ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS

Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 

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                                                            EL MUNDO DE LOS SUEÑOS

        ¿Y si los lugares, personas y situaciones que aparecen en nuestros sueños fueran reales y no sólo reflejos de experiencias que vivimos despiertos?

        Necesitamos soñar. Está probado, que una de las funciones principales del sueños es hacer soñar. Está considerado que el hombre soporta como máximo de media, diez días sin dormir, al fin de los cuales comienza a sufrir terribles alucinaciones y acaba muriendo, pudiendo afirmarse que el sueño no sólo es una de las misteriosas curiosidades de la vida, sino uno de sus elementos básicos y hasta uno de sus fundamentos. Pero, al final, ¿qué es soñar?

        Un antropólogo K. Stuart, conoció en Malasia una tribu de aborígenes y quedó asombrado con la teoría que habían desarrollado con respecto a los sueños, llegando a afirmar que equivalía, en términos de profundidad y complejidad a nuestras conquistas en al área de la electrónica y física nuclear. Traducida en nuestro lenguaje, esta teoría podría ser resumida de la manera siguiente: El hombre interioriza impresiones del  mundo exterior que, frecuentemente, están en conflicto con él mismo o con la comunidad en la cual vive; durante el sueño, estás impresiones son liberadas, provocándose muchas veces desagradables sensaciones de culpa, miedo o castigo. También pueden provocar sensaciones de placer que el hombre no tiene cuando vive despierto. Sea cual fuere la circunstancia del sueño, afirman que debe ser vivido con toda intensidad, pues se trata de una experiencia tal real como cualquier vivencia cotidiana.

        Creen que “reprimiendo” el sueño, o sea, no desarrollando la capacidad de “vivir” el sueño, el hombre guarda consigo emociones que acaban por deprimirlo y dejarlo físicamente enfermo y psicológicamente desequilibrado. Por eso, enseñan a sus hijos que el sueño es bueno y puede proporcionar experiencias muy agradables si sabemos aprovecharlo. El desayuno entre estos nativos es una verdadera sesión de análisis de sueños de todos los miembros de la familia. Los primeros en contar sus sueños son los menores, atentamente escuchados por los padres y hermanos mayores. Los otros también relatarán más tarde los sueños, pero con toda la comunidad reunida.

        Cuando los pequeños revelan que el sueño los asustó o que despertaron con una sensación de alivio por entender que nada de los soñado había sucedido, los más viejos les explican que el sueño interrumpido por el susto y consecuente despertar hubiera podido haberlos llevado a un mundo nuevo, lleno de cosas insólitas y agradables. Un sueño común entre niños y que, generalmente, les da miedo es el de caer de la cama o en un abismo. Siempre que ocurre, los padres les dicen que es necesario relajarse y divertirse con la caída durante el sueño, porque caer es el camino más corto para entrar en un mundo espiritual que no vemos cuando estamos despiertos.

        Afirman los padres que, si despertamos perdemos la ocasión de unirnos a los espíritus de esos otros mundos. Y que ningún terror debe detenernos, pues la entrada en el otro mundo y el encuentro con sus habitantes, es siempre gratificante. Según ellos, esa es la manera de manifestar nuestro poder espiritual, que vive limitado y contenido en el estado de vigilia. El rompimiento de esos bloqueos es asustador y por eso el niño interrumpe su viaje onírico y despierta. Pero, a medida que es educado por la tribu, aprende a ir hacia delante en sus paseos durante el sueño y acaba transformando el miedo en alegría.

        Para estos nativos el monstruo o el malhechor que aparecen en sueños deben ser enfrentados y atacados. Una vez dominado, ese elemento hostil se transforma en un aliado. Al contrario, cuando se huye de una figura desagradable que aparece en el sueño, ella se fortalece y nos domina, impidiéndonos proseguir en los reveladores viajes oníricos. De ese modo, nos mantenemos circunscritos al mundo físico que conocemos en estado de vigilia.

        Después de meses de convivencia con estos indígenas, Stuart confirmó lo que ellos ya sabían, aunque lo explicasen de otra manera: que la vivencia de los sueños expande la consciencia. En otras palabras, el sueño es un medio extremadamente eficaz para desarrollar nuestras capacidades mentales y espirituales que se embotan en la vida diaria. En la época de sus investigaciones, el antropólogo concluyó que los nativos estaban más avanzados que nosotros, que negamos la importancia del sueño. Además, nuestro conocimiento sobre el origen y finalidad de los sueños era en esta época (1.950), confuso, primario y hasta psicótico.

        ¿Qué ha cambiado durante este tiempo? Hasta hoy hay divergencias de interpretaciones y posiciones opuestas acerca de los sueños. Los estados y experiencias se han desarrollado bastante. Sabemos hoy, que la profundidad del sueño está marcada por estadios regulares que van del 1 al 4, en escala ascendente y retornan al 1. Esos ciclos se repiten de cuatro a cinco veces durante la noche y los períodos de sueño se hacen cada vez más largos, llegando a ocupar del 20 al 30% del sueño de un adulto. Esos análisis, han probado entre otras cosas, que las antiguas nociones de pasividad e inalterabilidad durante el sueño son falsas. Durante el estadio 1 del sueño, los experimentamos de una manera vivida, señalados por rápidos movimientos de los globos oculares. La temperatura del cerebro sube, la frecuencia de descarga en las células cerebrales es semejante a la que se verifica en estados de crisis y las glándulas segregan las mismas hormonas liberadas en situaciones de emergencia. La química interna alcanza un máximo de actividad y todo el cuerpo se coloca en situación de alerta. La relación precisa entre los rápidos movimientos de los ojos y los sueños  todavía es un misterio, pues son descontrolados para que signifiquen que acompaña una imagen interior y, además de eso, le sucede a los ciegos congénitos, que sueñan sin las imágenes que aparecen en los sueños de los videntes.

        Conocemos la manifestación física del sueño, pero no sabemos por qué ocurren. Basta comprobar que corresponden a una actividad real, sea cual fuere la interpretación que se de a ella. A finales del siglo XIX, Freud lideró la investigación del significado de los sueños, en una tentativa de resolver finalmente esta cuestión que intriga al ser humano desde que existe. De hecho, él revolucionó el campo, pero fueron los investigadores que vinieron después quienes acabaron desvelando todas las ignoradas posibilidades de los sueños. Para Freud el sueño es la realización de un deseo reprimido, casi siempre manifiesto por medio de símbolos y no por su representación directa.

        Esos deseos reprimidos serían, según él, generalmente de naturaleza sexual. Así, la imagen de un objeto largo simbolizaría el pene; la de un objeto circular, el órgano genital femenino; cualquier tipo de movimiento, la relación sexual, etc. Muchos de los contemporáneos de Freud consideraron su interpretación estrecha y limitada. Entre ellos, Carl Jung, que fue el primero en romper con el dogmatismo sexualista de Freud.

        Jung escribió: “Exactamente como la vida humana no está limitada por éste o aquél instinto, pero sí constituida por una multiplicidad de instintos y factores psíquicos y físicos condicionantes, del mismo modo los sueños no pueden ser totalmente explicados por cualquier elemento aislado. Ninguna teoría de instintos será capaz de explicar la poderosa y misteriosa psique humana, ni el sueño, que es su expresión. Es verdad que existen sueños que representan deseos reprimidos, pero ¿cuántas otras cosas puede representar? Los sueños pueden representar verdades innegables, profecías, ilusiones groseras, fantasías, anticipaciones, experiencias irracionales, visiones telepáticas, y sabe Dios qué más”.

