rueda de los apóstoles y discípulos del Cristo. Casi nadie daba crédito en la sinceridad de su conversión. Veían en todo aquello una hábil estratagema del astuto doctor de la ley. No le daban confianza alguna.

“Después de su llegada a Jerusalén, dice el historiador, procuraba Sáulo juntar a los discípulos, pero todos los temían porque no creían que él fuese un discípulo”  Hechos de los Apóstoles 9.26.

            Los propios apóstoles, sin exceptuar a Simón Pedro, esquivaron a aquél “apóstol de última hora”, que pretendía ser igual que ellos, amigos y compañeros familiares del Nazareno.

            En medio de esa pesada y turbia atmósfera de hostilidades e incomprensión cayó, como un rayo solar, la comprensiva amistad de Bernabé. Este, como Sáulo, había nacido en la “diáspora”, en un ambiente de helenismo mundial y, como aquél, acababa de abrazar el Evangelio. Espíritu grande y corazón sensible, comprendía mejor que cualquier otro el alma de Sáulo y la situación conflictiva en que éste se hallaba.

Fue Bernabé al encuentro de Paulo y adivinó algo del gran misterio. Creyó en el milagro divino de la conversión del perseguidor de la Iglesia, y desde entonces vemos a estos dos hombres unidos por los lazos de una sincera amistad.

            Bernabé hizo la presentación de Pablo a Simón Pedro y Santiago. Más tarde, también a Juan el Evangelista. Afirma Pablo que solo se encontró en Jerusalén con los tres apóstoles. Los otros, andaban lejos, ocupados en labores de evangelización.

Esos quince días que Pablo pasó en Jerusalén, en convivencia con los “que eran considerados como columnas”, deben haber sido de gran valor para él. Aunque conocerse por medio de revelación directa los hechos y principales doctrinas de Jesús el Cristo, con todo tenía necesidad de escuchar de labios de testigos presenciales numerosos pormenores de la vida del Nazareno. Y, ante todo, convenía combinar con los demás mensajeros del Evangelio un plan uniforme para la conquista espiritual del mundo. Es cierto que ya, en ese tiempo, fueron lanzadas las bases para una especie de ritual, destinado a ceñirse como un precioso engaste, los misterios religiosos del Cristianismo.

            Pablo, aunque poseía un espíritu autónomo y genio dinámico, no era ningún revolucionario ni anarquista. En su cualidad de ciudadano romano y ministro de la ley mosaica, bien sabía que nada prospera en el mundo, sea material o espiritual, sin orden ni disciplina, sin una inteligente armonía de ideas y una sabia concatenación de actividades.

            La Biblia es un libro enigmático y no es raro sea también tormentoso; abre muchas veces en sus páginas, largos silencios donde el lector esperaba encontrar una extensa narración de hechos de sumo interés. Casi nada sabemos del intercambio de ideas que, sin duda, se estableció durante esas dos semanas entre Pablo y los demás apóstoles de Jesús, los que habían presenciado sus maravillas, así como también su profunda humillación.

            Mucho aprendió en esos días el doctor de la ley de aquellos que, desde el principio habían sido testigos y ministros de la palabra; y mucho aprendieron también del erudito rabino, los singulares pescadores.

            Quedaron amigos en Cristo, es cierto. Trabajaron conjuntamente por el mismo ideal supremo, por la misma causa divina, que les valía más que la propia vida.

            Entretanto, a pesar de esa edificante armonía apostólica, nunca se estableció entre los discípulos palestinos y el apóstol de Tarso una perfecta sintonía mental y espiritual. Entre el espíritu del doctor de la ley y el alma de los galileos quedó siempre un abismo. La simplicidad de esos buenos hombres de campo y playa no podía familiarizarse con la erudición del académico, criado en la atmósfera culta de una ciudad pagana, saturada de filosofía helénica. Todos ellos, sabios e ignorantes, anunciaban al mismo Cristo y pregonaban el mismo Evangelio, pero cada uno a través de su prisma individual, de acuerdo con la estrechez o amplitud de sus horizontes humanos.

