ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                                h

 

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 8 , año X

                                                                                  Bunyola, 1º de Agosto de 2.004.

            VIDA DE SAN PABLO.-

         Ante los ojos del gran paladín de la verdad cristiana, se extendía la gran metrópolis de la filosofía y de la estética del paganismo.

            Si Pablo fuese sido un helenista, habría saludado con júbilo el suelo de la Ática y recordado los inmortales monumentos del saber que dejara aquel pueblo de pensadores y artistas. Es casi inconcebible que una nación tan pequeña como la griega, en un espacio de pocos siglos, hubiera creado valores culturales que hasta hoy no han sido superados por la humanidad contemporánea.

            Sócrates, Platón y Aristóteles, príncipes de la filosofía: Plutarco y Pericles, legisladores geniales; Demóstenes, prototipo de la elocuencia clásica; Fidias y Praxiteles, escultores de insuperable estética; Homero, titán de la poesía épica, maestro de Virgilio y de Camôes; Pitágoras, Arquímedes y Euclides, genios de las matemáticas y geometría . . . . cuantas glorias nacieron en aquella insignificante porción de tierra.

            Sin embargo, Pablo, desde que a las puertas de Damasco contemplara al Cristo, había cerrado los ojos a las grandezas de la tierra y solamente los tenía abiertos a los esplendores del cielo: desde aquella hora decisiva era más cristiano que helenista; para Pablo sólo existía una verdad suprema, eterna, infinita, Cristo.

            La ciencia y el arte, la filosofía y la política, la estética de las formas y la organización de la vida social y deportiva, todo esto hacía de Grecia el foco de la cultura contemporánea y el punto culminante de la intelectualidad.

            Pablo no era ningún bárbaro. Educado en uno de los mayores centros culturales del helenismo; alma dotada de grandes vibraciones; hombre que escribió a los filipenses palabras de sabor aristotélico, como estas: “Queridos hermanos: aspirad a todo lo que es verdadero, digno, justo, santo, amable, atrayente, virtuoso y digno de alabanza”, ese hombre no dejaba, ciertamente, de sentir fascinación por la cultura helénica.

            Pero esos sentimientos eran superados por un ideal superior.

            Pablo estaba en el mundo, pero ya no era del mundo . . .

            Solitario, se pone a recorrer la diversas zonas y barrios de Atenas, no al modo de nuestros modernos turistas, máquina fotográfica en ristre y con un guía locuaz al lado, sino en una especie de silenciosa auscultación del alma de ese pueblo tan diferente de todos los pueblos que hasta entonces encontrara. La metrópolis del paganismo científico y artístico tenía para Pablo un algo de deprimente y angustioso. Debe haber tenido horas de profundo desánimo frente a esas formidables potencias adversas: un gran saber y un fuerte poder sin el Cristo . . .

            Uno de los primeros días subió el solitario visitante a la colina coronada por la Acrópolis y el famoso Parthenon, el templo de la diosa virginal Palas Atenea. ¡Con qué sentimiento había el apóstol contemplado la magnífica estatua de la divinidad, obra prima de Filias! . . . La elegancia femenina de su talle, la soñadora belleza de su semblante, el porte guerrero de la doncella de casco en la cabeza y lanza en el puño. ¿Dónde se vio más perfecto símbolo de Venus y Marte en una sola persona?

            En Atenas  -escribió Petronio-  es más fácil encontrar un dios que un hombre. No había calle ni plaza donde no hubiese decenas de estatuas de divinidades y semi-divinidades. Desde el portal de la ciudad  -afirma Pausanias-  hasta el Kerameikós (taller de los artífices) no había arco ni calle que no ostentase templos y estatuas: Júpiter y Baco, Venus y Atenea . . . .  el santuario de Vulcano. A dos pasos de allí, el de Venus Afrodita, esculpido por el genio de Fidias en mármoles de Paros. En la calle de las Tripeças, se levantaba el Sátiro de Praxiteles. Próximo al teatro, otro Baco. Desde el teatro a la Acrópolis, se sucedían los templos de Esculapio, de Temis, de Gea, de Deméter Cloé, etc.

            Dice el historiador que Pablo estaba “indignado” frente a lo que veía. Es posible que haya mitigado esa su indignación el inesperado encuentro con un altar dedicado a la Misericordia, o sea, a la diosa de la Compasión. En el mundo entero eran los atenienses el único pueblo gentil que recordaba erigir un altar a la Misericordia.

            Y ¿no tenían ellos razón? ¿No estaba toda aquella deslumbrante miseria reclamando misericordia?

            Parece que los atenienses, dotados de una exquisita sensibilidad, presentían a través de aquellos esplendores externos el vacío de su interior, y acabaron concretizando un santuario a la Misericordia como consciente de su miseria.

            Pablo estaba solo. Entretanto, más que soledad externa le atormentaba la soledad interior. Si para un judío monoteísta era dolorosa la visión del politeísmo idólatra, para un discípulo del Cristo era insoportable la idea de centenas de falsos dioses sin noción del único Dios verdadero.

            En esa disposición escribe Pablo a los tesalonicenses esta frase tan lacónica como significativa: “Estoy solo . . .”

            “No pudiendo por más tiempo soportar la situación  -escribe a los tesalonicenses -  mandé recoger informaciones con respecto a vuestra fe, con miedo de que el tentador os armase celadas y frustrase nuestro trabajo.”

            Pidió a Timoteo que viniese desde Tesalónica a Atenas.

            Pero de lo que nunca se convenció en Atenas, fue de que la ciencia por sí sola pudiese salvar al hombre y que el arte no consigue hacerlo interiormente mejor. No hay redención sino en Cristo. El griego, hombre de los sentidos y del sentimiento, adoraba la elegancia de las líneas, la hermosura del cuerpo, el ritmo de las palabras y la estética del pensamiento, la armonía de la vida; pero no había Dios ni alma en sus conceptos.

            Quien una vez saboreó una gota de Dios, no encuentra descanso en cuanto no se abisma en el océano de esa grande y eterna Realidad.

            Urgía hablar del Cristo a esos filósofos, del Cristo, el hombre-ideal en quien habita toda la plenitud de la divinidad.

            Atenas, aunque decadente, era todavía en ese tiempo la metrópolis intelectual del mundo. Ningún romano se tenía por culto si no hubiese cursado estudios en Atenas. Formaba parte del buen tono social en la aristocracia militar y civil de Roma conocer de cerca las famosas escuelas filosóficas del Ática. Exponentes como Cicerón, Ovidio, Horacio, Virgilio, habían bebido en Atenas sus mejores inspiraciones. Estadistas, militares y políticos, como César, Antonio, Pompeyo, Augusto, eran entusiastas cantores de las maravillas de la Hélade. Estoicos y epicúreos, cínicos y filósofos, todo esto se encontraba en abundancia en la capital de Grecia.

