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SALVADOR NAVARRO                             h

 

 

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                                                                                    Circular Invierno  , año VIII

                                                                                    Llubí, 1º  Diciembre de 2.002..

 

          Un poco más sobre los escritos de San Dionisos, en mi labor por descifrarlos para dar paso un día al estudio de la vida de San Agustín de Hipona. El léctor disculpará tanta insistencia sobre este obispo de Atenas, pero si lee con atención el esfuerzo será recompensado con una mayor luz sobre nuestros antiguos maestros ignorados. Gracias.

          “Aquí el discurso desciende de lo universal a lo particular y, a medida que desciende, él crece en proporción a la multiplicidad de las cosas. Pero ahora, en verdad, él asciende de lo particular a lo universal y, subiendo, se retira a medida que surge y, después de toda ascensión, se vuelve interiormente silencioso, enteramente unido a lo Inefable”.

          Lo particular puede ser expresado. Consecuentemente, la ciencia es muy precisa en su expresión; ella puede expresar las cosas con absoluta claridad. Por ejemplo H2- O. La ciencia descubrió un lenguaje matemático para expresarse a sí misma, porque su interés es lo particular.

          Pero, a medida que te levantas de lo particular hacia lo universal, te vuelves vago. Cada vez más el misterio te circunda y se vuelve más oculto. Y, finalmente, te haces uno con lo inefable, lo inexpresable.

          Esos son los estadios que hemos de recordar. El primero, de acuerdo con Dionisio y yo estoy completamente de acuerdo con él, es el estado de no-conocimiento. Si desciendes de éste, el segundo estado es el del conocimiento vago. Sabes algunas cosas; pero, lo que es exactamente aún no lo tienes claro. Es como por la mañana, bien temprano, cuando el sol no ha salido y un halo misterioso parece que lo rodea todo. No puedes ver muy lejos, sino lo cercano, lo que te rodea. No está oscuro, pero tampoco hay claridad.

          Es una especie de lenguaje difuso, ni de noche ni de día; queda en mitad del camino. Hay algo de oscuro y algo de luminoso en todo. De ahí viene la expresión de Dionisio: translúcida oscuridad.

          El primer estado es del no-conocimiento; nada se puede decir sobre él. Pero si quieres aproximarte a las personas, si la compasión surge en ti . . .

          Dicen los orientales que hay dos tipos de personas iluminadas: uno es aquella que permanece en estado de no-conocimiento; jamás se enfada ni se molesta. Eso fue lo que Buda estuvo pensando durante siete días. Nadie oiría hablar de él, nadie tendría que saber nada sobre él, no podría jamás transmitir su conocimiento a alguien. Sería como una flor en medio de un bosque, solitaria y escondida. Ninguna abeja podría llegar para libar su néctar, ninguna mariposa habría volado sobre ella.

          El segundo tipo es el de quien sintiendo compasión por su prójimo, expresa su sabiduría. Si no atesoramos compasión por los demás, si permanecemos secos como el desierto, podemos alcanzar la Verdad, pero no vamos a beneficiar a nadie con ella. Llegaríamos a la otra orilla, pero en solitario.

          Permanecer en estado de no-conocimiento es la llamada agnosia. Desaparecer en lo universal sin dejar una huella tras de sí. Sin ayudar a nadie. Pero, el segundo tipo desciende de esas alturas, ha conocido las cumbres más altas de la sabiduría, pero recuerda a los millones de combatientes del valle oscuro de la vida y entonces desciende, retorna al valle de la existencia.

          Este es el descenso: del no-conocimiento viene al vago conocimiento; del vago conocimiento al conocimiento articulado; del conocimiento articulado a la expresión, al lenguaje, a las palabras; por medio del lenguaje y las palabras, alcanza la mente del escuchante; después, la mente del oyente lo interpreta; entonces, las personas que escuchan al que sabe, comienzan a decirlas a los otros.

          Esos son los siete estadios, pero se pierde mucho hasta que se llega al séptimo nivel; casi todo queda perdido. Pero no se puede hacer nada, las cosas son así. Es la ley de la vida.

          Dionisio estaba intentando ser un iluminado que desciende al valle, pero solamente pudo utilizar el viejo lenguaje. Es como quien pide un martillo a un amigo y recibe una negativa porque la herramienta es nueva y tiene miedo de que se la devuelva usada.