Si los apóstoles palestinos administraban, por así decirlo, la materia prima de la teología cristiana, legando a la posteridad las palabras y obras del divino Maestro, el eminente pensador de Tarso tomó esa materia moldeable y, gracias a su gran espíritu, le dio una forma específica para que el Cristianismo traspasara la frontera de Judea y viniera a tornarse la religión de la humanidad.

Después de conferenciar largamente con los tres “apóstoles columnas”, entró Pablo en algunas de las sinagogas de Jerusalén, con preferencia de los helenistas, de Cilicia, Siria y Cirene, y comenzó a discurrir con los oyentes sobre el tema fundamental de su teología: Jesús el Mesías prometido, el Salvador de toda la humanidad, y no sólo de Israel.

            Acababa de tocar en el punto neurálgico del orgullo nacional del hebreo. Se revolvieron contra esa concepción universalista el nacionalismo y regionalismo de los judíos y el de muchos judíos-cristianos.

            ¡Hubo un gran tumulto en la sinagoga!

Amigos bien intencionados aconsejaron a Pablo que se retirase de Jerusalén, porque corría serio peligro de ser “eliminado”.

            Sin embargo, él no cedió. A despecho de toda la incomprensión y pertinacia de sus patricios hebreos, quería trabajar por la salvación de ellos.

Al día siguiente, cuando oraba en el templo, tuvo una visión: vio a Jesús que le decía: “Retírate de Jerusalén, porque ellos no aceptarán el testimonio que dieres de mi”.

            Aún así, no se rindió Pablo. Se puso a discutir con el propio Cristo, ansioso como estaba de pregonar el Evangelio en el mismo lugar donde esparciera el odio hacia el Nazareno.

            La voz, sin embargo, insistía: “Retírate, porque quiero enviarte lejos, a los gentiles”.

            Entonces cedió Pablo, salvando a muchos otros y a sí mismo, de una tragedia.

            Pero, como por el camino lo esperaban enemigos traicioneros, juzgaron los discípulos avisados de conducirlo secretamente, en plena noche, fuera de la ciudad, rumbo a Cesárea. Parece que se hallaba en ese puerto un navío, en el cual los amigos lo embarcaron.

Y como en la callada noche de Damasco, también en la profunda oscuridad tuvo que abandonar Jerusalén.

            ¡Es tan peligroso decir la verdad!

            ¡Es casi siempre mortífero decir la verdad en toda su desnudez!

            Para los cristianos de Judea esa fuga de Pablo fue un alivio, como lo fue para los de Damasco su desaparición de la ciudad.

            Paulo no había descubierto todavía, en ese tiempo, el método para evangelizar hombres de esa índole y, propiamente nunca descubrió ese método. Su intelectualidad dialéctica, su mentalidad especulativa, cierto cuño aristocrático de su genio autónomo, interpretado como orgullo y convencimiento y la intransigencia de sus principios que, a veces, alcanzaba la raya de la aspereza, todo eso hacía de él un “bloque errático”, arrebatado, no se sabe, de que ignotas alturas y por qué extrañas potencias lo llevaban en medio de una dimensión de formación diferente y por eso mismo incapaz de comprender.

            Paulo de Tarso se anticipó a su tiempo, como sucede con todos los grandes espíritus. No había despuntado aún para los otros aquella luz que sus pupilas contemplaban, más allá del horizonte de la historia.

Sigue en la Circular de Agosto de 2.003.

 

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

 

          El espiritualismo apunta hacia una unidad más profunda que aquella que caracteriza la inter-relación entre las “totalidades” manifestadas. Su enseñanza está basada en el concepto fundamental de una unidad suprema en la esfera invisible y transcendental. Todo lo que existe, en cualquier nivel de existencia, surge de esa fuente, la fuente creadora subyacente a la manifestación. Aunque siendo ella propia totalmente inmaterial, da origen a todos los grados de la materialidad. De la misma manera que las nubes se forman a partir del vapor de agua invisible, así todas las cosas se condensan a partir de este principio invisible. O, de acuerdo con la doctrina oriental de los Upanishad, “la semejanza de una araña que lanza y recoge su tela, así el Universo es derivado del inmutable Uno”. El Uno se “transforma en el universo tejido de su propia esencia”.