            Cierto día, Pablo descendió al antiguo puerto de Faleron, cuando en una esquina vio un pequeño templo pagano. Entró y vió grabada en el altar estas palabras: “Agnostô Theô”, que quiere decir: “Al dios desconocido.”

            Una mezcla de tristeza y alegría se apoderó del alma del apóstol.

            Tenía la élite de los griegos la intuición consciente o inconsciente, de que las tradicionales divinidades veneradas por las masas ignorantes, no eran símbolo y sombras de alguna Realidad Suprema, inaccesible a los sentidos y al intelecto, que el Dios verdadero debía ser ultrasensible y ultraintelegible, existiendo más allá del tiempo y el espacio, sin forma ni figura, como los antiguos filósofos habían enseñado en sus profundas elucubraciones metafísicas.

            A ese “Dios ignorado”, vagamente adivinado por la tanteante inteligencia analítica, era al que estaba dedicado aquél altar, con su inscripción lapidaria elocuente en su simplicidad, comparada con las magníficas estatuas del Panteón ateniense.

            “Agnostô Theô”  - al Dios desconocido . . .

            Pablo leyó esa dedicatoria y tomó una resolución: iba a hablar a los atenienses del Dios desconocido revelado por Jesús el Cristo.

            El mutismo frío de aquél altar con las dos palabras “Agnostô Theô”, era de una elocuencia enternecedora; era un vehemente grito del paganismo en demanda del Dios ignoto.

            Mientras Pablo esperaba en Atenas a Silas y Timoteo, se estremecía su alma dolorosamente viendo la ciudad repleta de ídolos. Discurría en la plaza con todos los que encontraba. Se deparaba con algún filósofo epicúreo o estoico; algunos de ellos observaron: “¿Qué quiere ese charlatán?”  Otros decían: “Parece que es predicador de nuevos dioses.”

            Y es que Pablo les anunciaba la buena nueva de Jesús y de la resurrección.

            Es el primer encuentro del Cristianismo con la filosofía pagana de Grecia.

            Exitía todavía en Atenas la célebre “Academia de Platón”, pero sin el espíritu del gran maestro. En el valle de Ilyssos daban frescor los plátanos a cuya sombra acostumbraba Sócrates reunir sus discípulos; todavía se mostraba el “Liceo de Aristóteles”, resplandecía aún el pórtico marmóreo de Zenón (Stoa), maestro de los estoicos; florecían las rosas en los jardines de Epicúreo, pero el espíritu de esos pensadores había desertado de la Hélade.

            Acostumbraban los filósofos de ese tiempo pasear indolentemente por las avenidas y reunirse en el Ágora, plaza circundada de pórticos, templos, bazares y edificios públicos; allí se veían diariamente los epígonos de aquellos grandes hombres, indivíduos de cabellera y manos perfumadas, agitando en la diestra elegantes bastoncillos, sonriendo con complacencia y obsequiando a los transeuntes con sentencias que consideraban espirituales. Era supersticiosos esos falsos filósofos; no perdían baza para saber novedades sobre los forasteros y pedirles opinión sobre cuestiones políticas, filosóficas y religiosas.

            Con esa categoría de “sabios” se encontró Pablo. Unos eran de la escuela de Zenón (estoicos); otros adeptos de Epicuro.

            El extraño viajero asiático, de aspecto exhausto y vestimenta polvorienta, debió de haber despertado la curiosidad de esos pretendidos intelectuales. Y cuando escucharon que pregonaba una nueva pareja de dioses, Jesús y Anástasis, escucharon con interés aún mayor. Hablaba Pablo de “Jesús y la resurrección”, (1)  su tema predilecto: pero aquel auditorio habituado a la idea de dioses y diosas, entendió se trataba de una pareja divina: Jesús y Anástasis. En Grecia cada virtud y cada vicio tenía su divinidad peculiar, masculina o femenina.

            Por algún tiempo escuchó ese auditorio en la plaza pública las explicaciones del predicador ambulante. Pero no lo tomaron en serio; en su proverbial espiritualidad lo acuñaron de “spermólogos”, que quiere decir: “come semillas” o “comedores de grano”. Así los comparaban con ciertas aves que comen los granos de los cereales esparcidos por el campo, en los mercados y en la orilla de los caminos. Se figuraban los pretendidos filósofos que el sistema religioso esbozado por el deconocido viajero era un poco filosofía, una dosis de teología, una pizca de ética, y un ligero barniz de estética; en una palabra, un mosaico de ideas más o menos disparatadas. Ahí está la primera impresión que la filosofía de la Grecia decadente tuvo del alma del cristianismo; una mezcla ecléctica de ideologías, una amalgama heterogénea de elementos dispares.

            Es posible que algunos de esos espirituales críticos, hayan empleado la palabra “spermólogos” (en latin: semini-verbius) en el sentido de sembrador de palabras.

            El mayor apóstol del cristianismo, ¡un catador de semillas!

            Ni sospechaban siquiera, esos falsos filósofos del Ágora que, en el año 529, el emperador Justiniano I, con una ligera pluma, mandaría cerrar la escuela filosófica de Atenas, mientras que la doctrina del tal “spermólogos” sobrevendría siglos y milenios, siendo estudiada, siempre actual y juvenil 20 siglos después, y hasta el último día de la humanidad actual.

            De súbito, uno de los oyentes más interesados, propuso que el predicador de “la nueva divinidad” fuese invitado a dar una conferencia en el Areópago.

            Todos apoyaron la feliz idea; pues, como dice Lucas con discreta ironía, el ateniense no se interesaba por cosa alguna que no fuera oir contar nuevas noticias. Esperaban gozar de una hora de interesante debate. Aunque el recién llegado no fuera filósofo y expusiese una nueva ideología o sistema de pensamiento, podía, en todo caso, ser un divertido comediante.

            Invitaron, pues, a Pablo al Areópago.

            Y, con alguna insistencia, lo condujeron a la famosa colina.

Continuará en la Circular de Septiembre.

(1) Resurrección, en griego, es Anástasis: de ahí el equívoco de los atenienses-

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

         El progreso es posible a través de los ciclos, porque ellos no son rígidos y totalmente repetitivos. El tiempo atribuye una dirección al movimiento, una continuidad que se prolonga y en la cual las fases de los ciclos son ampliadas de forma secuencial. De esta manera, todos los ciclos son caracterizados por un modelo regular de progresión ordenada, a través de fases que se basan en el ritmo.