        A partir de Jung que, como estos aborígenes, afirmaba que los sueños son una vivencia que enriquece la vida, llegamos al día de hoy sin un consenso común con respecto a ellos. Pero, teniendo en cuenta la dirección en que van las teorías más avanzadas, podemos afirmar que el sueño no puede ser considerado un incidente del sueño o un mero archivo de imágenes. Se puede afirmar que los indígenas tenían razón: el sueño es una puerta abierta hacia un estado superior de consciencia. Para Steiner, un maestro del ocultismo moderno, creador de la antroposofía, si alguien pretende ampliar su consciencia y desarrollar la percepción de mundos ultra sensibles, tendrá que cultivar la comprensión de sus sueños.

        La vida humana transcurre en tres estados que se alternan: vigilia, sueño con sueños y sueño profundo. Para la antroposofía, el sueño tiene su propio significado, independiente de la vida en estado de vigilia o sueño profundo. Lo que ocurre, es que los sueños son arbitrarios, carentes de sentido, irregulares e incoherentes, hasta que se tome consciencia de ellos y desarrolle la capacidad de comprenderlos y vivenciarlos. Cuando eso se consigue, van formando progresivamente un mundo lógico, regido por leyes determinadas y comienzan a revelar no sólo un mundo nuevo, sino uno superior. En el mundo físico hay enigmas y misterios, que son manifestaciones de fenómenos originados en ese mundo superior, inaccesible a la percepción normal de los sentidos humanos. A través de los sueños podemos adquirir ese tipo de intuición. Pero, ¿cómo entonces aprender a vivir el sueño de modo que sirva de instrumento para desarrollar nuestra percepción superior? Es necesario, primero, tomar consciencia de la existencia de nuestro cuerpo etérico, comprobado en la fotografía Kirlian y centenas de experiencias realizadas en el mundo. El cuerpo etérico es una formación energética, apróximadamente de la misma forma y tamaño que el cuerpo físico, ocupando el mismo espacio. Es una estructura de organización muy delicada y sutil, de color básico diferente de los siete colores del arco iris.

        Las partículas del cuerpo etérico están en constante movimiento, formando numerosas corrientes que mantienen y regulan la vida. Normalmente, esas corrientes etéricas escapan completamente al control de la voluntad de la consciencia humana, tal como la función del estómago y del corazón por ejemplo, normalmente independiente de la voluntad. Pero, así como el yogui es capaz de controlar esas funciones del cuerpo físico, también es posible asumir el control de las funciones del cuerpo etérico. A medida que tomamos consciencia de la existencia de tal cuerpo, pasamos a desarrollar una capacidad de percepción además de los límites establecidos por nuestros cinco sentidos.

        Los sueños pueden ser entendidos como la consciencia del cuerpo etérico. El cuerpo físico es, para nosotros, una realidad y, por tanto, nos parecen reales las representaciones de nuestra mente en estado de vigilia. En el momento que consideramos el cuerpo etérico como una realidad, pasan a ser reales las representaciones de nuestros sueños. La percepción superior es muy delicada y por eso cae fácilmente ante las poderosas impresiones proporcionadas por los sentidos físicos, de la misma forma que nuestra visión se ofusca ante el esplendor del sol y no consigue ver las estrellas durante el día. En el sueño, cuando las impresiones del mundo físico se debilitan, es más fácil entrar en contacto con fenómenos que ocurren en otra realidad.

        A lo largo del proceso en que tomamos consciencia de nuestro cuerpo etérico y del carácter real de las imágenes oníricas, los sueños van asumiendo un aspecto cada vez más lógico. Las imágenes que antes ignorábamos o interpretábamos como símbolos de algunos actos, circunstancias o emociones unidas a lo cotidiano del mundo físico, pasan a adquirir significado propio, a expresar situaciones de otros mundos. El individuo tendrá así las primeras experiencias inaccesibles a la consciencia común de una persona en vigilia.

 

 

 

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                                                                           EL PLACER DIVINO

          Hace poco tiempo que Occidente empezó a mirar con más atención la cultura oriental. Fue eso lo que ha ayudado a crear una especie de Renacimiento en las artes, a partir de los años 60 del pasado siglo XX.

        Pero fue con la sexualidad  que, también a partir de la visión oriental nos empezamos a cuestionar este aspecto de su cultura. Está claro que todavía permanece los tabúes de aquella sexualidad vergonzosa que llena hoy día las revistas, cines y libros de eso que hemos llamado liberación sexual.

        La realidad es que los orientales han ayudado a cuestionar nuestra sexualidad pero, como acostumbra pasar, gran parte de esa controversia se ha vuelto una moda, sin nunca llegar a la naturalidad que mostraron los antiguos hindúes, por ejemplo, con relación al sexo. Generalmente, los occidentales continúan sin saber donde mirar cuando hay escenas de sexo en toda su pureza y grandeza sagrada.

        A mediados de la década de los pasados años 60, se hicieron las primeras películas realizadas en el Nepal, célebre por sus templos que son un inmenso museo a cielo abierto, con multitud de adornos con esculturas eróticas particularmente realistas.

        En la India, opinan que estas esculturas pertenecen a los templos y no tienen problemas en que sean fotografiadas. Porque cuando las cosas son sagradas lo son para todos.

        De hecho, en el Nepal o en cualquier lugar de la India, esas esculturas sugestivas y realistas fueron esculpidas a pocos metros del suelo, donde jugaban los niños. De esta manera, dioses y diosas se abrazan y aman a pequeña distancia de las criaturas que, sin ningún problema, contemplan las escenas cuando les interesa.

        La respuesta del pueblo es característica del pensamiento y comportamiento oriental con respecto a las cosas del amor. Hoy, después de estos pocos años de contacto con ese pensamiento, nosotros los occidentales, nos interrogamos sobre tal conducta, porque descubrimos que nuestra concepción de las actividades fundamentales de la vida  -  y el sexo lo es   -  está corroída por el puritanismo y perturbada por los múltiples complejos generados por él.

        Para comprender la visión del erotismo oriental es indispensable pasar por la metafísica y la filosofía, tal como se sugiere en los textos sagrados, en las tradiciones místicas y mágicas del tantrismo y las enseñanzas de determinadas escuelas iniciáticas.

        Es necesario examinar con calma el simbolismo en la arquitectura y el arte en los templos, porque tiene por fin hacer visibles, sensibles y claras, las correspondencias y relaciones en general descubiertas entre el ser y el cosmos.

        Según la visión oriental, la vida es energía divina, única y universal. Todo procede de lo alto, del Uno, de lo inexplicable, de lo no – manifestado, para descender de esfera en esfera, en dirección a la manifestación.

        Entonces, el hombre es una de las etapas de lo manifestado. Y la manifestación es dual: aparecen en ella los polos y las corrientes contrarias. Así es la dualidad de los sexos.

        Pero la dualidad no se detiene aquí: cada ser tiene su propia dualidad. Cada ser es andrógino, posee en sí mismo las dos potencialidades. De encarnación en encarnación, de renacimiento en renacimiento, el ser dispone tanto de un cuerpo masculino como de otro femenino.

        En el cuerpo masculino guarda el recuerdo de la polaridad femenina que aspira volver a encontrar. Encerrado en el velo de las ilusiones del mundo físico, cree descubrir su otro ser encarnada en otro de polaridad opuesta, con quien intenta realizar la fusión que tanto busca.

        Así, es la imagen de su propia unidad que imagina al unirse a otra persona del sexo opuesto. Es la grande y eterna búsqueda de lo intangible. Uno, el ser entero, que siempre condiciona la vida amorosa.

        Pero, en el interior de cada ser, todavía existen otras dualidades. Las propias energías que lo animan son de dos naturalezas diferentes. El cuerpo físico es dual a partir de una estructura invisible que es la sede de corrientes energéticas cuyo papel principal es mantener la vida.

        Estas energías tienen su centro de irradiación en las glándulas o chakras cuya función es dual o sea, reciben y distribuyen energía. Una de esas energías tiene características femeninas: es la gran diosa, la serpiente de fuego de la Tierra, la kundalini. La otra tiene una característica masculina: es la energía solar primordial.