          La experiencia mística confirma la enseñanza esotérica de que, a pesar de las aparentes divisiones en el primer plano, esta esfera permanece completa y no dividida. Su totalidad está reflejada en las interconexiones entre todas las cosas manifestadas, que son percibidas en el holismo. La coordinación de la “totalidad” visible en todas las partes de la naturaleza (la compleja tela de conexiones) constituye la exteriorización en el mundo de la unidad básica de la cual se originan.

La Fuente numénica e inmaterial de todo permanece para siempre una y no dividida, mientras que las interconexiones y la totalidad percibidas en el mundo reflejan esa unidad fundamental. Dos direcciones en las cuales el mundo está ligado en una unidad, vertical y horizontal, como expresa el antiguo símbolo de la cruz. La vertical representa la trascendencia, la unidad entre el mundo y su Fuente transcendental. La horizontal representa el Uno que penetra los muchos y la interligación de todos los fenómenos en el mundo manifestado.

Sabemos que muchos científicos han reconocido el holismo y la inter-relación de los fenómenos que constituyen el mundo. Luego veremos como la Realidad fundamental y numénica es también admitida en la física moderna.

          Hay una Realidad Absoluta que antecede a todo ser manifestado. Esta causa Infinita y Eterna es la Raíz sin Raíz de todo lo que fue y jamás será. Aunque esta Realidad “trascienda” el poder de concepción humana y podría ser apenas disminuida por cualquier expresión similar en nuestro nivel, ella usa palabras poderosas que nos ayudan a vislumbrar algo de su asombrosa naturaleza. Se describe como un “Principio Omnipresente, Eterno, Ilimitado e Inmutable”. Cada una de esas palabras puede servir de tema para una meditación, en la cual intentamos expandir nuestra mente para comprender más profundamente lo que podría ser la Realidad Una.

          De acuerdo con las enseñanzas espirituales, esta Fuente transcendental no es idéntica ni tampoco extraña a la creación; es sólo una parcela del Todo la que está implicada en el proceso de manifestación. Podría ser comparado a una bailarina que expresa determinadas ideas y sentimientos en la danza. Este baile constituye una expresión auténtica del potencial de la danzarina que se revela en los movimientos. Aún así, permanecen amplias áreas que no se exteriorizan en este proceso, una cantidad de ideas, sentimientos, movimientos, estilos, papeles, que la danzarina es capaz de realizar. Cualquier danza no es más que la manifestación parcial del potencial de la bailarina. Tal vez Krishna representando al Uno, desease explicar algo en este sentido, cuando dice en el Bhagavad Gita: “habiendo dado mi esencia a todo este Universo con un fragmento de Mí mismo, yo permanezco”.

          De acuerdo con la filosofía esotérica, el Uno nunca está apartado del proceso de manifestación de seres aparentemente separados. Al contrario, el mundo es un aspecto esencial de la unidad omnipresente, una parte integrante del Todo. La Realidad creadora fundamental no está situada fuera del Universo que de ella emerge, sino que está presente en todas las partes, en todos los fenómenos transitorios, cada fragmento dependiendo del Uno para su existencia. Toda la naturaleza es resultado y reflejo del Uno, que es su base y está integrada en aquella Unidad de la cual nunca puede realmente estar separada.

          Así, el mundo de la manifestación revela, en toda su variedad, aquello del cual surge: la raíz de todo átomo individualmente y de toda las formas colectivamente son la Realidad Una”.

          Aunque jamás podamos conocer la Fuente Divina inaccesible en su pureza, podemos abordarla en sus innumerables manifestaciones, cuando “pulsa a través de cada átomo el punto infinitesimal de todo el Cosmos”. Esta Realidad fundamental tiene la maravillosa y paradojal cualidad de ser simultáneamente el Uno y los muchos, aunque los “muchos” manifestados representen apenas una parte reducida del infinito potencial del Uno. El concepto de lo Divino en la Naturaleza está expresado bajo el punto de vista oriental: “el Universo, con todo lo que contiene, es apenas un flujo dirigido hacia el exterior y una forma cristalizada de la incesante y renovadora alegría de Brahma”.