         No obstante, estos ciclos no se repiten simplemente; cada cual es único. Aunque estructuralmente todos siguen una forma básica de orden cíclico, ellos responden a las condiciones cambiantes dentro de su interior y en el medio ambiente. Esto es evidente al examinar los anillos de crecimiento en un árbol que se construye años tras años a medida que crece. Las variaciones en los anillos reflejan que se ha verificado una sequía durante el año o un período de abundantes lluvias, la inclemencia del invierno, etc. Hasta los ciclos rápidos, como los latidos del corazón, pueden variar de un momento para otro, de rápidos y trémulos a lentos y firmes. Ningún ciclo repite exactamente el precedente. Llamo la atención para esta variación cuando se habla de ciclos eternamente repetidos como “vastos sistemas de orden cíclico, ciclos que son regularmente recurrentes de manera general, aunque infinitamente variables en sus particularidades.”

         El espiritualismo describe los ciclos como ascendentes y recurrentes a un nivel más alto, girando alrededor de un círculo interminable y sin destino, pero representando una espiral de crecimiento. El interminable proceso de los ciclos siempre girando sobre sí mismo, pero no necesariamente hacia el punto de partida. Supongo que es la espiral, al contrario que la línea recta, la que constituye el símbolo del progreso. El retorno de la espiral puede parecer que la dirección se invierte, pero es necesaria para el movimiento ascendente. Se ha de ver la espiral no como extendiéndose de forma suave y continuamente en dirección ascendente, sino como el acto de caminar, con una serie de caídas y recuperaciones. Es una ley inmutable de la Naturaleza que es movimiento eterno, cíclico y espiral y, por tanto, progresivo y hasta idéntico en su aparante retroceso. Esta formación en forma de espiral ascendente de los ciclos desemboca en lo que llamamos evolución.

         A medida que los ciclos oscilan entre sus fases, en movimiento centrífugo y centrípeto, forman un modelo de nacimiento, rápido desarrollo, ascensión, declinio y muerte. La fase de declinio es parte de la Naturaleza igual que lo es la ascensión; ambas son intrínsecas a la progresión cíclica inexorable. Las formas son construidas, crecen y florecen. Pero, hasta durante el crecimiento, están presentes en las fuerzas de retracción y se vuelven dominantes en las fases posteriores. Ambos procesos se procesan continuamente en nuestros cuerpos, transformando el alimento en tejidos vivos, mientras que el catabolismo disgrega el tejido en productos residuales. Ambos procesos son necesarios a la vida. La propia tierra pasa por cambios semejantes; los volcanes construyen la superficie, mientras que la erosión los disgrega. En los organismos vivos estas fases de creación y decadencia tienden a seguir una u otra secuencia, aunque en períodos alternativos. Percibimos la actividad de crecimiento y retraimiento de dos fuerzas: la vida es una interacción cíclica de energías polares . . . el desvanecimiento de la energía de un polo siempre vinculado con el crecimiento en fuerza del otro polo.

         Cada uno de nosotros debe vivenciar el nacimiento, infancia, adolescencia, madurez, vejez y muerte. Las fases de nuestros ciclos de vida tienen contraparte psicológicas. En las primeras fases hay expansión y extensión, tanto física como psicológica. Las fases posteriores se caracterizan por la consolidación y decaimiento. Estos ritos son observados para señalar puntos importantes entre diferentes fases – nacimiento, mayoría de edad, casamiento, muerte. Estas transiciones ejercen un profundo impacto sobre todos nosotros y muchas personas las consideran traumáticas.

         Las civilizaciones también siguen estas fases de crecimiento y decadencia. Las profundas revoluciones que se procesan actualmente en todos los campos, son vistas por algunos como los dolores del nacimiento de una nueva Era. Hasta las estrellas siguen un modelo de juventud, madurez, vejez y muerte. Implica desde una nube de gas incipiente hasta un globo de fuego, en el cual procesos internos producen explosiones inimaginables de poder nuclear. Estos globos llameantes después de un período se estabilizan, como en el caso de nuestro Sol y, finalmente, alcanzan un punto de implosión, y la estrella desaparece. Pero nuevas nubes de gas a veces se reúnen en el punto donde hubo una estrella muerta desde mucho tiempo, para que el proceso pueda volver a comenzar.

         Así, la ascensión y la caída, la creación y la destrucción, son fases naturales del orden cíclico. Podemos ver esto todos los años en el ciclo de las estaciones, cuando el recogimiento de la vida y aparente muerte en invierno es seguido por una corriente de nueva vida en primavera. En Occidente, tenemos la tendencia de valorar la fase constructiva, temiendo la destrucción, pero en Oriente ambas son vistas como necesarias y naturales. En la simbología hindú, ambas aparecen como dioses primarios, uno igual al otro . Brahma, el Creador y Shiva, el Destructor.

         De acuerdo con la filosofía esotérica, de la misma manera como los universos son exhalados e inhalados, nosotros también estamos sujetos al ciclo de avance y retorno, en forma de una larga serie de renacimientos y reencarnaciones, intercalados por períodos de gestación. Nuestro ser pulsa con el proceso continuo del Gran Aliento. Se menciona esto como  “ciclo de necesidades . . . la peregrinación obligatoria para todas las almas . . . a través de los ciclos de encarnación, de acuerdo con la Ley Kármica”.

         Según la visión espiritualista, la muerte no constituye un fin sino una fase necesaria en un ciclo mayor de la vida. La muerte es vista como un intervalo de reposo, en el cual el polo subjetivo predomina por un espacio de tiempo entre encarnaciones físicas. Después de cada uno de esos períodos, el polo activo, de objetividad  y exteriorización, pasa a predominar nuevamente sobre la fase subjetiva, cuando el alma peregrina embarca en una nueva aventura física. Como un árbol que expresa vida nueva en cada primavera, nosotros pasamos por una serie infinita de nuevos comienzos. Seguimos el modelo espiral de la Naturaleza cuando continuamos abriéndonos y creciendo a través de los altos y bajos de muchas vidas. Somos uno con aquél patrón de ciclos abarcantes que provee los medios para el crecimiento y evolución permanente. Los principios metafísicos inherentes en el Uno Transcendente están reflejados en nosotros, como también en todo el cosmos en cualquiera de los niveles.

         Cuando estemos conscientes del orden natural de los ciclos rítmicos, podemos traducir esta realización en forma de mayor aceptación y comprensión de nuestras vidas. En un ciclo, cada fase está donde debería encontrarse en todo el proceso. Los estadios de la vida son naturales e inevitables. No necesitamos luchar con las transiciones de la vida, la creciente independencia de los países, escoger un compañero/a, la crisis en la mediana edad, la vejez y hasta la muerte. Cada fase tiene su propio lugar en el modelo general y cada uno de nosotros tiene sus lecciones y oportunidades para un nuevo crecimiento. Podemos ver y apreciar cada estadio de la vida así como apreciamos las estaciones del año.