        Es necesario que la unión de las fuerzas se opere en el ámbito de los diferentes chakras, plexos o centros, para que el ser resultante sea hijo de la Tierra y el Sol, a fin de que sea posible alcanzar la unidad.

        La energía femenina o kundalini, tiene su sede en la base de la columna vertebral, a lo largo de la cual se eleva como dos serpientes, en torno al caduceo de Mercurio, dando vida a lo largo de su camino a otros centros y funciones.

        La finalidad de ciertas disciplinas del yoga iniciático es dirigir la fuerza kundalini hasta el centro de lo alto de la cabeza, dando así al ser humano la apertura de facultades superiores.

        En el tantrismo existe una técnica, maituna, que enseña al asceta (hombre en este caso) a invertir el flujo del semen en el momento del orgasmo. Éste debe subir, haciendo que la energía sexual asciende con la kundalini en dirección al centro del cráneo, a fin de obtener la iniciación.

        La unión entre la energía femenina y masculina es descrita por los místicos de la India como un torbellino cilíndrico vertical, que pasa a través de un anillo horizontal. O sea: es el mismo símbolo sexual de todas las culturas: el lingan o pene, el falo, envuelto por el yoni, la vagina.

        Otra representación sexual: el simbolismo esotérico oriental personalizó cada fuerza, cada energía, bajo la forma de una divinidad y cada una de ellas tiene tanto un aspecto masculino como femenino. La unión entre esos opuestos significa la plenitud de tal energía, su punto de apertura máximo, el cenit de la creatividad.

        Sólo en esos estados el individuo tendría condiciones de realizar la integración, la conjunción armónica entre las fuerzas que lo animan. Solamente entonces su cuerpo desempeña un papel semejante al del momento de la Creación y no existe disociación entre cuerpo y espíritu.

        El cuerpo es sagrado, repiten siempre las Escrituras. Es la morada de esta esencia admirable que es el espíritu, el milagro de los milagros. No hay nada más maravilloso que el cuerpo humano. La consciencia de sí es la verdadera consciencia. Porque si la creación es divina, ese divino se extiende a toda criatura, toda naturaleza y el cuerpo humano es para el sabio el templo de la divinidad. Su cuerpo es el jardín del placer.

        El templo concretiza de manera permanente el concepto oriental del universo de la vida y el hombre. La forma humana es, primeramente, un lugar mágico, escogido según reglas precisas, una especie de catalizador de energías cósmicas. Seguidamente, reduce esquemáticamente al universo y corresponde, en sus estructuras, sus armonías a los diferentes modos por los cuales la vida se manifiesta.

        Principios, leyes, relaciones entre microcosmos y macrocosmos, toman la forma de símbolos, lenguaje imaginario más potente que toda expresión hablada o escrita, dotada sin duda de varios significados, dispuestos según el nivel de comprensión de cada hombre.

        Pero es necesario hablar de algo más sobre el tantrismo. Desde el siglo II y, de manera más profunda, desde el siglo VI, las escuelas de filosofía tántrica se desarrollaron y esparcieron por todo Oriente. Ellos refunden y profundizan algunas enseñanzas del budismo y brahmanismo y se caracteriza por su erotismo simbólico. Es el tantrismo el que refuerza y acentúa el lugar destinado en los templos a las representaciones del amor físico.

        La finalidad y experiencia propuesta por el tantrismo al individuo son, siempre, la de transfigurar, la de unirse por la más tenue y sofisticada forma del Yo y la armonía cósmica. Pero, en cuanto a otras disciplinas, el camino a seguir es interior y abstracto, mientras que en el tantra el cuerpo humano sirve de instrumento de revelación mística: es a partir del cuerpo que se procede a iniciar, para llegar a lo desconocido.

        Dice un dicho sagrado oriental: “Sin el cuerpo no hay perfección ni beatitud.”  Otro afirma: “Es aquí, en mi cuerpo, donde se encuentran todos los lugares sagrados.”

        Encontramos en el tantrismo la concepción de dos naturalezas de la energía: el macho y la hembra, siendo la última la kundalini, la Diosa que necesita ascender. Y, como en muchas doctrinas, el ser humano es considerado andrógino.

        Toda fuerza está personalizada por un dios y todo dios tiene su principio femenino. En toda representación tántrica, una divinidad unida a su opuesto femenino es considerada mágicamente más potente.

        En este mundo físico de ilusión, en esta época oscura de la humanidad, el hombre no puede tener cualquier idea sobre la felicidad de la Unidad, la unión de dos polaridades antagónicas y complementarias que, por medio de la unión carnal, refleje los acordes energéticos universales. Así sucede en el paso de lo físico a lo metafísico: “Tú, Diosa, Tú eres mi verdadero Yo. Ninguna diferencia entre Tu y Yo.”

        La escultura, que representa el enlace voluptuoso de un hombre y una mujer, expresa menos “la vida como ella es” que la vida como un ritual; un ritual para ser cumplido. Es un prisma reflejando la naturaleza dual del ser terrestre y cósmico que revela secretamente cómo el hombre puede transmutar su fuerza.

        ¿Qué dice esa mujer en éxtasis, ese hombre con los ojos cerrados en pleno placer, qué dicen ellos en su lenguaje de piedra? Dicen que la felicidad, la paz, el bienestar, no están en el movimiento, en la prisa, sino en el instante, en lo suspenso.

        Contempla la superficie de un lago agitado. No verás más que imágenes distorsionadas. Pero, cuando el viento ha cesado, las aguas parecerán un espejo maravilloso, reflejando el esplendor calmo del azul de la naturaleza. Pero, ese azul y esa naturaleza estaban ahí, cuando soplaba el viento.

        ¿Qué pasa cuando la voluptuosidad abre las puertas del éxtasis? El cuerpo queda en reposo, la emoción desaparece, la mente se aquieta; ahí está la superficie inmóvil del lago, reflejando el azul y la naturaleza. Pero basta el más mínimo movimiento de las ondas para hacer estremecer la mente, aunque sea el simple deseo de conservar ese estado de bienaventuranza; es lo que basta para perder el esplendor de ese estado.

        Adquirir un estado permanente de no – deseo, un estado de éxtasis fijo donde el lago de la consciencia se mantenga para siempre inmóvil y puro, es la finalidad de todo iniciado.

        Habiendo experimentado ese estado de alegría suprema, de unidad interior, el ser vive libre, impasible, firme como una montaña. Sin edad, inmortal, puede ir por el mundo transbordando el amor y la sabiduría. Despierto, consciente de todo, vive en el reino de la felicidad.

        Así se entiende, bajo una luz particular y mística, el arte erótico de los templos orientales. Que sean carnales y sexuales sus representaciones de piedra sembradas en un país tan grande como la India, con sus montañas e inmensas planicies con una vegetación abundante, donde la vida palpita locamente, no hacen más que expresar la busca interior, la llamada al Más Allá, el inmenso deseo de un re – encuentro con lo Divino.

Imagina en tu corazón un mar de ambrosía y, en medio de ese océano una isla maravillosa y, en medio de esa isla, un jardín encantado. En el centro de ese jardín, bajo un árbol que canta sin voces, encuentra tu Divinidad. Como en el abrazo de la persona que amas, el hombre olvida el mundo, todo lo que está a su alrededor dentro y fuera de él. De la misma manera, la unión con el Ser Absoluto apaga el interior y el exterior.

        El amor es la unión de dos cuerpos, el gran incendio de las almas, la atracción de fuerzas complementarias, la onda de las profundidades de la Creación. La correspondencia, o por lo menos la busca, son las leyes del equilibrio cósmico. Como dice la Divinidad en el Bhagavad Gita: “Yo soy el Amor en la Creación”.

                                                                   Salvador Navarro Zamorano

 

 

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                                             EL PODER DE DIOS

 

          En momentos difíciles, cuando somos invadidos por fuerzas negativas, sólo hay un camino para el hombre: relajarse y entregarse completamente al poder de Dios.