          Los viejos hábitos nos pueden costar la muerte. Y es difícil descubrir a un hombre sin ellos. La vida, por su propia naturaleza, se vuelve estructurada, con reglas fijas. Caso contrario, la verdad podría ser dicha más claramente.

          Sigamos con Dionisio:

          ¡Decimos, consecuentemente, que al Trascendente Realizador de todas las cosas no le falta ni ser, ni vida, ni razón, ni mente; con todo, Él no posee ningún cuerpo, ni tiene forma, ni imagen, ni cualidad, ni cantidad ni volúmen. Él no está en ningún lugar, ni Es visto, ni posee toque sensible; ni siente ni es sentido; no posee la confusión ni el tumulto, ni la perturbación de las pasiones materiales; ni Él es sin poder, ni sucumbe a las contingencias de las cosas sensibles; ni Su luz posee cualquier defecto ni mudanza, ni corrupción, ni división, ni falta, ni flujo, ni es ni tiene Él cualquier otra cosa sensible”.

          Pero es un viejo hábito. El pobre Dionisio no puede olvidar . . . . es una reminiscencia. Para expresar lo inexpresable, un niño sería mucho más capaz; pero una criatura no puede saberlo, esa es la dificultad. Si un niño pudiera saber la verdad, ella sería clara y directa. Es por eso que veo la belleza en las palabras de Jesús; ¡es tan parecido a un niño! Era muy joven cuando predicaba, solamente treinta años. Dionisio debería ser viejo, cuando escribía este tratado. Recuerdo la historieta de una madre que trataba de explicar a su hijo la diferencia entre las palabras “consciente” y “consciencia”. Y el niño le respondía: “Está claro madre. Consciente es cuando estás atenta porque algo va a pasar y consciencia es cuando no quieres quedarte para verlo”. ¡Está claro!

          Si los niños hubieran escrito sobre Dios, las cosas serían muy claras. Pero los teólogos escriben así, como los eruditos, los místicos que antes fueron teólogos . . . Pero el viejo lenguaje persiste; todos siguen hablando y utilizando las mismas palabras.

          Y el problema se hace cada vez más y más difícil, debido a las continuas faltas a la verdad. Del no-conocimiento al vago, ya se pierde mucho. En el no-conocimiento, todo es como es; en el vago conocimiento, alguna cosa de la mente ya ha entrado. Después, en el conocimiento articulado, el tercer grado hacia abajo, algo de lógica comienza a entrar, ahora es pensamiento lógico. En el cuarto grado, cuando nos expresamos, no hay solamente lógica sino retórica; es un lenguaje creado por otros. Y hay cosas que no pueden ser traducidas en lengua alguna. Cuando traduces, algo no sale bien. Es como cuando traducimos por medio de alguna máquina una frase, como por ejemplo. las palabras: “El espíritu es fuerte, pero la carne es débil”  y la máquina traduce: “El whisky es agradable pero la carne se ha estropeado”.

          Traducir es siempre un problema. Cuanto más poético es un libro, mayor es el peligro de traducción. Es por eso que muchos libros maravillosos apenas se pueden traducir de un modo absoluto.

          El Tao Te-Ching de Lao-Tse ha sido traducido en muchas lenguas y cada traducción tiene algo del traductor. Pero, cuando todas las traducciones han sido leídas juntas, vamos a quedar sorprendidos; parece que sigue faltando algo, porque hay una interpretación en una traducción . . . otra en distinta traducción . . . y todas parecen decir lo mismo. Y cuando las lees parecen lógicas.

          En el momento que usas la lengua para algo que fue experimentado en el silencio, comienza a formarse una gran laguna. Sabes perfectamente que “¡ahora estás entrando en un mundo!”. Y una vez que las palabras se te escapan, ya no eres el dueño de ellas; la mente del escuchante se ha puesto en medio. Hasta ahora, por lo menos, todo estaba en ti y conocías lo supremo; así podías saber qué defectos o fallos entraban en la lectura. Pero, una vez que la verdad es expresada, ella entra en una mente que no sabe nada de alturas. Lo que la persona piensa de lo que está escuchando depende de ella; su mente será un factor decisivo. Recordemos la historieta del hombre que deambulaba por la calle hablando solo: “¡Los odio, aprovechadores, estafadores, mentirosos, nepotistas. ¡Los odio!” Mascullaba estas palabras, cuando sintió una mano sobre un hombro, mientras una voz autoritaria decía: “¡Queda preso por insultar al Gobierno!.”  Y el ciudadano contestó: “Yo no he mencionado al Gobierno”.  Y el guardia responde: “Eso lo admito. ¡Pero usted lo está describiendo perfectamente!”  