         “Vive cada estación tal como ella pasa; respira el aire, bebe, saborea la fruta y entrégate a las influencias de cada una . . . permite que te soplen todos los vientos. Abre tus poros y báñate en los mares de la Naturaleza, en todos sus riachuelos y Océanos, en todas las estaciones del año . . . hazte verde como la primavera, amarillo y maduro como el otoño. Bebe la influencia de cada estación como si fuera un pequeño frasco, la verdadera panacea de todas las medicinas preparadas para tu uso especial.”

         Al acompañar los ritmos de la vida, aprendiendo a abrirnos en cada fase, en un nivel más profundo, no estamos verdaderamente dentro de los ciclos. En medio de los mundos que giran y se modifican estamos para siempre enraizados en el Uno, nuestro centro más profundo de consciencia enraizado en el principio fundamental inmutable y eterno. Somos el pequeño punto inmóvil subyacente a todos los movimientos de la vida, el centro de la rueda alrededor del cual todo gira, pero que es inmóvil en sí mismo. Si pudiéramos experimentar este punto de tranquilidad interior a través de la meditación y concentración, entonces, aunque estemos en medio de las variaciones de las circunstancias de la vida, podemos permanecer calmos y serenos, equilibrados en ese punto central, que permanece firme en medio de la existencia que se estremece a nuestro alrededor.

P L O T I N O

En el siglo III de nuestra Era, en los postreros tiempos del mundo helénico, aparece la pujante escuela neoplatónica, el último esfuerzo de la mente griega para dar una interpretación metafísica de la realidad desde sus propios supuestos. Plotino (204 – 270) fue el gran maestro de este período. Nacido en Egipto, convertido en jefe de escuela y hombre importantísimo en la misma Roma, Plotino desenvuelve una vida extraña, misteriosa y ascética, que le da un enorme prestigio. Su obra, celosamente conservada por sus discípulos, fue dividida por Porfirio en seis grupos de nueve libros, llamados por esto Enéadas. Su influencia ha sido extraordinaria en toda la Edad Media, en especial desde San Agustín a San Buenaventura, y más tarde en todas las corrientes de pensamiento determinadas por el misticismo.

Plotino se remite primariamente a Platón: los platónicos era el nombre que se daba a sí misma la escuela que nosotros llamamos neoplatónica. Pero recoge a la vez la especulación aristotélica y la de las filosofías helenísticas; frecuentemente surgen en sus páginas las alusiones a los peripatéticos, a los epicúreos y a los estoicos. Y, sobre todo, el pensamiento plotiniano está determinado por la presencia cercana del cristianismo. En rigor, en Plotino se atreve la mente griega, por primera vez, a pensar el mundo como algo producido; bajo la presión de la idea cristiana de creación, el mundo va a aparecer como algo cuyo ser ha sido producido por la Divinidad – el Uno - ; pero el pensamiento helenístico no es capaz de enfrentarse con la nada; y de aquí su concepto de emanación y, en definitiva, el panteísmo. La metafísica emanatista de Plotino es el intento de pensar la creación sin la nada, es decir, la reacción mental griega frente a los nuevos supuestos, que arrancan del primer versículo del Génesis.

            Plotino, que recoge la antropología platónico-aristotélica, subraya energéticamente el carácter peculiar de la vida y, sobre todo, el puesto intermedio del hombre, su constante referencia a lo más alto, su capacidad de alcanzar lo divino, la posibilidad, incluso, de que el alma se separe del cuerpo, aún en esta vida  - el éxtasis -, para elevarse a la esfera superior, en la cual alcanza su felicidad. Todo esto animado de un espíritu extraordinariamente vivo, cuya influencia filosófica y religiosa ha sido tan eficaz como, en ocasiones, peligrosa. El pensamiento cristiano acerca del hombre se ha nutrido durante centurias de la especulación neoplatónica, y a la vez ha tenido que bordear el constante riesgo de panteísmo que la amenaza.

Entre los muchos pasajes de las Enéadas donde Plotino se refiere con penetración y agudeza al hombre, he escogido los que me han parecido más característicos y a la vez más expresivos en su aislamiento. Pero hay que subrayar, muy especialmente, el sentido puramente antológico de esta selección.

En todo viviente, las partes superiores, el rostro y la cabeza, son más bellas , y las medias e inferiores no tanto. Pues bien; los hombres están en la parte media y abajo, arriba está el cielo y los dioses que hay en él; y la mayor parte del mundo está formada por los dioses y todo el cielo que lo rodea; la tierra es el centro y como uno cualquiera de los astros. Extraña encontrar la injusticia entre los hombres porque se piensa que el hombre es lo más digno del universo, como si no hubiera nada más sabio que él. Está situado entre los dioses y los animales y se inclina a unos o a otros; algunos hombres se asemejan a los primeros; otros, a los últimos, y otros, la mayoría, como intermedios.

El hombre no es, pues, el mejor de los vivientes, sino que tiene un puesto medio, y en el lugar que ha escogido y en que está, no es abandonado por la Providencia, sino que, llevado siempre hacia lo alto por todos los varios artificios de que se sirve la divinidad para hacer prevalecer la virtud, el género humano no pierde su ser racional, antes bien participa, aunque no sea del modo supremo, de la sabiduría, del entendimiento, del arte y de la justicia en las relaciones de cada uno con los demás y cuando se perjudica a alguno, se cree que se hace esto justamente, pues lo merece. Así, el hombre es una hermosa criatura, todo lo bella que es posible, y en la trama del universo tiene un destino mejor que todos los demás animales que hay sobre la tierra.

                                                                                  (Enéada III, II, 8 – 9)

Todos los hombres, desde el principio, usan los sentidos antes que el entendimiento, y se aplican primero, necesariamente, a las cosas sensibles; unos permanecen aquí, creyendo toda su vida que esas cosas son las primeras y las últimas, y que el dolor y el placer que se encuentran en ellas son el mal y el bien, y se figuran que basta con vivir persiguiendo el uno y evitando el otro. Y entre éstos, los que usan de razón afirman que eso es la “sabiduría”: son como las aves pesadas, que participan mucho de la tierra y a causa de su peso no pueden volar altas, aunque la Naturaleza las ha dotado de alas. Los otros se elevan un poco de las cosas inferiores, pues lo superior del alma los mueve de lo agradable a lo “mejor”. Pero, incapaces de ver lo superior, y como no tienen otra cosa donde apoyarse, se precipitan, con el nombre de la virtud, sobre las acciones y “elecciones” entre las cosas inferiores, de las que primero habían intentado elevarse. La tercera raza de hombres, divinos por su capacidad superior y por la agudeza de su vista, ve con su mirada penetrante el esplendor de lo alto, y se eleva como por encima de las nubes y de la oscuridad de aquí, y permanece allí, contemplando desde arriba todas las cosas de aquí abajo: se deleita en ese lugar de verdad que le es propio, como un hombre que después de alguna larga peregrinación llega a una patria bien regida.