          No una vez, sino muchas veces, todos llegamos a una situación en que nuestros problemas parecen aplastarnos, hasta el punto de dudar que podamos darle una solución. Muchas personas, en este caso, buscan un médico o un psiquiatra; es lo que dice el buen sentido. Hay ocasiones, sin embargo, en que los médicos no logran nada. ¿Qué hacer?

          Creo mucho en el poder de la entrega a Dios, en colocar nuestras vidas totalmente en Sus manos. El nos puede conducir en medio de cualquier crisis, independientemente de las descorazonadoras opiniones de cualquier ser humano.

          Para atraer el poder ilimitado de Dios, necesitamos desarrollar una fe mucho mayor y confianza ilimitada en El. Hay que mantener silenciosamente este pensamiento en nuestro interior: “¡Padre! ¡Hágase Tu voluntad y no la mía!”   Es frecuente que las personas tengan recelos de entregarse a Dios porque realmente no confían en Él. No tienen la seguridad de lo que Él pueda dar y lo que ellas quieren. Así, aunque se diga: “Hágase Tu voluntad”  no lo dicen sinceramente. Ahí está el error.

          Mientras pensamos que podemos dirigir nuestras vidas sin ayuda de nadie, no entramos en contacto con Dios. Es necesario abandonar primero la ilusión de que el pequeño ego es suficiente, si queremos recibir lo que Dios nos manda. Cuanto más confiamos en El y menos en las ayudas materiales, mejor estaremos. Eso no significa que no debamos atender los consejos de los médicos o que ignoremos el valor de un tratamiento prescrito por un profesional. Entretanto, aunque estemos cooperando con el auxilio de estos doctores, debemos percibir que el poder de Dios en la mente es la verdadera fuente de cura; los métodos externos apenas estimulan la mente para liberar un poco de esa energía divina desconocida.

          Como instrumento para absorber el poder de Dios, la mente es ilimitada. El cuerpo, esa magnífica forma física que el hombre posee, es un producto de su propia consciencia. Cada uno de nosotros es especial, porque usamos nuestra mente de modo diferente. Cultivando actitudes y pensamientos correctos, somos cada vez más capaces de expresar la Divina Consciencia, cuyo reflejo está oculto en nosotros como el Ser.

          La preocupación crónica, el miedo, la tensión nerviosa y otras emociones negativas (culpa, odio, celos, amargura) entorpecen los canales por los cuales la sabiduría y la curación fluyen desde los niveles más profundos de la consciencia. Las personas quedan tan tensas y forzadas por la ansiedad a luchar con sus problemas que acaban emocionalmente “colgadas”. De ese modo, cuando han intentado todo lo que es posible para resolver sus asuntos y nada parece acertar, lo más sensato que puede hacerse es relajarse. Interrumpamos las tentativas de luchar por medio de los recursos humanos limitados de la mente racional que nos lleva indefectiblemente al estado de tensión y frustración. Enteguemos el problema a Dios con un 100% de fe y confianza. En otras palabras: “Digamos adios al problema, dándolo a Dios”.

          Tratemos de entregar completamente a Dios nuestro corazón, mente y vida. Eso comenzará a retirar los bloqueos mentales que nos ha causado la consciencia de estar separado de Él. En consecuencia, sentiremos que Su poder fluye libremente hacia nosotros. Los pensadores de gran creatividad, los innventores, aquellos que han realizado hazañas extraordinarias en momentos de emergencia, santos que comulgan con Dios, todo lo que los seres humanos han aprendido en diferentes grados, se realiza cuando han ido a buscar esa divina reserva interior, fuente única del poder e inspiración creadora.

          Los psiquiatras dirían que esas cualidades residen en la mente “inconsciente”.  Tal vez no usen la palabra “Dios” porque la ciencia lo ve todo en términos de leyes naturales. Pero nosotros no podemos separar a Dios de Sus leyes. Independientemente de la terminología usada, todo los que hagan un examen suficientemente profundo descubrirán la semejanza entre los principios científicos que gobiernan el universo (incluso el cuerpo y la mente del hombre) y las verdades expresadas a lo largo de los tiempos por los videntes que tuvieron una experiencia de Dios. Cualquier ciencia que niegue la existencia de esas verdades espirituales aún no han comprendido plenamente lo que está estudiando. En verdad, no hay conflicto entre un instructor espiritual que dice “ten fe en Dios” y el psiquiatra que recomienda: “Busque los recursos internos de la mente inconsciente”. Entrando en contacto con los niveles más profundos de la mente es cuando comenzamos a vislumbrar a Dios.

          La mente es un mundo maravilloso cuyos poderes deben ser investigados, usando los métodos adecuados. Aquellos que realmente desarrollan una busca espiritual siguen el camino correcto con una meditación guiada por alguien que conoce a Dios y no pierden el contacto  ni con la realidad, con el buen sentido, ni con las leyes eternas de la verdad.

          La meditación es el camino más elevado para encontrar fuerzas a fin de superar los obstáculos de la vida. Todos deberían combinar sus actividades de manera que puedan tener el tiempo diario para liberar la mente de preocupaciones, responsabilidades y perturbaciones externas, entregándose a Dios por medio de la meditación.

          En la meditación, la primera regla es aprender a relajar el cuerpo y la mente. Sentado, con la columna vertebral recta, bien en una silla o en el suelo con las piernas cruzadas. Los ojos cerrados para reducir las distracciones. Levantar suavemente los ojos hacia un punto situado en el centro, entre las dos cejas. Relajar el cuerpo algunas veces, mientras se inspira y expira profundamente. Entonces, se abandona mental y fisicamente. Mantener la postura recta, pero relajar tensiones y contracciones musculares, deshaciendo toda tensión indebida. Quedar suelto interna  y exteriormente, como una bandera de tela colgada de un mástil.

          Ahora no pensemos en el problema, pues en tal caso quedamos preso al nivel consciente. Practiquemos técnicas de meditación y entreguemos profundamente el corazón, la mente y la vida a Dios. Cuando nos relajamos y tranquilizamos la mente, por medio de la meditación, comenzamos a recurrir a niveles superiores de consciencia, el eterno cofre donde se guarda todo lo que aprendemos en esta vida y en otras innumerables reencarnaciones anteriores. Si damos un vacío a la super-consciencia, la sabiduría comienza a filtrarse en la consciencia que está en vigilia y encontramos soluciones para nuestras dificultades o una orientación hacia la dirección correcta.

          Cuando nos sentimos enfermos o pasamos por una crisis emocional es frecuente que nos juzguemos como desamparados y queramos desistir. ¿Pero tú no sabes que la vida ha sido hecha para luchar y superar problemas?  No importa qué ocurra, veamos constantemente el lado positivo. Algunas personas tienen tendencia de ver el lado peor de la situación. La reacción invariable es el miedo y el pesimismo. Examinenos cada día nuestra conducta y veamos en qué estamos pensando o nuestro comportamiento, recordando que son las actitudes erradas las que destruyen la paz, la felicidad y voluntad constructiva. Si, existe el mal en este mundo. En el dominio de la dualidad no puede haber luz sin tinieblas, alegría sin tristeza, salud sin enfermedad, vida sin muerte. Pero permanecer siempre en las cosas negativas es un insulto al alma y a Dios. ¡Jamás dejemos que el desánimo tome cuenta de nosotros!

          Vamos a crear en torno nuestro un ambiente de pensamiento positivo.  Ha sido dicho que, para la mente, las actitudes son más importantes que los hechos y eso es una gran verdad. Si procuramos conscientemente lo mejor en todas las situaciones, ese espíritu positivo y entusiasmo actúan como un maravilloso estimulante de la mente, los sentimientos y el cuerpo. La actitud correcta es un auxilio gigante para remover las obstrucciones mentales y emocionales que se levantan entre nosotros y los recursos divinos en nuestro interior.