          La sexta cosa es cuando el escuchante no solamente oye, sino que interpreta. Y la séptima está muy distante de la fuente original: es cuando el oyente comienza a decirlo a los demás, de acuedo con su interpretación.

          Eso es lo que durante dos mil años los misioneros de todas las religiones han hecho. Ellos “oyeron decir” . . . Un relato de alguien que escuchó. Ahora bien, lo que ellos oyeron no puede ser lo mismo que lo que fue dicho.

          Eso ha pasado con todas las religiones. Es por eso que hay tanta confusión en el mundo. Las personas interpretan a los grandes Maestros, de acuerdo con lo que piensan ellas mismas. Sin saber nada, sin comprender nada, jamás meditando en sus vidas, fingiendo que saben. Solamente palabras y, en esas palabras, van poniendo sus propios significados.

          Si te diviertes con esta parodia, todos interpretarán que eres un ateo, que no perteneces a ninguna religión específica.

          Y ese es el problema. Yo me estoy divirtiendo con este festival. Porque, caso contrario, que un hindú escuche a Dionisio, que un cristiano escuche a Mahoma . . . eso es imposible. Eso nunca ha pasado en el mundo.

          Consecuentemente, muchos me dicen ateo. Ellos no saben lo que es teísmo, pero siguen usando la palabra sin saber el significado de ella. Pero estamos destinados a ello. Hemos de estar consciente de esto.

          Jamás intentes interpretar lo que estoy diciendo. Lee y escucha silenciosamente, absórbelas. Deja que formen parte de tu sangre, tus huesos, tu médula. Y entonces sabrás el significado con mucha más claridad que si lo haces a través de la mente.

                                          

 

 

 

  GEOMETRIA DIVINA

 

 

          Los números y las relaciones matemáticas están en el corazón de la creación de acuerdo con la filosofía esotérica, particularmente como se expresa en la Cábala y en las tradiciones platónicas y pitagóricas. Los antiguos griegos defendían la idea de la matemática como representando la base de la Naturaleza y atribuían el número a una fuente divina. Uno, tres y siete son ejemplos de números místicos fundamentales en la expansión del universo. Ocurre en una serie de números que, inevitablemente, surgen del Uno a medida que ellos generan los muchos. Una de las llaves para el conocimiento universal es el puro sistema geométrico y matemático.

          Para los discípulos de Platón, este sistema geométrico fue revelado por los sólidos platónicos. Son formas geométricas que creían ser la base numérica y simétrica de todas las formas. La antigua idea pasó a ser relevante y útil en la actualidad. Esos sólidos platónicos corresponden a las rótulas de los cristales que llenan el espacio, como el modelo cúbico de la sal que podría ser repetido indefinidamente hasta llenar toda extensión. Existen catorce modelos posibles para las rótulas en el espacio. Así, hay corroboración de creencias antiguas de que estos pocos sólidos platónicos seguían siendo la llave de toda la Naturaleza. El estudio de esas formas puede proveer indicaciones sobre la geometría como principio primordial subyacente en las formas naturales, la Mente Divina en la Naturaleza.

          Pitágoras, en su teoría de la Música de las Esferas, vinculó el concepto del número al vasto plano del Cosmos. Vió el Universo como construído de acuerdo con una escala musical, compuesto de números y organizado de acuerdo con valores armónicos precisos. Esa teoría puede no estar tan distante de la realidad. El concepto pitagórico de la armonía tiene significado en el contexto del conocimiento moderno.

          Pitágoras descubrió una relación racional entre la longitud de una cuerda y la nota que emite cuando ella es tocada. Por ejemplo, si una cuerda fuese cortada por la mitad, su nota sería una octava más alta y doble el número de vibraciones. Sorprendemente, los matemáticos modernos descubrieron que la serie de armonías que Pitágoras observó, es semejante al intervalo atómico en los cristales, que también se basa en índice de número enteros.

          La armonía musical está relacionada con la simetría en los cristales. Pitágoras “escuchaba”  matemática en la música.