                                                                                              (Enéada V, IX, I.)

 

 

 

 

P L O T I N O

En el siglo III de nuestra Era, en los postreros tiempos del mundo helénico, aparece la pujante escuela neoplatónica, el último esfuerzo de la mente griega para dar una interpretación metafísica de la realidad desde sus propios supuestos. Plotino (204 – 270) fue el gran maestro de este período. Nacido en Egipto, convertido en jefe de escuela y hombre importantísimo en la misma Roma, Plotino desenvuelve una vida extraña, misteriosa y ascética, que le da un enorme prestigio. Su obra, celosamente conservada por sus discípulos, fue dividida por Porfirio en seis grupos de nueve libros, llamados por esto Enéadas. Su influencia ha sido extraordinaria en toda la Edad Media, en especial desde San Agustín a San Buenaventura, y más tarde en todas las corrientes de pensamiento determinadas por el misticismo.

Plotino se remite primariamente a Platón: los platónicos era el nombre que se daba a sí misma la escuela que nosotros llamamos neoplatónica. Pero recoge a la vez la especulación aristotélica y la de las filosofías helenísticas; frecuentemente surgen en sus páginas las alusiones a los peripatéticos, a los epicúreos y a los estoicos. Y, sobre todo, el pensamiento plotiniano está determinado por la presencia cercana del cristianismo. En rigor, en Plotino se atreve la mente griega, por primera vez, a pensar el mundo como algo producido; bajo la presión de la idea cristiana de creación, el mundo va a aparecer como algo cuyo ser ha sido producido por la Divinidad – el Uno - ; pero el pensamiento helenístico no es capaz de enfrentarse con la nada; y de aquí su concepto de emanación y, en definitiva, el panteísmo. La metafísica emanatista de Plotino es el intento de pensar la creación sin la nada, es decir, la reacción mental griega frente a los nuevos supuestos, que arrancan del primer versículo del Génesis.

            Plotino, que recoge la antropología platónico-aristotélica, subraya energéticamente el carácter peculiar de la vida y, sobre todo, el puesto intermedio del hombre, su constante referencia a lo más alto, su capacidad de alcanzar lo divino, la posibilidad, incluso, de que el alma se separe del cuerpo, aún en esta vida  - el éxtasis -, para elevarse a la esfera superior, en la cual alcanza su felicidad. Todo esto animado de un espíritu extraordinariamente vivo, cuya influencia filosófica y religiosa ha sido tan eficaz como, en ocasiones, peligrosa. El pensamiento cristiano acerca del hombre se ha nutrido durante centurias de la especulación neoplatónica, y a la vez ha tenido que bordear el constante riesgo de panteísmo que la amenaza.

Entre los muchos pasajes de las Enéadas donde Plotino se refiere con penetración y agudeza al hombre, he escogido los que me han parecido más característicos y a la vez más expresivos en su aislamiento. Pero hay que subrayar, muy especialmente, el sentido puramente antológico de esta selección.

En todo viviente, las partes superiores, el rostro y la cabeza, son más bellas , y las medias e inferiores no tanto. Pues bien; los hombres están en la parte media y abajo, arriba está el cielo y los dioses que hay en él; y la mayor parte del mundo está formada por los dioses y todo el cielo que lo rodea; la tierra es el centro y como uno cualquiera de los astros. Extraña encontrar la injusticia entre los hombres porque se piensa que el hombre es lo más digno del universo, como si no hubiera nada más sabio que él. Está situado entre los dioses y los animales y se inclina a unos o a otros; algunos hombres se asemejan a los primeros; otros, a los últimos, y otros, la mayoría, como intermedios.

El hombre no es, pues, el mejor de los vivientes, sino que tiene un puesto medio, y en el lugar que ha escogido y en que está, no es abandonado por la Providencia, sino que, llevado siempre hacia lo alto por todos los varios artificios de que se sirve la divinidad para hacer prevalecer la virtud, el género humano no pierde su ser racional, antes bien participa, aunque no sea del modo supremo, de la sabiduría, del entendimiento, del arte y de la justicia en las relaciones de cada uno con los demás y cuando se perjudica a alguno, se cree que se hace esto justamente, pues lo merece. Así, el hombre es una hermosa criatura, todo lo bella que es posible, y en la trama del universo tiene un destino mejor que todos los demás animales que hay sobre la tierra.

                                                                                  (Enéada III, II, 8 – 9)

Todos los hombres, desde el principio, usan los sentidos antes que el entendimiento, y se aplican primero, necesariamente, a las cosas sensibles; unos permanecen aquí, creyendo toda su vida que esas cosas son las primeras y las últimas, y que el dolor y el placer que se encuentran en ellas son el mal y el bien, y se figuran que basta con vivir persiguiendo el uno y evitando el otro. Y entre éstos, los que usan de razón afirman que eso es la “sabiduría”: son como las aves pesadas, que participan mucho de la tierra y a causa de su peso no pueden volar altas, aunque la Naturaleza las ha dotado de alas. Los otros se elevan un poco de las cosas inferiores, pues lo superior del alma los mueve de lo agradable a lo “mejor”. Pero, incapaces de ver lo superior, y como no tienen otra cosa donde apoyarse, se precipitan, con el nombre de la virtud, sobre las acciones y “elecciones” entre las cosas inferiores, de las que primero habían intentado elevarse. La tercera raza de hombres, divinos por su capacidad superior y por la agudeza de su vista, ve con su mirada penetrante el esplendor de lo alto, y se eleva como por encima de las nubes y de la oscuridad de aquí, y permanece allí, contemplando desde arriba todas las cosas de aquí abajo: se deleita en ese lugar de verdad que le es propio, como un hombre que después de alguna larga peregrinación llega a una patria bien regida.

                                                                                              (Enéada V, IX, I.)

AFORISMOS.-

62º.-Si te diriges a Nosotros iremos a tu encuentro para recibirte.

      Es Ley no escrita por el hombre, y por ello Ley Universal, que todo movimiento en una dirección, produce un acercamiento en ambos sentidos.

      Así, cuando el hombre da un primer paso hacia su centro, en ese espacio interior todo se mueve con mayor velocidad hacia el punto de atención, focalizado en su corazón.

      Con la voluntad y la fé en armoniosa proporción, puestas con alegría en esa labor, sucede el divino encuentro con otra dimensión más etérea, donde el hombre sutiliza sus cuerpos y adquiere el brillo dorado de la Sabiduría.

63º.- Entréganos cuanto tienes y nosotros te daremos lo que poseemos.

      ¿Quién dará lo que posee, sin exigir antes la seguridad de una devolución con intereses?