          Si pudiésemos aprender a penetrar cualquier cosa con suficiente profundidad y con mente tranquila, yendo más allá de su apariencia y hasta de su esencia, podría, al menos momentáneamente, captar un rayo de luz divina en su interior. En sus profundidades, la vida en todo lo que existe es la Vida Una. Si pudiéramos percibir esta vida en una persona o en un objeto natural, podríamos comprender que ella también existe en todos y en toda la Naturaleza. Podríamos redescubrir la visión mística de que, en un nivel profundo, la vida Una creadora todo lo penetra con profunda alegría y paz.

          La ciencia llegó a una Realidad fundamental inmaterial a través de métodos más objetivos. Es sorprendente que la física, la “más dura”, más rigurosa de las ciencias, haya penetrado en la materia como normalmente la conocemos y llegado a un mundo numénico e inmaterial semejante al descrito. La visión poética, mística, de la antigüedad, parece localizarse en el polo opuesto de la física moderna con sus aceleradores de partículas, cámaras de burbujas y fórmulas matemáticas precisas. No obstante, las dos visiones se funden, estableciendo paralelos entre la física moderna y la visión de realidad del místico, una visión que se aproxima mucho al espiritualismo.

          El místico mira para la realidad común, de lo cotidiano, según un método de percepción fuera de los parámetros normales y de alguna manera percibe esta Realidad en su verdadera esencia o de una forma más fundamental, de un modo más profundo. Los modelos y principios de organización que emergen de aquella experiencia son muy semejantes a los moldes y principios de organización que observamos en la física cuando analizamos dimensiones infinitesimales.

          Esta es una reversión total de la posición de la física clásica, basada en visiones mecanicistas y materialistas de Descartes, Galileo y Newton. Bajo el predominio de la posición mecánica la ciencia estaba restringida a estudiar apenas las propiedades de cuerpos materiales que podrían ser cuantificados y medidos. Se pensaba que se comprendería mejor todos los aspectos de los fenómenos complejos, incluso de las criaturas vivas, reduciéndolos a sus partes constitutivas y estudiándolas separadamente.

          Operando a partir de esta posición, los físicos del siglo XIX y del principio del siglo XX estudiaron el átomo como el fragmento básico, más pequeño, del mundo material y procuraron minúsculos bloques constructores aislados con masa, que abarcaran todas las cosas materiales. Esta busca los llevó a una esfera totalmente inesperada, en la medida que la materialidad se disolvía ante sus ojos.

          Los físicos pasaron a enfrentarse a los átomos como fragmentos materiales de la masa, pero con energía, con cargas eléctricas. Durante largo tiempo, se consideraba que los electrones, protones y neutrones, eran los componentes absolutamente inalterables e indivisibles de la materia. Pero las partículas se desvanecieron como arena al pasar entre los dedos, cuando se descubrió que tenían un aspecto semejante a las ondas, apareciendo a veces como ondas y en modo alguno como partículas. El núcleo, que contiene esencialmente toda la masa del átomo, bajo el efecto de las experiencias realizadas, se disolvió en innumerables partículas transitorias.

Continuará en la Circular de Agosto de 2.003.

 

 

                                              EL SEGUNDO NACIMIENTO

 

Estamos biológicamente encarnados y traemos en nuestra semilla el átomo permanente de la consciencia espiritual. Somos la primera de las especies que presenta un tipo de consciencia espiritual y material a un tiempo. Ninguna especie dotada de vida se ha levantado para tomar consciencia de sí misma, como ser independiente. Nos componemos a un tiempo de espíritu y materia. Un proceso creativo de millones de años, culmina en esta Nueva Era, donde se ha producido un hijo “la humanidad”, una nueva especie, una nueva criatura de conformación mixta.

          La Consciencia Crística se levanta de manera planetaria y cósmica. En la consciencia material, el hombre permanece en la inseguridad, por eso vivir es un gran desafío donde tenemos la oportunidad de crear la espiritualidad dentro de nosotros, creer en el amor, amar a nuestros semejantes y a nosotros mismos principalmente.