          Realmente, los cristales pueden ser vistos literalmente como la piedra filosofal, música congelada, que se presenta a la vista como formas y colores, resúmen del dinamismo de las moléculas, átomos, partículas y ondas constantes.

          La teoría platónica y pitagórica, postulando una base matemática para el mundo físico, ofrece claves para las operaciones de los arquetipos y de la Mente Divina.

          El término Mente Divina debe haber surgido porque, a través del tiempo, las personas quedaron perplejas por la similitud entre la mente humana y su función organizadora y el orden encontrado en la Naturaleza. En particular, el arte muestra la simetría y el diseño, tan abundante en las formas naturales. Los matemáticos también se enfrentaron al dilema de cómo es que las operaciones de sus cerebros con frecuencia describen correctamente el orden básico del universo que perciben. Se puede llegar al punto de sugerir que tal vez, las propiedades más fundamentales del universo sean mentales y no materiales. Esta sugerencia recuerda la idea sobre el universo como la idea de un pensador matemático, pero que se expresa a través de nuestras mentes, así como a través del mundo natural.

          Nos preguntamos si el artista copia la simetría de la Naturaleza o si la simetría producida en el arte se origina de la misma fuente que la de la Naturaleza. Se puede llegar a la conclusión de que la simetría en el arte no es necesariamente copiada de la Naturaleza, sino que resulta de la cualidad de la mente del artista. Las leyes de la armonia encontradas en la Naturaleza también aparecen en la mente del hombre; ambas emergen de una fuente común.

          Estoy inclinado a estar de acuerdo con el pensamiento de Platón, en el sentido de que la idea matemática constituye el origen común de ambos (la mente del artista y la simetría natural); las leyes matemáticas que gobiernan la Naturaleza son el origen de la simetría de ella, y la percepción intuitiva de la idea en la mente creativa del artista representa su origen en el arte.

          La filosofía esotérica defiende la posición de que tanto el hombre como el universo son productos de un principio creador, inmaterial; sus características reflejan la Naturaleza ordenada. La mente del hombre sería un vehículo de la Idea Divina. La Mente Divina revela su propia naturaleza en las habilidades humanas para llegar a conceptos, producir patrones y diseños en el arte, matemáticas, ciencias y organizar la experiencia en totalidades significativas e inter-relacionadas. Las grandes percepciones que inspiraron a los matemáticos, científicos y filósofos, así como la eterna belleza de las grandes artes, revelan de manera dramática el potencial creativo de la Mente Divina. Pero así ocurre con el uso diario más simple de las facultades mentales. Tenemos un impulso interno poderoso en dirección al orden, la percepción de la armonía y relaciones, que usamos todos los días.

          Pero, como todos conocemos demasiado bien, la tendencia interna para el orden puede quedar obliterada, de manera que a veces nos sentimos confusos y desorganizados. La desorganización ocurre en la octava de nuestra mente y emociones, que tiende a estar separada de nuestro Yo más profundo. Irónicamente, esta aparente alineación es el resultado de un aspecto de la propia Mente Divina.

          La Mente Divina es una manifestación del polo interno y subyacente del ser: la consciencia. De la misma manera que en nuestro interior más profundo, experimentamos nuestros pensamientos como objetivos, así la Mente Divina es el sujeto que experimenta simultáneamente la existencia total del universo en el tiempo. Y esa subjetividad se difunde a través del cosmos.

          Desgraciadamente, este sentimiento básico del Yo, con demasiada frecuencia asume la forma de egoísmo en nosotros, que lanza un velo entre nuestra percepción y la Mente Divina. Diferente de la auto-consciencia pura que se irradia y está vinculada con la Mente Divina, tenemos tendencia al aislamiento auto-defensivo, así como la necesidad de no apoyarnos, formándonos como egos separados. Sentimos que nuestra identidad separada es preciosa, que constituye una necesidad básica. Esto es una perversión del Pensamiento divino, “egoísmo oscuro, la progenie de Adán en el plano inferior”. Nos encerramos en la prisión del egoísmo, del desorden y perdemos la visión de nuestros aspectos más profundos.

          Aunque tal vez podamos ver principios de organización más fácilmente en la Naturaleza que en los asuntos humanos, el espiritualismo proclama que el orden de una fuente divina también está operando en nuestras vidas. Frecuentemente, no podemos vislumbrar secuencias ordenadas en aquello que nos sucede y nuestras vidas parecen inconstantes, imprevisibles, aleatorias. Consideramos que el orden lucha contra el caos, acentuando lo oculto en la estructura convulsiva del mundo.