      Necesitamos urgentemente el don de la confianza, para entregarnos sin condiciones, sin esperar beneficios materiales, intelectuales o de poderes mágicos. Cuando esto sea realizado en su totalidad, sólo entonces y no antes, recibiremos cien por uno. Esa es la promesa que nunca ha dejado de cumplirse.

      Pero queremos poner las condiciones, los dones que recibiremos y, sobre todo, tenemos prisa. Lo deseamos todo ¡ya!.

      Y esperamos en vano, porque no estamos a la altura requerida para administrar debidamente tanta riqueza.

64º.- Proyectamos nuestra imagen en el hombre. La perfeccionamos en la mujer.

      La creación divina comienza con la luz y termina con el hombre que, finalmente, es dividido en macho y hembra.

      Me atrevo a decir que en la Creación, la perfección es más compleja en cada período, hasta que concluye en el lado femenino humano.

      Adscribimos al varón virtudes consideradas masculinas, como: fe, coraje, valor, obediencia, voluntad; la mujer es valorada por su abnegación, amor, dulzura, entrega y confianza, entre otras.

      Sabio es quien se adorna con las virtudes de ambos y en ello encuentra su plenitud. Esa es la virtud, la unión de los polos, el justo equilibrio en la balanza de la existencia.

65º.- Haz de Dios una realidad y Él hará de ti una Verdad.

      Dios ES. Pensar y sentir con la mente de Dios,  el camino a seguir. Se llega por muchas vías. Los Maestros han dicho que hay una senda perfecta: el silencio interior.

      Cuando interiormente reina el Silencio, todo se transforma en un espejo reflejando la Realidad, sin tomar partido por nada ni nadie. Somos como montañas mirando al valle mientras las nubes pasan por las cimas o como lagos límpidos reflejando nubes y pájaros, que no detienen su paso ni dejan memoria en las azules aguas.

      Y así tocamos la Verdad con nuestra consciencia, sintiendo la Vida latiendo dentro y fuera de nosotros, el pulso de Dios. Y la canción brotará espontáneamente del corazón, con el gozo de lo Infinito cantando su melodía eterna en el sagrado Templo del Hombre.

66º.- Dios hizo al hombre. El hombre hizo el bien y el mal.

      Las leyes humanas son una imperfecta copia de las Leyes Divinas. Posiblemente, la que más se acerque sea la del perdón incondicional.

      El bien y el mal fue creado por el hombre, obedeciendo a sus conveniencias, fijándose límites de conducta, concediendo  a sus dioses el don de premiar o castigar en una vida más allá de la muerte. Con algunas variantes, los legisladores redactaron sus códigos morales en nombre de  Dios.

      Cuando llegaron los Maestros para poner orden en ese caos de creencias y conductas, fueron despreciados primero e interpretados después a conveniencia de la doctrina cívico-religiosa dominante en aquel momento.

      Cuando el individuo se desembaraza de los conceptos, las reglas, los ritos, y acepta la Verdad en su corazón, vuela tan alto que ninguna Escritura le alcanza, porque la Sabiduría libera de las cadenas ficticias forjadas por la Sociedad por y para sus servidores, esclavos fieles de las obras muertas.

67º.-Da  todo lo que poseas y acepta cuanto te den.

      Vivimos apegados a las personas y cosas que nos rodean. La propiedad es parte fundamental de nuestra propia estima. Dar y ser más pobre  parecen equivalentes.

      Entregar lo que poseemos es desprendernos del orgullo, la agresividad, la manipulación del poder y muchas cargas pesadas que soportamos, a veces dolorosamente, sin hacer el menor gesto para desembarazarnos de ellas.

      Aceptar lo que la vida nos da, es dejar de protestar por lo que nos sucede, de indignarnos por lo que nos hacen los demás, decir no a las propuestas manipuladoras que se nos presentan.

      Dice el Evangelio: "Da todo cuanto tienes y sígueme". Vamos a desprendernos de nuestros egos y aceptemos en su totalidad el mensaje de alegría y optimismo que la vida ofrece cada día.

68º.- Sea cual sea el camino que escojas, recuerda que hay tras de ti algo poderoso que te ayuda a seguirlo.

      A veces nos preguntamos dónde estamos y qué nos ha llevado hasta este punto del espacio.

      Nos ayudaría saberlo, pensar en una mano poderosa que maneja los complicados hilos del tejido de nuestras vidas y que, en su sabiduría, nos sitúa en el sitio correcto y en el momento correcto.

      Tengamos presente en nuestro pensamiento que, donde quiera estemos y cualquier cosa que hagamos, está dando nuestra contribución especial a la Obra Universal, a la Fraternidad, que labora para llevar a los hombres hacia el Amor, la Tolerancia y la Voluntad, para proseguir camino de la Eternidad, oscura y perpetua ambición humana.

69º.- El pacificador, antes de predicar la paz por el mundo, comienza por conseguirla en sí mismo.

      Van por el mundo los pacificadores de la tierra, dejando gérmenes de violencia en sus hechos, con enfrentamientos, oposiciones y otros movimientos de persuasión llamados de resistencia pasiva.

      Olvidamos que el verdadero pacificador comienza por desterrar la violencia de sus actos, después de abandonarla en sus sentimientos y pensamientos y se transforma en un ser inofensivo a través de su voluntad, percibiendo que las cosas de este mundo se inclinan ante él para obedecerle.

      Este es uno de los secretos mejor guardado de la Doctrina Secreta. Cuando iniciamos el seguimiento de este Regla de Oro, la vida se transforma en  plenitud de paz.

70º.- La luz nació fuera del espacio, y por esa luz, el espacio se iluminó.

      La Luz viene desde un punto que está fuera del espacio y del tiempo. Y por esa Luz las tinieblas se iluminaron.

      El Capítulo 1º del Evangelio de Juan, dice de una luz no conocida, incognoscible, que viene para iluminar nuestro mundo de apariencias.

      Esa es la luz que todos buscamos en el Amor, la Alegría, la Iniciación, la Renuncia, la Paz, la Espiritualidad y en tantas otras virtudes cuyos arquetipos están siempre Más Allá.

      No por ello pensemos son inalcanzables. Cierra los ojos, imagínalas, y tendrás una pequeña centella de toda la dicha que te espera desde que el tiempo comenzó. Y tú serás la persona elegida para disfrutarlas, porque en tus manos está.

71º.- Deposita tu confianza en Dios para que Él te ampare, y ve su mano oculta actuando a través de todo.

      La vida es una cuestión de confianza. Aseguramos nuestra salud, los bienes que poseemos y muchas otras cosas pertenecientes a este mundo de ilusiones y olvidamos lo perecedero de las cosas, donde todo pasa y nada es para siempre.

      Cuando una chispa de sabiduría pone nuestro destino en las manos de Dios, las cosas se mueven con un designio inescrutable pero inexorable, hacia una vía más justa, más pura y más limpia.