          En medio de todas las crisis, hay que afirmar con profunda convicción: “Señor, tengo la capacidad del éxito, porque Tú estás en mi”. Seguidamente, sintamos nuestra voluntad unida a una Voluntad superior, buscando una solución. Veremos que ese Poder Divina nos está ayudando de un modo misterioso. En cuanto nos esforzamos al máximo, mantengamos la mente sintonizada con la fuente interior de fuerza y orientación, afirmando: “Señor, hágase Tu voluntad, no la mía”.

          Las afirmaciones son un modo excepcional de absorber el poder de la mente. Cuando estemos perturbados o temerosos, afirmemos en cada respiración: “Tú estás en mi; yo estoy en Ti”. Sentiremos, con seguridad, Su presencia. Las afirmaciones repetidas reiteradamente con concentración y poder de voluntad, se hunden en la mente subconsciente y superconsciente y reaccionan creando exactamente las condiciones que estemos afirmando. Así nos transformamos.

          Para crecer espiritualmente, necesitamos todo el tiempo de nuestra vida. La espiritualidad no es algo que pueda ser injertado desde el mundo exterior, como una “aureola” que podamos confeccionar y colocar sobre nuesta cabeza. Ella viene de un esfuerzo paciente, continuo, cotidiano y de un relajado sentido de entrega a Dios. La luz de Dios no desciende de repente en nosotros y nos hace santos en un instante. No. Es un esfuerzo diario de transformarnos y entregar el corazón, la mente y el alma a Dios, tanto en la meditación como en la actividad.

          Descubrí que mi despertar espiritual más profundo ocurre cuando me entrego y tú también puedes descubrirlo. Cierra los ojos y “mirando” hacia tu interior dí: “Señor, yo Te entrego mi corazón. No importa lo que hagas conmigo. Vengas o no a mi, sólo se que Te amo”. Este es el amor divino. Ninguna experiencia humana puede equipararse al amor y la bienaventuranza perfectos que inundan la consciencia cuando nos entregamos verdaderamente. Es la realización más sublime que el alma podrá conocer.

          No tengas miedo de Dios. No importa los errores que hayas cometido en el pasado. Muchas personas se ahorcan con resistentes cuerdas de culpas, de miedos, dudas y van en busca de auxilio profesional para tratarse esos complejos. Si tuviéramos fe suficiente podríamos cultivar la comunicación con Dios de manera igualmente fácil. Él es el verdadero Padre confesor a quien debemos llevar nuestros problemas. Nos conoce como somos y es imposible esconderLe cualquier cosa. Aun así nos ama incondicionalmente como hijos Suyos que somos. Cuando sintamos la carga de dificultades emocionales negativas, hay que disponerse a entregarse a Dios con profunda fe: “Padre: malo o bueno soy Tu hijo. Ayúdame a comprender mejor mi verdadero ser y dame fuerzas para manifestar la perfección innata de mi alma”.

          Ese sentido de confianza y entrega crea una relación con Dios tan dulce que no hay palabras que la describa. Sí puedo decir que eso da sentido a todo lo que llamamos vida. ¡Qué alegría sentimos cuando podemos despertar cada mañana, interiorizar nuestra atención y decir: “Madre Divina, ¿qué quiero hoy? Solamente hacer Tu voluntad. ¡Guíame!”  Cuando tratamos nuestras obligaciones con esa consciencia, sentimos la fuerza y el amor transbordando de esa fuente interior para nuestra vida.

          No importa donde Dios nos haya colocado; hagamos lo máximo para manifestar un espíritu positivo, una fortaleza interior de la mente, un sentido de fe, confianza y entrega a Sus pies. ¡Es tan simple conocer a Dios! Basta abandonarse y dejarLo entrar en tu vida. Este es todo el propósito del camino espiritual. Y recibir toda la experiencia que llegue como mandada por Él e intentar aprender con ella. Para transformar la vida, usemos el poder de Dios que está en nuestro interior. En eso está la completa libertad de todas las limitaciones del cuerpo, la mente y este mundo de ilusión. En eso está la victoria suprema para todos nosotros.

                                                                                Salvador Navarro Zamorano

                                                                                Escritor.

 

 

                           

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  ENSAYO SOBRE EL TRABAJO

  Una filosofía de la acción.-

Tanto la acción como el intelecto son maneras masculinas pero se nota una especie de compensación entre ambas, como si lo intelectual fuera  - y lo es - una forma estilizada de la acción. El hombre de acción que realiza un ejercicio intelectual, el trabajador manual que lee o escribe durante unas horas, por ejemplo, se siente cansado y como embotado para su labor manual; hay en él una falta de precisión, de la atención necesaria para su hacer, que sus patronos atribuyen, y con razón, a la pre-ocupación del trabajador por la lectura. Y viceversa: el intelectual puro, el escritor, el hombre erudito, que ha hecho mucho ejercicio físico durante el día, se siente obtuso para la creación intelectual y nota en sí una cierta ausencia de frescura creadora. Si es escritor, notará poca inspiración y profundidad, vigor y claridad en lo que escribe. Sin duda, el ejercicio físico causa placer al habitual del trabajo intelectual, como el ejercicio mental da placer al trabajador manual, por una compensación, en ambos, de equilibrio fisiológico, pero en detrimento para el hacer específico de cada uno. Por eso, el intelectual rechaza subconscientemente la acción y el trabajo corporal, como el trabajador manual se ve incompatible con esa finísima acción que supone la busca y expresión de las ideas.

          Pero todavía en el hacer se ha de distinguir entre un saber hacer  teórico, que es de puros elementos intelectuales, y el saber hacer manual, que más que un saber es una habilidad o aptitud para haber o conseguir. Hay una acción masculina que es el puro saber intelectual o saber por saber, que se contenta con verdades. No es un saber práctico o pragmático, un saber para hacer, o mejor un saber hacer, pero es acción y no contemplación, porque la voracidad de la mente, en su continuo errar en busca de verdades, es el máximo equivalente de la acción. Contemplación es quietud interior, éxtasis frente a lo contemplado. La razón es activa, no contemplativa, como lo es la intuición. Por eso el hombre, con saber nada más, ya actúa. Pero hay luego otro saber menor, sin vuelo, que busca sus verdades a ras del suelo, y poco seguro de sí, ha de certificarlo todo con un hacer, con la realización práctica de lo que sabe; aquí el hacer va al ritmo del pensar; es acción intelectual traduciéndose en labores reales que satisfacen el impulso de construcción. Pero aún hay un último saber inferior, en que el saber ya es mínimo y va surgiendo como de las manos, a medida que se va realizando el trabajo; es el trabajo manual , la habilidad de lo manual, que responde también al impulso de construcción y que representa el último tramo respecto a la acción pura de la inteligencia. El saber hacer o acción de segundo grado del hacer, es propio de lo masculino, y el tercer grado se enlaza con el segundo, más con el impulso de juego que con el de la construcción; es ya lo próximo al quehacer femenino.

          Saber hacer, cuando se mezcla con la mera habilidad, descubre la baja varonía. Todo varón que se complace en hacer bien un paquete, una jaula para un pájaro, un barquito o un gorro para niños; todo el que experimenta el goce de la habilidad manual, el mañoso que se complace en arreglar la instalación de la luz en casa, o la del televisor; ese varón que enreda más que trabaja, porque rehuye la creación y el espacio ancho y vive prendido de lo menudo y banal, sin anhelo para lo grande, es un hombre de vuelo corto. Suele ser un tipo casero, afable y servicial para todos, “muy amante de sus hijos” y muy “compenetrado con su esposa”, justamente por no asumir su masculinidad creativa. Es el mismo rasgo que hace al “hortera” disponer complacidamente de la simetría y filigrana de los estantes, objetos y escaparates de su tienda y tener un rara disposición para hacer paquetes y la caligrafía artística, especialmente de las letras mayúsculas. La mujer no tiene la especialidad de tirar piedras o la de construír colosales obras arquitectónicas, pero sabe empaquetar, hacer lazos, adornar, como un varón no lo podrá hacer sin grandes dificultades. Pensemos en el profundo significado de juego que tiene la labor de encaje o la confección de prendas para muñecas. Unos y otros sin clara finalidad o, acaso, con el designio secreto para ser desechados a su término, para ser comenzado otra vez. Y así indefinidamente. Es frecuente en la mujer esto de deshacer muchas veces la labor empezada otras tantas, quizá en obediencia a un hondo impulso de repetición. Penélope, destejiendo de noche lo urdido durante el día, para así dulcificar la espera de Ulises, es un magno símbolo femenino.