          Las informaciones e influencias que hemos tenido en el pasado hicieron de nosotros seres medrosos y limitados. Nuestra vida no puede consistir sólo en tener que comer y vestir, dónde vivir y disfrutar de los placeres materiales.

          En cada Era o Época existía una cualidad específica que favorecía un tipo especial de actividad. En el siglo XVII nuestros intelectuales cuando veían un animal agonizante aullando de dolor, permanecían sin acusar ningún sentimiento. Decían que los animales eran como máquinas que cuando estaban heridas emitían sonidos horribles.

          De esta manera, nuestras dificultades ya vienen heredadas de nuestros antepasados científicos, que nos lleva a pensar “en lo físico separado del universo”.

Dentro de un abordaje moderno holistico podemos decir que la consciencia y el cuerpo del hombre, así como la consciencia y el cuerpo de un animal o de una montaña, forman parte de un proceso cósmico luminoso de unidad.

          He tenido experiencias extraordinarias ante una montaña volcánica, donde fui bañado por una serie de sentimientos.

          Ellos me fueron comunicados por la montaña y eso me llevó a entender que este acontecimiento es al mismo tiempo físico y psíquico. Es una interacción electrodinámica cuántica entre los fotones de la montaña con los electrones de mi ser humano. Puedo entonces decir que experimenté interiormente mis sentimientos y mis intuiciones. Entonces, nuestros “sentimientos” no son fabricados en la mente humana trascendente  sino que son transmitidos exactamente como lo son los fotones.

          Lo mismo puedo decir del Sol, cuando soy bañado por su luz. Como cualquier otro acontecimiento es al mismo tiempo físico y psíquico, pues calienta mi cuerpo cuando inflama mi mente. Me transmite energía termonuclear y este acontecimiento integra ambos polos: el ser humano y el Sol. Existe una integración, una unidad.

En el siglo XVII, la Revolución Industrial institucionalizó la creencia en el progreso material y tecnológico, pero fue en el siglo XX que los científicos sensibles han intentado explicar la física cuántica. Dentro de los que divulgan la “nueva ciencia”, encontramos a Fritjof Capra que a través de un lenguaje simple nos transmite esta ciencia.

Cuando estudiaba el I Ching, me di cuenta que lo mismo representaba un código que una ciencia basada en la resonancia holistica, pasado y futuro fluyen igualmente, pero se unen en el presente. Fue interesante cuando entré en contacto con el I Ching pues creo que es un sistema ordenador del mundo, con formas básicas y sistemas polares de naturaleza uniforme.

          Partimos del principio de que si el tiempo existe, él es como un circuito de donde tanto el pasado como el futuro fluyen igualmente, pero que ambos se encuentran en el presente.

          Hay una canalización que integra nuevas emanaciones transmitidas por la Madre María y Raphael, el Arcángel del Sol. Tanto su “Manto de Luz” como su “Momentum de energía” había aumentado enormemente por la unión de los pueblos Mayas e Incas con la Madre para agraciar a la humanidad con sus rayos de sabiduría y cura. Esto implica que nosotros no podemos vivir la vida fuera de la vida, y que tenemos que confiar en la naturaleza.

          Es lo mismo que arrojar una semilla en la tierra, tenemos que confiar en la tierra y en la cosecha. La ley de la vida es confiar en ella, dejar que haga por nosotros y así no estaremos solos. Si confiamos que está a nuestro favor, nos podrá ayudar, de lo contrario todo saldrá mal. No es que Dios o la Naturaleza haga todo por nosotros, pero si creemos en la Unidad, quedaremos integrados en el Todo. Necesitamos saber que merecemos lo mejor.

          Toda la humanidad viene con una consciencia de dualidad y el gran desafío de este momento planetario es vibrar interiormente con la Unidad. Recuérdese que nosotros no fuimos creados en la perfección de la dualidad, sino en la perfección de la Unidad.