      Confiar es un don que puede llevarnos a las estrellas.

72º.- Sé sincero o falso, es imposible ser ambas cosas.

      Los Maestros de todos los tiempos han condenado la tibieza. En la ambigüedad no hay posibilidad para Ser o No-Ser. El santo tiene  las posibilidades de un malvado y el hombre diabólico encierra en sí la santidad; pero ninguno de los dos tienen el riesgo de la mediocridad.

      Y éste es el auténtico enemigo: la ausencia de color, la vulgaridad.

      Se puede estar en uno de los extremos, pero nunca simpatizar con ambos. Es del todo imposible la media verdad o la media mentira. Intentamos, vanamente,  conciliar los dos polos y el resultado es la mediocridad, el fracaso como vida, la inercia y la falsedad como negación personal.

73º.- ¡Vanidad! Eres en este mundo la fuente del vino donde el rey celestial viene a beber.

      El hombre que se refugia en un mundo de drogas y propicia la ocasión de olvidarse de sí mismo,  tiene la vanidad en lugar preferente, por ser uno de los estupefacientes más sutiles conocidos.

      No en vano las Escrituras Sagradas dice: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad...".

      Bebemos de este vino durante nuestra existencia. Humildad, piedad, compasión, filantropía, se visten con las ropas de la vanidad en la vida del hombre, cegándole y cerrando en falso la herida causada por la ignorancia.

      Seamos conscientes, atentos, despiertos, para que la vanidad no se instale en nosotros bajo el disfraz de virtud y sea mostrada con satisfacción irresponsable.

74º.- El dinero es, al mismo tiempo, bendición y maldición. Transforma amigos en enemigos y enemigos en amigos. Quita y da ansiedad a la vida.

      El color dorado de la Sabiduría es como el oro, metal noble codiciado por los hombres que todos deseamos poseer.

      Noble es el afán de atesorar todo cuanto brilla y tenga ese color, aunque su apariencia no parezca ser así. El problema está en la posesión equivocada, porque la tendencia material tiende a estancar lo que debería fluir. Entonces, la posesión es maldita en sí misma, corrompiendo al poseedor y a los supuestos beneficiarios, que ven así frustradas sus esperanzas.

      La riqueza acumulada no es poseída, sino que nos posee, actuando como un corrosivo que destruye el entendimiento y apaga la consciencia del pretendido dueño.

      La verdadera riqueza consiste en el dominio del cuerpo, sentimientos y pensamientos, dando al hombre las 7 llaves de la puerta del Reino Interno. Ante ese hombre se inclinan los reyes de los cuatro puntos cardinales y le ofrecen sus tesoros más preciados.

75º.- ¡Mi querido ideal! ¿Cuando te busqué en la tierra, no te reías de mi en el cielo?

      Los ideales humanos son como la leyenda del pájaro de la felicidad, inalcanzable, volando desde un árbol a otro sin permitir su posesión.

      Ponemos el ideal en la hermosura física, en la salud, dinero, en cualquier clase de propiedad. No es malo tener cosas, pero no es suficiente; en sí mismo es pobreza.

      Un ideal es una ilusión que parece inalcanzable, pero que seguimos con fé, creyendo poder tomarlo, pero no estará nunca en nuestras manos. Si alguien dice que realizó su ideal, pensemos que si lo alcanzó no es en absoluto un ideal. Los ideales pertenecen al mundo astral y están en otra dimensión.

      Tengamos ideales y vamos a seguirlos, porque ayudarán a darle sentido y valor a la vida, nos perfecciona y aportan convicción en un mundo más justo.

76º.- El placer es dificultad, sueño; el dolor, prepara el camino a la inspiración.

      La felicidad actúa como el sueño, adormece y debilita. El dolor funciona como un despertador. A veces, parece un látigo que obliga a seguir andando; otras, por medio de las lágrimas,  recuerda lo efímero de las cosas.

      La felicidad es positiva cuando viene de un estado interior de consciencia, cuando es un resultado, una consecuencia de una suma de virtudes que actúan en conjunto. La felicidad que llega por otros caminos, lleva al sueño cuyo despertar, inevitable, puede ser terrorífico.

      El dolor es positivo si añade experiencia a nuestro conocimiento. Caso contrario, embrutece y acumula odio y rencor por todo lo que parece nos niega.

77º.- El hombre razona de acuerdo con sus propias conveniencias.

      Verdad y mentira, justicia e injusticia, todo es circunstancial y depende de los hombres que legislan, de los usos y costumbres y otros condicionantes que varían geográficamente.

      Monogamia y poligamia, monoteísmo y politeísmo, xenofobia, limpieza étnica y tantos misterios de la conducta humana, escapan de la razón para formar parte del alma de los pueblos .

      ¿Entenderemos la Ley de Lynch? ¿Comprenderemos la cremación de las viudas? ¿Bastan dos testigos para acusar de un delito? ¿Es lícito el aborto?

      El hombre actúa desde su particular razón y conveniencia, bien sea en su nombre o en el de la comunidad, cuya representación dice ostentar.

78º.- Aquellos que intentan ver virtudes en sus falta son los que tantean cada vez más en las tinieblas.

      Las costumbres hacen leyes.

      No hay duda de que la legislación de los pueblos obedece al poder que de él emana. Y de acuerdo con su evolución y medios de subsistencia se confeccionan las ordenanzas que los rigen.

      Así se constituyó la moral, que emana del fondo popular y marca la idiosincrasia de los hombres que integran la sociedad.

      Pero, quienes hacen de todo una virtud, cerrando las puertas a cualquier cambio, inmovilizando pretenciosamente la ley divina del eterno cambio, pecan de ignorancia y sus nombres son borrados de la memoria de los pueblos.

79º.- Desear la venganza es desear el veneno.

      Desde la antigüedad la venganza, como veneno de la mente y la sangre, fue conocida por los iniciados.

      Efectivamente, las personas vengativas viven como bajo los efectos de un tóxico que corroe la sangre y predispone la mente a algún tipo de demencia que nos hace actuar sin medir las consecuencias.

      No hay mejor venganza que el perdón incondicional, pues nos da acceso a la paz y la serenidad necesarias para vivir una vida armoniosa.

80º.- La verdadera fe es independiente de la razón.

      Razón y fé son vías paralelas, destinadas a la separación. ¿Por qué? Porque la fé que está en una dimensión diferente de la razón, camina en soledad y no tiene argumentos, ni filosofías ni eruditos que la justifique.

      La razón necesita pilares donde sostenerse, como son los argumentos y las tesis.

      La fé avanza en soledad, sin caminos, bajo sus propias leyes.

      Bueno es tener razón y, si tras ella actúa una fé, mil veces mejor para el hombre que guarda en sí estos dos tesoros.