          Todos sabemos como se fabrica un cántaro o se ara un huerto, pero nos falta a muchos saber hacerlo; de ahí que la palabra “saber” haya quedado circunscrita a lo puramente teórico, al puro idear, comparar, calcular y deducir. A nadie se le ocurre decir: “¡Cuánto sabe este carpintero!”; como nadie, ante un libro del filósofo o el descubrimiento de un investigador, exclamará: “¡Qué bien lo hace  este hombre!”, como no sea en un sentido metafórico de la expresión, pues cuando decimos de un pianista: “lo hace muy bien o sabe su oficio”, es justamente aludiendo a lo inferior de su arte, a lo que tiene de práctica diaria de mero oficio. En la diferencia entre el saber  y el hacer está lo que hay entre el artesano  y el artista. En éste, predomina lo intelectual, lo teórico; en aquél, la aptitud para la realización, lo práctico. Pero no olvidemos, que las artes (pintura, escultura y danza) fueron originalmente oficios, técnicas del saber realizado.

          En la escala de las Artes, se observa la gradación desde el puro saber masculino hasta la habilidad filigránica de lo femenino. Lo más viril de las artes es la arquitectura, que es pura acción intelectual, enérgico impulso de construcción, cálculo y proyecto. Las más femeninas, la Música y la Poesía, son pura contemplación y escasa acción. Las intermedias, como la Danza, el Mimo, la Escultura y la Pintura, no son acción ni contemplación puras, sino que a la creación se une la habilidad manual, porque no representan ni lo puro masculino ni lo femenino elevado. Para toda artesanía hay un talento específico: el saber hacer, que no es hacer automático y cotidiano, no un hacer sin aprendizaje y sin saber previo, no, en suma, quehacer femenino ni es tampoco el puro saber sin hacer del intelectual, sino que es el saber manual, la habilidad para confeccionar, que no es lo mismo que construír. La gente distingue al “mañoso”, al hábil en la labor manual, del “virtuoso”, que a fuerza de hacerlo bien, hace lindar su habilidad, para la estimación vulgar, con lo artístico y creador. Es la distinción entre Arte y Técnica, que ya hacían los griegos. El saber hacer crea la técnica, el arte-facto, el utensilio, es decir lo útil. Pero el arte no es hacer, sino un crear en busca de expresión y no de utilidad.

          Todo hacer, toda técnica, es masculina; es dominio sobre las cosas o creación de ellas, pero no una vida complacida en el servicio a esas cosas. El violinista que, en vez de una alta sensibilidad para interpretar obras ajenas, hace re-crearla, escoge sólo las obras difíciles de ejecución, para meter su habilidad manual como única mercancía de valor, es un virtuoso, es decir, un artista, pero inferior. El pintor que sólo tiene como mérito el de ser buen dibujante, es muy escaso pintor. El hacer en sí no entra en la categoría de arte, y hay grandes artistas cuya aptitud para la ejecución es baja y su hacer es un tanto torpe. Son muchos los pintores y dibujantes artísticos que tienen mala caligrafía, como son muchos los buenos músicos que cantan mal. Cuando la técnica triunfa, es que ha decaído la creación, porque, psicológicamente, la técnica es un obstáculo para el arte. Hoy que tanto se habla de técnica, debiera tomarse en cuenta esa su profunda raíz en los sexos, épocas y pueblos.

          En suma; el que sabe mucho no suele ser un buen artífice manual, y al revés. El físico no sabe hacer un tornillo; ni el arquitecto, un tabique. El especulativo siente rechazo no por la acción, que el pensar mismo lo es, sino por el quehacer y su próximo pariente el saber hacer manual. Es raro que el hombre dedicado al pensamiento sepa corregir una avería del grifo de su lavabo y que, sobre todo, se complazca en ello. Pero entiéndase:  no porque no sepa, sino porque siente aversión a hacerlo.

          Sólo en el inventor, la fiebre de la creación suele vencer al rechazo de la prueba. Y ello, bien por asegurar la exactitud del experimento o bien porque en la concepción del inventor apuntan rasgos femeninos. Recuérdese a Leonardo da Vinci, en que el saber y la habilidad manual  se reunían felizmente en él, gracias a sus ingredientes de ambos sexos. El sentido femenino de toda la faena se alumbra tanto o más cuanto más superfluas o de adorno sean las cosas en cuya confección se deleita el hombre. Cuanto la feminidad hace, como quehacer, tiene un designio artístico o de lujo, que es también forma de servicio.

          Todo el que del trabajo hace un servicio, satisface vivencias femeninas. Tales el sastre, el cocinero, el peluquero, el ayuda de cámara, el diplomático, el modisto y el “imitador de estrellas”. Y al revés: todo varón de rasgos femeninos acusados es hábil, doméstico, minucioso y apto para las labores mínimas del quehacer. Y sobre todo, es, en el fondo, un anti-intelectual. El más inepto e inhábil de los hombres es el filósofo. Luis XIII era orfebre, jardinero, carpintero, buen tirador, herrador y buen jinete; incluso sabía afeitar. Pero odiaba la inteligencia y era inapetente para los libros y las mujeres. Tibero sabía bordar. Robespierre se complacía en hacer encaje de ganchillos. Todos ellos, de dudosa masculinidad.

          El quehacer no es trabajo ni es deporte, pero tampoco juego; es un servicio acostumbrado, es decir, una forma de la acción femenina suavizada por el lubricante de la costumbre. El trabajo es acción sobre las cosas, violencia, para hacerle rendir sentido; trabajar es alumbrar creación, responde a un impulso varonil, aún cuando el resultado de la operación sea una silla o un zapato, idénticos a otros ya hechos por el mismo por artesano. Sólamente cuando esta actuación pesonal desaparece en el anónimato de la fábrica, en que operario ayuda o sirve a la máquina que es la que con ciega impersonalidad elabora objetos iguales, en serie, el hombre siente la profunda insatisfacción de su trabajo que le parece metafísicamente falso. Pero el quehacer  femenino   no es traumatismo sobre las cosas, sino una amorosa conservación para hacerles rendir un tributo de servicio. No es impersonal, porque la misma feminidad se funde y conjuga con esas cosas animándolas de su propia personalidad.

          El quehacer femenino es un hacer sin fin. Tras la limpieza matinal de la casa viene la elaboración de la comida, y el lavado de la ropa, y el planchado, y el trabajo de punto interminado e interminable, fundido con el cuidado de los niños, y la atención constante sobre ropas, muebles, flores, animales domésticos y sobre sí misma, como el objeto de lujo, centro del universo de la casa. Nunca termina del todo el hacer femenino, que es, por eso, un quehacer.

          Lo femenino es un estar siendo, pero no un haciéndose en proyectos, un elaborarse a brazo el propio existir. Y como la flor en sus perfumes, como el agua en la fuente, el alma femenina se da continuamente en flujo, en emanación, en la carta, en la conversación, en el quehacer interminable.

                                                                      Salvador Navarro Zamorano

                                                                      Escritor.

 

 

 

 

 

 

55

                                                                           EL “YO” SAGRADO

        Para el ego, el centro principal de la vida es el mundo de las apariencias. Superar esa ilusión y dar espacio para que nuestro YO interior se manifieste de forma adecuada es condición básica para encontrar la tan deseada satisfacción espiritual.