          A pesar de todo esto, la Mente Divina penetra nuestro ser. En todos los momentos estamos vinculados con la Mente Universal, un principio siempre presente y legítimo que nos apoya y da vida interior. En esta esfera superconsciente reside un modelo ordenado que nos afecta en todos los niveles y se refleja en nuestras vidas. Como ese aspecto de orden se imprime en la Naturaleza, también procura expresar armonía en nuestro interior.

          Podemos aprender a usar ese potencial de forma plena, aplicándolo en situaciones prácticas, así como en tareas intelectuales y artísticas. Cuando nos sentimos desorganizados y perturbados, podemos recurrir a este nivel más profundo de la mente que se refleja en nosotros a partir de la Mente Divina. Si a través de la contemplación, llegamos a una convicción sólida de que el mundo se origina de la Mente Divina y es básicamente regido por leyes, aquello que parecía caótico puede venir a presentarse como parte de un modelo armonioso que puede ser detectado a partir de una visión de largo alcance. También podemos venir a comprender que el desorden en los problemas humanos resulta del desorden y desarmonía dentro de cada uno de nosotros y entre nosotros y no de la Naturaleza. Aunque a veces el caos y la violencia parezcan predominar, en el fondo hay siempre sistema y armonía.

          Una manera de comenzar el proceso de aumentar el orden interno es notar la simetría que nos circunda en las formas naturales, en el arte, la arquitectura, música y hasta en los tejidos. En la medida que nuestras mentes pasan a saturarse con la idea de simetría, podemos seguir a un concepto más profundo del orden. Y percibir toda la Naturaleza como un orden dinámico, como en la música, donde todos los ritmos y tonos están armonizados, las partes mantenidas en unidad en una estructura dinámica. Podemos hasta ver la realidad del orden puro como un principio, no dependiente de los objetos. Esta percepción puede restablecer un orden interno, regenerando y renovando. Como los cristales se precipitan a partir de un núcleo dentro de un caos de moléculas en movimiento dentro de la solución básica, podemos crear un núcleo interno de orden que continuará creciendo a  medida que se alimenta de una masa amorfa de experiencia. Nuestra personalidad externa y mundana puede quedar plena de orden y belleza, de la misma manera que los niveles más profundos de la mente superior están integrados en el orden de la Mente Divina. Aunque nosotros algunas veces alcancemos esta realidad en nuestras profundidades, somos portadores del orden divino que podemos aprender a proyectar dentro de nosotros mismos y hacia el propio mundo.

 

 

COMENTARIO.-

          Acaba el año 2.002, que ha sido marcado por gran cantidad de catástrofes atmosféricas, anuncio de un cambio climático cada vez más acentuado y al que la humanidad sigue dando la callada por respuesta. La política del animal que esconde la cabeza bajo tierra y dice que lo que no ve no existe, predomina en todas partes. La inteligencia ha sido desterrada, siendo sustituida por la vulgaridad y el mal gusto. El hombrecillo gris es cada vez más hombrecillo y más gris. El “don dinero” sigue marcando pautas, comprando conciencias y atropellando a la Madre Naturaleza. ¡Como si hubiese algún otro lugar a donde ir, cuando haya acabado con todos los tesoros de la Tierra! ¡Qué ilusos somos! No hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla y a este ritmo, los días de la Tierra están contados.

          No quiero ser ahora catastrofista, aunque los negros nubarrones están en el horizonte sin que movamos un dedo para disiparlos. Mientras el ocaso llega, tenemos una Navidad y un Año Nuevo, donde las promesas se van a renovar y hacemos acto de fe para que así sea. Quiero animaros a tratar de hacer un mundo mejor empezando por el vuestro. Si así lo hacemos, si nuestra casa se transforma en un jardín y un remanso de paz y cunde el ejemplo, retardaremos nuestra hora final. Pasemos una Feliz Navidad y un Año Nuevo 2.003, donde espero seguir estando con vosotros, aunque no por mucho tiempo, pues cada año me hago la promesa de dejar este trabajo y lo sigo aplazando, pero todo tiene una última hora. Creo merezco un descanso para dedicarlo a mi persona y evolución. Que así sea.

 

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