          La canalización de la energía de la Madre es para mí una sorpresa diaria, y he llegado a la conclusión de que la manera de estudiar y reflexionar sobre los misterios de la vida, toman otros caminos que los habituales, y son algo sorprendentes.

          Tengo la certeza de que es necesaria una ruptura con la estructura mental ortodoxa y asumir lo que es evidente con relación al período galáctico que atravesamos, a fin de acompañar las evoluciones que la Tierra pasa a su humanidad para una transformación positiva.

          Si quisiéramos alcanzar un mayor grado de conocimientos tendrá que ser por medio de la evolución de la mente a través de la expansión de consciencia. Un instrumento precioso que nos coloca en expansión y contacto con la inteligencia galáctica.

          Hoy entiendo más que antes, cuando recibí de mis Maestros la importancia de transmitir el conocimiento espiritual a personas interesadas en evolucionar y expandir sus consciencias con la meditación y ejercicios por medio de la Luz Solar. El Sol no es sólo fuente y sustento de vida, sino también mediador de la energía radiante de otros sistemas estelares. Por eso, los Mayas, Incas, Aztecas y otros pueblos, conocían que a través del Sol recibían un saber más elevado.

          La tragedia de la raza humana se da por el hecho de que cada hombre olvida que es un ser divino.

          Si cada individuo se conoce a sí mismo, conocerá la Fuente Suprema, y este auto-conocimiento lo llevará a una consciencia de amor incondicional universal.

          Cuando ampliamos nuestro poder interior, nos hacemos más conscientes de que esta realidad nace a partir del grado de sintonía y atención que creamos conscientemente con aquello que es nuestra verdadera identidad. Es fundamental comprender que aquello que ya somos se transfiere a nuestro mundo, generando una fuerza que atrae una sintonía con aquello que pensamos y sentimos con relación a nosotros mismos y al mundo.

(Del Curso “El Segundo nacimiento”)

 

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LOS BUSCADORS DE LA VERDAD

NUEVA NARRATIVA 2

ORBISALBUM

 

 

 

 

 

 

OBRA LITERARIA DE D. SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

Entre el silencio y los sueños

(poemas)

Cuando aún es la noche

(poemas)

Isla sonora

(poemas)

Sexo. La energía básica 

(ensayo)

El sermón de la montaña

(espiritualismo)

Integración y evolución

(didáctico)

33 meditaciones en Cristo 

(mística)

Rumbo a la Eternidad 

(esotérico)

La búsqueda del Ser

(esotérico)

El cuerpo de Luz 

(esotérico)

Los arcanos menores del Tarot 

(cartomancia)

Eva. Desnudo de un mito

(ensayo)

Tres estudios de mujer

(psicológico)

Misterios revelados de la Kábala 

(mística)

Los 32 Caminos del Árbol de la Vida

(mística)

Reflexiones. La vida y los sueños  

(ensayo)

Enseñanzas de un Maestro ignorado

(ensayo)

Proceso a la espiritualidad

(ensayo)

Manual del discípulo 

(didáctico)

Seducción y otros ensayos

(ensayos)

Experiencias de amor

(místico)

Las estaciones del amor

(filosófico)

Sobre la vida y la muerte

(filosófico)

Prosas últimas  

(pensamientos en prosa)

Aforismos místicos y literarios

(aforismos)

Lecciones de una Escuela de Misterios

(didáctico)

Monólogo de un hombre-dios

(ensayo)

Cuentos de almas y amor

(cuentos)

Nueva Narrativa (Narraciones y poemas)
Desechos Urbanos (Narraciones )
Ensayo para una sola voz VOL 1 (Ensayo )
En el principio fue la magia VOL 2 (Ensayo )
La puerta de los dioses VOL3 (Ensayo )
La memoria del tiempo (Narraciones )
El camino del Mago (Ensayo )
Crónicas (Ensayo )
Hombres y Dioses Egipto (Ensayo)
Hombres y Dioses Mediterráneo (Ensayo)
El libro del Maestro (Ensayo)
Los Buscadores de la Verdad (Ensayo)
Nueva Narrativa Vol. 2 (Narraciones)
Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

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