          La oración citada con más frecuencia en el mundo occidental incluye estas palabras: “hágase Tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo”. El ego se propone separar su concepción sobre lo que es la Tierra y el Cielo. Para el ego tener el Cielo en la Tierra significa ser la persona más rica y famosa en este mundo. Para el YO sagrado, el “Cielo en la Tierra” significa que no existen tales diferencias.

          La Tierra, insiste el ego, es el lugar donde tú deberías preocuparte sobre apariencias y adquisiciones. El centro principal de la vida aquí, conforme el ego, tiene que ver con las apariencias, especialmente la física, que prevalece sobre los sentimientos interiores. La carrera profesional, la cualidad y cantidad de las posesiones y la pompa del éxito, son los objetivos para los cuales el ego desea dirigir sus energías. Todo eso y sin duda es más importante que la vida interior.

          Pero todos nosotros tenemos consciencia del vacío y la futilidad de los recursos del ego. Estás leyendo este artículo, entre otros motivos, porque sabes que, al fin de tener una experiencia de vida más rica y más profunda, necesitas saber como integrar el ego en el YO interior que le ofrece su presencia amorosa.

          Para comprender de qué manera trabaja el ego, debes entender que tu falsa visión de ti mismo, cree que la Tierra es tu hogar. Si te identificas como materialista, como el ego quiere, entonces tu felicidad y plenitud vendrá en forma de cosas físicas en el mundo manifestado.

          Mas hay una faceta en ti consciente de que estas cosas no proporcionan la satisfacción espiritual que es la promesa de la búsqueda sagrada. El planeta Tierra no es tu único hogar. Lo que te ofrece es sólo parcialmente satisfactorio, lo visible desde el mundo de los sentidos. Tu aspecto interior sabe que la Tierra no es tu destino final.

          Tu Yo Superior está más allá de este mundo de vida y muerte, donde las apariencias son tenidas como de absoluta importancia. Considera seguidamente dos formas de esas apariencias:

          Juzgar a los otros por su apariencia exterior.- Es característico de personas orientadas por el ego juzgar a otros según dimensiones externas, posesiones, nivel social y conducta.

Frecuentemente, el juicio es cortés y sin mala predisposición, en casos de que clasifiques y prefieras no estimular la relación amistosa con alguien, basado en la posición de la persona en tu escala de valores. Con todo, es una técnica útil para el ego a fin de impedir que puedas llegar a conocer tu Yo Superior.

          Todo el juicio que envuelve las apariencias es una herramienta de autorización para comparar las personas. El ego te utiliza para reconfirmar tu separación y adora mantenerte separado de los otros. De esa manera, consigue evitar que te sientas unido como en realidad lo estás.

          Cuando consultas tu Yo Superior aprendes que es una parte de la misma esencia divina que une todos los seres en la fuente del Espíritu. Tu Yo interior confirma que no eres mejor que otros y no necesitas juzgar o compararte con los demás. Hay un Dios y una fuente con muchas manifestaciones diferentes.

          Cuando tienes esta consciencia, no puedes ver a otras personas en función de lo que poseen o como se presentan, incluso ni de cómo se comportan. Te enfrentas a estas personas en términos de la divinidad que fluye a través de ellas, manifestación de la energía que sustenta al mundo físico. En tus pasos por el camino sagrado, experimentas esa fuerza fluyendo a través de ti y de los demás.

          Trata de enviarles amor y sabiduría, sin reparar en las apariencias porque eres sensible a la energía sagrada que fluye a través de ambos. Tu Yo Superior te recuerda la verdad respecto a alguien, aunque ese otro la haya olvidado.

          Aquellos seres dirigidos por el ego con los cuales nos relacionamos, no han de ser juzgados de ningún modo. Puedes sólo testimoniar amorosamente esa relación, sintiendo la presencia amable por dentro, aunque ellos no la perciban. Tú y Dios son uno cuando permites que tu Yo Superior esté presente.

          En esa unión tienes la serena consciencia de que este planeta es una pausa en un largo viaje. Este es el lugar donde sus habitantes y propiedades jamás permanecen iguales. Ellos soportan continuamente una serie de cambios físicos. El Cielo, al contrario, es inmutable y eterno; hay ausencia de enjuiciamiento crítico, ausencia de propiedades y de status social.

          “Así en la Tierra como en el Cielo” no debería ser una expresión de palabras vacías, sino una percepción por cual tu Yo Superior te urge a apartarte de todo pensamiento de separación de tu prójimo y de Dios.

          Ciertamente, muchas personas se conducen de manera que demuestran no están orientadas por su Yo Superior. Tu tarea en estos momentos es recordarlo y evitar aceptar la invitación del ego para juzgarlos.

          Esas personas aprenderán con sus propios comportamientos, pero tú necesitas consultar con tu espíritu interno para encontrar respuestas. Este es un medio de dominar el ego y experimentar la paz que acompaña el rechazo de juzgar a otras personas. Esto no equivale a decir que tienes que estar de acuerdo con las conductas torpes de los otros o que ellos deban ser responsables por sus comportamientos. Lo que debes de hacer es consultar con tu Yo Superior antes que a tu ego, y negarte a juzgarlos o colocarte por encima de cualquier comparación.

          Juzgar con base en las apariencias.- Si te has dejado convencer por el ego para juzgar personas según sus apariencias externas, probablemente serás juzgado por ti mismo con el mismo descrédito. Cuando analizas tu propia vida valiéndote de evaluaciones basadas en apariencias externas, concluyes que no has correspondido a tu potencial y puedes tener la seguridad de que tu ego te está gobernando.

          Cuando necesitas de alguna cosa para tener una imagen positiva de ti mismo, te encuentras en una carrera sin meta y no conseguirás la paz espiritual. El camino para salir de esta trampa de auto-rechazo es admitir que la Tierra no es tu casa definitiva.

          El Cielo en la Tierra comienza a ocurrir cuando abandonas la falsa idea de que necesitas probar a alguien que posees las credenciales necesarias para ser considerado como un éxito.

          Cómo el mundo de las apariencias surge en tu vida.- La busca de apariencias es uno de los medios más comunes por los cuales tu ego domina tu existencia cotidiana. A fin de trascender estas tendencias que te apartan de tu substancia interior, debes ser capaz de identificarlas desde el momento que hagan notar su presencia. Voy a dar unos ejemplos frecuentes de este tipo de comportamiento y pensamiento.

          Estar más preocupado con tu apariencia que con tu misión en la vida. Gastar gran parte de tu tiempo y dinero en el cuidado de tu cuerpo por causa de la apariencia.

          Buscar posición social, premios y símbolos externos de éxito, en vez de la alegría de participar y aprender. Usar tu colección de trofeos o diplomas al mérito como fuente de valores, creyendo que las notas del colegio de tus hijos son lo más importante que ellos reciben en la escuela.

          Un estilo de conversación que revele hasta qué punto tu ego controla tu vida. Dedicar mucho tiempo a hablar de tus realizaciones y victorias, sobre los otros o el sistema; referirse a otras personas y sus deficiencias, resaltando siempre tu propia superioridad; por ejemplo, diciendo que jamás harías tal cosa como ellos la hicieron.

          Preocuparse con gastar dinero. Usar el precio de las cosas como medida de valor; usar el dinero no sólo como índice de éxito y status, sino como sistema central de pensamiento en tu vida cotidiana.

          Creer que sólo eres un cuerpo. Estar insatisfecho con tu apariencia y siempre buscar elogios para valorar tu sentido de adaptación física; evaluarte a ti mismo y tu felicidad sobre la base de cambios físicos, como flaccidez, arrugas, aparición de canas, etc.

          Permitir ser controlado por la publicidad. La propaganda, en todas sus modalidades, se usa generalmente como un esfuerzo para convencerte de que estás incompleto y necesitas comprar alguna cosa para estar satisfecho.