81º.- La sabiduría es como el horizonte, cuanto más a él te aproximas, tanto más él retrocede.

      Esta es una verdad que necesita ampliarse. Si quien busca sabiduría se aproxima a ella y nota que ésta retrocede, ha de darse cuenta de que está ante un espejismo. Cierto es que el horizonte se amplía, dando nuevos límites, que una vez alcanzados se transforma en otros nuevos, pero estamos ganando en profundidad.

      El hombre camina y profundiza, empequeñeciéndose, para renacer en un nivel más alto y más grande.

      Este es el secreto sagrado que nos aguarda para revelarse, si tenemos la osadía y el coraje de dar los primeros pasos hacia el Oriente, hacia donde nace la Luz.

82º.- El ideal es el medio, pero liberarse de él es la finalidad.

Los ideales son útiles inapreciables para quien busca la Verdad donde quiera ella esté. Pero quien depende de sus ideales para seguir su camino, es semejante al hombre que llevaba una guía para conocer la ciudad, y el día que la extravió, se perdió sin que fuera hallado.

Cuando se puede prescindir de los ideales, se reconoce la madurez espiritual, capaz de seguir su camino en la más absoluta oscuridad, sin guía ni luz alguna.

"Padre, ¿por qué me has abandonado?

Y a continuación:

"En tus manos encomiendo mi espíritu".

Y la confianza vuelve al Maestro, que marcha solitario hacia su propia gloria.

83º.- El valor del sacrificio está en la espontaneidad.

Nos fascina la niñez porque ella es todo espontaneidad. Con la llegada de la inteligencia y el raciocinio, se vuelve la mente calculadora y el encanto de la inocencia desaparece.

Volver de nuevo a la espontaneidad es lo que se hace después de sacrificar nuestros egos más apreciados y valorados. Cuando son transformados en tiempos de paz y armonía, llega la espontaneidad, la inocencia, que no conoce el bien ni el mal, porque alcanza el estado de pureza.

84º.- Cuando el avaro practica cualquier generosidad, la propaga a los cuatro vientos. 

El espíritu de ganancia está en todas partes con su poder dominador. Hasta lo que conocemos como generosidad, se pregona en la plaza pública en honor de los benefactores.

Damos una limosna, hacemos una acción benéfica, y pretendemos extraer beneficios por nuestras acciones.

El fariseísmo es un mal endémico en nuestra sociedad. El altruísmo se anuncia en todas partes para reconocimiento popular y, por tanto, nos disponemos para recoger los intereses que produzcan.

Dice la Doctrina Secreta que hagamos la limosna en secreto. Prudente y sabio es quien sigue el precepto fielmente.

85º.- Oculta tu bondad, para que ella no alcance los límites de tu vanidad.

      La bondad exteriorizada concluye en vanidad interior.

      La simplicidad consiste en una bondad natural, no manipulada. Es un estado de gracia no provocado por nada.

      Las virtudes lo son por ser ocultas, formando parte del carácter y se manifiestan espontáneamente. Si una cualquiera de estas cualidades se expresara, eclipsando a las demás, la vanidad no tardaría en hacer su aparición y con ello la anulación de la positividad.

      Callar es una condición en la que se oculta un gran poder para aquél que sabe.

86º.- Las almas grandes se transforman en corrientes de amor.

Fluir es condición básica para que las almas puedan ser pescadas en las redes que lanzan los Maestros desde las orillas de la Eternidad.

Como el agua que no puede dejar de correr para no contaminarse, el hombre ha de fluir en un eterno movimiento ascendente que llamamos aprendizaje, para no caer en la muerte del inmovilismo.

"A nadie llames Maestro", dice Jesús a un oyente que le da este título. En verdad, la maestría en la tierra no es más que un grado superior del aprendiz.

Seamos canales limpios para que las mil vías del amor fluyan sin contaminarse y podamos darlo en su estado más puro.

87º.- Cuando el alma está en armonía con Dios, cualquier acto se transforma en música.

No se concibe el ritmo sin música, ni ésta sin armonía. El alma divina en estado de meditación o de inspiración, escribe la música del silencio sobre el tejido nervioso, produciendo vibraciones acompasadas, a las que llamamos melodía interior.

La mano que bendice, la voz que consuela, la sonrisa que anima, la mirada que afirma, tienen su propia música y el hombre la hace sonar desde la caja sonora de su corazón.

88º.- El éxito se reserva al creyente porque lo avala la  fé.

La llave del éxito se fabrica con materiales que llamamos fé, convicción, seguridad.

El primer paso debe ser dado depositando fé en la propia persona. El segundo, es dado por la convicción en nuestra propia valía y el tercero, viene con la seguridad de que hemos corrido el velo y visto la sabiduría que poseíamos sin saberlo.

Yo cambiaría la palabra creyente por sapiente, pues a la creencia o acaso, la puede sustituir, con ventaja, el saber consciente.

89º.- Antes de buscar conocer la justicia de dios, debemos ser justos con nosotros mismos.

Lo transferimos todo hacia el futuro. Hablamos de la justicia de Dios y la colocamos en un mañana. Nos juzgamos con indulgencia y complacencia y todo lo que hacemos tiene justificación.

Dice la Doctrina Secreta que si nos miramos imparcialmente, impersonalmente, sin juzgar, sin opinar, como simples testigos, la venda caería de nuestros ojos ciegos y veríamos, sin pensamiento de culpabilidad, cuánto hay de imperfecto en nuestra superficie.

Y al vernos, con ojos limpios, encontraríamos la justicia divina.

90º.- Cuando la llamada del alumno alcanza un determinado diapasón, llega el maestro para responder.

Tenemos la insólita creencia de que si un día estuviésemos suficientemente preparados, vendría un Maestro a completar nuestra formación espiritual.

El auténtico Maestro se conoce cuando nos habla desde el corazón con voz suave, a través de la intuición, de la meditación, de la contemplación, de la consciencia.

Esa voz responde siempre y guía nuestros pasos para poder extraer lecciones desde cualquier punto de la existencia.

91º.- Todas las circunstancias en la vida es destinar a hacer sobresalir lo que es verdadero de lo que es falso.

Pasamos por la vida con los ojos cerrados, como en un sueño, alterado a veces por golpes que quieren despertarnos, pero no lo consiguen.

Todas las ocasiones que depara cada día de nuestra vida, son para que aprendamos y analicemos la lección que contiene.

Para ello, hemos de estudiar y aprender la lección que nos da la flor, el árbol, la nube, el río, el mar, la montaña, el viento, un rayo de sol y todo ser viviente, desde el más insignificante al más complejo. Y entenderemos que la sabiduría nos rodea por todas partes y el Maestro nos habla en todo momento.

 

 

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