          Resaltar las deficiencias de otras personas. Emplear el tiempo describiendo lo que consideras imperfecciones físicas; por ejemplo, una nariz grande o una voz desagradable.

          Luchar para que se te reconozca, buscando una autoridad propia más elevada. Sufrir por no estar recibiendo lo que consideras una “posición justa” en el mercado de trabajo, sentirte frustrado o deprimido cuando tus esfuerzos no son premiados con una posición, título o contrato mejor. A menudo, estos premios sirven a la finalidad de dar terreno para que el ego proclame su superioridad material.

          Los reportajes chismosos referente a los salarios astronómicos de artistas y deportistas, son evidencias altamente visibles de esa actividad del ego. Es irrelevante que estas cantidades queden más allá de la capacidad de sus gastos, aunque paguen fuertes impuestos. La cuestión es la exigencia de status del ego, que lleva a la persona a la falsa creencia según la cual el hecho de alguien en cualquier actividad reciba un buen pago, sea vista como un insulto.

          Molestias alimentarias. La mayoría de los problemas causados por alimentos son al principio esfuerzos para tomar un sistema de apariencia que alguien crea va a traer felicidad. El ego convence a las personas que padecen del estómago de que la verdadera esencia se sitúa en el valor de la apariencia de ellas ante los demás.

La retribución del ego.- La excesiva preocupación por la superación de la apariencia externa, sustituyendo la esencia interna, viene junto con la comprensión del por qué el ego controla tu vida. Voy a dar algunas razones de este fenómeno.

          La función del ego es impedir conocer a tu Yo Superior. Todas las apariencias son máscaras que utilizas para esconder tu Yo divino, el cual no tiene preocupación alguna con adquisiciones, apariencias o puestos de poder.

          El estado de ansiedad con relación a tu carrera profesional garantiza que no volverás a mirar hacia dentro. La continua preocupación con el trabajo profesional y otros papeles, evita el conocimiento de tu luz interna.

          Intentar llenar el vacío que el ego dice existe dentro de tu ser. El “tanto tienes tanto vales”, se encuentra superficialmente centrado en las cosas externas a uno mismo. El ego quiere que te consideres incompleto, de manera tal que continúes en un interminable paseo de compras, intentando llenar ese vacío.

          El ego quiere ser el amo de toda tu vida. Sabe que su poder superior, más sabio, tiene respuestas permanentes para ti, y que estás dejando el camino para encontrarte a ti mismo. Esta necesidad de encargarse de todo es un control central para el ego. Si no tuviese tu gobierno, recelaría que pudieras encontrar la verdad de tu Yo auténtico.

          El ego te hace evitar correr riesgos y realizar cambios. El ego no te quiere pensando en alguna idea sobre los beneficios de correr riesgos y permitir cambios en tu vida. Esas son ideas extremas desde su punto de vista, pues considera mucho más seguro que te concentres en las apariencias que experimentar el beneficio de la paz interior.

          Ese mensaje ayudó a crear la cultura dentro de la cual vives, que está de acuerdo con la noción fija de la apariencia suplantando el valor interior. El déficit espiritual resultante se encuentra en la raíz de todos los problemas sociales.

          Algunas ideas para superar las apariencias. Dedica algunos instantes del día a estar callado.  En silencio, iniciar un desprendimiento o renuncia a la importancia de las impresiones externas. Te puedes visualizar a ti mismo haciendo una gran hoguera e imaginar que arrojas todas esas cosas al fuego. Con cada cosa que quemas, procura sentirte más libre.

          Retira los rótulos que has colocado en tu vida. Haz la tentativa de describirte sin usar ningún rótulo. Escribe unos pocos renglones, sin mencionar edad, sexo, posición, título o realizaciones. Escribe simplemente una frase con quién eres, independientemente de todas las apariencias.

          Al principio es difícil describir tu Yo eterno, inmutable y divino, aquella parte de ti que no es percibida por medio de los sentidos. Cuando retires los rótulos verás la parte invisible de ti mismo.

          Busca la presencia amorosa de otras personas. Toma un día para intentar ver la plenitud de Dios en las personas que encuentres. Más que ver a otro ser físico, dite a ti mismo que el Cristo en ti está encontrando el Cristo en el otro.

          Defiende al ausente. Cuando participes de una conversación que tenga referencias a otra persona no presente, habitúate a defenderla. Puedes preguntar en voz alta, de qué forma esa persona explicaría el hecho por el que está siendo criticada y sugiere que puede haber más de lo que aparece superficialmente.

          Este tipo de colocación sirve para reprimir la necesidad de que tu ego se compare y se sienta superior, mientras que sirve a tu Yo Superior que quiere ayudar a otros. Es particularmente benéfico enseñar esta lección a los niños, pues ellos tienen tendencia a unirse y criticar al compañero ausente.

          Recuerda que desarrollas un músculo levantando objetos más pesados. Esto vale también para la halterofilia espiritual. Se mejora espiritualmente proponiéndose misiones difíciles. Una de ellas es ignorar el mensaje del ego que te induce a evaluar por el criterio de la apariencia y las riquezas.

          Ejercitarse en la compasión y el amor. La presencia de aquellos que no tienen bienes de fortuna puede suministrar la oportunidad de practicar el amor y la compasión. Usa estas ocasiones para identificar la plenitud de Dios dentro de esas personas, aunque no sea con dinero u otro tipo de asistencia.

          El sufrimiento de los otros, independientemente de ser por fuerza del destino o resultar de algún vicio, representa un déficit espiritual en el seno de la comunidad de los seres humanos. Puedes disminuir esta quiebra con pensamientos de amor y compasión.

          Cultiva tu vocación. Intenta cambiar tus objetivos de autoafirmación por una vocación. Recuerda que éste es un sistema inteligente y que estás aquí por ser y tener amor por medio del servicio. Usa tus talentos e intereses especiales para cumplir con ello.

          Afirmaciones. Adopta el hábito diario de afirmar. Crea tus propias afirmaciones o comienza con estas: Alimento antes de ser alimentado. Dar antes de recibir.

          Envía donaciones o regalos anónimos. Obsequia con regalos inesperados a tus amigos, familiares o extraños.

          No des tanta importancia a las notas colegiales. Alivia la presión sobre tus hijos, quitando énfasis a las notas. Enséñalos a seguir sus propios intereses y talentos con la finalidad de que se conozcan a sí mismos y servir a los otros. Esto va a ayudarlos a encontrar el Yo Superior de cada uno y descubrir que ellos también tienen la fuente del conocimiento interno.

          Practica la generosidad. Recuerda que si no eres generoso cuando es difícil, no lo serás cuando sea fácil. Muchas personas que donan voluntariamente sus objetos y dinero no lo hacen “porque tienen que dar”. Esa actitud de ellos viene de un espacio especial del corazón, atraído por el acto de servir y compartir.

          Dedica muchos momentos a observar atentamente. Percibe cómo eres milagroso en cualquier momento e intenta centrar tu atención en ese momento. Todo en tu vida es una oportunidad de practicar la observación atenta.

          Observando tu medio circundante, atentamente, en actitud de admiración y consciencia, superas la necesidad del ego, que es la de acumular y consumir. Entonces te centrarás en momentos de tu vida individual y vas a experimentarlos a través de tu Yo espiritual.

          Para saber lo que verdaderamente significan las palabras: “Así en la Tierra como en el Cielo”, debes ir más allá de este mundo. Si yo encuentro en mi un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo.

          Nada en el mundo manifiesto satisface tu deseo de conocer el camino de tu búsqueda sagrada. El camino para aquél mundo donde el juzgar es imposible, las posesiones no son siquiera motivo de duda y la paz es perfecta, no es el camino del ego. Ese camino conduce fuera de la experiencia en la Tierra, pues está en el Cielo.

                                                                      Salvador Navarro Zamorano.

 

 

 

 

 

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